Dentro de WikiLeaks (29 page)

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Authors: Daniel Domscheit-Berg

BOOK: Dentro de WikiLeaks
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Cuando un cuarto de hora después volví a alzar la vista, aquel hombre estaba de pie justo frente a mí. No le había oído acercarse. Parecía que quería decirme algo. Yo ya había preparado una explicación, porque no acababa de estar tranquilo. Quizá solo quería mirarme directamente a la cara. Tal vez quería cerciorarse de que me conocía. Me hizo un gesto con la cabeza y abandonó la sala.

La máquina por fin había arrancado. Mientras tanto, seguía mirando de reojo la pantalla de mi portátil. Accedí a la ventana del
chat
. De pronto entró un nuevo participante, y yo supe inmediatamente de quién se trataba. Era Martin*, el que había alquilado el servidor para nosotros. Me interpeló de inmediato, sin siquiera saludarme.

M: ¿Qué haces?

D: Estoy aquí, en el servidor.

M: Ya lo sé. El personal del centro de computación me ha informado. ¿Qué demonios quiere decir esto?

D: Escucha, solo lo estoy reparando. No hago nada que pueda crear problemas a nadie.

M: Se lo he dicho a Julian. Ha alucinado.

D: No hay ningún motivo.

M: Dice que llamará a la policía.

D: Es una tontería, escucha...

M: Me gustaría que le quitaras los dedos inmediatamente de encima, Daniel, ¿vale? Vete antes de que pase algo. Julian dice que hará que te detengan.

D: ¡Espera!

Pero no tenía sentido seguir discutiendo. No creía que Julian realmente llamase a la policía. Si la policía confiscaba nuestro servidor encriptado, aunque no pudieran hacer nada con él, nosotros de momento lo habríamos perdido. Pero sobre todo, una visita de la policía hubiera metido en problemas a nuestro hombre de contacto.

Ya conocía las amenazas de Julian. Pero me contuve por respeto hacia la persona que se había arriesgado por nosotros al dar de alta aquel servidor.

El servidor estaba reparado. No había manipulado nada, y ni siquiera había copiado mis propios correos. Julian y todos los demás volvían a tener acceso a sus mensajes.

Pero la reacción fue demoledora. Julian estaba fuera de sí y se negó a facilitar las claves para el descifrado, con el fin de volver a poner en funcionamiento el servidor. Escribió en el chat: «Vuelve a intentarlo y haré que te encierren». Decía que el servidor tenía que pasar por el «forense», porque este había sido manipulado, por mí o por alguien de los servicios secretos. No tengo la menor idea de a qué se refería exactamente; tal vez quería llevar el servidor a la policía o a un laboratorio especial para examinarlo. En cualquier caso, todo aquello era completamente absurdo.

Cuando hice referencia a la reunión convocada en el
chat
para el día siguiente, Julian respondió: «Hablaremos ahora puesto que el crimen se ha cometido hoy». Birgitta y Herbert también estaban en el
chat
, incluso el Arquitecto reapareció de repente
on-line
. Y de ese modo se celebró aquella conversación de forma espontánea, en la tarde del 14 de septiembre. Estaba muy contento de poder volver a hablar por fin con todos los demás. Lo que todavía no podía imaginar es que sería nuestra última conversación.

Cuántas horas debía haber pasado durante los últimos días con la mirada fija en la pantalla, sin poder seguir enfocando la vista correctamente, esperando que apareciera aquel pequeño botón que me indicara que Julian estaba allí.

Me pasaba el día en casa, solo salía en caso de emergencia. Daba igual lo que hiciera, si me dormía, o bajaba un momento a comprar leche o iba a correos; al volver a mirar a la pantalla siempre esperaba encontrar algo, que hubiera un mensaje de Julian para mí.

Me llevaba el portátil a todas partes: a la cocina, al sofá, al lado de la bañera, y cuando me iba a dormir colocaba el ordenador al lado de mi cama. Aunque tenía otros asuntos pendientes, no podía concentrarme en nada más. En algún momento empecé a ver letras verdes al mirar cualquier superficie negra.

Mi imaginación empezó entre tanto a inventarse, sin ningún fundamento, las frases que yo esperaba leer:

«Eh, Daniel, tengo que hablar contigo».

«He estado pensando. Tal vez haya entendido algo mal, volvamos a hablar sobre el futuro de WikiLeaks.»

«Eh, ¿todavía te acuerdas de aquellos artistas extravagantes en Linz? Nos lo pasamos bien... O el asunto de Julius Bär, ¿te acuerdas?»

¡Ja, ja! Realmente era un soñador incorregible, ¡un iluso! Vuelve a la realidad, despierta, querido. Las verdaderas palabras que llegaron fueron las siguientes:

«Si vuelves a amenazar a esta organización, alguien se encargará de ti».

«Daniel tiene una enfermedad, es una especie de esquizofrenia paranoica limítrofe».

«Eres un criminal.»

Por otra parte, Julian seguía actuando como si fuera el jefe de WikiLeaks. Según él, había escrito el 99 por ciento de los resúmenes relativos a los documentos, así como los editoriales y cada comentario de Twitter, y además había inspirado toda la filosofía del proyecto. Birgitta supo resumirlo muy bien: «Julian, según tus palabras, TÚ eres WikiLeaks y los demás solo somos tus sirvientes, los que han tenido el honor de merecer tu confianza».

El Arquitecto también encontró bastante rápido palabras contundentes y dejó claro que una separación amistosa sería lo mejor para todos. Ya lo había preparado todo para el traspaso del sistema, que quería dejar en el mismo estado en el que lo había encontrado un año antes.

A lo que Julian respondió: «Nuestro deber es más importante que toda esta tontería». Julian, además, le dijo al arquitecto que ahora solo era «una sombra del hombre que solía ser». También exigió a Birgitta que se disculpase por la «insidia» demostrada al hablar con los periodistas de
The Daily Beast
: «Escúchame atentamente. Te has comportado de forma desleal y deshonrosa, y creo que deberías disculparte. ¿Quieres pedir perdón?».

No obstante, Birgitta corroboró su crítica respecto al comportamiento de Julian tras las acusaciones de violación. «Has metido a WikiLeaks en esto de forma muy desafortunada», escribió. El punto de vista de Julian era diametralmente opuesto: «No. WikiLeaks ha saboteado mi vida privada».

Julian intentó a continuación convocar al Arquitecto a una sala de
chat
paralela, mientras ignoraba a todos los demás. Como resultado, el arquitecto escribió sus últimas palabras. «Bien, disponías de cinco minutos... y los has desperdiciado. Que te diviertas. No me hagas perder el tiempo (¿cuántas veces he tenido que decírtelo?)» A lo que Julian respondió de la misma manera en que tantas veces nos había contestado a nosotros: desapareció.

Julian enmudeció a partir de aquel momento. ¿Qué habría podido decir de todos modos? Con nosotros no quería seguir hablando. Y por nuestra parte, el sentimiento era recíproco.

Era el final. No el fin de WikiLeaks, pero sí el del equipo que en los últimos años y meses había trabajado en el proyecto. A partir de aquel momento, como mucho nos comunicamos a través de otras vías, incluidos los medios de comunicación, o por terceras personas.

Nos dimos por vencidos y procedimos al traspaso de los elementos técnicos. El Arquitecto ayudó al técnico que siguió fiel al proyecto en la reconstrucción del sistema antiguo. En un principio habíamos aceptado trabajar durante dos semanas en la fase de transición, pero tuvimos que ampliar el plazo a un poco más de tres semanas.

¿Por qué precisamente en aquellas horas tempranas de la mañana del 15 de septiembre de 2010, el Arquitecto y yo decidimos que se había acabado nuestra colaboración con WikiLeaks? Buena pregunta. Sin embargo, la pregunta correcta era por qué no lo habíamos decidido mucho, pero mucho antes. Quizá realmente ya lo habíamos hecho, sin querer admitirlo.

Solo habían transcurrido dos días desde aquella conversación, cuando el 17 de septiembre de 2010 registramos el nombre de nuestro nuevo proyecto: OpenLeaks. Obviamente, aquella idea había visto la luz hacía más de dos días. A decir verdad, nos habíamos planteado aquella posibilidad hacía bastante más tiempo. Y tal vez era cierto que en las últimas semanas, mientras se recrudecía el tono de nuestras conversaciones con Julian, habíamos tenido en mente el nuevo proyecto. Pero no fue hasta aquel día cuando tomamos la decisión definitiva.

Ya en verano nos había asaltado por primera vez la duda de si queríamos seguir luchando toda la eternidad por WikiLeaks. Los comentarios de Julian en Twitter, sumados al hecho de que íbamos a la zaga de las grandes filtraciones, mientras se acumulaba buen material al que nadie prestaba atención, hicieron que nuestra frustración fuera en aumento. Cabe añadir que Julian anunciaba permanentemente nuevas filtraciones de gran relevancia, para poco después declarar que no pensaba volver a publicar nunca nada más, y proceder a atacar sin razón a cualquier periodista. Si no recuerdo mal, Julian acababa de difamar un artículo sobre
Mother Jones
, cuando el arquitecto pronunció las palabras decisivas. Hacía mucho tiempo que nada me hacía sentir tan aliviado como aquella frase breve, como era habitual en él, que dejó caer con indiferencia: «Si esto sigue así, será mejor que lo dejemos».

Dejarlo quería decir escindirse, disociarse. ¡Huir! ¡Por fin! Eso quería decir que no era el único que había pensado en esa posibilidad. Y aunque era consciente de que el Arquitecto tenía mejor relación conmigo que con Julian, hasta ese momento no estaba seguro de que, a pesar de todo y llegados a aquel extremo, no dijera: «Seguiré fiel a WikiLeaks para siempre». Obviamente, su posicionamiento era decisivo. Sin él hubiera resultado casi imposible plantearse un nuevo proyecto.

Por supuesto, nos asaltaron serias dudas, una vez empezamos a comentar con cautela aquella idea con otras personas. Por ejemplo, con Harald Schumann y Birgitta, a quienes preocupaba la posibilidad de poner en juego la idea de WikiLeaks, de escindir la organización. Al fin y al cabo, WikiLeaks se había convertido en algo así como una marca. Insistían en que debíamos solucionar el problema con Julian, en que debíamos luchar por WikiLeaks hasta agotar todos los recursos. Pero el Arquitecto y yo teníamos un punto de vista más pragmático.

Una vez eliminada esa barrera, una vez pronunciadas las palabras decisivas, y tras haber aguantado durante mucho tiempo las disputas y los quebraderos de cabeza, ya no hubo forma de contenernos.

En el caso del Arquitecto y de mí, y muy pronto también de Herbert, por ejemplo, aquel anhelo manaba directamente de nuestro interior. En un principio se trataba solamente de vagas fantasías. Empezamos a intercambiar nuestras visiones sobre la posibilidad de un WikiLeaks mejorado. Muy pronto se nos ocurrió incluso dar un nombre a nuestra ilusión. Inmediatamente surgieron propuestas sobre cómo se podría evitar que una nueva organización, tarde o temprano, acabase evolucionando como WikiLeaks, una vez hicieran aparición la fama y el dinero. Todo empezó en julio, tal vez agosto de 2010.

Anotamos los primeros conceptos que deberían constituir la piedra angular del nuevo proyecto. Algunas de mis propuestas se remontaban todavía a la época en la que preparé por segunda vez los documentos para la fundación Knight Foundation. Aunque parezca gracioso, escribimos una frase en nuestro primer documento, sobre la que los fundadores profesionales de instituciones semejantes seguramente se hubieran reído de todo corazón. Pero a nosotros nos preocupaba muchísimo la cuestión de la toma de decisiones en semejantes organizaciones, sin que uno de sus miembros tenga que imponerse a los demás. Queríamos poder decidir de forma consensuada siempre que fuera posible. Y ante la duda preferíamos discutir durante días, antes que ignorar la opinión de uno solo de los miembros del equipo. No queríamos volver a sentir que trabajábamos bajo la presión del tiempo. Dejamos constancia además de que en caso de duda preferíamos jugárnoslo a «piedra, papel o tijera», que llegar a una situación en la que de nuevo una sola persona tuviera que imponer su autoridad por encima de todas las demás cabezas pensantes.

No era tan fácil plasmar el principio «piedra, papel o tijera» sobre el papel, de forma que sonase medianamente serio. Finalmente tuvimos que permitirnos bromear sobre nosotros mismos, y acabamos retirando aquel principio del concepto oficial. Por otro lado, manifestamos nuestro deseo de convertirnos en un prestador de servicios neutral, y no en un agitador político. Queríamos evitar a toda costa que la nueva organización produjera una nueva estrella del pop.

Cuando tras aquella última conversación en el
chat
, por fin tuvimos la certeza de que abandonaríamos WikiLeaks, empezaron a arrancar los preparativos para el proyecto OpenLeaks. Aunque me sentía apesadumbrado porque mi época en WikiLeaks había concluido para siempre, en última instancia para mí era una liberación.

Decidí además hacer pública mi salida de la organización. En aquel momento era inminente la filtración sobre Irak. Yo era responsable de mantener el contacto con los periodistas del
Spiegel
. En nuestro siguiente encuentro les expliqué que, lamentablemente, aquella colaboración ya no era de mi competencia, porque ya no formaba parte del equipo de WikiLeaks.

Rosenbach y Stark me propusieron sin más preámbulos realizar una entrevista. Podría salir incluso en el siguiente número. Pero les pedí una semana de tiempo para reflexionar. Tenía que pensar qué quería decir y cuánto quería revelar. Era consciente de hasta qué punto me sentía frustrado y alterado en ese momento. En ningún caso quería caer en la tentación de que aquella frustración degenerara en una campaña de venganza personal. El único móvil para dar aquella entrevista debía ser relativizar hasta cierto punto la credibilidad del proyecto, que yo siempre había transmitido, y abrir los ojos a las personas que quisieran comprometerse con WikiLeaks, hacer donaciones, o colgar documentos en la página web. Si con anterioridad había respondido por WikiLeaks al afirmar que el proyecto era digno de confianza, ahora solo era posible relativizar aquella aseveración públicamente.

Era una situación completamente nueva. Durante casi tres años no le había contado a nadie los detalles de nuestro funcionamiento interno. Al contrario, siempre intenté vender WikiLeaks lo mejor posible, lo cual, en caso de duda, implicaba tener que disipar posibles recelos o rebatir las críticas. Para ello, entre otras cosas, tuve que recurrir a un poco de cosmética lingüística, y a veces me movía en la fina línea divisoria entre la verdad y la propaganda. Nunca dije una falsedad deliberadamente. Consideré a los dos periodistas de
Spiegel
sobre todo como testigos de mis reflexiones.

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