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Authors: Jens Lapidus

Dinero fácil (49 page)

BOOK: Dinero fácil
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Falsa humildad. En realidad debería ser: Abdulkarim trabaja para mí.

Era agradable hablar en sueco. Charlaron. Nenad estaba en Londres sólo para una noche. Las negociaciones tenían que ir deprisa.

JW se reconoció en Nenad; un tío de Stureplan con el pedigrí equivocado.

Se sentaron en el vestíbulo del hotel. Nenad pidió coñac, el mejor XO.

Del techo colgaban grandes arañas de cristal. Bajo los sillones de piel de diseño clásico había auténticas alfombras orientales. Los ceniceros eran de plata.

Nenad hizo preguntas. JW completó lo que Abdulkarim no había comprendido o había malinterpretado. Nenad parecía haber pillado la mayor parte. Reconocía el potencial, conocía los riesgos y las posibilidades. Tras discutir una hora llegó al objetivo: en primer lugar querían un cargamento lo más grande posible, preferentemente con formato repollo.

JW estuvo de acuerdo.

Siguieron discutiendo. Los precios en Inglaterra, sobre todo los precios en Estocolmo. Métodos de almacenamiento, métodos de envío, mayores cuotas de mercado. Estrategias de venta, trucos de trapicheo, nuevas personas que reclutar. Formas de pago al cártel: Money Transfer, sistema SWIFT o contado.

JW había aprendido mucho en sus conversaciones con Jorge. Oyó cómo las palabras, puntos de vista y manera de pensar de Jorge salían por su boca.

A Nenad le gustaban la manera de hablar y las ideas de JW.

Cuando acabaron, encendió un puro.

—JW, repasa todo lo que hemos dicho una vez más. Esta tarde, a las siete, vamos a negociar con la otra parte. Quiero que estés a mi lado. Tienes que tener todos los cálculos claros.

JW se levantó y le dio las gracias a Nenad. Casi le hizo una reverencia.

—Nos vemos luego. Va a ser divertido.

JW se sentía como si flotara.

Se acordó del momento en el taxi ilegal de Abdulkarim en que se decidió por primera vez a ayudarle a vender farlopa. Ahora, siete meses más tarde, hablando de grandes negocios con Nenad en el Savoy.

JW estaba metido en el juego.

De verdad.

En breve iba a negociar un acuerdo del copón.

Capítulo 42

Dos cosas malas. Una, le habían humillado. Dos, le habían quitado su manera de ganarse el pan.

Tres cosas buenas. Aún estaba en la organización; no le habían tirado a la calle del todo. Le quedaba su ímpetu; posibilidades de salir adelante, quizá sin R. Y tres, aún estaba vivo.

Habían pasado dos días desde lo ocurrido en la torre de saltos de esquí de Fiskartorpet. Mrado recordaba las explicaciones de Radovan con detalle. Podía citar cada palabra/entonación/ gesto.

Rado se había encendido. Maníaco. Lleno de poder. Dispuesto a matar.

Pero no había pasado. Mrado se había marchado como tras una reunión normal con R. El final de la cena: habían hablado de asuntos normales, coches, sitios de marcha, blanqueo de dinero, ideas para hacer pasta.

Sin embargo le habían convertido en un don nadie.

Silencio en el Range Rover de vuelta a casa. Lo único en lo que pensaba Mrado: Jokso nunca habría manejado una situación de esa manera. No habría sido tan histérico. No habría largado a su mejor compañero.

Mrado continuó con su vida pese a la degradación. Iba al gimnasio. Iba a Pancrease. Luchaba con más frenesí que el que había empleado desde hacía mucho tiempo. Omar Elalbaoui, satisfecho.

—¡Buena energía en los golpes, Juggernaut! —gritó junto al
sparing
de Mrado en el cuadrilátero. Que Elalbaoui gritara en Pancrease era una excepción.

Se preguntó: ¿debería pasar de las órdenes de Rado y hacerse la ruta de los guardarropas por la noche? Antes siquiera de haber terminado de pensarlo se dio cuenta de qué impulso de mierda era. Idea kamikaze.

Pero, por otra parte, Radovan no era inmortal. Se creía que era Jokso pero, al igual que en el caso de Jokso, todo podría serle arrebatado fácilmente.

En la cabeza de Mrado: existía la posibilidad de romper el monopolio de Rado.

La idea necesitaba perfeccionarse.

Los pensamientos de Mrado fluían sin cuajar. Al mismo tiempo, lentamente, se estaba empezando a formar la idea: su fuerza residía en sus contactos, se tenía que poder derribar a Rado, engañar al cabrón traidor. Si había pensado redecorar la jerarquía yugoslava, existía la posibilidad de que también hubiera dado la patada a alguien más. Mrado tenía que averiguar a quién.

Indagó rumores. Hurgó en los cotilleos. Ratko sabía una parte. Bobban, una parte. Radovan estaba quitando de en medio a otros.

Mrado adivinó. Probablemente Goran no. Stefanovic no. ¿Podría ser su amigo Nenad?

Mrado inició los preparativos para lanzarse el día siguiente.

Pensaba jugar como en el póquer, aunque había ido de puta pena la última vez en el casino:
the big slick.
Binario, todo o nada. Mrado se había decidido. Apostaría todo;
all in.

Mrado, contra el hombre más poderoso de los bajos fondos de Estocolmo. Esto exigía planificación.

Mrado, contra el heredero del trono de Jokso.

Mrado, contra un idiota. Mrado ganaría la partida; sólo hacía falta el convencimiento de creer en ello.

Sacó su cuaderno, que había estado sin usar desde que buscó al fugitivo latino.

Pensó en todo lo que había hecho por Rado sólo para encontrar a ese panchito. Le había roto los dedos al primo del fugitivo. Había zurrado a su novia. Había esperado en su coche día y noche y había preguntado a los sin techo en el exterior del albergue. Había machacado al propio latino. ¿Y cómo se lo había agradecido? Mrado se había decidido; no podía terminar con una humillación.

Escribió en la parte superior de una hoja del cuaderno: asegurar mi vida.

Empezó a escribir una lista de acciones.

Cambiar de vivienda. Alternativas: vivir como huésped, realquilar un piso, comprar un chalé por medio de un testaferro, conseguir una caravana.

Miró lo que acababa de escribir: conseguir una caravana; no era probable. Sin embargo, lo dejó. Se trataba de una tormenta de ideas. Había que escribirlas todas.

Continuó:

Cambiar de coche.

Conseguir un perro: pitbull terrier, pastor alemán u otro perro de lucha.

Mantener siempre puesto el chaleco Kevlar.

Conseguir un revólver aún más ligero. Llevarlo siempre encima.

Conseguir una alarma mejor para el coche y para la posible vivienda.

Conseguir guardaespaldas. Posibles personas: Ratko, Bobban, Mahmud. ¿En quién se puede confiar?

Dejar de entrenar en Fitness Club.

Dejar de entrenar en Pancrease.

Dejar de ir a comer a Clara's y Bronco's.

Cambiar de móvil y de tarjeta.

Empezar a entrenar en otro gimnasio.

Cambiar de hábitos. Conducir por rutas diferentes para ir al mismo sitio. Cambiar el horario de los entrenamientos.

Conseguir que Lovisa se mudara, cambiara de colegio y conseguir dirección secreta.

Conseguir apartado de correos.

Escribir y recopilar pruebas sobre lo que sé de los negocios de Radovan y guardarlo a buen recaudo. Mi mejor seguro.

Volvió a mirar la lista.

Fiel a sus costumbres, subrayó una palabra: Lovisa.

Lo más importante. Lo más difícil.

Llamó a su madre, el objeto de su odio, Annika.

No hubo respuesta.

Grabó un mensaje en el contestador. Esperaba que le devolviera la llamada pese a todo el follón que había habido por el juicio.

Se decidió de nuevo; intentaría ir contra R. Pero tenía que tomárselo con calma. No tenía sentido precipitarse. Los preparativos eran fundamentales.

Dos días más tarde. La voz indolente de Nenad al teléfono:

—Mrado, ¿estás en un lugar seguro?

—Claro. ¿Qué tal? ¿Cuándo has vuelto de Londres?

Se despertó el interés de Mrado. El tono de Nenad indicaba algo.

—Volví hace unos días. Resultó fantástico. ¿Ha pasado algo por aquí? ¿Cómo está tu hija? ¿Tu línea es segura?

Nenad dejó caer la última pregunta como si hubiera preguntado por el último encuentro de K-I en la televisión, algo totalmente normal.

—¿En estos días? ¿Cuando tú y yo estamos señalados por los maderos de Nova?
Ich don't think so.

—¿No podríamos quedar en el exterior de Ringen dentro de veinte minutos? Es importante.

Tiempo gris en el exterior. La dureza del mes de marzo había ralentizado el tiempo. Y el centro comercial Ringen era tan gris como el tiempo. Enfrente de Ringen: la enorme entrada del hotel Clarion con focos de colores.

Eran las tres y cuarto de la tarde. Un domingo.

Nenad llegó con el cuello de piel del abrigo subido; visón contra su barba de tres días. Mrado vio en su mirada algo que nunca antes había visto en los ojos de Nenad. Mrado pensó: ¿Es pánico/miedo o sólo confusión? A Nenad le había pasado algo, era evidente.

Entraron en el Clarion.

Nenad habló con una chica guapa de la recepción. Claramente bien planificado; había reservado un minispá.

Subieron un piso. El olor a cloro se notaba ya desde el pasillo.

Se anunciaron en la recepción. Les dieron toallas con el monograma del Clarion en hilo dorado. Zapatillas de felpa. Un juego de botellas a cada uno: gel de ducha, champú, suavizante, leche hidratante. Albornoces de rizo.

La puerta de la piscina estaba empañada.

Fueron directamente a las duchas. Pasaron de la bañera.

Nenad había hecho una buena reserva, incluía una minisauna privada.

La minisauna tenía espacio para tres personas en el banco superior y tres en el inferior. Los clásicos paneles de madera cubrían paredes y techo. En uno de los lados una ventana redonda que daba al puente de Skanstull; ultraurbano. Molaba.

Se sentaron cada uno sobre su toalla.

Mrado estudió otra vez la cara de Nenad. Ese algo diferente en sus ojos seguía ahí y también parecía cansado. No era el ser habitual seguro de sí mismo. Algo iba mal.

—Mrado, ahora mismo eres el único en quien confío.

Mrado fue al grano:

—¿Qué ha pasado?

—Un follón de cojones.

—No me sorprende del todo. Todo tú irradias que hay follón. Déjame adivinar. ¿Movida con Rado?

—Bingo. Sospechaba que lo sabías. Me ha dado la patada. Degradado. Humillado.

—Cuenta. —Mrado, táctico: pensaba esperar para soltar su bomba.

—Volví de Londres anteayer. He cerrado un pedazo de trato. No te imaginas lo grande que es. ¿Qué sucede entonces? Rado me llama a casa a la una de la madrugada. Estoy enrollándome con una tía guapísima de Östermalm que me he traído a casa. Voy para allá. O sea, a su casa. Stefanovic me pasa a la biblioteca. Una verdadera audiencia clásica de Rado. Luego me da una larga charla sobre sus putas ideas, un montón de cháchara sobre el nuevo tipo de organización. Termina con que ordena que yo ya no voy a ser responsable del negocio de la farla y voy a ser degradado dentro del trabajo de las
call girls.
Que soy un puto don nadie. Que me puedo olvidar de mi papel en el grupo. Y, ¿sabes?, sólo me quedé sentado allí, tragando. Sentía la presión, si la hubiera montado eso podría haber sido el fin. Stefanovic estaba encima. Mierda. Ese es el agradecimiento. Ese cabrón. A mí que acababa de cerrar un asunto enorme en Londres. El más grande hasta ahora.

La reacción de Nenad, a diferencia de la de Mrado: más sana/más infantil/más iracunda. Mrado le envidió. Esa era la manera correcta de plantar cara a la mierda. Cabrearse.

—Nenad, a mí me pasó lo mismo el día anterior.

La boca de Nenad parecía un agujero negro, abierto en medio del calor de la sauna. Ambos sentían lo mismo. Pero sobretodo sentían alivio por no estar solos. Alguien con quien compartir la mierda. Alguien con quien planear el contraataque.

Charlaron durante dos horas. Dentro y fuera de la sauna. Sentados en sillas reclinables de madera en la antesala de la sauna. En las duchas. En la piscina. Vertieron cazos de agua en la estufa. Dejaron que subiera el vapor. Respiraron por la boca. Discutieron. Analizaron. Explicaron.

¿Por qué les habían degradado? ¿Cómo era la situación ante las posibles reacciones? ¿Aceptar las circunstancias o devolver el golpe directamente?

Mrado contó con detalle cómo él mismo había intentado conseguir un trozo mayor del pastel de los guardarropas y el trabajo del reparto del mercado. Qué personas quizá pudieran ser de ayuda. Con quiénes había logrado una buena relación, Jonas Haakonsen de Bandidos, Magnus Linden de Hermandad Wolfpack y otros. Pero sobre todo le habló de la sensación de crisis de confianza entre él y R.

Nunca antes habían hablado tan abiertamente sobre la situación dentro de la organización. Y lo que daba fuerzas era que compartían muchísimos puntos de vista sobre Rado.

Cuando se separaron habían quedado fijados tres principios. Ahora estaban ellos solos. Iban a mantener la boca cerrada sobre esto. Y la única salida, la caída de Radovan o la de ellos.

La guerra podía empezar.

Capítulo 43

Estaba claro: a ella le había pasado algo. Jorge había llamado a la madame al menos quince veces al día en las últimas cuarenta y ocho horas. El resultado: había dejado de contestar en el móvil. Los tonos de llamada sonaban sin respuesta. Probablemente se había hecho con un nuevo número. Antes de eso le había dado la misma respuesta todas las veces: «Lo siento, no tengo ni idea de quién es Nadja». Seguro;
mentirosa
*.

En conjunto, el contexto claro: la desaparición de Nadja, el pánico en los ojos de la puta en su habitación, las mentiras de la madame.

La pregunta dura: ¿era culpa de él? La idea le corroía. La filosofía de base habitual de Jorge: nadie es responsable de otros. La vida es demasiado corta para sentarse a esperar a que llegue pasta. Coge lo tuyo y que los demás se apañen por su cuenta. Funcionaba con la venta de coca. Funcionaba con el negocio de los cigarrillos en Österåker. Funcionaba cuando había ventajas materiales directas para J-boy. Pero aquí había otra cosa que le impulsaba.

Jorge se veía a sí mismo como el antagonista de los yugoslavos. Y la guerra contra ellos implicaba peligros para otros. Eso ya lo sabía. Habían amenazado con hacer daño a Paola. Ahora había desaparecido Nadja. ¿Dónde estaba? ¿Qué sabía?

Cuando supiera lo que le había pasado, incluso eso tendría que resarcir Radovan. El proyecto R se volvía cada vez más importante.

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