Dichos de Luder (2 page)

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Authors: Julio Ramón Ribeyro

Tags: #Aforismo, Humor, Miscelánea

BOOK: Dichos de Luder
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30

—Podemos ver el movimiento —dice Luder— pero no podemos imaginarlo. Nuestra representación del movimiento procede por el sistema de la sucesión de vistas fijas.

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—Soy como un jugador de tercera división —se queja Luder—. Mis mejores goles los metí en una cancha polvorienta de los suburbios, ante cuatro hinchas borrachos que no se acuerdan de nada.

32

—¡Cuánto lo siento! —se excusa Luder, cuando le piden su opinión sobre los trágicos griegos, Virgilio o
La Divina Comedia
—. Hasta ahora no he podido cumplir la cita que tengo en una isla desierta con los Grandes Autores de la Literatura Universal.

33

—Es un escritor tan anticuado —dice Luder— que cuando abres uno de sus libros todas sus letras salen volando, como una nube de polillas.

34

—Grandes artistas son los que dan origen a una escuela —dice Luder—. Pero prefiero a los que desalientan con su obra toda tentativa de imitación.

35

—Esas casas en las cuales cada cosa está en su lugar me ponen la carne de gallina —dice Luder—. Se diría que están deshabitadas o que sus habitantes pasan, superficialmente sobre todo. Cierto desorden es necesario para sentir la cálida palpitación de la vida.

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—Dile que no estoy —susurra Luder a su criada que le muestra una tarjeta de visita—. Es un semiólogo que anda en busca de una estructura.

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—Si me quejo a menudo de mis males no es para que me compadezcan —dice Luder— sino por el infinito amor que les tengo a mis semejantes. Me he dado cuenta que la gente duerme más tranquila arrullada por la música de una desgracia ajena.

38

—Estoy arruinado —le dice un amigo que acaba de perder su modesto trabajo de profesor de colegio.

—Exageras —lo consuela Luder—. Los pobres siempre han estado arruinados. Sólo los ricos tienen el privilegio de arruinarse. Aunque también es verdad que un rico arruinado será siempre menos pobre que un pobre rico.

39

Luder espera pacientemente que su amiga termine los reproches crueles y cáusticos que le hace por un asunto nimio.

—Las mujeres serían más bellas —suspira— si se dieran cuenta hasta que punto la maldad las afea.

40

—Déjenme tranquilo —dice Luder a sus amigos que lo sorprenden tendido de espaldas en la azotea mirando el cielo estrellado—. Éste es uno de los pocos recursos que me quedan para entrar en tratos con el infinito.

41

—Nunca has expuesto tu vida, tu libertad, tu seguridad, tu comodidad, por una causa —critican a Luder—. En una palabra, nunca te has comprometido.

—¿Cómo? ¿Les parece poco que haya comprometido así mi reputación?

42

—Lo maravilloso de este paisaje —dice Luder durante una excursión a los arenales de la costa— es que aquí no hay cabida para las expansiones sentimentales. Salicio y Nemoroso hubieran enmudecido en estos médanos y sus musas muerto de erisipela. ¡De cuántas malas églogas se hubiera librado nuestra literatura!

43

—¡Cómo me hubiera gustado conocer a Goethe, a Stendhal, a Hugo, a Joyce! —exclama un amigo entusiasta.

—¡Ah, no! —protesta Luder—. No los hubieras aguantado más de cinco minutos. Casi todos los grandes escritores son unos pesados. Sólo la muerte los vuelve frecuentables.

44

Encuentran a Luder abatido ante una revista abierta.

—¡Dicen aquí que mi estilo se acerca a la perfección!

—¿Y eso te molesta?

—¡Naturalmente! El gran arte consiste no el perfeccionamiento de un estilo sino en la irrupción de un nuevo estilo.

45

—Nunca alcanzarás a los ricos —le dice Luder a un amigo mundano y arribista—. Cuando te mandes hacer tus ternos en Londres, ellos ya se los hacen en Milán. Siempre te llevarán un sastre de ventaja.

46

Le preguntan a Luder por qué rompió con una amiga a la que adoraba.

—Porque no tenía ningún contacto con su pasado. Vivía constantemente proyectada en el tiempo por venir. Las personas incapaces de recordar son incapaces de amar.

47

—Quizás sólo en el instante de morir —dice Luder— recibamos la llave del cofre donde está guardado el libro que contiene el secreto de la verdad. Pero ya no podremos transmitir ni la llave, ni el libro, ni el secreto, ni la verdad.

48

—Lo mismo o algo parecido dice Montaigne en sus “Ensayos” —le reprocha alguien al escucharlo lanzar una sentencia moralizante.

—¿Y qué? —protesta Luder—. Eso sólo demuestra que los clásicos siguen plagiándonos desde la tumba.

49

—Empieza a sobrarme un poco de pasado —se queja Luder—. Ya no sé dónde meterlo ni qué hacer con él. Eso quiere decir que me estoy volviendo viejo.

50

Le muestran un artículo en el que se habla de todos los escritores de su generación menos de él.

—Me libré de la redada —dice Luder.

51

—Cuando me muera pueden pasar dos cosas —dice Luder—. Que desaparezca para siempre y no sepa nunca más de mí o que me encuentre conmigo mismo en un mundo exacto o parecido. Ambas posibilidades me dejan indiferente.

52

—No es que yo sea bondadoso —dice Luder—. Sucede simplemente que no soy malo. He escogido el cómodo camino de la virtud por omisión.

53

Luder regresa de su habitual paseo por el malecón.

—Estoy confundido —dice—. Cuando me aprestaba a gozar de una nueva puesta de sol, un vagabundo salta la baranda, camina hasta el borde del acantilado, se baja los pantalones y se caga mirando mi crepúsculo. Eso demuestra la relatividad de nuestras concepciones estéticas.

54

—Toda mi obra es un acto de acusación contra la vida —dice Luder—. No he hecho nada por mejorar la condición humana. Si mis libros perduran será debido a la perversidad de mis lectores.

55

—Ten más cuidado —suspira Luder cuando su amiga chilla al descubrir una mancha de vino en la alfombra—. No te das cuenta de la fragilidad de las cosas. Acabas de reducir a trizas con tus gritos este domingo cristalino.

56

—Vámonos ya —le dicen a Luder, que sigue refugiado en un portal, escrutando el cielo lluvioso, en medio del estampido de los truenos—. El temporal ya está pasando.

—Prefiero que pase. En toda tormenta hay un rayo reservado para cada uno de nosotros.

57

—Lo que diferencia a los escritores franceses de los norteamericanos —dice Luder— es que los primeros se limitan a cultivar un jardín, mientras los segundos se lanzan a roturar un bosque.

—¿Y tú?

—Ah, yo sólo riego una maceta.

58

—Todos conocen las palabras que arroban, las palabras que asustan, las palabras que hieren —dice Luder—. Sólo nos falta descubrir la palabra que mata.

59

—¿Qué opinas de la vanguardia? —le preguntan a Luder.

—¿La vanguardia? No tengo nada que ver con el arte de la guerra.

60

—La ventaja de ir perdiendo la vista —dice Luder— es que notamos menos la fealdad de la gente. Así, en cada mujer que cruzo en la calle me parece ver la sonrisa difusa de La Gioconda.

61

—Nada, absolutamente nada compensa el sacrificio de la vida de un adolescente —dice Luder—. Por eso aborrezco a esos profetas endemoniados que conducen a toda una generación de jóvenes al martirio. Para ellos, sólo para ellos, habría que rescatar los castigos crueles que inventaron los antiguos: ahorcarlos con sus propias barbas y entregar sus restos a la voracidad de los cuervos.

62

—¿No te preocupa escribir desde hace treinta años para haber alcanzado tan minúscula celebridad? —le preguntan a Luder.

—Por supuesto. Me gustaría escribir treinta años más para llegar a ser completamente desconocido.

63

—Dije una vez que nuestro cuerpo, nuestra vida, eran como una casa alquilada —recuerda Luder—. Peor todavía: somos carromato de saltimbanqui, un pobre caparazón ambulante que sólo sirve para trasladar unos cuantos cachivaches de una época a otra de la historia.

64

Un amigo irrumpe en su casa para anunciarle que ya se firmó el armisticio.

—¡Bah! —comenta Luder—. Ya te darás cuenta que la paz sólo consiste en cambiar la guerra de lugar.

65

—Leí en alguna parte esta frase —dice Luder—: “Nuestro primer deber es sobrevivir, ya luego nos ocuparemos de la victoria”. Pero también podría decirse “Nuestro primer deber es la victoria, qué importa si no sobrevivimos”. Todos los aforismos son reversibles.

66

—Las obras verdaderamente importantes —dice Luder— son aquellas en las que la significación no está soldada sino superpuesta a la materia. Entre ambas hay una luz que permite hacer girar periódicamente una sobre la otra.

67

Encuentran a Luder que deambula pensativo por una calleja perdida del Barrio Latino.

—¿Qué haces por aquí?

—Estaba caminando tras los pasos muertos de una antigua primavera feliz.

68

—Hoy he amanecido particularmente optimista —dice Luder—. Creo que voy a poder al fin dedicarme a la redacción de mi epitafio.

69

—Cuando alguien empieza por decirme “Te voy a ser franco…” los pelos se me ponen de punta —dice Luder—. Adivino que me va a tirar a la cara alguna verdad brutal. Con lo agradable que es vivir en un delicado engaño.

70

—Me he dado cuenta que cometo siempre los mismos errores —dice Luder—. Lo que es una gran comodidad: el discurso de arrepentimiento lo tengo ya preparado.

71

—La libertad, por desgracia, no se puede compartir —dice Luder—. Toda compañía, por agradable que sea, implica una cesión. Sólo pueden ser libres los solitarios.

72

—Hay que estar muy atentos —dice Luder—, hay que estar día y noche atentísimos para descubrir la ventana por la cual podemos despegar intrépidamente hacia lo desconocido.

73

Le preguntan por qué se emborracha esporádicamente en tabernas mal afamadas.

—Por precaución —dice Luder—. Sucede que a veces me despierto con la vaga satisfacción de estar llegando a ser una persona respetable.

74

—Al despertarte no tires nunca de la cola del sueño —dice Luder—. Es mejor dejar que el monstruo regrese a su madriguera.

75

—Me conmueve la desesperación de tantos jóvenes artistas por no perder el carro de la modernidad —dice Luder—. No se dan cuenta que ese carro conduce inexorablemente al Museo de las Antigüedades.

76

—Llega un momento en que las andanzas se convierten en remembranzas —dice Luder—. Entonces ya no vale la pena salir, pues no vemos nada ni aprendemos nada. La puerta de la calle nos conduce inexorablemente al pasado.

77

—La única manera de vivir muchos años es estando siempre un poco enfermo —dice Luder—. La muerte es un usurero que prefiere cargar primero con la buena moneda.

78

—Detesto dar consejos literarios —dice Luder—. Pero si algún joven insiste en pedírmelos le responderé como un guardia de tránsito: evitar los cruceros, tomar las avenidas.

79

—Hay un dios —dice Luder— pero precisamente porque es dios no tiene que hacerse visible ni dar pruebas de su existencia. En eso reside la esencia de su ser y el secreto de su poder.

80

—El peor de los lectores —dice Luder— es el intelectual zapatón que espera marxistamente sentado en el poyo de los libros la aparición de un mensaje.

81

—¡Cómo puedes aguantarlo! —critican a Luder porque visita a menudo en su buhardilla a un pintor viejo y paupérrimo.

—Es que me encanta su manera tan natural de invitarme a compartir su fracaso.

82

—Cuando Bonnard terminaba de pintar una tela —dice Luder— cortaba en sus cuatro costados todo lo que sobraba. Lo mismo deberían hacer los escritores con sus libros. Así no leeríamos sino la página del medio.

83

Luder pasa rápidamente delante de un mendigo que le extiende plañideramente la diestra.

—¡Puerco! —grita el pordiosero.

Luder se detiene y regresa sonriente con una moneda en la mano.

—Sólo esperaba que me llamaras por mi nombre.

84

—Nada me impresiona más que los hombres que lloran —dice Luder—. Nuestra cobardía nos ha hecho considerar el llanto como cosa de mujercitas. Cuando sólo lloran los valientes: por ejemplo, los héroes de Homero.

85

—Le falta una generación para ser realmente distinguida —dice Luder de una amiga de origen modesto que se ha pulido y encumbrado—. Si la observas bien, te das cuenta que debe estar extremadamente atenta pues, al menor descuido, le asoma el rabo de la vulgaridad.

86

—Hay tantas universidades ahora —dice Luder— que en ellas se distribuye más la ignorancia que el conocimiento. Los educadores olvidan que el saber es como la riqueza: mientras más se reparte, menos le toca a cada uno.

87

Luder lanza una mirada lenta, circular y fatigada a los miles de libros que contienen los estantes de su biblioteca.

—¡Cuánto ignoramos! —suspira.

88

—Lo que más me turba del universo —dice Luder— suponiendo que sea infinito, no es que carezca de centro sino que carezca de forma. Como la forma es un atributo esencial del ser, entonces el universo no sería.

89

—Ha publicado un nuevo libro de poemas —le dicen de un escritor premiado.

—Ya lo sé —responde Luder—. Ha añadido una pieza más a su prontuario.

90

—El verdadero amor, en la medida en que excluya toda reciprocidad y toda recompensa, sólo se da en la vía consanguínea —dice Luder—. Todo el resto es desvarío, ilusión o accidente.

91

Lo encuentran paseándose abstraído en torno a la mesa de su biblioteca.

—Me he dado cuenta —dice Luder— que nuestra vida sólo consiste en dar vueltas y vueltas alrededor de unos cuantos objetos.

92

—Es penoso irse del mundo si haber adquirido una sola certeza —dice Luder—. Todo mi esfuerzo se ha reducido a elaborar un inventario de enigmas.

93

—No hay que buscar la palabra más justa, ni la palabra más bella, ni la más rara —dice Luder—. Busca solamente tu propia palabra.

94

—Literatura es impostura —dice Luder—. Por algo riman.

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