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Authors: Christopher Hitchens

Dios no es bueno (33 page)

BOOK: Dios no es bueno
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El clero se ha opuesto de raíz y en todos sus desarrollos a todos y cada uno de los pasos encaminados al esclarecimiento de esta discusión. La tentativa de educar siquiera a las personas en la posibilidad de ejercer la «planificación familiar» fue anatematizada desde el principio y sus primeros defensores y maestros fueron detenidos (como John Stuart Mill), encarcelados o desposeídos de su trabajo. Hace tan solo unos años, la madre Teresa denunció que la contracepción era el equivalente moral del aborto, lo cual «lógicamente» significaba (dado que ella consideraba que el aborto era un asesinato) que un condón o una píldora eran también armas homicidas. Ella era un poco más fanática todavía que su Iglesia, pero aquí podemos ver de nuevo que el enardecimiento y el dogmatismo son los enemigos morales de lo bueno. Nos exigen que creamos en lo imposible y practiquemos lo inviable. Quienes, además de a los nacidos, utilizan a los niños no nacidos como meros objetos de manipulación en su doctrina han echado por tierra todo el asunto de hacer extensible la protección a los no nacidos y la expresión de un sesgo favorable hacia la vida.

Por lo que se refiere a la práctica inmoral, es difícil imaginar nada más grotesco que la mutilación de los genitales infantiles. No es fácil imaginarse nada más incompatible con el argumento del diseño. Debemos suponer que un dios diseñador prestaría especial atención a los órganos reproductores de sus criaturas, que tan esenciales son para la continuidad de la especie. Pero desde el principio de los tiempos los rituales religiosos han insistido en arrancar a los niños de la cuna y aplicar piedras afiladas o cuchillos en sus partes pudendas. En algunas sociedades animistas y musulmanas son los bebés femeninos los que peor lo pasan con la escisión de los labios vaginales y el clítoris. Esta práctica se demora a veces hasta la adolescencia y, tal como hemos descrito antes, se acompaña con la infibulación o sutura de la vagina dejando únicamente una pequeña abertura que permita el paso de la sangre y la orina. El objetivo es evidente: aniquilar o aplacar el instinto sexual y eliminar la tentación de experimentar el sexo con algún hombre, excepto con aquel a quien la joven sea entregada (y que tendrá el privilegio de desgarrar esos hilos en la espantosa noche nupcial). Mientras tanto, a ella se le enseñará que la visita mensual de la sangre es una maldición (todas las religiones han manifestado pavor ante ella, y muchas continúan prohibiendo que las mujeres con la menstruación asistan a los servicios religiosos) y que ella es un receptáculo impuro.

En otras culturas, sobre todo en la «judeocristiana», en lo que se insiste es en la mutilación de los pequeños varones. (Por alguna razón, las niñas pueden ser judías sin padecer ninguna alteración genital: es inútil buscar coherencia en las alianzas que las personas creen haber establecido con dios.) Aquí los motivos originales parecen ser de dos índoles distintas. El derramamiento de sangre en el que se insiste en las ceremonias de circuncisión es muy probablemente un resto simbólico de los sacrificios animales y humanos que eran rasgo habitual del paisaje empapado en sangre del Antiguo Testamento. Al adherirse a esta práctica, los padres ofrecían el sacrificio de una parte de su hijo en representación de la totalidad de él. Las objeciones que aluden a que eso significa cierta injerencia en algo que dios debió de haber diseñado con atención (el pene humano) se vencieron mediante el dogma inventado de que Adán nació circunciso y a imagen y semejanza de dios. De hecho, algunos rabinos sostienen que Moisés también nació circunciso, aunque esta afirmación puede derivarse del hecho de que su circuncisión no se menciona en ningún lugar del Pentateuco.

La segunda finalidad formulada de manera muy ambigua por Maimónides era la misma que para las niñas: la máxima aniquilación posible de la vertiente placentera de la relación sexual. Aquí tenemos lo que el sabio nos dice en su
Guía de perplejos:

También creo que uno de los motivos de la circuncisión es minorar la cohabitación y mitigar el órgano, a fin de restringir su acción dejándolo en reposo lo más posible. Se ha pretendido que la circuncisión tenía como finalidad acabar lo que la naturaleza había dejado imperfecto. […] ¿Cómo las cosas de la Naturaleza podrían ser imperfectas al extremo de precisar un acabamiento de origen externo, tanto más cuando el prepucio tiene su utilidad para el miembro en cuestión? Pero tal precepto no tiene como objetivo remediar una imperfección física. El fin verdadero es el dolor corporal. […] Que la circuncisión atenúa la incontinencia y hasta disminuye la voluptuosidad es cosa que no admite duda, porque si desde el nacimiento se hace sangrar a ese miembro, quitándole la cobertura, quedará indudablemente debilitado.

Maimónides no parece excesivamente impresionado por la promesa (realizada a Abraham en Génesis 17) de que la circuncisión le llevará a tener una vasta progenie a la edad de noventa y nueve años. La decisión de Abraham de circuncidar a sus esclavos y a todos los varones de su casa fue un asunto colateral, o tal vez fruto del entusiasmo, puesto que esos no judíos no formaban parte de la alianza. Pero sí circuncidó a su hijo Ismael, que entonces tenía trece años. (Ismael solo tuvo que separarse de su prepucio; su hijo menor, Isaac, descrito curiosamente en Génesis 22 como el «único» hijo de Abraham, fue circuncidado cuando tenía ocho días, si bien posteriormente se ofreció en sacrificio la totalidad de su persona.)

Maimónides también sostenía que la circuncisión sería un instrumento para reforzar la solidaridad étnica e hizo particular énfasis en la necesidad de realizar la operación cuando los varones son bebés, mejor que cuando hayan alcanzado la madurez:

La primera [razón] es que si se dejara crecer al niño, se correría el riesgo de que no la practicara; la segunda [es que] no sufre tanto como sufriría un adulto, porque su miembro es tierno y él tiene todavía una imaginación débil, dado que una persona mayor se figura terrible y cruel, antes de que suceda, lo que su fantasia se forja anticipadamente; [la tercera es que] el padre no tiene todavía un gran amor al hijo en el momento de su nacimiento, porque la forma imaginativa que en él produce el amor del hijo no se ha consolidado todavía en él. […] Si, pues, se aplaza dos o tres años la circuncisión, ello tendría como consecuencia descuidarla en razón del afecto y cariño hacia el niño. Pero, a raíz de su nacimiento, esa forma imaginativa es muy tenue, sobre todo en el padre, a quien tal precepto se prescribe.
3

Dicho en términos corrientes: Maimónides es plenamente consciente de que, de no haber sido supuestamente ordenada por dios, esta espantosa práctica produciría un rechazo natural en beneficio del niño hasta en el padre más devoto (solo especifica el padre). Pero reprime este sentimiento en aras de la ley «divina».

En época más reciente se han aducido argumentos más pseudo-laicos en favor de la circuncisión masculina. Se ha afirmado que el resultado es más higiénico para los varones y, por tanto, más saludable para las mujeres, al ayudarles a evitar, por ejemplo, el cáncer cervical. La medicina ha desmontado estas afirmaciones o bien las ha expuesto como problemas que pueden ser fácilmente resueltos por un «aflojamiento» del prepucio. La excisión completa, originalmente ordenada por dios como el precio de sangre por la prometida masacre futura de los canaanitas, se expone ahora como lo que es —la mutilación de un niño indefenso con el fin de arruinar su futura vida sexual. La conexión entre barbarie religiosa y represión sexual no puede ser más evidente que cuando queda «marcada en la carne». ¿Quién puede contabilizar el número de vidas que se han hecho miserables de esta manera, especialmente desde que los médicos cristianos comenzaron a adoptar el antiguo folklore judío en sus hospitales? ¿Y quién puede soportar leer los libros de texto y las historias médicas que, sin inmutarse, registran el número de bebés varones que morían por infección, tras su octavo día, o que sufrían severas e insoportables disfunciones y desfiguramientos? El registro de sífilis y otras infecciones, provenientes de los podridos dientes rabínicos o de otras indiscreciones rabínicas. O del torpe corte de la uretra y a veces de una vena, es simplemente espantoso. ¡Y está permitido en el Nueva York de 2006! Si la religión y su arrogancia no estuvieran involucradas, ninguna sociedad sana permitiría esta primitiva amputación o dejaría que ningún tipo de cirujía fuera practicada en la zona genital sin un consentimiento completo e informado de la persona concernida.

La religión también tiene la culpa de las terribles consecuencias del tabú de la masturbación (que también proporcionó otra excusa para la circuncisión entre los victorianos). Durante décadas, millones de hombres jovenes y chicos fueron aterrorizados durante su adolescencia por consejos supuestamente «médicos» que les advertían acerca de ceguera, colapso nervioso y descenso a la locura si recurrían a la auto-gratificación. Severas admoniciones de los clérigos, repletas de tonterías acerca del semen como una irremplazable y finita fuente de de energía, dominaron la educación de generaciones. Robert Baden-Powell compuso todo un obsesivo tratado sobre el tema, que usaba para reforzar la cristianidad muscular de su movimiento Boy Scout. Hasta hoy, esta locura persiste en sitios web islamistas que pretenden ofrecer consuelo a los jovenes. Por supuesto, parece que los
mullahs
han estudiado los mismos desacreditados textos, de Samuel Tissot y otros, que solían ser esgrimidos por sus predecesores cristianos para lograr tan impresionante efecto. Se ofrecen las mismas extrañas y enfermizas desinformaciones, especialmente por parte de Abd al-Aziz bin Baz, el fallecido gran mufti de Arabia Saudí, cuyas advertencias contra el onanismo se repiten en muchos sitios musulmanes. El hábito afecta el sistema digestivo, advierte, daña la visión, inflama los testículos, erosiona la médula espinal («el lugar en el que se origina el esperma»!!), y conduce a temblores y convulsiones.Tampoco se libran las «glándulas cerebrales», con una concomitante declinación del coeficiente intelectual y eventualmente la locura. Finalmente, atormentando millones de jóvenes sanos con culpa y preocupación, el mufti les dice que su semen se volverá licuado e insípido, y les impedirá ser padres posteriormente. Los sitios Inter-Islam y Voz islámica reciclan esta cháchara, como si no hubiera ya suficiente represión e ignorancia entre los jóvenes varones en el mundo musulmán, que a menudo viven separados de toda compañía femenina, enseñados a despreciar a sus madres y hermanas y sujetos a repetitivas y anulantes recitaciones del Corán. Tras conocer algunos de los productos de este sistema «educativo», en Afganistán y otros sitios, solo puedo reiterar que su problema no es tanto lo mucho que desean vírgenes, como que ellos mismos son vírgenes: su crecimiento emocional y psíquico irremediablebmente interrumpido en nombre de dios, y la seguridad de muchos otros amenazados como consecuencia de esta alienación y deformación.

La inocencia sexual, que puede resultar encantadora en los jóvenes si no es innecesaramente prolongada en el tiempo, es positivamente corrosiva y repulsiva en el adulto maduro. Una vez más, ¿cómo alcanzar a estimar el daño hecho por sucios ancianos y solteronas histéricas, nombrados guardianes clericales para supervisar a los inocentes en orfanatos y escuelas? La Iglesia Católica Romana en particular esta siendo obligada a responder a esta pregunta de la manera más dolorosa posible, calculando el valor monetario del abuso de niños en términos de indemnizaciones. Ya se han concedido miles de millones de dólares, pero no se puede valorar económicamente a las generaciones de chicos y chicas a las que aquellos en quienes ellos mismos y sus padres confiaban introdujeron en el sexo de la forma más alarmante y desagradable. El «abuso de menores» es en realidad un necio y patético eufemismo para referirse a lo que ha estado sucediendo: estamos hablando de la violación y tortura sistemática de niños, asistidos e inducidos por una jerarquía que deliberadamente trasladó a los agresores más flagrantes a parroquias en las que pudieran sentirse más seguros. Dado lo que ha salido a la luz en época reciente en ciudades modernas, no podemos sino estremecernos al pensar lo que sucedería en los siglos en los que la Iglesia quedaba al margen de toda crítica. Pero ¿qué esperaba la gente que sucediera cuando los vulnerables estuvieran bajo el control de aquellos a los que, siendo ellos mismos unos inadaptados y unos invertidos, se exigía que se declararan hipócritamente célibes? ¿Y de aquellos a los que se enseñaba a afirmar en tono grave, como un artículo de fe, que los niños eran «diablillos» o «extremidades» de Satán? A veces, la frustración resultante se manifiesta a través de los horrendos excesos del castigo corporal, que ya es bastante malo en sí mismo. Pero cuando las inhibiciones artificiales se derrumban realmente, como hemos visto que sucede, se traducen en una conducta que ningún vulgar pecador por masturbación o fornicación podría contemplar siquiera sin espanto. Esto no es obra de unos cuantos delincuentes que hay entre los pastores, sino el fruto de una ideología que trataba de establecer el control clerical mediante el control del instinto sexual e incluso de los órganos sexuales. Al igual que el resto de la religión, pertenece a la atemorizada infancia de nuestra especie. La respuesta de Aliosha a la pregunta de Iván acerca de la tortura sagrada de un niño consistió en decir («en voz baja») «No, no me prestaría». Nuestra respuesta, desde la repugnante ofrenda original del indefenso niño Isaac en la pira hasta los abusos y represión actuales, debe ser la misma; pero no debemos pronunciarla tan bajo.

17. Adelantarse a una objeción: el «ataque» desesperado contra el laicismo

Si no puedo demostrar de forma concluyente que la utilidad de la religión pertenece al pasado, ni que sus libros fundacionales son fábulas obvias, ni que es una imposición fabricada por el ser humano, ni que ha sido enemiga de la ciencia y de la investigación, ni que ha subsistido en gran medida a base de mentiras y miedo, ni que ha sido cómplice de la ignorancia y la culpa, así como de la esclavitud, el genocidio, el racismo y la tiranía, casi con seguridad puedo afirmar que la religión es hoy día plenamente consciente de estas críticas. También es plenamente consciente de la evidencia más abundante que nunca en relación con los orígenes del cosmos y el origen de las especies, que la circunscriben a la marginalidad, cuando no a la irrelevancia. Al desarrollar la argumentación he tratado de ir abordando la mayoría de las objeciones basadas en la fe a medida que se plantean; pero queda un argumento que no podemos evitar.

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