Read Dentro de WikiLeaks Online
Authors: Daniel Domscheit-Berg
En uno de los centros informáticos en los que dispusimos nuestro servidor en el pasillo, Julian tomó sin preguntar un cable de la habitación contigua y lo cortó por la mitad para confeccionar una extensión para el portátil, ya que la fuente de alimentación no llegaba hasta el siguiente enchufe. No le importaba demasiado que hubiera cámaras de vigilancia, como es habitual en estos centros de procesamiento, ni que a los trabajadores pudiera molestarles que alguien cortara uno de sus cables.
Recuerdo también que a nuestro paso por Suiza me aprovisioné de Ovomaltine con los últimos francos que me quedaban. Me encanta ese chocolate suizo, y durante todo el viaje estaba deseando llegar a casa para prepararme un gran vaso de esa bebida. Pero al llegar a Wiesbaden no quedaba nada del cacao en polvo. Julian simplemente había abierto el paquete y se lo había comido todo.
En Suiza se nos ocurrió que podríamos hacernos una foto ante la sede de Julius Bär en Zúrich posando como triunfadores. Si no hubiéramos tenido tanta prisa, lo habríamos hecho, en un paralelismo con David y Goliat.
Con posterioridad al caso Bär publicamos otras filtraciones tal vez incluso más significativas, revelaciones de gran importancia para la política internacional, que nos habían proporcionado nuestros minutos de gloria en las noticias de la noche. Sin embargo, nada volvería a satisfacernos tanto como el triunfo en el caso Bär. Un banco con recursos ilimitados, que había confiado su defensa a un famoso bufete de abogados, y nada había podido hacer contra nosotros y nuestro inteligente sistema. Debían de estar acostumbrados a amordazar con una sola carta a cualquiera que les hiciera frente. En nuestro caso se habían pillado los dedos. Además, si pensábamos que ni siquiera los más poderosos e inteligentes pudieron conseguir nada, incluso tratándose de semejantes sumas de miles de millones, ¿quién podría pararnos? Esta clase de personas siempre encontraban la tapadera adecuada para cualquier negocio turbio. Y sin embargo, en aquella ocasión nuestros adversarios no habían podido acallarnos, aunque solo éramos dos personas con una pequeña máquina obsoleta. Por primera vez fui consciente de que podíamos con el mundo entero.
Sería exagerado decir que mi ego se había hinchado de manera desmesurada. Nunca había sufrido de falta de autoestima. Pero cuando se ha abatido a un coloso semejante, la verdad es que uno va por la vida sacando más pecho.
La tienda alternativa Haselnuss, donde realizaba mis compras diarias, estaba cerca de mi casa, a unas dos manzanas en la misma calle. Por aquellos días, mi contacto con el mundo real era más bien escaso, y aquella tienda era una de las pocas conexiones que todavía conservaba. Tras el caso Julius Bär iba a comprar pensando: «Si supierais a quién acabamos de machacar, creo que os encantaría».
Siempre estaban los tres mismos dependientes, con los que charlaba mientras ponían en una bolsa mi nata batida o leche sueca
filmjölk
. En una ocasión me preguntaron que a qué me dedicaba. Creo que de mis extensas explicaciones sobre Internet y la lucha contra la corrupción solo les quedó la idea de que debía de ser uno de esos
freaks
de la TI. Sonrieron amablemente y añadieron a mi bolsa un frasco de la nueva mantequilla de cacahuete de comercio justo, «¡para que la pruebe!». La conversación derivó hacia productos para untar en pan, lo cual parecía interesarles bastante más.
En la tienda Haselnuss también vendían prensa, entre ella unas pocas publicaciones que ilustraban las noticias de todo el mundo desde una perspectiva marxista de la teoría
Queer
, aunque la mayoría eran periódicos serios como el
Frankfurter Allgemeine Zeitung
. Vi que en un par de los diarios hablaban del caso Julius Bär. A veces miraba de reojo los periódicos apilados y en mi interior me alegraba de que los trabajadores de Haselnuss no supieran que ese tipo desgarbado, con una camiseta estampada y mal afeitado, que cada día les compraba nata para hacerse el desayuno, formaba parte de la gente de WikiLeaks.
No tuvimos mucho tiempo para dormirnos en los laureles. Poco después del caso Julius Bär nos llegaron los primeros documentos relativos a la Cienciología, cuya procedencia desconocíamos. Sin embargo, no creíamos que fuera una casualidad que de repente toda una serie de personas del grupo Anonymous participaran en nuestro
chat
.
Este grupo internacional de activistas de la red había declarado la guerra a la Cienciología. Deben su nombre a que los usuarios de Internet que no quieren facilitar datos sobre su identidad en foros o tablones de imágenes reciben en inglés el apelativo de usuario «anónimo». Se les reconoce por la máscara de Guy Fawkes que adoptaron de la novela gráfica
V de Vendetta
. Guy Fawkes era un insurgente que en 1605 quería volar por los aires el Parlamento inglés y cuyo rostro sirve de máscara al protagonista de
V de Vendetta
. Los activistas de Anonymous también hacen uso de esta máscara, con la que aparecen en vídeos de YouTube o manifestaciones. Se trata de una máscara masculina con bigote y perilla, y una sonrisa permanente que resulta un tanto siniestra.
En su página web, Anonymous explica su enmascaramiento por el miedo a la Cienciología: «Podría dar la impresión de que queremos infundir el terror, pero no es así. La organización Cienciología en ocasiones ha perseguido a ciudadanos de a pie que protestan contra sus maquinaciones. Con la palabra perseguir nos referimos a rastrear y acosar. Persiguen a personas por la única razón de que estas no comparten su cosmología. Nosotros nos limitamos a protegernos de la intimidación y el acoso que algunos de los nuestros ya han tenido que soportar. La organización Cienciología dispone de gran cantidad de fondos, así como de un increíble equipo de juristas, y es tristemente conocida por querellas improcedentes. De ahí el uso de máscaras».
Anonymous firma además sus vídeos y mensajes con la divisa: «
Knowledge is free. We are Anonymous. We are Legion. We do not forgive. We do not forget. Expect us!
».
[2]
La Cienciología era un poderoso adversario. La secta ya había hecho callar a muchos que querían informar sobre ella. Sobre todo antiguos miembros que, tras abandonarla, deseaban advertir a otras personas de sus métodos; habían sido acallados con procesos judiciales, acosados e intimidados.
En nuestra página, las personas con información privilegiada podían publicarla sin miedo a ser demandadas por la Cienciología. Con el caso Julius Bär habíamos demostrado que nadie era capaz de meterse con nosotros.
En primer lugar publicamos sobre todo manuales internos de la secta. Como consecuencia cada vez nos llegaban más documentos. Después de habernos adentrado en el «sistema bancario», nos zambullimos en el «sistema sectario». Nunca antes me había interesado por la Cienciología, y ahora me sentía fascinado.
El cienciólogo se abre paso en la vida, por decirlo de algún modo, a través de una escalera profesional, y va ascendiendo de nivel con el objetivo de volverse «puro». En función de los méritos de cada uno, se alcanza un nivel concreto
thetan
.
Los
thetan
son criaturas paranormales. Según dicen, hace millones de años nuestro universo compuesto por 76 planetas sufrió una superpoblación. Uno de los señores intergalácticos de la guerra, llamado Xenu, viajó en una misión de rescate por toda la galaxia. Como si del antagonista del Noé del Antiguo Testamento se tratara, Xenu reunió la escoria de entre los habitantes del Universo, sobre todo criminales y demás personajes turbios. Al llegar a la Tierra se dispuso a asesinarlos. Para ello, por ejemplo, los encerró en el interior de volcanes en Hawái y los aniquiló con bombas de hidrógeno. ¡Muy bien!
Desde entonces viven en la tierra los
thetan
, las almas de los asesinados. En su búsqueda de un cuerpo, se introdujeron en los seres humanos primitivos y adoptaron su forma. Cuando en la actualidad una persona tiene un problema, este siempre radica en el
thetan
aletargado en su más profundo fuero interno, según dice la doctrina de la Cienciología. Por ende, la Cienciología ofrece a las personas ayuda para librarse del
thetan
interno. El fundador L. Ron Hubbard dice tener unos cuantos cientos de millones de años (en relación con estas declaraciones, publicamos las primeras grabaciones con sus conferencias de los años cincuenta), y dedicarse a viajar como observador por el Universo.
Obviamente, sería pedir demasiado a los nuevos miembros de la Cienciología, incluso a los más tontos, que aceptasen semejante desatino de buen principio. En consecuencia, los miembros no reciben esta información hasta que no han alcanzado un nivel concreto, y hasta ese momento, los miembros de la secta no deben tener acceso a las escrituras para las que todavía no están preparados. Por ejemplo, cuando los cienciólogos alcanzan el nivel 3, se les informa de que el mundo será repoblado por extraterrestres.
Los manuales no solo son secretos, sino que además son muy caros. A efectos prácticos, para estar informado de la existencia de extraterrestres, normalmente es necesario haber legado el equivalente al valor de una casa unifamiliar a la secta. Cualquiera puede imaginarse entonces el valor de los libros electrónicos que publicamos en nuestra página. Otro motivo para haber desairado a la Cienciología.
Aquellos que en la lucha contra su propio
thetan
no avanzan con la suficiente rapidez, deben ser «rehabilitados». Es decir, si tienen mala suerte, irán a parar a uno de los llamados Rehabilitation Force Project (proyecto de rehabilitación), que funcionan a modo de correccionales.
Cienciología cuenta asimismo con su propia flota de navíos, compuesta por cruceros. Esta marina privada de la secta se llama Sea Organisation, con la abreviatura Sea Org. Aquellos miembros que una vez a bordo no demuestran tener el rendimiento esperado pueden entrar en la correspondiente unidad de Sea Org RFP (rehabilitación en el mar), aceptando en consecuencia toda una serie de sanciones absurdas. Los documentos que habíamos recibido revelaban los castigos con los que se podrían encontrar las personas afectadas.
Por ejemplo, uno de los castigos consistía en ponerse un traje de neopreno negro de cuerpo entero y quedar aislado del resto de la tripulación. A la hora de las comidas, los sancionados debían esperar a que los demás acabaran de comer y solo podían alimentarse de los restos. No podían moverse a una velocidad normal, sino que siempre debían desplazarse corriendo. En el barco debían vaciar los sanitarios químicos o realizar otras tareas degradantes similares, a las que les podía obligar cualquier otro miembro de la secta. Solo una vez realizados aquellos trabajos, la persona sancionada podía volver a dedicarse a sus verdaderos cometidos, a su evolución espiritual y al estudio de las escrituras.
Lisa McPherson era una joven que perdió la vida en 1995, mientras se encontraba en manos de la Cienciología. Eso provocó la primera oleada de indignación contra la organización en los medios. Hasta entonces, la secta era bastante desconocida.
Todavía no se han podido esclarecer por completo las circunstancias de la muerte de McPherson. Lo único que se sabe es que la joven, de treinta y seis años, fue ingresada en el hospital con una crisis nerviosa tras un accidente de circulación leve. Sin embargo, pronto la recogieron dos cienciólogos que, a partir de una serie de documentos, aseguraron ser responsables de la salud de McPherson. A continuación trasladaron a la mujer a una de las unidades de rehabilitación de la secta y la sometieron a lo que se conoce como un
introspection rundown
(proceso de introspección). Nosotros fuimos los primeros en publicar información contrastada sobre los procedimientos que practicaban.
Durante el transcurso de esos procedimientos nadie puede hablar con la persona afectada, que debe aprender a liberarse de su propia situación gracias al aislamiento. Para alguien aquejado de una crisis psíquica, cualquier situación de aislamiento resulta fatal.
Lisa McPherson sufrió una crisis psíquica. La investigación judicial dictaminó que no había ingerido suficiente líquido. La deshidratación aguda combinada con el prolongado reposo en cama provocó una trombosis que o bien no fue detectada, o bien no fue tratada debidamente, y que desembocó en una muerte por embolia pulmonar. Así pues, el rundown tuvo un final mortal. Los cienciólogos entregaron el cadáver, que se encontraba en muy mal estado, a un hospital de Florida el 5 de diciembre de 1995.
A continuación se inició una investigación contra los responsables de la Cienciología por denegación de auxilio y por realizar prácticas médicas sin las debidas licencias. El procedimiento criminal terminó archivándose en el verano del año 2000 por falta de pruebas. En un proceso judicial posterior, celebrado en 2004, los familiares llegaron a un acuerdo con la secta y aceptaron una compensación económica, si bien los detalles exactos del acuerdo nunca se hicieron públicos.
La información que publicamos tenía un gran valor, no solo porque detallaba los procedimientos exactos de los rundowns, sino porque incluía también gran cantidad de grabaciones de vídeo y de audio internas. Además, publicamos extensos listados de empresas y sociedades vinculadas con las redes de la Cienciología, entre ellas empresas que realizaban exámenes de colocación para otras empresas e instituciones sociales, como por ejemplo una oficina de la asociación norteamericana de ayuda a los drogadictos.
La gente de Anonymous nos ayudó a estructurar y clasificar el material para nuestra página web y aportó mucha información de utilidad.
Mantuve conversaciones telefónicas con numerosos ex miembros de la secta a altas horas de la noche. Los llamaba siempre desde alguno de los locutorios de Internet que había en mi calle a sus teléfonos norteamericanos o británicos. Y ahí estaba yo, apoyado en una pared de conglomerado de madera, rodeado por el sedante sonsonete de las conversaciones de árabes, indios y africanos exiliados en Wiesbaden, mientras escuchaba las truculentas historias de algún ex cienciólogo. Aquellas conversaciones podían durar hasta bien entrado el amanecer.
Para mantenerme despierto me llevaba una botella de Club Mate, que dejaba junto al teléfono, e intentaba calmar a los desconocidos que había al otro lado de la línea telefónica. Uno había abandonado Sea Org y estaba asustado; otro quería saber cómo podía hacernos llegar material de vídeo; y otro simplemente quería hablar. Aunque, en realidad, eso lo querían todos, sobre todo los ex cienciólogos que habían abandonado la organización hacía poco: tenían los nervios destrozados y agradecían mucho que un joven alemán se tomara tiempo para escucharlos.