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Authors: Brian Keene

El alzamiento (18 page)

BOOK: El alzamiento
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Pateó una raíz que asomaba de la tierra.

—No sé si siguen vivas o no. Sospecho que no. No he vuelto a saber nada de ninguna desde que empezó todo esto. En fin, después de que las chicas nos hiciesen abuelos, Bernice me sorprendió con la noticia de que volvía a estar embarazada. Y te digo una cosa, reverendo, al principio me asusté. Acababa de cumplir cincuenta y no estaba como para criar a otro hijo. Pero, en secreto, siempre quise un niño. Me había hecho a la idea de que nunca tendría uno, así que cuando Jason vino al mundo, me puse más contento que un cerdo en su propia mierda. Adoro a mis hijas, pero ¿sabes a lo me refiero?

Martin asintió.

—Tu hijo es un buen chico.

—Sí señor, vaya si lo es. Y es todo lo que tengo. Por eso me compadezco de tu amigo, menuda jodienda. ¡De las gordas! Me hago a la idea de cómo lo tiene que estar pasando.

—Creo que cualquier padre podría —añadió Martin.

—Dime una cosa, reverendo. Entre tú y yo, ¿crees que hay alguna posibilidad de que el chico esté vivo?

Antes de que Martin pudiese contestar, las ramas que se extendían sobre su cabeza se movieron. De pronto, un enorme cuervo negro alzó el vuelo, rompiendo el silencio.

—Dios mío —dijo Martin mientras se sujetaba el pecho—. ¡Pensé que iba a darme un ataque al corazón!

Delmas se rió.

—¡Ya te dije que aquí los animales están vivos! Jason y yo somos los únicos cazadores; bueno, y el viejo John Joe, que vive ahí. —Señaló en dirección al maizal.

—Entiendo que es vuestro vecino.

—Es un chalado, eso es lo que es, pero no le culpo. A su mujer le pasó lo mismo que a Bernice, excepto que John Joe no la enterró como hicimos Jason y yo.

—¿No? Por favor, no me digas que... intentó comérsela...

—¿John Joe? ¡Joder, no! No está loco como esos caníbales con los que os encontrasteis antes. Simplemente no pudo aceptar el hecho de que ya no fuese su mujer.

—Entonces ¿qué hizo con ella?

—Bueno, pues la dejó en el gallinero, le ató las piernas con grilletes y cadenas y lo arregló todo para que quedase como una celda pequeña. Y le dio de comer.

—¿Le dio de comer?

—Sí. Pollo, vaca, un pez que pilló en el Greenbrier. Lo cocinó todo y se lo acercó con un palo que tenía un gancho en su extremo para quedar fuera de su alcance. Como no lo probaba, intentó darle verduras del jardín, pero ni por ésas. Así que dejó de cocinar y le dio de comer carne cruda. Eso sí se lo comió, pero John Joe sabía que aquello no era normal y me pidió que pasase a echar un vistazo. Creo que no está al corriente de lo que ha pasado en el mundo, no solía ver las noticias.

»Así que me pasé a ver. Era horrible. Cuando la vi, se había comido un tobillo para liberarse de los grilletes y estaba mordisqueando el otro. Se puso como una fiera y empezó a jurar. —Se sonrojó—. Bueno, basta con decir que nunca había oído a una señorita decir semejantes cosas, ni siquiera a las prostitutas orientales durante la guerra. Decía cosas terribles. Y no hablaba sólo en inglés; empezaba a gritar en inglés y luego metía en medio unas palabras que no había oído en mi vida. A saber lo que significaban... Pero te digo una cosa, sonaban fatal. Había algo maligno en aquellas palabras.

Martin toqueteó el fusil.

—¿Y qué fue de ella?

—Bueno, le dije a John Joe lo que teníamos que hacer, pero se negó. Supongo que ella acabó liberándose a fuerza de mutilarse porque una semana después vimos a John Joe caminando por el campo, tan muerto como ella. Tenía mordiscos por todas partes y la garganta arrancada. Jason acabó con él de un tiro.

Siguieron caminando colina abajo hasta llegar al arroyo. Delmas se detuvo y señaló al barro: un rastro de pisadas atravesaba la corriente y se dirigía hacia arriba.

—Son frescas —susurró—. ¡Acaban de pasar por aquí!

Martin echó un vistazo alrededor, pero no había ni rastro del ciervo.

—Vale, vamos a hacer lo siguiente —le dijo Delmas—. Voy a subir por esa pendiente y espantarlos en esta dirección. Tú escóndete detrás de ese árbol —dijo mientras apuntaba a un enorme y retorcido roble—. El que consiga la primera presa gana, el perdedor tendrá que prepararla.

—De acuerdo —respondió Martin. Dio gracias por no tener que subir colina arriba: el dolor que le provocaba la artritis estaba extendiéndose por su espalda y piernas.

—Espera a que me sirva un poquito.

Delmas se metió un poco de tabaco para mascar entre el labio y la encía y cerró la tapa de la lata. Después de devolverla al bolsillo de su chaqueta, se frotó las manos y cogió el fusil.

—Tengo la lata casi vacía. Tendré que dejarlo pronto, no creo que vaya a conseguir más.

Empezó a alejarse cuando, de pronto, oyeron una rama partirse al otro lado de la corriente.

Martin dio un respingo y retrocedió unos pasos. Se oyó el chasquido de otra rama seguido del murmullo de las hojas.

Delmas se dio cuenta inmediatamente y se paró en seco, conteniendo la respiración. Prefirió tragarse la saliva mezclada con tabaco antes que escupirla y revelar su presencia.

Una figura emergió de debajo del extenso follaje. Cuatro patas, un torso y una cabeza. ¡Y menuda cabeza! Aún cubierta por las ramas, Delmas distinguió la silueta de un ciervo, posiblemente de doce puntas o más.

«Joder», pensó. Le temblaban los dedos.

El ciervo agachó la cabeza, como si quisiese olfatear el terreno, y Delmas le apuntó con el fusil.

Entonces ocurrieron dos cosas a la vez.

Martin detectó un olor a carne podrida y el ciervo desapareció en el bosque en un santiamén, agitando las ramas a su paso. Sus cazadores llegaron a atisbar un destello blanco mientras corría.

—¡Es uno de cola blanca!

Relajando la seguridad, Delmas corrió tras él.

—¡Espera! —Gritó Martin—. ¡Creo que es un zombi!

El rugido del fusil de su compañero ahogó su advertencia.

Martin corrió tras él. Intentó gritar otra vez para avisarle, pero acabó tan cansado que sólo consiguió proferir un gemido. El ciervo seguía en pie. Delmas se colocó el 30.06 cuidadosamente en su hombro y volvió a apuntar.

El ciervo resopló y giró la cabeza hacia él. Seguía sin poder ver sus rasgos por culpa del follaje, pero estaba seguro de que estaba mirándolo de frente.

Apretó el gatillo. El fusil le golpeó entre la axila y el hombro. Le gustaba aquella sensación.

La bala atravesó el corazón del animal y el ciervo se desmoronó en las sombras que proyectaban los árboles.

El disparo resonó por todo el valle. Delmas sonrió, satisfecho: si lo trataban bien, el ciervo les proporcionaría sustento para meses.

Martin se apoyó en un árbol e intentó decir algo, pero no podía dejar de jadear.

Delmas corrió hacia su presa con entusiasmo. Pero en cuanto captó el olor, arrugó la nariz.

—Ay, mierda.

El ciervo estaba muerto antes del disparo.

El zombi se puso en pie y bajó la cornamenta. Del follaje surgieron otros tres ciervos, dos grandes machos y un gamo, avanzando amenazadoramente. El que había recibido el disparo emitió un sonido que Martin habría jurado que era una carcajada.

«Lo han planeado —pensó para sí—. ¡Dios mío, nos han tendido una trampa!»

* * *

Jim se despertó al oír los disparos en la lejanía. Bostezó, aún un poco mareado, y se tomó un momento para estudiar la habitación con más detenimiento. Era muy austera: sólo tenía una cama, una mesita de noche y un armario. Había un retrato de Jesús colgado de la pared y una fotografía de Jason sujetando, orgulloso, un sedal de pesca, al final del cual colgaba una trucha. Sobre el armario reposaba la foto enmarcada de una mujer bonita pero de expresión cansada. Supuso que sería la mujer de Clendenan.

Encima de la mesita de noche había una jarra de agua y un bote de aspirinas. Jim se tragó cuatro pastillas y dirigió su atención hacia la herida, tanteando la venda con los dedos. Escuchó el repiqueteo de las ollas procedente de la cocina. Se estiró, se levantó de la cama, se vistió y se dirigió a la ventana.

Las vistas eran idílicas, tranquilas. Un establo color rojo se inclinaba precariamente hacia la izquierda. Estaba rodeado por un corral, un granero y unas cuantas herramientas de madera. Un tractor John Deere que había visto mejores días descansaba inmóvil, con hierba creciendo en la parte superior de sus enormes ruedas. A la derecha había una parcela de jardín, ahora vacía y yerma. Cerca de éste, bajo un gran sauce, había una lápida improvisada en la que se podía leer:

BER NICE REGINA CLENDENAN

AMADA ESPOSA Y MADRE DESCANSE EN PAZ

La propiedad le recordó el lugar en que había crecido: las montañas Shennandoah, en Pocahontas County. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que pensó en sus padres y se sintió avergonzado de ello. No había vuelto a la casa que le vio crecer en años, desde que ambos murieron y el banco se quedó con la granja para cubrir sus impresionantes deudas. Jim siempre había lamentado que Danny no hubiese podido conocer a sus abuelos.

Pero a la vez agradecía que no hubiesen estado vivos para ver qué había sido del mundo. Ya había perdido a demasiada gente: Carrie, el bebé, amigos como Mike y Melissa. No habría querido sentir la angustia de perder a sus padres otra vez.

La puerta se abrió y Jason echó un vistazo al interior. Jim se preguntó por qué había pensado que aquel chico era mayor que Danny, ahora que podía ver claramente que tenían la misma edad. De hecho, el chico se parecía muchísimo a su hijo. ¿Por qué no se había dado cuenta antes?

—No quería molestar, señor Thurmond, pero pensé que a lo mejor tenía hambre.

—No me molestas —sonrió Jim—. Por favor, llámame Jim. Eres Jason, ¿verdad?

—Sí, señor, quiero decir, Jim.

—¿Han vuelto ya Martin y tu padre?

El chico negó con la cabeza.

—No, pero ya no deberían tardar mucho. Oí unos disparos hace tres minutos.

—Sí, me han despertado. ¿Qué habrán cazado?

—¡Oh, en el valle hay todo tipo de bichos! He cazado conejos, faisanes, marmotas, ardillas, ciervos y hasta un pavo o dos. Pero el año pasado no conseguí darle a un oso.

—Bueno, pues está bastante bien para un chavalín como tú —exclamó Jim—. Tu padre debe de estar muy orgulloso.

—No soy ningún chavalín —dijo el chico, sacando pecho—. En diciembre cumplo doce.

—¿Doce? —Jim lo estudió y lo vio claro. Jason no se parecía a Danny en lo más mínimo. ¿Qué le pasaba? ¿Estaba volviéndose loco?

Jason le preguntó algo mientras cavilaba y se quedó mirándolo, confundido.

—Lo siento —se disculpó Jim—. Todavía estoy un poco mareado. ¿Qué has dicho?

—Que hay sopa de tomate, si quiere. Le vendrá bien hasta que vuelvan de caza. También tenemos carne y patatas.

—Creo que me vendría muy bien un bol.

Siguió al chico a través del salón hasta la cocina. La presencia de Bernice era patente por toda la casa, pero allí era aún más evidente: desde los agarradores de cocina ricamente adornados hasta el color a juego de la tostadora, todo llevaba su característico toque femenino.

—Me imagino que echarás de menos a tu madre.

Jim se arrepintió de haberlo dicho en cuanto las palabras salieron de su boca, pero entonces ya era demasiado tarde.

—Sí —replicó Jason, con tono áspero.

Sacó un bol del armario y lo llenó de sopa, que borboteaba suavemente en una olla negra que reposaba sobre la estufa de leña.

—Cuando mamá murió, papá dijo que había que quemarla. Era como una cremación, así que, bueno, no me pareció mal. Pero papá no estaba seguro de que con eso bastase y antes de ponerse a ello me dijo que me metiese en casa. En vez de eso di un rodeo, me escondí detrás del granero y vi cómo lo hacía. Cogió el machete que utiliza para quitar las malas hierbas y... y le cortó la cabeza a mamá. Después la quemó.

Jim no sabía cómo responder, así que no dijo nada. Jason le tendió el bol y se sentó a la mesa, esperando pacientemente a que el chico continuase.

—Después de aquello me enfadé con papá, pero bueno, entiendo por qué lo hizo. Lloraba, así que le dolió a él tanto como a mí.

—Estoy seguro de que le resultó muy duro hacerlo —dijo Jim—. Pero creo que lo hizo porque te quiere y desea que estés a salvo.

—Sí, eso creo —sollozó Jason.

—Yo también tengo un hijo —dijo Jim entre sorbo y sorbo—. Se llama Danny. Es un poco más joven que tú, pero creo que os llevaríais bien. Vive en Nueva Jersey con su madre y su padrastro, y el reverendo Martin y yo vamos a buscarlo.

—¿Sabe que vas hacia allí?

Jim se lo planteó un momento.

—Sí, creo que sí. Sabe que no lo dejaría solo y abandonado. ¿No pensarías tú lo mismo de tu papá?

Jason se encogió de hombros.

—Supongo. Pero Nueva Jersey está muy lejos.

A Jim le rugió el estómago: la sopa le estaba reavivando el apetito.

—Para un padre es muy duro no poder estar todos los días con su hijo —le contestó a Jason—. Quería estar ahí, con mi hijo, pero no podía. No me estaba permitido. Mi ex mujer contrató a un abogado muy caro y yo no podía permitirme uno. Me habría gustado estar ahí cada vez que se caía de la bici y se raspaba la rodilla, o cada vez que le despertaba una pesadilla. Pero no fue así. Ahora lo importante es que Danny sabe que estaré ahí. Dentro de poco volveremos a estar juntos.

Jim se terminó la sopa y le dio las gracias a Jason. La conversación tomó otros derroteros y Jim le pidió que hablase de la granja. Por su parte, Jason quería saber más sobre lo que habían visto Martin y él durante su viaje, así que Jim se lo contó todo omitiendo los detalles más escabrosos. Jim descubrió que el chico no sabía nada del mundo más allá de lo que había visto en la televisión.

—¿Cuál es el lugar más lejano que has visitado?

—La casa de mi hermana, en Richmond. Mamá y papá iban a llevarme a los jardines Busch el verano que viene, pero supongo que ya no quedará gran cosa que ver.

Esbozó una sonrisa y Jim, sorprendido, rió con él.

—Eres un chaval muy valiente, ¿lo sabes, Jason?

—Sí, eso me dice papá.

Entonces oyeron los gritos en el exterior.

Capítulo 11

Baker sopesó sus opciones mientras conducía por la autopista.

Había un centro comercial en la siguiente salida, a unos pocos kilómetros, donde podían abastecerse de comida, ropa y armas. Sin embargo, después de pensarlo varias veces, descartó la idea. El centro comercial se encontraba en una zona residencial que seguramente acogería a mucha población. Cuanto más pudiesen alejarse de las ciudades, mejor.

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