Diáspora (17 page)

Read Diáspora Online

Authors: Greg Egan

BOOK: Diáspora
5.32Mb size Format: txt, pdf, ePub

Yatima se puso en pie. El niño de pronto se echó a llorar y a gritar. Il se sentó, se puso en pie, intentó coger al niño con su brazo, fracasó. El niño golpeó el sitio vacío con los puños. Yatima obedeció.

El niño se le subió al regazo. Yatima miró nerviosamente al panorama TERAGO. El niño estiró los brazos y agarró las cuerdas para luego echarse atrás un poco, Yatima imitó el movimiento y el asiento respondió. El niño se inclinó hacia delante. Yatima lo imitó.

Se columpiaron juntos, cada vez más alto, el niño gritaba de alegría, Yatima oscilando entre el terror y la alegría. Cayeron algunas gotas de agua y luego las nubes alrededor del sol se redujeron y acabaron desapareciendo.

La súbita claridad de la luz fue espeluznante. Mirando a toda la zona de juegos iluminada por el sol —usando un punto de vista que al fin se deslizaba suavemente a través de este mundo— Yatima sintió una súbita oleada de esperanza. Era como si la semilla mental Konishi todavía contuviese el conocimiento intuitivo de que, con el tiempo, incluso la tormenta más terrible acaba dispersándose, la noche más larga siempre acababa en el amanecer, el invierno más duro siempre quedaría mitigado por la primavera. Todos los rigores que la Tierra imponía sobre sus habitantes estaban limitados, eran cíclicos, eran superables. Toda criatura nacida de carne contenía los genes de un antepasado que había superado los castigos más duros que este mundo podía imponer.

Ya no. Ahora el que la luz del sol atravesase las nubes era una mentira. Todo instinto que proclamaba que el futuro no podía ser peor que el peor pasado estaba obsoleto. Y hacía tiempo que Yalima había comprendido que, fuera de las polis, el universo era caprichoso e injusto. Pero eso nunca antes le había importado. Nunca le había afectado.

No confiaba ser capaz de detener el columpio con seguridad, así que optó por la inmovilidad y permitir que el movimiento muriese por si mismo, haciendo caso omiso de las quejas del niño. Luego il lo llevó gritando hasta el edificio más cercano, donde alguien parecía saber a quién pertenecía y se lo llevó con furia.

Las nubes tormentosas se habían cerrado de nuevo. Yatima volvió al parque y se quedó inmóvil, observando el cielo, esperando conocer los nuevos límites de la oscuridad.

Las estrellas de neutrones ejecutaron su última órbita completa en menos de cinco minutos, a 100.000 kilómetros de distancia y cayendo en una espiral cada vez mayor. Yatima sabía que presenciaba los últimos momentos de un proceso que había llevado cinco mil millones de años, pero que a escala cósmica eran tan común y poco importante como la muerte de una efímera. Cinco veces al día los observatorios de rayos gamma recibían las firmas de acontecimientos similares en otras galaxias.

Aun así, la gran edad de Lac G-1 indicaba que las dos supernovas que habían dejado las estrellas de neutrones eran anteriores al Sistema Solar. Las supernovas enviaban ondas de choque recorriendo las nubes circundantes de gas y polvo, provocando la formación de estrellas. Asi que no era inconcebible que G-1a o G-1b hubiese creado el Sol, la Tierra y los planetas. Yatima deseó que se le hubiese ocurrido cuando Inoshiro hablaba con los estáticos; haber bautizado las estrellas de neutrones como «Brahma» y «Shiva» podría haber ofrecido las resonancias míticas adecuadas para poder penetrar el estupor mítico de los estáticos. Esa metáfora vacua podría haber salvado algunas vidas. Aparte de eso, ya fuese Lacerta la dadora de vida que estaba a punto de mostrar la mano que retira, o si se preparaba para descargar rayos gamma sobre los hijos accidentales de otra estrella muerta, de un modo u otro, las heridas serían igualmente dolorosas, y carecerían igualmente de sentido.

La señal de Bullialdus subió, alcanzó diez mil veces el nivel anterior y luego se precipitó. En el panorama orbital, los dos brazos de la espiral interna se retorcieron para producir un alineamiento radial perfecto, y los conos estrechos de incertidumbre proyectados desde cada brazo de la órbita se contrajeron y fusionaron formando un único túnel translúcido. Cada estrella de neutrones era un blanco microscópico para la otra, asi que no era inconcebible una sucesión de pasos cercanos ofreciendo cinco o diez minutos adicionales de alivio, pero el veredicto final era que todo movimiento lateral había desaparecido dentro de los límites mensurables. Las estrellas de neutrones se unirían a la primera.

Dentro de veintiún segundos.

Yatima oyó una voz aullando de angustia. Apartó la vista del panorama y recorrió el parque de juegos con la vista robótica, abrigando la convicción durante un momento de que el niño carnoso había escapado de sus padres y había vuelto, de que los grupos de búsqueda habían salido tras él bajo el cielo amenazador. Pero la voz eran lejana y apagada, y no había nadie a la vista.

Diez segundos.

Cinco.

Que todos los modelos se equivoquen: que el horizonte de sucesos se trague el estallido. Que los gleisners mientan, que hayan falseado los datos: que los carnosos más paranoicos tengan razón
.

Un resplandor, como una aurora, llenó el cielo, una compleja cortina reluciente de descargas rosadas y azules. Durante un momento Yatima se preguntó si las nubes habrían desaparecido, pero a medida que sus ojos se desaturaban y ajustaban su respuesta puedo ver que la luz las atravesaba. Las nubes formaban una tenue cubierta mugrienta, como manchurrones de suciedad en una ventana, mientras que patrones etéreos dibujados en blanco y verde luminosos bailaban tras ellas, delicados penachos y filigranas de gas ionizado siguiendo los flujos de corrientes de miles de millones de amperios.

El cielo se oscureció y luego se puso a parpadear, destellando como a un kilohercio, Yatima instintivamente recurrió a la biblioteca de la polis, pero la conexión se había cortado; la estratosfera ionizada era opaca a las ondas de radio, ¿
A qué se debe la oscilación
? ¿Había una capa de neutrones en el exterior del agujero negro, resonando como una campana mientras se deslizaban hacia el olvido, modificando de un lado a otro por efecto Doppler los últimos rayos gamma?

El parpadeo persistió durante demasiado tiempo como para que el estallido en sí fuese la causa. Si no eran los restos de Lac G-1 los que vibraban, ¿qué lo hacia? Los rayos gamma habían depositado toda su energía muy por encima del suelo, rompiendo moléculas de nitrógeno y oxígeno para formar un plasma supercaliente, y los electrones e iones positivos del plasma tenían miles de millones de terajulios de los que deshacerse antes de poder recombinarse. La mayor parte de esa energía pasaría a cambios químicos, y estaba claro que una parte llegaba al suelo en forma de luz, pero las potentes corrientes que recorrían el plasma también generarían ondas de radio de baja frecuencia, que rebotarían entre la Tierra y la estratosfera ahora ionizada. Ésa era la fuente del parpadeo. Yatima recordó un análisis de C— Z que indicaba que bajo ciertas condiciones esas ondas podrían provocar muchos daños, aunque cualquier efecto estaría muy localizado y sería insignificante comparado con los problemas de los ultravioleta y el enfriamiento global.

A medida que la luz auroral tras las nubes se desvanecía, una chispa blancoazulada recorrió el cielo, Yatima apenas la había registrado cuando una segunda descarga saltó entre la Tierra y las nubes. El trueno fue demasiado intenso para oírse; como mecanismo de autodefensa los sensores acústicos del gleisner se desactivaron.

De pronto el cielo se oscureció, como si el Sol oculto sufriese un eclipse; el plasma debía haberse enfriado lo suficiente para empezar a formar óxidos de nitrógeno. Yatima comprobó las etiquetas de su piel; la temperatura había descendido desde los cuarenta y uno a los treinta y nueve, y seguía bajando. Otro rayo, cerca, y con el resplandor il vio una capa de nubes oscuras que el viento movía sobre su cabeza.

En la hierba aparecieron ondulaciones, al principio simplemente aplastando las hojas, pero luego Yatima vio que entre ellas surgía el polvo. El aire llegaba en ráfaga potentes, y cuando aumentó la presión también aumentó la temperatura. Yatima alzó la mano al viento caliente e intentó sentirlo fluyendo entre los dedos, intentó entender cómo sería que te tocase esta extraña tormenta.

Un rayo golpeó un edificio al otro extremo del parque; explotó, haciendo llover carbones encendidos. Yatima vaciló, para luego moverse rápidamente hacia la cáscara reventada. Cerca ardían varias zonas de hierba. No podía ver a nadie moviéndose dentro, pero entre los destellos de los rayos era como una noche sin estrellas, y mientras los carbones y los fuegos de la hierba saltaban, hubo un momento en que todo pareció cubierto de una oscuridad total. Yatima amplió la visión gleisner hasta el infrarrojo; entre los restos había zonas de radiación termal corporal, pero las formas resultaban ambiguas.

En algún lugar la gente gritaba frenéticamente, pero no parecía provenir del edificio. El viento enmascaraba y distorsionaba los sonidos, confundiendo todas las indicaciones de distancia y dirección, y con las calles desiertas la sensación era la de encontrarse en un panorama con los sonidos de voces incorpóreas.

Al aproximarse al edifico, agitado por el viento, Yatima vio que estaba vacío; las regiones de temperatura corporal no eran más que madera chamuscada. Luego volvió a perder el oído y el interfaz perdió el equilibrio. Cayó al suelo de cara con una imagen persistente en las retinas: su sombra extendida sobre la hierba, negra y destacada sobre un mar de luz azul. Cuando logro ponerse en pie y se giró, había más edificios chamuscados y humeantes, paredes rotas, techos caídos. Regresó corriendo al parque.

Había gente saliendo a trompicones de las ruinas, herida y sangrando. Otros rebuscaban frenéticamente entre los restos. Yatima vio a un hombre medio enterrado en escombros, con los ojos abiertos pero inexpresivos, un trozo largo de madera negra tendido sobre su cuerpo de muslo a hombro. Se inclinó y agarró un extremo de la viga y logró levantarla y apartarla.

Al agacharse junto al hombre, alguien se puso a golpearle la parte posterior de la cabeza y los hombros. Se volvió para ver qué pasaba y el carnoso se puso a gritar incoherentemente y a golpearle la cara. Todavía a gachas, se apartó torpemente del hombre herido, mientras otra persona intentaba apartar a su asaltante. Yatima se puso en pie y retrocedió. El carnoso le gritó:

—¡Buitres! ¡Dejadnos en paz!

En medio de la confusión y la decepción, Yatima huyó.

A medida que la tormenta iba ganando en intensidad, las apresuradas modificaciones de los enlazadores iban desmoronándose; por las calles volaban las lonas revueltas y los techos de algunos pasos entre edificios se habían desprendido para caer al suelo. Yatima miró al cielo y cambió a ultravioleta. Sólo pudo distinguir el disco del Sol, penetrando fácilmente el NO
x
estratosférico en esas longitudes de onda, pero todavía oculto por la espesa capa de nubes.

Inoshiro había tenido razón, no había nada que pudiesen hacer; los enlazadores enterrarían a sus muertos, atenderían a los heridos y repararían la ciudad dañada. Incluso en un mundo donde la oscuridad al mediodía podía cegarles, ellos encontrarían la forma de sobrevivir. Il no tenía nada que ofrecerles.

El enlace con Konishi seguía caído, pero no estaba dispuesto a esperar más. Yatima permaneció inmóvil en medio de la calle, escuchando los gritos de dolor y pena, preparándose para la extinción. Olvidar todo esto no sería más que un dulce alivio; su yo de Konishi tendría libertad para recordar a los enlazadores en momento más felices.

A continuación el cielo rugió y los rayos descendieron como la lluvia.

La calle se convirtió en una secuencia de deslumbrantes imágenes en staccato, bañadas de azul y blanco, con sombras que cambiaban impulsivamente con cada nuevo arco desigual de luz. Los edificios fueron explotando uno tras otro, una cascada interminable de súbitos destellos color naranja y trozos del tamaño de puños de madera ardiente. Apareció gente, agachándose y gritando, a la que el miedo había obligado a abandonar sus refugios vulnerables. Yatima observó, impotente pero hipnotizado. El plasma moribundo de la estratosfera había encontrado la forma de alcanzar la Tierra, sus pulsos de frecuencias de radio bombeaban grandes cantidades de iones a la atmósfera inferior, provocando una enorme diferencia de potencial entre las nubes tormentosas y el suelo. Pero ahora el voltaje había atravesado el umbral de ruptura del aire lleno de polvo de abajo y todo el sistema sufría un cortocircuito rápido y violento. Y resulta que Atlanta estaba en medio.
Daño local, insignificante a escala global

Yatima se movió lentamente a través del resplandor actínico, medio esperando que un rayo le golpease y recibiera así la bendición de la amnesia, pero ahora incapaz por decisión propia de abandonar a los enlazadores. Expulsada de sus hogares, la gente se encogía ante el desastre; muchas personas quemadas, rotas, ensangrentadas. A su lado pasó una mujer con los brazos extendidos y mirando al cielo, gritando el desafio:

—¿Y qué? ¿
Y qué
?

Una niña, medio crecida, permanecía sentada en mitad de la calle, el lateral de su cara y un brazo expuesto de un rosa intenso, llorando fluido linfático. Yatima se le acercó. Se estremecía.

—Puedes dejar todo esto atrás. Ven a las polis. ¿Es lo que quieres?

Ella miró a Yatima, sin comprender. Le sangraba una de las orejas; era posible que el trueno la hubiese dejado sorda. Yatima examinó las instrucciones del nanoware de mantenimiento del gleisner y le hizo reconstruir el sistema de inoculación en su índice izquierdo. Luego ordenó a las dosis Introdus superviviente a que se desplazasen a ese lugar.

Yatima alzó el brazo y apuntó el sistema de inoculación a la niña, gritando:

—¿Introdus
? ¿Es lo que quieres?

Ella lanzó un grito y se cubrió la cara. ¿Significaba que no o se estaba preparando para la sacudida? Se echó a llorar, Yatima retrocedió, en la derrota. Podia salvar quince vidas, podía sacar a rastras a quince personas de este infierno sin sentido, pero ¿cómo podría tener la seguridad de que comprendían lo que se les ofrecia?

Francesca. Orlando. Liana.

La casa de Orlando y Liana no estaba lejos. Yatima se armó de valor y atravesó el caos, dejando atrás edificios destrozados y carnosos aterrorizados. La tormenta eléctrica empezaba a remitir —y los edificios a prueba de incendio sólo habían ardido tras recibir un impacto directo— pero la ciudad se había convertido en una escena de la era de la barbarie, cuando llovían bombas del cielo.

Other books

We Were the Mulvaneys by Joyce Carol Oates
Sealed with a Kill by Lawrence, Lucy
Playing for Julia by Carroll, Annie
The Paper Moon by Andrea Camilleri
Beyond Peace by Richard Nixon
Second Chance for Love by Leona Jackson
Wild Thing by L. J. Kendall
Twin Threat Christmas by Rachelle McCalla