Diáspora (13 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: Diáspora
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Karpal rechazó con furia esa idea. Por ahora no tenía más que una anomalía de tres minutos en el periodo orbital y muchas elucubraciones. ¿De qué valía su valoración tras nueve años de soledad y demasiados rayos cósmicos? Debía ponerse en contacto con colegas en el cinturón de asteroides, mostrarles los datos y repasar tranquilamente las posibilidades.

Pero ¿y si tenía razón
? ¿Cuánto tiempo les quedaba a los carnosos hasta que Lacerta se encendiese con rayos gamma, seis mil veces más brillante que el sol?

Karpal comprobó y volvió a comprobar sus cálculos, ajustó curvas a variables diferentes, probó con todos los métodos conocidos de extrapolación.

La respuesta fue siempre la misma.

Cuatro días.

5. Estallido

POLIS KONISHI, TIERRA

24 046 380 271 801 TEC

5 abril 2996, 21:17:48,955 TU

Yatima flotaba en el cielo sobre su panorama hogar, examinando la red colosal que se extendía sobre el terreno oculto hasta los límites de su visión. La estructura tenía diez mil deltas de ancho y siete mil de alto; rodeándola había una única curva completa, que se parecía un poco a una de las montañas rusas que había visto en Carter-Zimmerman... a la que se había subido con Blanca y Gabriel, sólo para disfrutar de la emoción visual. Aquí la «vía» no estaba apoyada en nada, igual que la de C-Z, pero se abría paso a través de lo que parecía una profusión de andamios.

Yatima descendió para examinaría más de cerca. La red, el «andamiaje», era fruto de su mente, basada en una serie de instantáneas que había tomado unos megataus antes. El espacio alrededor relucía suavemente en una multitud de colores, dotado de un campo matemático abstracto, una regla para tomar un vector en cualquier punto y calcular un número a partir de él, generado por los miles de millones de pulsos que recorrían los caminos de la red. La curva que envolvia la red rodeaba todos los caminos, y sumando los números que el campo producía a partir de las tangentes de la curva en toda su longitud, Yatima tenía la esperanza de medir propiedades más sutiles pero robustas sobre la forma en que la información fluía por la estructura.

Era un pequeño paso más hacia la meta de encontrar una invariante de la consciencia: una medida objetiva de exactamente qué permanecía constante entre estados mentales sucesivos, lo que permitía que una mente siempre en mutación se percibiese como una entidad única y cohesionada. La idea en si era muy antigua y evidente: los recuerdos a corto plazo debían tener sentido, acumulándose apaciblemente a partir de percepciones e ideas, para luego desaparecer o pasar al almacén a largo plazo. Pero formalizar ese criterio era difícil. Una secuencia aleatoria de estados mentales no produciría sensación de nada, pero tampoco un patrón muy ordenado y fuertemente correlacionado. La información debía fluir justo de la forma correcta, con cada entrada perceptiva y cada retroalimentación interna grabándose sutilmente en el estado anterior de la red.

Cuando Inoshiro llamó, Yatima sin vacilación le permitió pasar; había transcurrido demasiado tiempo desde su último encuentro. Pero le dejó perplejo el icono que apareció en el aire a su lado: la superficie peltre de Inoshiro estaba arrugada y marcada, descolorida por la corrosión y en algunos puntos incluso cayéndose; de no haber sido por su firma, il apenas habría sido reconocible para Yatima. La afectación le resultó cómica, pero no dijo nada; Inoshiro habitualmente percibía con la adecuada ironía las modas que seguía, pero en ocasiones resultaba ir dolorosamente en serio. Durante un gigatau, Yatima se había convertido en
persona non grata
después de burlarse de la práctica, una breve moda en toda la Coalición, de cargar con un retrato enmarcado del icono propio «envejeciendo» aceleradamente.

Inoshiro le dijo:

—¿Qué sabes de las estrellas de neutrones?

—No mucho, ¿Por qué?

—¿Estallidos de rayos gamma?

—Menos aún. ——Bajo toda la corrosión, Inoshiro parecía hablar en serio, asi que Yatima intentó recordar los detalles de su breve flirteo con la astrofísica—. Sé que se han detectado rayos gamma emitidos desde millones de galaxias normales... destellos ocasionales, en raras ocasiones dos veces desde el mismo lugar. Las estadísticas son más o menos de uno por galaxia por cada cien mil años... así que si no fueran lo suficientemente intensos para verse desde algunos miles de millones de años luz, probablemente no sabríamos de ellos. Creo que todavía no se ha encontrado un mecanismo concluyente, pero podría mirar en la biblioteca...

—No tiene sentido; todo está obsoleto. Fuera está pasando algo.

Yatima prestó atención a las noticias de los gleisner, sin creerlo del todo, mirando más allá de Inoshiro, al cielo vacío del panorama,
Océanos de quarks, chorros invisibles de mesones, estrellas de neutrones en caída...
Todo sonaba terriblemente antiguo y arcano, como un teorema elegante y excesivamente específico al final de un callejón sin salida.

Inoshiro dijo con amargura:

—A los gleisner les hizo falta una eternidad para convencerse de que el efecto era real. Nos quedan menos de veinticuatro horas para el impacto. Un grupo de Carter-Zimmerman intenta entrar en la red de comunicación carnosa, pero el cable está protegido por nanoware, se está defendiendo demasiado bien. También trabajan para modificar la huella del satélite y enviar zánganos directamente a los enclaves, pero hasta ahora...

Yatima le interrumpió.

—No lo entiendo. ¿Cómo podrían correr peligro los carnosos? Puede que no estén tan protegidos como nosotros, ¡pero disponen de toda una atmósfera sobre sus cabezas! ¿Qué porción de los rayos gamma llegará al suelo?

—Casi ninguna. Pero casi toda llegará hasta la estratosfera inferior. —Los especialistas atmosféricos de C-Z habían creado modelos detallados de los efectos; Inoshiro le ofreció una dirección y Yatima repasó el archivo por encima.

De inmediato quedaría destruida la capa de ozono de la mitad del planeta. El nitrógeno y el oxígeno de la estratosfera, ionizados por los rayos gamma, se combinarían para formar doscientas mil millones de toneladas de óxidos de nitrógeno, treinta mil veces la cantidad actual, El sudario de NO
x
no sólo reduciría en varios grados la temperatura superficial; dejaría abierta la ventana ultravioleta durante un siglo, catalizando la destrucción del ozono tan pronto como se volviese a formar. Con el tiempo, las moléculas de óxido de nitrógeno pasarían a la atmósfera inferior, donde algunas se dividirían en sus constituyentes inocuos. El resto —algunos miles de millones de toneladas— caería en forma de lluvia ácida.

Inoshiro continuó con seriedad:

—Esas predicciones dan por supuesto cierta energía total para el estallido de rayos gammas, pero podría ser una suposición tan errónea como todo lo demás que la gente creía saber sobre Lacerta G-1. En el mejor de los casos, los carnosos tendrán que rediseñar todo su suministro alimenticio. En el peor, la biosfera quedaría dañada hasta el punto de no poder mantenerlos con vida.

—Eso es horrible. —Pero Yatima sintió que se refugiaba en una especie de resignación cansada. Era casi seguro que algunos carnosos morirían... pero siempre morían carnosos. Habían tenido siglos para unirse a las polis de haber querido dejar atrás la precaria hospitalidad del mundo físico. Echó un vistazo a su glorioso experimento; Inoshiro no le había dado todavía la oportunidad de mencionarlo.

—Debemos alertarles. Debemos volver.

—¿Volver? —Yatima miró a il, confundido.

—Tú y yo. Debemos regresar a Atlanta.

Apareció una imagen tentativa: dos carnosos, uno de ellos sentado. ¿
Hombre y mujer
? Yatima tenía la sensación de haberlos visto hacía tiempo en alguna obra de Inoshiro. ¿
Debemos regresar a Atlanta
? ¿Era una frase de la misma obra? Después de un tiempo, los eslóganes de Inoshiro acababan sonando todos iguales: «Todos debemos cuidar de nuestros jardines», «Debemos regresar a Atlanta»...

Conscientemente, Yatima invocó una recuperación total del contexto del fragmento. Al envejecer, había optado por la memoria en capas —en lugar de la degradación o el borrado— para evitar que sus ideas quedasen anegadas por un exceso paralizante de recuerdos,
¡Habían usado como transporte dos gleisners abandonados!
Sólo ellos dos, cuando Yatima apenas tenía medio gigatau de edad. Habían estado fuera durante unos ochenta megataus... que a esa edad debió ser como una eternidad, aunque resultó que ni siquiera los padres de Inoshiro se habían mostrado incomodados por esa aventura juvenil.
La selva. La ciudad rodeada de campos. Habían temido tas arenas movedizas... pero habían encontrado a un guía
.

Durante un momento, Yatima sintió demasiada vergüenza para hablar. Luego dijo sin sentir nada:

—Los había enterrado. A Orlando, Liana... a todos los enlazadores. Los había enterrado a todos.

Con el paso del tiempo, había permitido que toda esa experiencia se hundiese de una capa a otra para dejar espacio a preocupaciones más actuales... hasta que llegó el momento en que no podía penetrar en sus pensamientos por pura casualidad, interaccionar con otros recuerdos, modificar sus actitudes o estado de ánimo. Hasta que los carnosos no volvieron a ser sino carnoso: anónimos y remotos, exóticos y prescindibles. El apocalipsis podría haber llegado y pasado e il no habría hecho nada.

Inoshiro dijo:

—No queda mucho tiempo. ¿Estás conmigo o no?

5b

ATLANTA, TIERRA

24 046 380 407 629 TEC

5 de abril 2996, 21:20:04.783 TU

Los gleisners seguían exactamente donde los habían dejado veintiún años antes. Una vez despiertos, los dos hicieron que el zángano les pasase un conjunto e instrucciones para el nanoware de mantenimiento de los robots. Yatima observó nerviosamente cómo el fango programable que fluía por delgados tubos por todo el cuerpo iniciaba la reconstrucción de la punta del dedo índice derecho para crear algo alarmantemente similar a un arma de proyectiles.

Ésta era la parte fácil. Una vez que el sistema de inoculación estuvo completo, la pequeña subpoblación de ensambladores del nanoware de mantenimiento recibió instrucciones para iniciar la fabricación de nanoware Introdus. A Yatima le había preocupado que los ensambladores de los gleisners, que jamás habían sido diseñados para un trabajo tan exigente, pudiesen no ser capaces de ofrecer la tolerancia necesaria, pero el procedimiento de comprobación del sistema Introdus ofreció un informe favorable: menos de un átomo en diez a la veinte estaba incorrectamente enlazado.

Trabajando con materia prima en el gleisner, los ensambladores lograron construir trescientas noventa y seis dosis; si hacían falta más, era probable que los enlazadores pudiesen suministrar la materia prima necesaria. Por todo el planeta había portales bien equipados por donde cualquier carnoso que lo desease podía entrar en la Coalición, pero siempre se había considerado poco sensible políticamente situarlos demasiado cerca de los enclaves. El más cercano a Atlanta estaba situado a mil kilómetros.

Inoshiro empleó el nanoware de su gleisner para construir un par de zánganos de retransmisión que los mantuviese en contacto con Konishi; hasta ahora nadie había logrado convencer a los satélites para modificar sus huellas e incluir a los enclaves. Yatima observó cómo las relucientes máquinas con aspecto de insecto se formaban en quistes traslúcidos en el antebrazo de Inoshiro, para luego volar y desaparecer en la cubierta arbórea. Había basado el diseño en zánganos existentes, pero estas versiones pirata estaban totalmente desprovistas de instrucciones previas y obligaciones de tratados, y sin reparos engañarían a los satélites para aceptar una señal reenviada desde el interior de la región prohibida.

Cruzaron el límite. Para comprobar el enlace con la Coalición, Yatima miró un panorama C-Z basado en información de TERAGO. Dos esferas oscuras orladas por luz estelar bajo el de la distorsión gravitacional se movían a través de un tubo en espiral apenas esbozado, el preciso registro anterior de las órbitas transformándose en la incertidumbre de la extrapolación; se habían omitido por completo los hipotéticos chorros de mesones. Las estrellas de neutrones emitían etiquetas gestalt con sus parámetros orbitales actuales, mientras que puntos de la espiral, situados a intervalos regulares, ofrecían versiones pasadas y futuras.

Hasta ahora la órbita se había reducido «sólo» en un veinte por ciento —100.000 kilómetros— pero el proceso era extremadamente no lineal y la misma distancia se recorrería en aproximadamente diecisiete horas, luego cinco, luego una, luego menos de tres minutos. Eran predicciones sujetas a error y el momento concreto del estallido presentaba una incertidumbre de al menos una hora, pero la franja de escenarios con mayor probabilidad situaba a Lacerta sobre el horizonte de Atlanta. En todo un hemisferio, desde el Amazonas al Yangtsé, la capa de ozono desaparecería en un instante. En Atlanta, sucedería bajo el tórrido sol de la tarde.

El sistema de navegación de los gleisner todavía conservaba el camino por el que Orlando les había escoltado para salir del enclave. Recorrieron la maleza todo lo rápidamente que pudieron, con la esperanza de disparar alarmas y llamar la atención

Yatima oyó las ramas moverse, a la izquierda. Gritó con esperanza:

—¿Orlando? —Se detuvieron y prestaron atención, pero no hubo respuesta.

Inoshiro dijo:

—Probablemente no fuese más que un animal.

—Espera. Veo a alguien.

—¿Dónde?

Yatima señaló a una pequeña mano marrón que sostenía una rama, como a unos veinte metros... intentaba soltarla lentamente en lugar de dejar que se le escapase de golpe.

—Creo que es un niño.

Inoshiro habló alto pero tranquilamente, empleando Romano Moderno.

—¡Somos amigos! ¡Traemos noticias!

Yatima ajustó la curva de exposición del sistema visual del gleisner, optimizándola para las sombras tras la rama. Un único ojo oscuro les miraba a través de un espacio entre las hojas. Después de unos segundos, el rostro oculto se movió cautelosamente, escogiendo otro punto desde el que mirar; Yatima reconstruyó la mancha para formar una franja de piel uniendo dos ojos de lémur.

Pasó la imagen parcial a la biblioteca para luego informar a Inoshiro.

—Es un mono soñador.

—Dispárale.

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