Authors: Jens Lapidus
Era el turno de JW en la caja.
Fue hasta allí.
Se dio cuenta de que le sudaban las manos.
Intentó sonreír.
—¿Está Annika Westermark?
La cajera le devolvió la sonrisa:
—Por supuesto, ¿quieres que la llame?
Un fallo de cálculo por parte de JW. Había pensado que podría ir directamente al despacho de Annika Westermark para darle el dinero allí. Evitarse tener que sacarlo en la caja normal.
Annika Westermark apareció detrás del cristal vestida con un traje oscuro de cuidado estilo bancario, igual que la vez anterior que la vio y le contó lo de su actividad con los muebles.
JW se inclinó hacia delante.
—Hola, Annika. ¿Qué tal?
—Todo bien. ¿Cómo estás?
JW sacó el estilo de empresario:
—Pues de maravilla. Este mes nos ha ido muy bien, y eso es estupendo. Ha habido tres decoradores que han comprado una barbaridad de juegos de sofás. —Se rió.
Annika mostraba un interés educado.
JW ya le había explicado anteriormente que los pagos estaban relacionados con los costes de marketing en Inglaterra. La había preparado; todo su negocio de muebles antiguos ingleses se basaba en las compras adecuadas en Gran Bretaña, por lo que era preciso un marketing sólido. Ella pareció entenderlo.
Sacó el fajo, cincuenta mil en una funda de plástico, al mismo tiempo que sujetaba la factura falsa en la otra mano. Lo pasó bajo la ventanilla de la caja.
Annika sacó los billetes. Se mojó el dedo, una costumbre asquerosa, y los contó.
¿Era desconfiada?
Ella dijo: «Mmmm».
JW intentó charlar:
—No se siente uno muy cómodo cuando va por ahí con todos los ingresos del mes en el bolsillo.
Ella le pasó un papel.
—Aquí tienes tu recibo.
Todo estaba bien. Ella no se había extrañado, se había tragado su historia entera. Un ingreso en metálico de cincuenta mil: no tenía nada de especial. Lo que ella no sabía es que iba a ingresar otras cincuenta mil en el SEB, además de las cincuenta mil que había enviado por correo. Dentro de dos días su compañía de la isla sería ciento cincuenta mil coronas más rica.
Pensó: ¿Reaccionaría ella si el mes siguiente apareciera con un pago de doscientas cincuenta mil? El tiempo demostraría si funcionaba.
Dio las gracias y se marchó.
Norrmalmstorg, flanqueado de bufetes de abogados, parecía un estadio. Por fuerza todos tenían que ver cómo brillaba, el ganador que era.
Empezó a caminar hacia el SEB y se puso a Kent. La amarga seguridad de ser sueco: «Voy a robar un tesoro. El que se esconde al final del arco iris. Es mío, eres tú». Pensó en sus padres. ¿Cómo reaccionarían si se enteraran del asunto de Jan Brunéus? ¿Seguirían sin hacer nada? ¿Se hundirían en la autocompasión y la tristeza? Quizá hicieran frente al asunto. Hacer algo al respecto. La pelota verdaderamente estaba en su tejado, para presionar a la policía. Averiguar lo que había sucedido de verdad.
Subió por Nybrogatan. Habían abierto una tienda nueva donde antes estaba la peluquería. JW pensó: Ésta debe de ser la calle con más quiebras de la ciudad. Ningún negocio duraba más de un año.
Eran las horas centrales del día. Debería estudiar y quería quedar con Sophie más tarde esa noche no podía decidirse.
Pensó: En realidad soy un genio social. La versión sueca de
El talento de mister Ripley.
Encajaba con los chicos: se aprendió las maneras de la clase alta, interpretaba, se reía en el momento correcto, jugaba con su jerga. Pero también encajaba con Abdulkarim y el grupo de camellos, su jerga de Rinkeby, el romanticismo de la violencia, las matemáticas de la droga. Funcionaba con Fahdi, un gorila blandito y letal. Se llevaba bien con Petter y los otros camellos. Y con Jorge había una relación especial.
El otro día había resultado evidente. JW y Jorge estaban en casa de Fahdi con el orden normal. La mesa de la cocina rebosando de pesas, bolsas de cierre y papelinas. Pesaban, rebañaban las bolsas, mezclaban con fructosa, sencillamente, aumentaban los márgenes entre un diez y un veinte por ciento, al mismo tiempo que comentaban los éxitos de Jorge en el extrarradio y el viaje a Londres de JW.
Después de un rato Jorge dijo:
—Nunca me había salvado nadie. Habría muerto allí si tú no hubieras venido.
JW pensó: era verdad, si no hubiera recogido a Jorge en el bosque, apaleado, machacado, el chileno habría fallecido. No se reconocía a sí mismo, sentimental por haber hecho bien algo bueno.
JW sonrió:
—No pasa nada, todo lo hacemos siguiendo las órdenes de Abdul, ¿no?
—En serio,
hombre
*, me salvaste la vida. Eso no lo olvidaré jamás. —Jorge alzó los ojos. La mirada fija, seria, llena de significado. Dijo—: Haré lo que sea por ti, JW. Siempre. No lo olvides.
En ese momento JW no pensó mucho en ello. Pero ese día, de camino al banco en Nybrogatan, lo recordó. De alguna manera la sensación era buena, que una persona en el mundo hiciera cualquier cosa por él. Era una seguridad. Quizá hasta auténtica amistad.
Decidió comer antes de la visita al banco. Entró en el Café Cream de Nybrogatan y pidió una chapata con salami y brie y una Coca.
Se sentó solo en un taburete alto junto a la ventana y miró al exterior. El mundo de la
high society
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era pequeño. Reconoció a más de un tercio de las pibas de Östermalm de entre diecinueve y veinticuatro años que pasaron por delante. Lo mismo en cuanto a los pijos en torno a los veinticinco; hombres con traje con los que normalmente se encontraba en Kharma o en Laroy, pero allí en vaqueros, con camisa con el cuello desabrochado, chaqueta y mono de coca en la mirada. Lo único que era igual: el pelo engominado hacia atrás. Pensó: ¿en qué mundo había vivido Camilla? ¿En el Stureplan oscuro o en el luminoso?
Le trajeron el bocata. JW lo abrió y descubrió su mala suerte. Normalmente era omnívoro. Al dejar su casa aprendió rápido a que le gustara casi todo, aquello que muchos rechazaban: arenques, sushi, caviar, cebollitas en vinagre. Y ya quedaban sólo dos cosas que no soportaba: las alcaparras y el apio.
Dentro de la chapata: ensalada y alcaparras. En la ensalada: trozos de apio.
Mierda.
Dedicó diez minutos a quitar toda esa porquería.
Luego comió rápidamente mientras que jugaba una partida de ajedrez en el móvil.
Se bebió la Coca, dejó media chapata y se marchó.
Saludó a dos chicos con los que se cruzó. Eran colegas de algún garito.
Siguió por Nybrogatan hacia arriba. A la izquierda estaba el mercado; JW ahora compraba allí con mucha más frecuencia.
Las puertas giratorias de la entrada de la oficina del SEB no eran automáticas. Había que empujar.
Tan pronto como entró, JW tanteó en el portafolios el otro envoltorio de plástico, cincuenta mil más.
Cogió número. Estaba casi vacío, aunque en el local también había cajeros automáticos y máquinas de cambio de monedas.
Las pantallas de la Bolsa del techo se actualizaban. JW las observó.
Entonces le llegó el turno.
Miró a su alrededor, podría haber policías u otras personas sospechosas, pero todo parecía estar bien. La cajera tenía el pelo teñido de rojo de
Hanna.
JW preguntó por su persona de contacto, también allí era una mujer.
La cajera le informó de que no estaba, pero que podía hacer la gestión con ella. No era lo mejor pero valía.
—¿Qué tal? —dijo una voz detrás de él.
JW se giró. Vio a Nippe con una piba. Nippe miró el fajo de billetes que JW acababa de pasarle a la cajera.
Joder.
JW se controló. Se puso en plan tranquilo, impasible. En su cabeza: Joder, qué torpe soy, Nippe ha visto el fajo en manos de la cajera. ¿Qué le iba a hacer?
—Hola, Nippe. —Miró a la piba.
Nippe se la presentó:
—Es Emma.
JW dio un gran suspiro.
Nippe le miró inquisitivo.
—Emma sólo vive en la fantasía, pero es estupenda.
Ambos tenían cara de interrogación.
JW lo intentó otra vez:
—¿No os acordáis del arbusto trepador de Cache, el programa de televisión?
Canturreó y terminó de nuevo con otro suspiro profundo.
JW sonrió, se arrepintió de inmediato, se avergonzó; era tan ridículo...
Era un memo, un friki.
Nippe dijo:
—No he oído nunca esa canción. Pero, oye, ahora tengo que hacer una gestión. Cuídate. Nos vemos.
Nippe fue a la caja que le tocaba.
La cajera le dio a JW el recibo de su pago.
Se encaminó a la salida.
Nippe no le saludó cuando JW salió por las puertas giratorias.
¿Un nuevo distanciamiento?
De camino a casa se preguntó qué había resultado más penoso: que Nippe hubiera visto el fajo de dinero o su mierda de broma.
Nenad llamó desde un nuevo número de teléfono; aparentemente, incluso él había empezado a realizar cambios en su vida para mejorar la seguridad. Mrado y él hablaron de cosas intrascendentes, luego comentaron el asesinato del chulo y la madame. ¿Qué coño había pasado? Acribillados a balazos. No se sabía quién era el autor. Nenad, amedrentado. Antes de que Radovan le hubiera apartado, Zlatko y Jelena eran de sus mejores colaboradores. Las preguntas bullían entre Nenad y Mrado. ¿Había sido Radovan, que quería limpiar la dirección? ¿Un putero que no quería problemas matrimoniales? ¿Algún otro?
Las sospechas de Mrado: o bien un putero al que le había entrado el pánico o, en el peor de los casos, la competencia. También podían ser los rusos. Podrían ser los Ángeles del Infierno. En ese caso los disparos eran una evidente declaración de guerra.
El problema de Nenad: ¿qué representaba eso para él? Si no era obra de Radovan, ¿recaería la sospecha sobre él?
Aún más importante era que siguieran adelante con sus propios planes.
Nenad le explicó su idea: a Mrado le sonó a música folk serbia.
—Verás, tengo a un tío a mis órdenes, un árabe, Abdulkarim. En principio, él se encarga de todo el tema de la coca. Me informa con regularidad. Yo he negociado todos los negocios más grandes, he marcado las pautas y los he dirigido. Ahora mismo tenemos una idea de ampliación que hasta el momento ha sido un éxito. Vender en el extrarradio a precios reducidos. Los demás pueden seguir vendiendo un gramo por aquí y otro por allá en los sitios de moda de centro y en las fiestas de los ricos. A mil coronas el gramo. Pero nosotros..., nosotros vendemos veinte gramos aquí, veinte gramos allá. A setecientas el gramo. Volumen de venta. Lo petamos.
—Eso me lo contaste anteayer. ¿Qué pasa ahora?
—Una buena pregunta. ¿Cómo mantengo el control sobre Abdulkarim ahora que Radovan me ha degradado? Abdul es leal a Rado y me va a puentear. No va a aceptar mis órdenes. Va a seguir adelante como siempre, como si yo no existiera. Escucha, normalmente no controlo qué tíos emplea el árabe, pero Abdul envió a Londres a un tío especial, en realidad un verdadero pijo, para que me ayudara con las negociaciones. Un chaval estupendo. De mente rápida. Lleva apenas un año trabajando para Abdul Conoce el sector de la farla bastante bien. De confianza. Según el árabe, el tío es un quiero y no puedo. En realidad, es del campo y quiere prosperar. Tiene un hambre de la hostia. Trabajaba conduciendo un taxi ilegal para Abdul sólo para poder salir de fiesta con sus colegas y beberse el dinero extra en champán. Va de fiesta por Kharma, Köket y esos sitios. El chaval hace un doble juego. Según Abdul, sus colegas ni siquiera saben quién es en realidad. Todo eso parece un poco triste, pero es bueno para nosotros.
A veces Mrado se hartaba de Nenad. Tanto parloteo... Se sujetó el móvil entre la cabeza y el hombro. Se ató los zapatos. Se acordó de que le hacía falta un manos libres. No quería estar en casa cuando tenía esas conversaciones. Salió.
—Ve al grano, Nenad.
—Tranquilo. Se llama JW, sabe todo sobre el acuerdo que he cerrado en Londres. Calculó cada libra y cada corona. Revisó las rutas de envío, las personas que se pueden emplear, los camellos. Podemos utilizarle.
—Ahora empieza a ponerse interesante.
—Quiere lo mismo que todos los demás: pasta. Pero más. Según Abdulkarim, incluso se ha abierto cuentas en una isla del Canal. Imagínate, el tío se cree que va a ser multimillonario. Eso dice mucho de sus ambiciones.
—Estoy de acuerdo, el tío hará lo que sea por dinero.
—¡Bingo! Tú y yo nos mantenemos en un segundo plano. Continuamos con lo que hablamos en el Clarion. Jugamos con el cabrón de Rado. Fingimos dejarnos humillar. Abdulkarim puede encargarse de la coca. Creerse que yo estoy fuera del juego. Nosotros seguimos trabajando para Rado con la mierda que nos deje hacer. Tú estás desconectado de los guardarropas, yo estaré desconectado de la farla. Cuando llegue el cargamento: Rado ya habrá colocado a alguien para ser el jefe del árabe, probablemente a Goran. Pero eso da igual. La cuestión es que tenemos a nuestro hombre dentro, el pijo. Sólo tenemos que encargarnos de hacerle una oferta que no pueda resistir. Será nuestro hombre infiltrado en las líneas enemigas.
Mrado caminaba por Ringvägen. De repente adoraba a Nenad.
El chulo farlopero estaba en éxtasis.
—Cuando llegue el cargamento, y, créeme, es grande de cojones, más kilos de los que levantas tú en el gimnasio, el alijo más grande que nunca ha habido en Suecia, entonces nosotros estaremos ahí. Preparados para recuperar lo que nos pertenece. Preparados para vender.
A Mrado se le puso la piel de gallina.
—Eres fabuloso. ¿Cuándo quedamos para hablar? ¿Hoy?
—Claro, quedamos esta noche en Hirschenkeller. Tengo ganas de un buen filete y una cerveza grande.
Mrado se rió. Colgó. En la pantalla del móvil: diecisiete minutos de llamada. Su oreja: roja y caliente. ¿Demasiada radiación del móvil o excitación por el avance?
Mrado yendo a casa desde el gimnasio. Iba a recoger a Lovisa e irían al teatro infantil de la calle Atlasgatan en Vasastan. Se tomó una barra de Gainomax Recovery.
Mrado y Nenad: el nuevo tándem. El gordo y el flaco. Una combinación invencible. Habían estado en contacto a diario, la planificación había continuado. ¿Cómo iban a machacar a Rado? El padrino quiero y no puedo serbio.
El dolor de cabeza de Mrado: Lovisa tenía que cambiar de colegio. Annika no había entendido de qué hablaba Mrado. Pensaba que quería tocarle las narices, como siempre. ¿Cómo lo iba a hacer?