Diáspora (25 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: Diáspora
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Asintió con seriedad y la volvió a besar.

—¿Qué se supone que debo decir? ¿Ahora para mí eres mil veces más preciosa?

—Sí.

—Ah, ¿pero qué hay de nuestra pareja en la Tierra? Quinientas veces se acercaría más a la verdad.

—Quinientas no tiene poesía.

—No seas tan derrotista. Reorganiza tus centros del lenguaje.

Ella le pasó las manos por los lados del torso y llegó hasta las caderas. Hicieron el amor con sus cuerpos casi tradicionales... y sus cerebros; a Paolo le divirtió hasta casi la distracción que su sistema límbico se disparase, pero recordó lo suficiente de la última vez como para esperar esa sensación y rendirse a ese extraño secuestrador. No era como hacer el amor de forma civilizada — para empezar, la tasa de intercambio de información entre los dos era minúscula— pero poseía la cualidad cercana e insistente de la mayoría de los placeres ancestrales.

Luego fueron hasta la superficie del estanque y se tendieron bajo el radiante cielo sin sol.

Paolo pensó:
He cruzado veintisiete años luz en un instante. Estoy en órbita alrededor del primer planeta que se sabe contiene vida alienígena. Y no he sacrificado nada... no he dejado atrás nada que realmente apreciase. Esto es demasiado bueno, demasiado bueno
. Sintió cierta pena por sus otras versiones —le resultaba difícil creer que les iria bien, sin Elena, sin Orfeo— pero no había nada que pudiese hacer al respecto. Aunque no habría tiempo para comunicarse con la Tierra antes de que más naves llegasen a su destino, había decidido antes de la clonación no permitir que el desarrollo de sus futuros múltiples pudiera ser alterado por un cambio de parecer. Estuviesen o no de acuerdo él y su yo de la Tierra, ninguno de los dos tenía poder para modificar el criterio de despertar. Ya había quedado atrás el yo capaz de escoger por los mil.

No importaba, decidió Paolo. Los otros encontrarían —o construirían— sus propias razones para ser felices. Y todavía quedaba la posibilidad de que uno de ellos oyese
cuatro toques
.

Elena dijo:

—Si hubieses dormido más, te habrías perdido la votación.

¿
La votación
? Los exploradores en órbita baja habían recogido todos los datos que habían podido sobre la biología de Orfeo. Para avanzar más, sería necesario enviar microsondas al propio océano... una ampliación del contacto que exigía la aprobación de dos tercios de la polis. No había ninguna razón para creer que la presencia de unos pocos millones de robots diminutos fuese a causar daños de consideración; en el agua no dejarían más que algunos kilojulios de calor. Aún asi, había aparecido una facción que proclamaba la cautela. Los ciudadanos de Carter-Zimmerman, argumentaban, podrían seguir observando desde la distancia durante toda una década, o un milenio, refinando las observaciones e hipótesis antes de entrometerse... y los que no estuviesen de acuerdo, siempre podian esperar o encontrar alguna otra actividad interesante.

Paolo exploró el conocimiento reciente de la biblioteca sobre las «alfombras», la única forma de vida detectada hasta ahora en Orfeo. Eran criaturas que flotaban libremente en las profundidades del océano ecuatorial. Aparentemente, si se acercaban demasiado a la superficie los ultravioletas las destruían, pero en su hábitat estaban lo suficientemente protegidas como para haber sobrevivido a Lacerta sin problemas. Alcanzaban tamaños de cientos de metros, luego se dividían en docenas de fragmentos, cada uno de los cuales seguía creciendo. Resultaba tentador dar por supuesto que eran colonias de organismos unicelulares, algo similar al kelp gigante, pero todavía no había ninguna prueba para apoyarlo. Las sondas de exploración ya tenían suficientes problemas para establecer la apariencia y comportamiento observando a través de un kilómetro de agua, incluso con los copiosos neutrinos de Vega iluminando el camino; la observación remota a escala microscópica y más aun el análisis bioquímico quedaban descartados. La espectroscopia mostraba que la superficie del agua estaba cuajada de interesante restos moleculares, pero intentar estimar su relación con cualquiera de las alfombras vivas era como intentar reconstruir la bioquímica carnosa estudiando sus cenizas.

Paolo se volvió hacia Elena.

—¿Qué opinas?

Gimió teatralmente; mientras él dormía debían haberlo estado discutiendo hasta el aburrimiento.

—Las mierosondas son inocuas, Podrían indicarnos de qué están hechas las alfombras sin retirar ni una sola molécula. ¿Qué riesgo hay? ¿
Shock
cultural?

Paolo le tiró agua a la cara, con afecto; ese impulso parecía ser parte del cuerpo anfibio.

—No puedes estar segura de que no sean inteligentes.

—¿Sabes lo que vivía en la Tierra doscientos millones de años después de su formación?

—Quizá alguna cianobacteria. Quizá nada. Pero no estamos en la Tierra.

—Cierto. Pero incluso teniendo en cuenta la improbable posibilidad de que las alfombras sean inteligentes, ¿crees que notarán la presencia de robots de una millonésima parte de su tamaño? Si son organismos unificados, no parecen reaccionar a nada que suceda en su entorno... no hay depredadores, no buscan comida, se limitan a flotar con las corriente... así que no hay ninguna razón para que posean órganos sensoriales elaborados y menos aún nada que funcione a escalas submilimétricas. Y si son colonias de organismos unicelulares, y uno de ellos resulta que choca con una microsonda y con sus receptores superficiales registra su presencia... ¿qué daño se podría ocasionar?

Paolo se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. Pero mi desconocimiento no es garantía de seguridad.

Elena le echó agua.

—La única forma de resolver tu
desconocimiento
es votar a favor de enviar microsondas. Estoy de acuerdo en que debemos ser cautelosos, pero no tiene sentido estar aquí si no descubrimos qué pasa ahora mismo en los océanos. No quiero esperar a que en este planeta evolucione algo con la inteligencia suficiente para radiar al espacio lecciones de bioquímica. Si no estamos dispuestos a aceptar algunos riesgos infinitesimales, Vega se convertirá en gigante roja antes de que descubramos nada.

Era un comentario retórico, pero Paolo intentó imaginar cómo sería presenciar ese suceso. Dentro de doscientos cincuenta millones de años ¿los ciudadanos de Carter-Zimmerman estarían discutiendo la ética de intervenir para rescatar a los orfeanos... o habrían perdido el interés y habrían partido a otra estrella, o se habrían modificado para convertirse en seres carente por completo de cualquier compasión nostálgica por la vida orgánica?

Visiones grandiosas para alguien con mil doscientos años. Un diminuto trocito de roca había destruido el clon Fomalhaut. En el sistema de Vega había muchísima más basura que en el espacio interestelar; incluso rodeada de defensas, con los datos copiados a todas las sondas de exploración, esta C-Z no era invulnerable por el simple hecho de haber llegado intacta. Elena tenía razón; debían de aprovechar la oportunidad... o bien podían retirarse a sus propios mundos herméticos y olvidar haber realizado este viaje.

—No podemos quedarnos aquí para siempre; la pandilla te espera.

—¿Dónde? —Paolo sintió la primera punzada de añoranza; en la Tierra, su círculo de amigos siempre se había reunido en una imagen en tiempo real del cráter Pinatubo, extraída directamente de los satélites de observación. Una grabación no sería lo mismo.

—Te lo mostraré.

Paolo tomó la mano de Elena y la siguió al saltar. El estanque, el cielo y el patio desaparecieron... y se encontró mirando una vez más Orfeo... el lado nocturno, pero para nada oscuro. Ahora su paleta mental lo codificaba todo, desde la estela pálida de la corriente de tierra de las ondas largas de radio hasta el rileante multicolor de los rayos gamma isotópicos y la radiación de frenado retrodispersada de los rayos cósmicos. Ahora era evidente a simple vista la mitad del conocimiento abstracto sobre el planeta que la biblioteca le había transmitido. El resplandor termal en suave descenso del océano indicaba instantáneamente
trescientos kelvin
... asi como retroiluminaba la delatora silueta infrarroja de la atmósfera.

Se encontraba de pie en un soporte largo y de aspecto metálico, un borde de una vasta esfera geodésica, abierta a la centelleante catedral del espacio, Alzó la vista y vio el brazo rico en estrellas y atestado de polvo de la Vía Láctea, rodeándole de cénit a nadir; consciente del resplandor de todas las nubes gaseosas, percibiendo todas las lineas de absorción y emisión, Paolo casi podía sentir el plano del disco galáctico cortándolo por la mitad. Algunas constelaciones se veían distorsionadas, pero la vista resultaba más familiar que extraña, y reconoció por el color la mayor parte de los antiguos hitos. Una vez que se orientó, la dirección seguida quedó clara por las pérdidas o ganancias de brillo de las estrellas cercanas. La una vez impresionante Sirio era ahora la que más se había atenuado, así que Paolo buscó en el cielo a su alrededor, A cinco grados —al sur, siguiendo la dirección provinciana de la Tierra— débil pero inconfundible: el Sol.

Elena estaba a su lado, superficialmente sin haber sufrido ningún cambio, aunque los dos habían renunciado a las limitaciones de la biología. Las convenciones de este panorama imitaban la física de un objeto macroscópico real en caída libre y en el vacío, pero no estaba diseñado para modelar ninguna forma de química, y menos aún la de carne y hueso. Ahora sus cuerpos eran simples y normales iconos de C-Z, sólidos y tangibles pero carentes de cualquier microestructura compleja... y sus mentes no estaban en el panorama en si, sino que se ejecutaban como Modelador puro en sus respectivos exoyós.

Paolo se alegraba de haber regresado a la normalidad. Regresar ceremonialmente de vez en cuando a la forma ancestral hacía feliz a su padre —y ser un carnoso era ante todo reafirmar esa forma, mientras durara— pero cada vez que salía de la experiencia se sentía como si hubiese roto unas cadenas de mil millones de años. Había polis en las que sus ciudadanos hubiesen considerado que su estructura actual era casi igual de arcaica, pero a Paolo le parecía un equilibrio adecuado; disfrutaba de la sensación de corporeidad que se obtenía al tener una superficie táctil y disponer de retroalimentación propioceptiva, pero sólo un fanático insistía en simular kilogramos de visceras inútiles, percibiendo todos los panoramas a través de órganos sensoriales limitados y sometiendo su mente a todos los caprichos de la neurobiologia carnosa.

Sus amigos se reunieron a su alrededor, presumiendo de la facilidad con que ejecutaban acrobacias en gravedad cero, saludando a Paolo y recriminándole no haber despertado antes; era el último de la pandilla en salir de hibernación.

—¿Te gusta nuestro humilde nuevo lugar de reunión? — Hermann flotaba junto al hombro de Paolo en forma de acumulación quimérica de miembros y órganos sensoriales, hablando a través del vacío empleando infrarrojos modulados—. Lo llamamos Satélite Pinatubo. Es desolado, lo sé... pero temíamos violar el espíritu de la cautela si nos atrevíamos a fingir que caminábamos sobre la superficie de Orfeo.

Paolo contempló mentalmente la visión ampliada que una sonda exploradora ofrecía de una típica zona de tierra seca, una extensión estéril de rocas rojas.

—Creo que lo de abajo es todavía más desolado. —Sintió la tentación de tocar el suelo, que su visión privada se volviese táctil, pero se resistió. Era de muy mala educación estar en otra parte en medio de una conversación.

—Pasa de Hermann. Quiere anegar Orfeo con nuestra maquinaria alienígena antes de que nos hagamos una idea de los efectos que pueda causar. —Liesl era una mariposa verde y turquesa, con una cara estilizada dibujada en oro sobre cada ala.

Paolo se sintió sorprendido; por lo que le había dicho Elena, había dado por supuesto que sus amigos debían haber alcanzado un consenso a favor de las microsondas y que sólo un dormilón, recién llegado al debate, se molestaría en discutirlo.

—¿Qué efectos? Las alfombras...

—¡Olvida las alfombras! Incluso si fuesen tan simples como parecen, no sabemos qué más hay ahí abajo. —Cuando Liesl agitaba las alas, los rostros gemelos parecían mirarse entre sí buscando apoyo—. Con sistemas de neutrinos, apenas logramos una resolución espacial de metros y una resolución temporal de segundos. No sabemos nada sobre formas de vida más pequeñas.

—Y nunca lo sabremos, si os salís con la vuestra. —Karpal, antiguo gleisner, siempre con forma de carnoso, había sido el amante de Liesl la última vez que Paolo había estado despierto.

—¡Sólo llevamos aquí una fracción de un año de Orfeo! — Hay todavía montones de datos que podríamos obtener sin intervenir y con un poco de paciencia. Podría haber embarrancamientos poco frecuentes de vida oceánica en playas...

Elena dijo secamente.

—Raros de verdad. Orfeo tiene mareas despreciables, olas muy planas, muy pocas tormentas. Y cualquier cosa en la playa quedaría frita por los ultravioletas antes de que nosotros descubriésemos nada más instructivo de lo que ya vemos en la superficie del agua.

—No necesariamente. Las alfombras parecen ser vulnerables, pero otras especies podrían estar mejor protegidas si viven más cerca de la superficie. Y Orfeo tiene seísmos; al menos deberíamos esperar a que un tsunami arroje algunos kilómetros cúbicos de océano contra la costa y ver qué aparece.

Paolo sonrió; eso no se le había ocurrido. Podría valer la pena esperar por un tsunami.

Liesl siguió hablando:

—¿Qué se puede perder si esperamos algunos cientos de años de Orfeo? Al menos, podríamos obtener datos fiables sobre los cambios climáticos estacionales... y podríamos buscar anomalías, tormentas y seísmos, con la esperanza de dar con algo revelador.

¿Algunos cientos de años de Orfeo? ¿Algunos
milenios terrestres
? La ambivalencia de Paolo se redujo. De haber querido habitar en tiempo geológico, habría emigrado a la polis Lokhandle, donde la Orden de Observadores Contemplativos se aceleraba lo suficiente como para presenciar en kilotaus la erosión de las montañas de la Tierra. Orfeo colgaba en el cielo, un rompecabezas hermoso esperando a ser resuelto, exigiendo ser comprendido.

Dijo:

—Pero ¿qué pasa si
no vemos
«nada revelador»? ¿Cuánto tiempo esperamos? No sabemos lo poco común que puede ser la vida... en el tiempo o en el espacio. Si este planeta es precioso, también lo es la época en la que se encuentra. No sabemos a qué velocidad evoluciona la biología de Orfeo; puede que aparezcan y desaparezcan especies mientras nosotros discutimos los riesgos de recoger datos. Las alfombras —o lo que pudiera haber además— podrían morir antes de que supiésemos nada sobre ellas. ¡Sería una pena!

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