16 de octubre.
El informe de Mina sigue siendo el mismo: choques de las olas y ruidos del agua, oscuridad y vientos favorables. Evidentemente, estamos a tiempo, y para cuando llegue el
Czarina Catherine
, estaremos preparados. Como debe pasar por el estrecho de los Dardanelos, estamos seguros de recibir entonces algún informe.
17 de octubre.
Todo está dispuesto ya, creo yo, para recibir al conde al regreso de su viaje. Godalming les dijo a los estibadores que creía que la caja contenía probablemente algo que le habían robado a un amigo suyo y obtuvo el consentimiento para abrirla, bajo su propia responsabilidad. El armador le dio un papel en el que indicaba al capitán que le diera todas las facilidades para hacer lo que quisiera a bordo del navío, y, asimismo, una autorización similar, destinada a su agente en Varna. Hemos visitado al agente, que se impresionó mucho por los modales de lord Godalming para con él, y estamos seguros de que todo lo que pueda hacer para satisfacer nuestros deseos, lo hará. Ya hemos resuelto lo que deberemos hacer, en el caso de que recibamos la caja abierta. Si el conde se encuentra en el interior, van Helsing y el doctor Seward deberán cortarle la cabeza inmediatamente y atravesarle el corazón con una estaca.
Morris, lord Godalming y yo debemos evitar las intromisiones, incluso en el caso de que sea preciso utilizar las armas, que tendremos preparadas. El profesor dice que si podemos tratar así el cuerpo del conde, se convertirá en polvo inmediatamente. En ese caso, no habrá pruebas contra nosotros, en el caso de que hubiera sospechas de asesinato. Pero, incluso si no sucediera así, deberemos salir bien o mal de nuestro acto y es posible que algún día, en lo futuro, estos escritos puedan servir para interponerse entre algunos de nosotros y la horca. En lo que a mí respecta, correré el riesgo sintiéndome muy agradecido, si fuera necesario. No pensamos dejar nada al azar para llevar a cabo nuestro intento. Hemos tomado disposiciones con varios funcionarios, para que se nos informe por medio de un mensajero especial en cuanto el
Czarina Catherine
sea avistado.
24 de octubre.
Llevamos toda una semana esperando. Lord Godalming recibe diariamente sus telegramas, pero siempre dicen lo mismo: «No ha sido señalado aún». La respuesta de Mina por las mañanas y las tardes, siempre en trance hipnótico, no ha cambiado: choque de olas, ruidos del agua y crujidos de los mástiles.
Rufus Smith, Lloyd’s, Londres, a lord Godalming, a cargo del H. Vicecónsul inglés en Varna.
«Czarina Catherine
señalado esta mañana en los Dardanelos».
25 de octubre.
¡Cómo echo en falta mi fonógrafo! Escribir un diario con pluma me resulta desesperante. Pero van Helsing dice que debo hacerlo. Estuvimos todos muy nerviosos ayer, cuando Godalming recibió su telegrama de
Lloyd’s
. Ahora comprendo perfectamente lo que los hombres sienten en las batallas, cuando se les da órdenes de entrar en acción. La única de nuestro grupo que no mostró ninguna señal de emoción fue la señora Harker. Después de todo, no es extraño que no se emocionara, ya que tuvimos especial cuidado en no dejar que ella supiera nada sobre ello y todos tratamos de no mostrarnos turbados en su presencia. En otros tiempos, estoy seguro de que lo hubiera notado inmediatamente, por mucho que hubiéramos tratado de ocultárselo, pero, en realidad, ha cambiado mucho durante las últimas tres semanas. La letargia se hace cada vez mayor en ella y está recuperando parte de sus colores. Van Helsing y yo no nos sentimos satisfechos. Hablamos frecuentemente de ella; sin embargo, no les hemos dicho ni una palabra a los demás. Eso destrozaría el corazón al pobre Harker, o por lo menos su sistema nervioso, si supiera que teníamos aunque solamente fueran sospechas al respecto. Van Helsing me dice que le examina los dientes muy cuidadosamente, mientras está en trance hipnótico, puesto que asegura que en tanto no comiencen a aguzarse, no existe ningún peligro activo de un cambio en ella. Si ese cambio se produce…, ¡lo hará en varias etapas…! Ambos sabemos cuáles serán necesariamente estas etapas, aunque no nos confiamos nuestros pensamientos el uno al otro. No debemos ninguno de nosotros retroceder ante la tarea… por muy tremenda que pueda parecernos. ¡La «eutanasia» es una palabra excelente y consoladora! Le estoy agradecido a quienquiera que sea el que la haya inventado.
Hay sólo unas veinticuatro horas de navegación a vela de los Dardanelos a este lugar, a la velocidad que el
Czarina Catherine
ha venido desde Londres. Por consiguiente, deberá llegar durante la mañana, pero como no es posible que llegue antes del mediodía, nos disponemos todos a retirarnos pronto a nuestras habitaciones.
Debemos levantarnos a la una, para estar preparados.
25 de octubre, al mediodía.
Todavía no hemos recibido noticias de la llegada del navío. El informe hipnótico de la señora Harker esta mañana fue el mismo de siempre; por consiguiente, es posible que recibamos las noticias al respecto en cualquier momento. Todos los hombres estamos febriles a causa de la excitación, excepto Harker, que está tranquilo; sus manos están frías como el hielo y, hace una hora, lo encontré humedeciendo el filo del gran cuchillo gurka que siempre lleva ahora consigo. ¡Será un mal momento para el conde si el filo de ese «kukri» llega a tocarle la garganta, empuñado por unas manos tan frías y firmes!
Van Helsing y yo estamos un tanto alarmados hoy respecto a la señora Harker. Cerca del mediodía se sumió en una especie de letargo que no nos agrada en absoluto, aunque mantuvimos el secreto, y no les dijimos nada a los demás, no nos sentimos contentos en absoluto de ello. Estuvo inquieta toda la mañana, de tal modo que, al principio, nos alegramos al saber que se había dormido. Sin embargo, cuando su esposo mencionó que estaba tan profundamente dormida que no había podido despertarla, fuimos a su habitación para verla nosotros mismos. Estaba respirando con naturalidad y tenía un aspecto tan agradable y lleno de paz, que estuvimos de acuerdo en que el sueño era mejor para ella que ninguna otra cosa. ¡Pobre mujer! Tiene tantas cosas que olvidar, que no es extraño que el sueño, si le permite el olvido, le haga mucho bien.
Más tarde
. Nuestra opinión estaba justificada, puesto que, después de un buen sueño de varias horas, despertó; parecía estar más brillante y mejor que lo que lo había estado durante varios días. Al ponerse el sol, dio el mismo informe que de costumbre.
Sea donde sea que se encuentre, en el Mar Negro, el conde se está apresurando en llegar a su punto de destino. ¡Confío en que será a su destrucción!
26 de octubre.
Otro día más, y no hay señales del
Czarina Catherine
. Ya debería haber llegado. Es evidente que todavía está navegando hacia alguna parte, ya que el informe hipnótico de la señora Harker, antes de la salida del sol, fue exactamente el mismo. Es posible que el navío permanezca a veces detenido, a causa de la niebla; varios de los vapores que llegaron en el curso de la última noche indicaron haber encontrado nubes de niebla tanto al norte como al sur del puerto. Debemos continuar nuestra vigilancia, ya que el barco puede sernos señalado ahora en cualquier momento.
27 de octubre, al mediodía.
Es muy extraño que no hayamos recibido todavía noticias del barco que estamos esperando. La señora Harker dio su informe anoche y esta mañana como siempre: «Choques de olas y ruidos del agua», aunque añadió que «las olas eran muy suaves». Los telegramas de Londres habían sido exactamente los mismos de siempre: «No hay más informes». Van Helsing está terriblemente ansioso y me dijo hace unos instantes que teme que el conde esté huyendo de nosotros. Añadió significativamente:
—No me gusta ese letargo de la señora Mina. Las almas y las memorias pueden hacer cosas muy extrañas durante los trances.
Me disponía a preguntarle algo más al respecto, pero Harker entró en ese momento y el profesor levantó una mano para advertirme de ello. Debemos intentar esta tarde, a la puesta del sol, hacerla hablar un poco más, cuando esté en su estado hipnótico.
Rufus Smith, Londres, a lord Godalming, a cargo del H. Vicecónsul inglés en Varna. «Señalan que
Czarina Catherine
entró en Galatz hoy a la una en punto».
28 de octubre.
Cuando llegó el telegrama anunciando la llegada del barco a Galatz, no creo que nos produjo a ninguno de nosotros el choque que era dado esperar en aquellas circunstancias. Es cierto que ninguno de nosotros sabíamos de dónde, cómo y cuándo surgiría la dificultad, pero creo que todos esperábamos que ocurriera algo extraño. El día en que debería haber llegado a Varna nos convencimos todos, individualmente, de que las cosas no iban a suceder como nos lo habíamos imaginado; solamente esperábamos saber dónde ocurriría el cambio. Sin embargo, de todos modos, resultó una sorpresa. Supongo que la naturaleza trabaja de acuerdo con bases tan llenas de esperanza, que creemos, en contra de nosotros mismos, que las cosas tienen que ser como deben ser, no como deberíamos saber que van a ser. El trascendentalismo es una guía para los ángeles, pero un fuego fatuo para los hombres. Van Helsing levantó la mano sobre su cabeza durante un momento, como discutiendo con el Todopoderoso, pero no dijo ni una sola palabra y, al cabo de unos segundos, se puso en pie con rostro duro. Lord Godalming se puso muy pálido y se sentó, respirando pesadamente. Yo mismo estaba absolutamente estupefacto y miraba asombrado a los demás. Quincey Morris se apretó el cinturón con un movimiento rápido que yo conocía perfectamente: en nuestros tiempos de aventuras, significaba «acción». La señora Harker se puso intensamente pálida, de tal modo que la cicatriz que tenía en la frente parecía estar ardiendo, pero juntó las manos piadosamente y levantó la mirada, orando. Harker sonrió, con la sonrisa oscura y amarga de quien ha perdido toda esperanza, pero al mismo tiempo, su acción desmintió esa impresión, ya que sus manos se dirigieron instintivamente a la empuñadura de su gran cuchillo
kukri
y permanecieron apoyadas en ella.
—¿Cuándo sale el próximo tren hacia Galatz? —nos preguntó van Helsing, dirigiéndose a todos en general.
—¡Mañana por la mañana, a las seis y media! —todos nos sobresaltamos, debido a que la respuesta la había dado la señora Harker.
—¿Cómo es posible que usted lo sepa? —dijo Art.
—Olvida usted…, o quizá no lo sabe, aunque lo saben muy bien mi esposo y el doctor van Helsing, que soy una maníaca de los trenes. En casa, en Exéter, siempre acostumbraba ajustar las tablas de horarios, para serle útil a mi esposo. Sabía que si algo nos obligaba a dirigirnos hacia el castillo de Drácula, deberíamos ir por Galatz o, por lo menos, por Bucarest; por consiguiente, me aprendí los horarios cuidadosamente. Por desgracia, no había muchos horarios que aprender, ya que el único tren sale mañana a la hora que les he dicho.
—¡Maravillosa mujer! —dijo el profesor.
—¿No podemos conseguir uno especial? —preguntó lord Godalming. Van Helsing movió la cabeza.
—Temo que no. Este país es muy diferente del suyo o el mío; incluso en el caso de que consiguiéramos un tren especial, no llegaríamos antes que el tren regular. Además, tenemos algo que preparar. Debemos reflexionar. Tenemos que organizarnos. Usted, amigo Arthur, vaya a la estación, adquiera los billetes y tome todas las disposiciones pertinentes para que podamos ponernos en camino mañana. Usted, amigo Jonathan, vaya a ver al agente del armador para que le dé órdenes para el agente en Galatz, con el fin de que podamos practicar un registro del barco tal como lo habíamos hecho aquí. Quincey Morris, vea usted al vicecónsul y obtenga su ayuda para entrar en relación con su colega en Galatz y que haga todo lo posible para allanarnos el camino, con el fin de que no tengamos que perder tiempo cuando estemos sobre el Danubio. John deberá permanecer con la señora Mina y conmigo y conversaremos. Así, si pasa el tiempo y ustedes se retrasan, no importará que llegue el momento de la puesta del sol, puesto que yo estaré aquí con la señora Mina, para que nos haga su informe.
—Y yo —dijo la señora Harker vivamente, con una expresión más parecida a la antigua, de sus días felices, que la que le habíamos visto desde hacía muchos días—, voy a tratar de serles útil de todas las formas posibles y debo pensar y escribir para ustedes, como lo hacía antes. Algo está cambiando en mí de una manera muy extraña, ¡y me siento más libre que lo que lo he estado durante los últimos tiempos!
Los tres más jóvenes parecieron sentirse más felices en el momento en que les pareció comprender el significado de sus palabras, pero van Helsing y yo nos miramos con gravedad y una gran preocupación. Sin embargo, no dijimos nada en ese momento. Cuando los tres hombres salieron, para ocuparse de los encargos que les habían sido confiados, van Helsing le pidió a la señora Harker que buscara las copias de los diarios y le llevara la parte del diario de Harker relativo al castillo. La dama se fue a buscar lo que le había pedido el profesor. Este, en cuanto la puerta se cerró tras ella, me dijo:
—¡Pensamos lo mismo! ¡Hable!
—Se ha producido un cambio. Es una esperanza que me pone enfermo, debido a que podemos sufrir una decepción.
—Exactamente. ¿Sabe usted por qué le pedí a ella que me fuera a buscar el manuscrito?
—¡No! —le dije—, a menos que fuera para tener oportunidad de hablar conmigo a solas.
—Tiene usted en parte razón, amigo mío, pero sólo en parte. Quiero decirle algo y, verdaderamente, amigo John, estoy corriendo un riesgo terrible, pero creo que es justo. En el momento en que la señora Mina dijo esas palabras que nos sorprendieron tanto a ambos. Tuve una inspiración. Durante el trance de hace tres días, el conde le envió su espíritu para leerle la mente; o es más probable que se la llevara para que lo viera a él en su caja de tierra del navío, en medio del mar; por eso se liberaba poco antes de la salida y de la puesta del sol. Así supo que estábamos aquí, puesto que ella tenía más que decir en su vida al aire libre, con ojos para ver y oídos para escuchar, que él, encerrado como está, en su féretro. Entonces, ahora debe estar haciendo un supremo esfuerzo para huir de nosotros. Actualmente no la necesita. «Está seguro, con el gran conocimiento que tiene, que ella acudirá a su llamada, pero eliminó su poder sobre ella, como puede hacerlo, para que ella no vaya a su encuentro. ¡Ah! Ahora tengo la esperanza de que nuestros cerebros de hombres, que han sido humanos durante tanto tiempo y que no han perdido la gracia de Dios, llegarán más lejos que su cerebro infantil que permaneció en su tumba durante varios siglos, que todavía no ha alcanzado nuestra estatura y que solamente hace trabajos egoístas y, por consiguiente, mediocres. Aquí llega la señora Mina. ¡No le diga usted una sola palabra sobre su trance! Ella no lo sabe, y sería tanto como abrumarla y desesperarla justamente cuando queremos toda su esperanza, todo su valor; cuando debemos utilizar el cerebro que tiene y que ha sido entrenado como el de un hombre, pero es el de una dulce mujer y ha recibido el poder que le dio el conde y que no puede retirar completamente…, aunque él no lo piensa así. ¡Oh, John, amigo mío, estamos entre escollos terribles! Tengo un temor mayor que en ninguna otra ocasión. Solamente podemos confiar en Dios. ¡Silencio! ¡Aquí llega!».