El arca (48 page)

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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

BOOK: El arca
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Si los constructores fueron los responsables del pasadizo secreto, la clave para abrirlo sería sencilla porque los métodos de construcción e ingeniería de entonces eran muy rudimentarios. Por otro lado, el mecanismo no podía activarse accidentalmente, o cabía la posibilidad de que lo descubrieran con facilidad.

Dos piedras. Había un motivo para que fueran dos, y Tyler creyó saber cuál. Intentó situarse de forma que pudiera abrir ambas piedras al mismo tiempo, pero estaban tan separadas que no podía empujar con la fuerza necesaria.

—Grant, échame una mano. Cuando cuente tres, quiero que empujes con fuerza la octava piedra. Yo empujaré la quinta al mismo tiempo.

Su socio se situó en posición.

—¿Qué van a hacer? —quiso saber el sacerdote.

—Creo que vamos a mostrarle algo acerca de su monasterio, de cuya existencia ni siquiera usted estaba al corriente —contestó Tyler.

—Preparado —anunció Grant.

—Uno. Dos. Tres.

Empujaron con todas sus fuerzas. Al principio no sucedió nada. Entonces Tyler percibió un leve movimiento en la piedra.

—¿Lo has notado? —preguntó Grant.

—Sí. Creo que tenemos que aplicar la misma fuerza. Tú esta vez no empujes tan fuerte. Vamos, otra vez. Uno. Dos. Tres.

En esa ocasión, sintió de inmediato que la piedra se movía. Se deslizó lentamente hacia el fondo, igual que la de Grant. Al mismo tiempo, las piedras cuarta y séptima se movieron con lentitud hacia fuera. Finalmente se detuvieron cuando las habían hundido unos quince centímetros.

Tyler miró de reojo a Dilara. Ambos compartían el mismo nerviosismo ante la posibilidad de llevar a cabo un descubrimiento. El padre Tatilian, por otro lado, se puso a balbucir algo en armenio.

—¿Qué sucede? —preguntó Tyler al intérprete.

—El padre está muy enfadado. Quiere saber qué han hecho.

—Creo que acabamos de abrir una puerta.

Tyler inspeccionó las piedras que asomaban de la pared. Exceptuando las muescas, tenían los lados muy lisos y encajaban con precisión en los huecos. Los bordes exteriores estaban cubiertos por una capa de argamasa, cuyo objetivo consistía en disimular que las piedras eran móviles.

Tyler se acercó al nicho y vio que la pared lateral se había movido un poco. Apoyó el hombro en ella y la esquina del nicho giró sobre sí, dejando al descubierto una abertura a la izquierda. Dirigió el haz de la linterna a la oscuridad. Había una escalera que llevaba abajo. Le llegó un fuerte olor a podrido. A la izquierda vio el mecanismo que cerraba la puerta.

Tal como había pensado, era un simple pivote de piedra. Uno de madera no habría aguantado el paso de los años. Las piedras que habían hundido en la pared estaban unidas. Empujarlas por separado no habría hecho más que forzar el pivote, que no hubiera permitido que la puerta cediera. Pero la presión se equilibraba al empujarlas al mismo tiempo, y el pivote no sólo movía las piedras hacia fuera, sino que también desplazaba de su lugar otra pieza, responsable de mantener la puerta cerrada.

Para sellar de nuevo la entrada, había que cerrar la puerta y, después, hundir de nuevo las piedras cuarta y séptima. «La cuarta y séptima piedras del nicho ocultan.» Tyler admiró el ingenio primitivo de aquel mecanismo.

—¿Qué ves? —preguntó Dilara.

Tyler recordó a qué habían ido allí.

—Es una escalera. Hemos encontrado la sala.

Grant y Dilara también encendieron sus linternas, y Chirnian y el padre Tatilian cogieron sendas velas de la cisterna.

Tyler bajó diez peldaños, y al girarse a la derecha vio otros veinte. Debieron de tardar un año entero en cavar aquel hueco en la piedra arenisca.

Llegó al fondo y se vio en otra sala redonda que medía el doble que la cisterna. Se detuvo al ver lo que había en la pared situada frente a él. Era un mapa. Recorrió la superficie con la linterna, y reconoció el contorno cuidadosamente trazado del monte Ararat. Distinguió varios puntos negros. Junto al mapa había líneas de texto similar al escrito en los pergaminos descubiertos por el padre de Dilara.

El haz de la linterna alcanzó el final del texto dibujado en la parte inferior de la pared. En ese momento, Tyler enfocó un pie calzado en una sandalia, y poco a poco fue alumbrando con la luz un cadáver con el rostro desencajado que aún conservaba la piel reseca. Aquella imagen dantesca era el resultado de años de lenta descomposición en un clima seco. El hábito marrón de los restos momificados lo identificaron como el novicio desaparecido.

El sacerdote y el traductor se quedaron boquiabiertos ante aquella visión, y Tyler oyó gritar a Dilara. Su reacción ante un cadáver era inusual tratándose de alguien cuya profesión la había llevado en ocasiones a desenterrarlos. Al volverse, vio que no miraba el cadáver del novicio, sino otro cuerpo que compartía con el primero el estado en el que se encontraba.

El cadáver vestía pantalón vaquero, una camisa de cuello Mao y una chaqueta caqui. El pelo blanco no dejaba dudas acerca de su edad, que al menos superaría los cincuenta años. Había una libreta y un lápiz a su lado, en el suelo. Entonces Tyler comprendió de quién se trataba.

Vio la expresión de Dilara, a medio camino entre el horror y la pesadumbre, a la tenue luz reflejada en su rostro.

—¿Papá? —preguntó ella con ternura.

Capítulo 61

La arqueóloga se arrodilló en el suelo, al lado de su padre. Tyler se acercó y apoyó la mano en su hombro. Estaba familiarizado con la sensación de llegar tarde a decirle a un ser querido esas cosas que se guardan para los últimos momentos. El único consuelo de Dilara fue que al menos tuvo ese momento de intimidad con él. Puso la mano en la de Tyler y lloró en silencio mientras los sollozos le sacudían el cuerpo.

—Lo siento mucho, Dilara —dijo él.

Ella inclinó la cabeza varias veces, pero permaneció en silencio.

El resto de los presentes se retiraron todo cuanto les permitieron las modestas dimensiones del lugar, para dejar a Dilara algo de espacio. Las manchas de sangre seca salpicaban el suelo, y Tyler comprendió el origen de las mismas. Hasad Arvadi tenía sendos agujeros de bala en las piernas, y otro más en el estómago. No tuvo una muerte rápida. Recogió la libreta que había caído de las manos del arqueólogo. Debió de escribir hasta el momento de su muerte. Al final la escritura era rota, desigual, al contrario que la esmerada caligrafía del resto del cuaderno.

En aquella página únicamente figuraban tres líneas garabateadas de tal forma que parecían haber sido escritas a oscuras, como probablemente había sucedido. La última quedaba interrumpida. Arvadi debió de morir sin llegar a terminarla.

Sebastian Ulric me ha matado. Disparó sobre mí para que le

revelara el lugar donde se encuentra el arca.

No le hablé de la verdadera entrada.

Se llevó el amuleto de Jafet.

No le cuentes

Tyler releyó la tercera línea:

No le hablé de la verdadera entrada.

El padre de Dilara había confundido a Ulric. Pero ¿qué suponía eso? ¿La verdadera entrada? En una embarcación de seis mil años de antigüedad, ¿qué importaba que pudieras encontrar o no la entrada? No había más que hacer un agujero en un costado lo bastante grande para meterse por él. No tenía sentido.

Quizás Arvadi perdió la razón debido al dolor y la pérdida de sangre. La última línea era inútil, pero las restantes parecían bastante lúcidas. Si había logrado engañar a Ulric de alguna manera, tal vez aún tuvieran una oportunidad para adelantarse a él en el arca y localizar el segundo amuleto antes que él.

Por mucho que Tyler quisiera conceder un rato más a Dilara, no podían permitírselo. Por traumático que fuese haber encontrado así a su padre, ella tenía que ayudarlos a descifrar el mapa de la pared.

—Lo siento mucho, Dilara —repitió Tyler—. ¿Te encuentras bien?

Ella se quitó la chaqueta para cubrir el rostro de su padre. Cuando se incorporó, asintió con solemnidad.

—Sé desde hace tiempo que estaba muerto. Pero es distinto cuando la certeza se confirma, sobre todo de este modo.

—Lo sé.

—Estuvo tan cerca de alcanzar su objetivo, de hacer realidad el sueño de toda una vida. Y Ulric lo mató cuando estaba a punto de lograrlo. —Se secó las lágrimas y miró a Tyler a los ojos—. Lo atraparemos, ¿verdad? Vamos a matar a ese hijo de puta.

A él no le hubiera quitado el sueño que Ulric acabase criando malvas, pero avivar el afán de venganza de Dilara era una distracción que no necesitaban en ese momento.

—Haremos lo que sea necesario. Pero antes, si de veras vamos a frustrar los planes de Ulric, necesitamos que termines la labor de tu padre. ¿Crees que podrás concentrarte?

Por un instante, un brillo cruzó por la mirada de Dilara; al cabo, sin embargo, sólo quedaron las ascuas de ese fuego, y también el dolor, que seguiría allí.

—Tyler, mira esto —dijo Grant mientras enfocaba con la linterna una mesa de las ofrendas. Dibujado en la capa de polvo había quedado el contorno del objeto redondo que solía descansar en su superficie. El amuleto. La fuente de la enfermedad de priones.

Dilara tomó varias fotografías del mapa, y después enfocó la linterna en el texto. De vez en cuando volvía a mirar el cadáver de su padre y sus ojos se cubrían de lágrimas. Cada una de esas veces, Tyler la abrazaba antes de que la arqueóloga volcase de nuevo la atención en el mapa. Las palabras estaban escritas en la misma lengua empleada en el pergamino.

—Tal como dijo Ulric. —Le tembló la voz. Sorbió de vez en cuando. Su asombro era evidente—. Me contó que el diluvio fue una peste. No le creí. Me pregunté por qué iba a contarme la verdad. Pero aquí dice que el amuleto de Jafet descansa aquí y contiene un horror que casi acabó con el hombre. Permanecía oculto en este lugar en recuerdo de la ira de Dios, su justicia y su amor por el hombre, una especie de ofrenda a Dios por haber concedido a la humanidad una segunda oportunidad para cambiar.

—Pero ¿cómo iba un amuleto a causar la muerte de todos los seres humanos? —preguntó Tyler—. ¿Cómo pudo ser la fuente de la enfermedad?

—No lo sé. Dice que el diluvio está contenido por toda la eternidad en el amuleto. Dice que para encontrar la historia real es necesario dar con el paradero del arca, cuyo interior atesora el amuleto de Sem.

—Estupendo —intervino Grant—. Por fin llegamos a la parte interesante. ¿Dónde está? Hay puntos repartidos por todo el mapa. El arca podría ser cualquiera de ellos.

—El arca descansa en la cara oriental del monte Ararat —dijo Dilara—. Las otras marcas son falsas, destinadas a despistar a quien entrase aquí, pero que no pudiera leer el texto. En la antigüedad había poca gente que supiera leer.

—Ahí está… —anunció Grant, señalando un punto situado en la ladera este de la montaña.

—Espera un momento —lo interrumpió Tyler, mirando el mapa—. Si el arca está donde señala ese punto, cualquiera podría haberlo encontrado ya. Esa cota está por debajo de la altura que cubren las nieves cada año.

—El texto reza, y cito: «La gran nave en la que Noé se refugió del diluvio se encuentra en la cara oriental del Ararat».

—Querrás decir que se encuentra «sobre» la cara oriental del Ararat —puntualizó Grant, extrañado ante el énfasis con que Dilara había pronunciado la preposición «en».

—No, insisto: «en».

—No tiene ningún sentido —dijo Tyler.

—El texto describe dos entradas al arca. Una está cerrada, y por la otra se puede pasar.

—La última nota de tu padre menciona una entrada real, como si hubiera engañado a Ulric para ir por la equivocada. Pero ¿cómo iba eso a impedir que ese chiflado entrase en un barco de madera podrido de miles de años de antigüedad?

Dilara siguió leyendo. Cuando alcanzó el final del texto, reculó un paso, como si hubiera encajado un fuerte golpe.

—¡Dios mío! —exclamó—. La escondieron deliberadamente. Mintieron acerca del arca de Noé para impedir que fuera descubierta.

—¿De qué hablas? ¿Mintieron acerca de qué?

—Acerca de todo.

—Espera —dijo Tyler—. ¿Estás diciendo que el arca de Noé no se encuentra en el Ararat?

—En cierto modo, eso es lo que estoy diciendo —respondió Dilara—. Pero no está sobre el monte Ararat. Está en el Ararat. Dentro. Por eso nadie ha dado con su paradero. Es una nave, pero no de las que flotan. Durante los últimos seis mil años, todo el mundo ha estado buscando un barco gigantesco. El arca de Noé es una cueva.

Capítulo 62

Cobró sentido la alusión que hizo Arvadi en el cuaderno a la entrada del arca de Noé. Incluso Dilara había llamado a Oasis la nueva arca. Tyler lamentó no haber, alcanzado antes esa conclusión, pero ni siquiera se había planteado que pudiera ser nada más que un barco, y mucho menos una cueva.

—Pero la Biblia dice que es una nave, ¿no es así? Afirma que está hecha de madera.

—En efecto —confirmó Dilara—. «Hazte un arca de madera; harás aposentos en el arca, y la calafatearás con brea por dentro y por fuera.»

—A mí eso me suena a barco.

—Utilizamos la traducción inglesa de un texto que hemos heredado tras miles de años. Todo depende de la traducción e interpretación que se haga. Piensa en el juego del teléfono. Durante el juego se producen pequeños errores que terminan por convertirse en auténticas barbaridades. Creo que eso fue lo que sucedió aquí. ¿Y si el arca de Noé fuese la estructura que había dentro de la cueva? «Nave» podría significar también «refugio». —Volvió a mirar el cadáver de su padre—. Qué estúpida soy. ¿Por qué no le prestaría atención?

—¿Cómo ibas a sospecharlo? —Tyler pensó en palabras cuyo significado pudiera confundirse con el paso del tiempo—. La cueva debió de ser el refugio. Las palabras encajan. Pero hablamos de una enorme caverna. Trescientos cúbitos de largo, cincuenta de anchura, treinta de altura. Eso son ciento treinta y ocho metros de longitud, veintitrés de ancho y catorce de alto.

—Hace unos días dijiste que un barco antiguo tan grande se habría partido en cuanto lo botaran. Esto explica por qué tenía ese tamaño.

Tyler comprendió la ironía de defender que el arca de Noé fuese un barco, cuando antes se había posicionado en contra.

—¿Y las alusiones bíblicas a una puerta y una ventana?

—No lo sé —respondió Dilara—. ¿Aberturas dentro de la cueva? Lo que sé es que este texto afirma claramente que el arca de Noé es una cueva situada en el interior del monte Ararat.

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