Diáspora (12 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: Diáspora
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Más tarde, el riesgo de encontrarse lejos de su puesto se convirtió en parte del atractivo. Parte del desafío.

Karpal comprobó la pantalla principal y rió por lo bajo en forma de infrarrojos en un pulso codificado; el débil calor le llegó reflejado de las paredes del cobertizo. No se había perdido nada. En la lista de fuentes conocidas, Lac G-1 estaba resaltada indicando que mostraba una anomalía... pero siempre mostraba anomalías; ya ni siquiera era noticia.

Al igual que registraba cualquier catástrofe súbita, TERAGO seguía constantemente algunos centenares de fuentes periódicas. Era preciso un suceso de violencia inusual para producir una ráfaga de radiación gravitatoria lo suficientemente intensa como para ser registrada al otro extremo del universo, pero incluso el movimiento orbital rutinario producía un flujo débil pero Fiable de ondas gravitatorias. Si los objetos implicados eran tan pesados como estrellas, orbitándose mutuamente a gran velocidad, y no estaban lejos, TERAGO podía seguir sus movimientos como un hidrófono percibiendo el giro de una hélice.

Lacerta G-1 era una pareja de estrellas de neutrones, a un centenar de años luz de distancia. Aunque las estrellas de neutrones eran demasiado pequeñas para percibirlas directamente —como mucho tenían unos veinte kilómetros de ancho-contenían en sus pequeños cuerpos campos magnéticos y gravitatorios como los de estrellas de tamaño completo, y el efecto sobre la materia circundante podia llegar a ser espectacular. La mayoría se descubrían como pulsares, con sus campos magnéticos giratorios creando un rayo rotatorio de ondas de radio que arrastraban partículas cargadas en círculo a velocidades cercanas a la de la luz, o como fuentes de rayos X, absorbiendo materia de una nube de gas o una estrella compañera normal y calentándola a millones de grados por medio de ondas de choque de compresión a medida que descendía por su empinado pozo gravitatorio. Pero Lac G-1 tenía miles de millones de años; cualquier reserva local de gas o polvo que pudiera haberse usado para generar rayos X había desaparecido hacia tiempo, y cualquier emisión de radio era ahora demasiado débil para ser detectada o surgía en una dirección que no resultaba favorable. Por tanto, el sistema se mostraba tranquilo en todo el especto electromagnético y sólo la radiación gravitatoria de la órbita lentamente degenerada de las estrellas revelaba su existencia.

Esa tranquilidad no duraría eternamente. G-1a y G-1b estaban separadas por sólo medio millón de kilómetros, y durante los próximos siete millones de años las ondas gravitatorias se llevarían todo el momento angular que las mantenía separadas. Cuando al final chocasen, toda su energía cinética se convertiría en un estallido intenso de neutrinos, matizados con algunos rayos gamma, antes de combinarse para formar un agujero negro. En la distancia, los neutrinos sería relativamente inocuos y el «matiz» provocaría efectos mucho mayores; incluso a un centenar de años luz sería estar demasiado cerca para la vida orgánica. Independientemente de si para cuando sucediese hubieran o no carnosos por aquí, a Karpal le gustaba pensar que alguien emprendería un impresionante desafio de ingeniería para proteger la biosfera de la Tierra, colocando un escudo lo suficientemente grande y opaco en el camino del estallido de rayos gamma.
Un buen uso para Júpiter
. Pero no seria fácil; Lac G-1 estaba demasiado por encima de la eclíptica como para quedar apantallada simplemente desplazando cualquiera de los planetas a un punto conveniente.

El destino de Lac G-1 parecía inevitable, y la señal que llegaba a TERAGO efectivamente confirmaba la degradación gradual de la órbita, pero quedaba un pequeño rompecabezas: desde las primeras observaciones, G-1a y G-1b habían orbítado intermitentemente un poco más rápido de lo que debieran. Las discrepancias nunca habían superado la parte por mil —las ondas acelerándose, de vez en cuando, un nanosegundo extra durante un par de días— pero cuando la mayoría de los púlsares tenían cuervas de degradación orbital que se ajustaban perfectamente dentro de los límites de la medición, ni siquiera la anomalías de un nanosegundos se podían atribuir a errores experimentales o al ruido.

Karpal había imaginado que el misterio sería el primero en caer ante su soledad y dedicación, pero la explicación plausible le eludía, año tras año. Cualquier tercer cuerpo lo suficientemente masivo, que alterase ocasionalmente la órbita, habría añadido su propia firma inconfundible a la radiación gravitatoria. Pequeñas nubes de gas entrando en el sistema, ofreciendo a las estrellas de neutrones algo que convertir en chorros que consumiesen energía, habrían hecho que Lac G-1 emitiera en los rayos X. Sus modelos eran cada vez más fantasiosos y atrevidos, pero todos fallaban ya fuese por falta de pruebas o por simple falta de plausibilidad. No era posible que la energía y el momento estuviesen desapareciendo en el vacío, pero a estas alturas estaba casi dispuesto a intentar cuadrar las cuentas a cien años luz de distancia.

Casi. Con un suspiro de mártir, Karpal tocó el nombre destacado en la pantalla y apareció una gráfica de las ondas de Lacerta durante el último mes.

A simple vista quedaba claro que había un problema con TERAGO. Los cientos de ondas de la pantalla deberían haber sido idénticas, con picos exactamente de la misma altura, con la señal regresando periódicamente al mismo máximo en el mismo punto de la órbita. En su lugar, durante la segunda mitad del mes se producía un incremento en la altura de los picos... lo que significaba que la calibración de TERAGO había empezado a fallar. Karpal refunfuñó, y pasó a otra fuente periódica, un pulsar binario en Aquila. Aquí había picos fuentes y débiles alternándose, ya que la órbita era muy elíptica, pero cada conjunto de picos permanecía perfectamente nivelado. Comprobó los datos de otras cinco fuentes. En ninguna de ellas había señales de problemas con la calibración.

Desconcertado, Karpal volvió a los datos de Lac G-1. Examinó el resumen sobre la gráfica y vaciló con incredulidad. En su ausencia, decía el resumen, el periodo de las ondas había perdido casi tres minutos. Era ridículo. Después de veintiocho días, Lac G-1 debería haber perdido 14,498 microsegundos de su órbita de una hora, más o menos algunos nanosegundos inexplicados. Debía haber un error en el software de análisis; debía haberse estropeado, cosas de la radiación, los rayos cósmicos habían trastocado algunos bits aleatorios sin que fuesen detectados y reparados.

Cambió a una gráfica que mostraba el periodo de las ondas, en lugar de las ondas en sí. Empezaba como debía, casi plana en 3.627 segundos, luego, como a los doce días, empezaba a bajar de la horizontal, primero lentamente pero luego cada vez más rápido. El último punto de la curva se situaba en 3.456 segundos. Las estrellas de neutrones sólo podían pasar a órbitas más pequeñas y rápidas perdiendo parte de la energía que las mantenía separadas... y para que fuesen tres minutos más veloces en lugar de catorce microsegundos, deberían haber perdido tanta energía en un mes como en el último millón de años.

—Imposible.

Karpal buscó noticias de otros observatorios, pero no se había detectado actividad en Lacerta: ni rayos X, ni UV, ni neutrinos, nada. Se suponía que Lac G-1 había perdido el equivalente energético de la Luna aniquilando a su doble de antimateria; incluso a cien años luz de distancia era imposible que nadie se hubiese dado cuenta. Ciertamente la energía faltante no había pasado a radiación gravitatoria; el incremento de potencia aparente era de sólo un diecisiete por ciento.

Y el periodo se ha reducido en un cinco por ciento
. Karpal realizó unos cálculos de cabeza para luego hacer que el software de análisis confirmase los detalles. El incremento de intensidad de las ondas gravitatorias era
exactamente
el que requería el decremento del periodo. Órbitas más cercanas y rápidas producían radiación gravitatoria más fuerte, y los datos imposibles se ajustaban a la fórmula, en todos sus puntos. Karpal no podía imaginar un error de software o un fallo de calibración que pudiese alterar los datos —sólo de una fuente— mientras preservaba mágicamente la relación entre potencia y frecuencia de las ondas.

La señal debía ser real.

Lo que implicaba que la pérdida de energía era real.

¿Qué estaba pasando ahí fuera? ¿O qué había pasado un siglo antes?
Karpal repasó la columna de cifras que mostraban la separación entre las estrellas de neutrones por lo que se deducía de su periodo orbital. Se habían estado aproximando sin pausa cuarenta y ocho milímetros al día desde que se iniciaron las observaciones. Pero en las veinticuatros horas anteriores la distancia entre ellas se había reducido en casi 7.000 kilómetros.

Karpal sufrió un momento de puro pánico vertiginoso, pero rápidamente se echó a reír. Era imposible que una tasa de descenso tan espectacularmente alarmante pudiera mantenerse durante mucho tiempo. Dejando de lado la radiación gravitatoria, sólo había dos formas de sacar energía de un masivo y cósmico volante de inercia como éste: pérdidas de fricción por gas o polvo, produciendo temperaturas verdaderamente astronómicas —lo que no podía ser, por la ausencia de UV y rayos X—, o la transferencia de energía gravitatoria a otro sistema: algún tipo de intruso invisible, como un pequeño agujero negro de paso. Pero cualquier cosa capaz de absorber algo más que una fracción del momento angular de G-1 ya se habría manifestado en TERAGO, y cualquier cosa menos sustancial habría salido disparada, como un guijarro rebotando sobre una muela de afilar, o expulsada por la fuerza centrifuga.

Karpal hizo que el software analizase los últimos datos de los seis detectores más cercanos de TERAGO, en lugar de esperar una hora a que llegasen los de todos. Seguía sin haber ninguna prueba de algún intruso —sólo la señal clásica de un sistema de dos cuerpos— pero la pérdida de energía no parecía detenerse o alcanzar un límite.

Seguía creciendo.

¿
Cómo
? De pronto Karpal recordó una vieja idea que había considerado brevemente como explicación de las pequeñas anomalías. Los neutrones individuales eran siempre neutrales al color; contenían un quark rojo, uno verde y uno azul muy unidos. Pero sí ambos núcleos se habían «fundido» para formar agregados de quarks sin confinar, capaces de moverse aleatoriamente, era posible que no en todas partes la media de los colores fuese neutral. La teoría de Kozuch permitía que se rompiese la simetría perfecta entre rojo, verde y azul; se trataba de un suceso extremadamente inestable, pero era posible que las interacciones entre estrellas de neutrones pudiesen estabilizarlo. Los quarks de cierto color se podían volver «localmente más pesados» en un núcleo, haciendo que se hundiesen ligeramente hasta que la atracción de los otros quarks les hiciera elevarse; en el otro núcleo, los quarks del mismo color serían más ligeros, y ascenderían. También intervendrían las fuerzas de marea y rotacionales.

La separación de color seria minúscula, pero los efectos serían dramáticos: los dos núcleos orbitales y polarizados generarían potentes chorros de mesones, que irían frenando el movimiento orbital de las estrellas de neutrones... una especie de análogo nuclear a la radiación gravitatoria, pero mediado por la fuerza nuclear fuerte y por tanto mucho más energético. Los mesones se desintegrarían casi de inmediato para formar otras partículas, pero esta radiación secundaria no estaría muy bien enfocada, y como la vista desde el Sistema Solar se encontraba en alto sobre el plano de Lac G-1 los rayos no se verían de frente. Sin duda se volverían espectacularmente visibles una vez que los mesones diesen contra el medio interestelar, pero después de sólo dieciséis días todavía viajaban a través de la región de relativo alto vacío que las estrellas de neutrones habían creado durante los últimos miles de millones de años.

Todo el sistema sería como una titánica girándula a la inversa, con los fuegos artificiales apuntando hacia atrás, opuestos a su propio giro. Pero a medida que pediesen el momento angular que mantenía separadas las estrellas de neutrones, la gravedad las uniría más y girarían con mayor rapidez. Las anomalías de nanosegundo del pasado debían haber implicado pequeños grupos de quarks móviles formándose brevemente, para luego constituir otra vez neutrones separados, pero una vez que los núcleos se fundiesen por completo el proceso seria imparable: cuanto más se uniesen las estrellas de neutrones, mayor sería la polarización, más intensos los chorros, más rápida la espiral hacia dentro.

Karpal sabía que los cálculos necesarios para comprobar sus ideas serian espantosos. Tratar con las interacciones entre la fuerza nuclear fuerte y la gravedad podía parar en seco el ordenador más potente, y cualquier modelo de software lo suficientemente preciso como para ser de fiar se ejecutaría mucho más despacio que en tiempo real, lo que lo haría inútil para predecir. La única forma de anticiparse al destino de Lac G-1 era comprobar a dónde se dirigían los propios datos.

Hizo que el software de análisis ajustase una curva suave a través del momento angular en declive de las estrellas de neutrones y que la extrapolase al futuro. La caída se hizo más rápida, al principio lentamente, para acabar con un descenso calamitoso. Karpal sintió que le recorría un horror frío: si éste era el destino final de todas las estrellas de neutrones binarias, ayudaba a comprender un enigma antiguo. Pero no era una buena noticia.

Durante siglos, los astrónomos habían estado observando potentes ráfagas de rayos gamma provenientes de galaxias distantes. Si esas ráfagas eran el resultado de estrellas de neutrones en colisión, como se sospechaba, entonces justo antes de la colisión —cuando las estrellas de neutrones se encontraran en sus órbitas más cercanas y rápidas— las ondas gravitatorias producidas deberían haber sido lo suficientemente intensas para que TERAGO las detectase desde miles de millones de años luz. Nunca se habían detectado esas ondas.

Pero ahora parecía que los chorros de mesones de Lac G-1 lograrían detener en seco el movimiento orbital de las estrellas de neutrones mientras todavía se encontraban a decenas de miles de kilómetros de distancia. Los fuegos artificiales, habiendo triunfado al fin, se apagarían, y el final no sería después de todo una espiral frenética, sino un hundimiento tranquilo y grácil... que sólo generaría una fracción más de radiación gravitatoria.

Luego, los dos pesados núcleos estelares se unirían directamente, como si nunca hubiese habido fuerza centrífuga manteniéndolos separados. Cada uno caería directamente sobre el otro... y el calor del impacto se percibiría a mil años luz de distancia.

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