Diáspora (27 page)

Read Diáspora Online

Authors: Greg Egan

BOOK: Diáspora
7.36Mb size Format: txt, pdf, ePub

Elena dijo:

—No dejo de intentar imaginarme cómo seria si otra C-Z diese con algo infinitamente mejor, alienígenas con agujeros de gusano cortos, por ejemplo, mientras nosotros estamos aqui estudiando almadías de algas. —Su icono era más estilizado de lo habitual; sin sexo, sin pelo y liso, el rostro inexpresivo y andrógino.

Paolo se encogió de hombros.

—Si pueden acortar agujeros de gusano, puede que nos visiten. O que compartan la tecnología, para que podamos unir toda la Diáspora. Pero sé a qué te refieres: la
primera vida alienígena
es probable que resulte tan sofisticada como un alga. Pero rompe el gafe. Algas cada veintisiete años luz. ¿Sistemas nerviosos cada cincuenta? ¿Inteligencia cada cien? —Calló al comprender de pronto lo que sentía Elena: decidir no despertar después de la primera vida empezaba a parecer una mala elección, una forma de malgastar las posibilidades de la Diáspora. Paolo le ofreció un injerto mental manifestando empatia y apoyo, pero lo rechazó.

Elena dijo:

—Ahora mismo quiero bordes definidos. Quiero enfrentarme a esto yo misma.

—Comprendo. —Él dejó que el modelo parcial de Elena creado cuando habían hecho el amor se fuese desvaneciendo de su mente, dejando el modelo normal de Elena lleno de suposiciones, muy similar a los que tenía de todos sus conocidos. Paolo se tomaba muy en serio las responsabilidades de la intimidad; su amante antes de Elena le había pedido que borrase todo lo que sabía de ella, y más o menos había cumplido... lo único que todavía recordaba era el hecho de que él había realizado la petición.

Hermann anunció.

—¡En el planeta!

Paolo observó una repetición de la vista de una sonda de exploración que mostraba las primeras cápsulas de entrada rompiéndose sobre el océano y liberando las microsondas. Las nanomáquinas transformaron los fuselajes de cerámica (y luego a ellas mismas) en dióxido de carbono y algunos minerales simples — nada que no estuviese presente en los micrometeoritos que llovían continuamente sobre Orfeo— antes de que los fragmentos pudiesen llegar al agua. Las microsondas no emitían nada; al terminar de recoger datos, flotarían hasta la superficie y modularían su reflectancia a los ultravioletas. Sería labor de las sondas exploratorias localizar esos destellos y leer los mensajes, antes de que se autodestruyesen tan totalmente como las cápsulas de entrada.

Hermann dijo:

—Esto exige una celebración. Me voy al Corazón. ¿Quién se viene?

Paolo miró a Elena. Él negó con la cabeza.

—Ve tú.

—¿Estás segura?

—¡Sí! Vete. —Su piel había adoptado un lustre espejado; su rostro inexpresivo reflejaba el planeta—. Estoy bien. Sólo quiero algo de tiempo para pensar a solas.

Hermann se enrolló alrededor de la estructura del satélite, elongando en el proceso su cuerpo pálido, ganando segmentos, ganando piernas.

—¡Vamos, vamos! ¿Karpal? ¿Liesl? ¡Vamos a celebrarlo!

Elena se había ido. Liesl emitió un sonido desdeñoso y se alejó agitando las alas, burlándose de la ausencia de aire del panorama. Paolo y Karpal observaron mientras Hermann se hacía cada vez más largo, cada vez más rápido... y luego en una confusión de velocidad y cambio se estiró para envolver toda la estructura geodésica. Paolo dio un salto, riendo; Karpal hizo lo mismo.

Luego Hermann se contrajo como una boa y destrozó todo el satélite.

Flotaron durante un rato, dos criaturas con forma de carnoso y una de gusano gigante, rodeados por una nube de fragmentos metálicos en rotación, una colección absurda de restos imaginarios, destellando bajo la luz de estrellas reales.

El Corazón siempre estaba atestado, pero era más grande de lo que Paolo lo hubiese visto nunca, a pesar de que Hermann se había contraído hasta recuperar su tamaño original para no montar ninguna escena. La enorme cámara muscular se arqueaba sobre ellos, latiendo húmedamente al ritmo de la música, mientras ellos buscaban el lugar perfecto para empaparse de la atmósfera.

Encontraron un buen sitio y fabricaron algo de mobiliario: una mesa y dos sillas —Hermann prefería quedarse de pie— y el suelo se expandió para hacer sitio. Paolo miró a su alrededor, saludando a gritos a la gente que reconocía de vista, pero sin molestarse en comprobar firmas. Lo más probable era que conociese a todos los presentes, pero no quería pasar los siguientes kilotaus intercambiando tonterías con personas a las que apenas trataba.

Hermann dijo:

—He estado comprobando el flujo de datos de nuestro modesto observatorio estelar... mi antídoto contra el parroquialismo vegano, Están pasando cosas raras alrededor de Sirio. Estamos viendo rayos X en el orden de megakelvins, ondas de gravedad... y algunos puntos calientes inesperados en Sirio B. —— Se volvió hacia Karpal y preguntó inocentemente—: ¿Que crees que traman esos robots? Hay rumores de que planean sacar la enana blanca de su órbita y emplearla como parte de una gigantesca nave espacial.

—Nunca presto atención a los rumores. —Karpal siempre se mostraba como una reproducción fiel de su viejo cuerpo gleisner. Abandonar a su gente y acudir a C-Z debió requerir un coraje considerable; jamás le aceptarían de vuelta.

Paolo dijo:

—¿Importa lo que hagan? ¿Dónde van? ¿Cómo llegan hasta allí? Hay espacio de sobra para todos. Incluso si siguiesen la Diáspora, incluso si llegasen a Vega, podríamos estudiar juntos a los orfeanos, ¿no?

El rostro caricaturesco de insecto de Hermann mostró alarma fingida, con los ojos separándose más y más cada vez.

—¡No si se trajesen una enana blanca! Lo próxima sería querer construir una esfera de Dyson. —Se volvió otra vez hacia Karpal—. ¿Todavía sientes la necesidad de hacer...
ingeniería astrofísica
?

—Ninguna que explotar algunas megatoneladas de materia asteroidal de Vega no haya podido satisfacer.

Paolo intentó cambiar de tema:

—¿Alguien ha tenido noticias recientes de la Tierra? Me empiezo a sentir desconectado. —Su propio mensaje más reciente era una década más antiguo que el retraso temporal.

Karpal dijo:

—No te pierdes mucho; sólo hablan de Orfeo: las nuevas observaciones lunares, las muestras de agua, Parece que les emociona más la simple posibilidad de vida que a nosotros la certidumbre. Y tienen muchas esperanzas.

Paolo rió:

—Así es. Mi yo de la Tierra parece contar con que la Diáspora encontrará una civilización avanzada con las respuestas a todos los problemas existenciales de la Coalición. No creo que el kelp nos ofrezca mucha guía cósmica.

—¿Sabes que después del lanzamiento mucha gente emigró de C-Z? Emigración y suicidios. —Hermann había dejado de agitarse y girar, quedándose casi inmóvil, una señal de seriedad poco habitual—. Creo que eso fue el detonante inicial del proyecto de astronomía. Y parece haber detenido el flujo, al menos a corto plazo. C-Z Tierra detectó agua antes que cualquier clon en la Diáspora...y cuando sepan que hemos encontrado vida se sentirán por ello más bien como colaboradores en el descubrimiento.

Paolo empezó a sentirse incómodo. ¿
Emigración y suicidio? ¿Era por eso que Orlando se mostraba tan sombrío
? Tras el desastre de la Fragua, y luego otros trescientos años de espera, ¿hasta dóndehabían subido las expectativas?

Un zumbido de emoción recorrió el suelo, un cambio súbito en el tono de la conversación. Hermann susurró, fingiendo reverencia: —La primera microsonda ha salido a la superficie. Y están llegando los datos.

El Corazón no consciente era bastante inteligente para adivinar los deseos de sus parroquianos. Aunque todos podían acceder en privado a la biblioteca para ver los resultados, la música se cortó y en lo alto de la cámara apareció una gigantesca imagen pública que resumía los datos. Paolo tuvo que inclinar del todo el cuello para poder verla. Una experiencia novedosa.

Las microsondas habían mapeado en alta resolución una de las alfombras. La imagen mostraba el esperado oblongo basto, de algunos cientos de metros de ancho... pero la gruesa losa de dos o tres metros de espesor de las tomografias de neutrinos ahora se manifestaba como una superficie delicada y enrevesada... delgada como una capa de piel, pero plegada en una compleja curva que llenaba el espacio. Paolo comprobó los datos completos: la topología era estrictamente plana, a pesar de su apariencia patológica. No había agujeros ni uniones.., sólo una superficie que serpenteaba tan caprichosamente que en la distancia parecía diez mil veces más gruesa de lo que era en realidad.

Un inserto mostraba la microestructura, en un punto que se iniciaba en el borde de la alfombra y luego —lentamente— se desplazaba hacia el centro, Paolo contempló el fluir de los diagramas moleculares durante varios taus antes de comprender lo que significaba.

La alfombra no era una colonia de organismos unicelulares. Tampoco era un organismo multicelular. Era una
única molécula
, un polímero bidimensional que pesaba veinticinco mil toneladas. Una gigantesca lámina de polisacáridos plegados, una red compleja de azúcares, pentosas y hexosas entrelazadas mediante cadenas laterales de alquilos y amidas. Un poco como la pared celular de una planta, sólo que este polímero era mucho más resistente que la celulosa y el área superficial era veinte órdenes de magnitud mayor. Karpal dijo:

—Espero que esas cápsulas de entrada fuesen perfectamente estériles. Las bacterias de la Tierra se darían un festín. Una enorme cena de carbohidratos flotante, sin defensas.

Hermann lo pensó:

—Quizá si tuvieran enzimas capaces de romper un trozo... cosa que dudo. Pero no llegaremos a saberlo: incluso si hubiese habido esporas bacterianas en el cinturón de asteroides, dejadas por alguna expedición carnosa, todas las naves de la Diáspora fueron examinadas
en ruta
en busca de cualquier posible contaminación. No hemos traído la viruela a las Américas.

Paolo seguía aturdido.

—¿Pero cómo se ensambla? ¿Cómo... crece? —Hermann consultó la biblioteca y respondió antes de que Paolo pudiese hacer lo mismo.

—El borde de la alfombra cataliza su propio crecimiento. El polímero es irregular, aperiódico... no hay ni un sólo componente que simplemente se repita. Pero parece que hay unas veinte mil unidades estructurales básicas, veinte mil bloques de construcción de polisacáridos diferentes. —Paolo los vio: largos manojos de cadenas entrelazadas que recorrían las doscientas mieras de espesor de la alfombra, cada uno con una sección más o menos cuadrada, unido en varios puntos a los cuatro haces vecinos—. Incluso a esta profundidad, el océano está repleto de radicales generados por los ultravioletas que llegan desde la superficie. Cualquier unidad estructural expuesta al agua convierte esos radicales en más polisacáridos... y construye otra unidad estructural.

Paolo consultó de nuevo la biblioteca, para ver una simulación del proceso. Los puntos catalíticos situados a lo largo de los laterales de las unidades retenían los radicales el tiempo suficiente para que se formasen nuevos enlaces. Algunos azúcares simples se incorporaban directamente al polímero a medida que se creaban; otros tenían libertad para vagar libres durante un microsegundo o dos, hasta que eran necesarios, A ese nivel, sólo se empleaban algunos trucos químicos básicos... pero la evolución molecular debía haber empezado con unos pocos pequeños fragmentos autocatalíticos que se habrían formado por azar, hasta llegar a este sistema complejo de veinte mil estructuras autorreplicativas. Si esas «unidades estructurales» hubiesen flotando libres en el océano, como moléculas independientes, «la vida» que formaban habría sido virtualmente invisible. Pero al unirse se convertían en veinte mil colores en un gigantesco mosaico.

Era asombroso. Paolo esperaba que Elena, allí donde estuviese, estuviese accediendo a la biblioteca. Una colonia de algas habría sido más «avanzada»... pero esta increíble criatura primordial revelaba infinitamente más sobre las posibilidades de la génesis de vida. Aquí los carbohidratos cumplían todos los papeles bioquímicos: portadores de información, enzimas, fuentes de energía, material estructural. Nada asi podría haber sobrevivido en la Tierra, una vez que aparecieron organismos capaces de comerlos... y si algún día aparecían orfeanos inteligentes, era muy poco probable que acabasen encontrado rastros de este estrambótico ancestro.

Karpal mostraba una sonrisa reservada.

Paolo dijo:

—¿Qué?

—Teselas de Wang. Las alfombras están hechas de teselas de Wang.

Hermann le volvió a ganar en el acceso a la biblioteca.


Wang
como en el matemático del siglo veinte Hao Wang.
Tesela
en el sentido de formas que pueden cubrir el plano. Las teselas de Wang son cuadrados con bordes de distintas formas, que deben ajustarse complementariamente con las formas de los cuadrados adyacentes. Puedes cubrir el plano con un conjunto de teselas de Wang siempre que en cada punto elijas la adecuada. O en el caso de la alfombra, hagas crecer la adecuada.

Karpal dijo:

—Deberíamos llamarlas Alfombras de Wang, en honor a Hao Wang. Después de dos mil trescientos años, sus matemáticas han cobrado vida.

A Paolo le gustó la idea, pero se mostró dubitativo.

—Podríamos tener problemas para obtener una mayoría de dos tercios para el nombre. Es un poco oscuro.

Hermann rió:

—¿Quién precisa de una mayoría de dos tercios? Si queremos llamarlas Alfombras de Wang, pues las llamamos Alfombras de Wang. En C-Z se usan ahora mismo noventa y siete idiomas... la mitad de ellos inventados desde la fundación de la polis. No creo que nos exilien por inventar un nombre privado.

Paolo estuvo de acuerdo y se sintió algo avergonzado. La verdad es que había olvidado por completo que Hermann y Karpal en realidad no hablaban en Romano Moderno.

Los tres dieron instrucciones a sus exoyós para considerar el nombre adoptado: a partir de ese momento, ellos oirían «alfombra» o «Alfombra de Wang»... pero si usaban el término con algún otro, se aplicaría la traducción inversa.

La celebración de Orlando de los descubrimientos de las microsondas fue más bien un asunto de refugiados del
carneval
. El panorama era un interminable jardín iluminado por el sol, con mesitas desperdigadas cubiertas de
comida
y la invitación había sugerido con cortesía que la asistencia se celebrase en estricta forma ancestral. Paolo cortésmente la fingió, simulando gran parte de la fisiología, pero controlando el cuerpo como una marioneta, dejando la mente sin encadenar.

Other books

The Judging Eye by R. Scott Bakker
The Windy Season by Carmody, Sam
La excursión a Tindari by Andrea Camilleri
The Lost Father by Mona Simpson
Unraveled by Courtney Milan