El arca (49 page)

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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

BOOK: El arca
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—Eso explica por qué nadie la ha encontrado. Continuamente se descubren cuevas nuevas. El problema es que el monte Ararat es un volcán inactivo. No suelen contener cavernas.

—¿Por qué no?

—Por lo general, sucede que el agua excava las cuevas durante miles de años, y el monte Ararat es demasiado joven para que eso haya sucedido. La mayoría de las grandes cuevas del mundo se encuentran excavadas en roca calcárea, que es soluble y puede disolverse con agua ligeramente ácida.

Tyler conocía estos detalles de cuando investigó un socavón que se produjo en Florida y destruyó un centro comercial entero.

—Recuerda aquellos conductos de lava enormes que exploramos en Hawái —apuntó Grant.

—No he dicho que fuera imposible. ¿Cómo encaja el diluvio en todo esto?

—El diluvio fue la enfermedad —explicó Dilara—. Ulric me contó que tuvo que modificar el prion para alterar su forma original. Las enfermedades propagadas por el agua eran muy virulentas y habituales en la antigüedad. Y siguen siéndolo. En muchos países, el tifus contamina el agua. Pero cuando los traductores originales malinterpretaron el significado del arca y la transformaron en una embarcación en lugar de un contenedor, dieron por sentado que las alusiones a las aguas equivalían a una inundación, no a una enfermedad.

—«Yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne» —citó Tyler.

—¿Y si la enfermedad de priones del amuleto atacó a los animales, y no sólo a los humanos? —preguntó Dilara—. Si esta enfermedad fue liberada en ríos y lagos, habría acabado con todo ser vivo. Lo único que quedaría serían los huesos. No habría ni rastro de la carne. Para esa gente, que rara vez se alejaba cincuenta kilómetros del lugar donde habían nacido, debió de ser como si Dios hubiese limpiado la tierra.

—Y Noé tuvo que llevarse consigo a todos los animales que quiso salvar. Cuando la enfermedad lo destruyó todo, los priones restantes morirían lejos del alcance del océano, donde el agua salada los habría matado.

—Si Noé no sabía cuánto tardaría la enfermedad en ceder terreno, quizá construyó una enorme arca, con comida suficiente para alimentarlos a él, a su familia y a sus animales durante meses.

—De modo que cuando la Biblia habla de las aguas del diluvio —dijo Tyler—, a lo que se refiere es a que las aguas eran sus portadoras, puesto que se trataba de una peste.

—Y si hablamos de una estación particularmente lluviosa, a Noé debió de parecerle que aquellas lluvias anunciaban el fin del mundo. Encaja incluso que enviase un cuervo y una paloma para ver si se habían aplacado las aguas. El cuervo nunca regresó porque murió infectado por la enfermedad. Interpretando las fechas y el texto todo parece encajar.

—Pero no explica qué relación había entre los priones y los amuletos. Toda la información de que disponemos apunta a que los priones estaban dentro de los amuletos.

—Tendremos que encontrar el último amuleto para asegurarnos de ello, y para hacerlo antes tenemos que dar con la ubicación del arca.

Chirnian había estado traduciendo la conversación a medida que se produjo, y el padre Tatilian había escuchado con suma atención sin intervenir. Pero llegados a ese punto, exclamó ayudado por la traducción del intérprete:

—No, sería mejor que no encontrasen el arca.

—¿Por qué no? —preguntó Tyler.

—Porque si eso es cierto, esta información provocará una gran angustia y confusión. Consideramos la Biblia como la palabra de Dios, cuidadosamente recopilada durante cientos de años; por tanto, el hecho de que se pusiera en duda un episodio tan fundamental como el relato del diluvio es un asunto sumamente serio. Minaría nuestra confianza en el nivel de comprensión que hemos alcanzado del Antiguo Testamento.

—Tenemos que encontrarla —insistió Tyler—. Si no lo hacemos, no quedará nadie vivo para debatir al respecto.

—Dios no permitirá que vuelva a destruirse la tierra. Su pacto con Noé fue claro al respecto: «Y no habrá más diluvio de aguas para destruir toda carne». Él no permitiría que sucediese tal cosa.

—Pero es que nosotros no descartamos esa premisa —protestó Dilara—. Sebastian Ulric únicamente quiere erradicar la raza humana, no toda la carne, tal como la llama la Biblia. Por eso pasó tanto tiempo en su laboratorio, modificando la enfermedad. ¿Y si somos nosotros los que tenemos que impedir que cumpla sus propósitos? Podríamos ser los soldados de Dios encargados de detenerlo y preservar su pacto.

—Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos —dijo Tyler.

—La Biblia no dice eso —protestó el padre Tatilian.

—Lo sé. Son palabras de Benjamin Franklin, no mías.

—La Biblia es infalible. ¡Este cuento sobre la cueva no puede ser verdad!

—El hallazgo del arca servirá para reforzar la Biblia, no para perjudicarla —intentó persuadirlo Dilara—. Aportaría finalmente una prueba física de que el libro del Génesis tiene una base histórica, que no sólo se trata de un relato religioso o una obra canónica. Y si la gente se empeña en creer en su literalidad, puede continuar haciéndolo. Fueron los traductores humanos, y no las palabras, quienes se mostraron falibles. Con unos pocos cambios en el texto, la historia sigue siendo fiel. ¿Qué tiene de malo que la versión del rey Jacobo necesite de algunos ajustes?

El sacerdote arrugó el entrecejo, pero no puso más objeciones.

—Tendré que pedir consejo al respecto de este asunto.

—Cómo quiere revelar la existencia de esta cámara es asunto suyo, pero tendrá que llamar a la policía para que levanten los cadáveres —dijo Tyler.

El padre Tatilian asintió.

—Este descubrimiento lo cambiará todo en Khor Virap.

Dilara contempló el cadáver de su padre, y en esa ocasión lo hizo sin lágrimas en los ojos.

—Cuidarán de él, Dilara —dijo Tyler.

—Lo sé. Al menos murió sabiendo que tenía razón.

—Él querría que tú terminaras su trabajo.

—Y lo haré —aseguró ella con un tono cargado de convicción—. Vayamos a por el arca de Noé.

Capítulo 63

Tyler dio por sentado que Sebastian Ulric iba de camino al arca, y que por tanto ellos tenían que actuar deprisa para adelantarse.

Regresó a Yerevan con Grant y Dilara, y allí embarcaron de nuevo en el reactor privado de Gordian para cubrir la corta distancia que los separaba del aeropuerto de Van, en Turquía. Utilizando el teléfono vía satélite de a bordo, Tyler puso al corriente de sus progresos a Miles Benson.

Sin embargo, mantuvo a su padre al margen, consciente de que los militares se harían cargo de la búsqueda e intentarían adueñarse del prion. Además, si el Gobierno turco se enteraba de que habían descubierto el arca de Noé, les negarían el acceso al monte Ararat. Tenían que mostrarse discretos si querían disfrutar de la oportunidad de detener a Ulric, sin dar pie a un incidente internacional, ni acabar poniendo los priones en manos de otros intereses.

Ya había anochecido cuando llegaron a Van, y era demasiado tarde para emprender la búsqueda de la cueva del arca. Habría que esperar a la mañana siguiente, lo que daría un margen a Tyler para conseguir algunos de los suministros que necesitaban para la expedición. Conservaba en Turquía occidental algunos contactos en el mundo de la minería que tal vez le proporcionasen lo que necesitaba. Mientras se ocupaba de ello, Dilara, que hablaba turco con fluidez, alquiló un helicóptero para ir al monte Ararat, situado a ciento sesenta kilómetros de distancia.

Lo último era contratar gente para engrosar sus filas. Ulric contaba al menos con Petrova, Cutter y los dos guardias con quienes había huido. A Tyler no le gustaba la idea de verse superado en número en una proporción de cinco a tres. Grant recurrió a sus contactos en el ejército y localizó a tres mercenarios que podrían desplazarse hasta Van, desde Estambul, antes del amanecer. Tyler había cargado el reactor con material suficiente para armar a Dilara, Grant y a sí mismo con todo lo necesario durante el viaje. Los mercenarios aportarían su propio armamento.

Luego fue cuestión de esperar a que amaneciera. Tyler pidió a los pilotos que se buscaran un hotel en la ciudad, pero Grant, Dilara y él se quedaron en el avión y durmieron en la cabina. A pesar de las comodidades con que estaba equipado el aparato, la incertidumbre les alteró el sueño.

A primera hora de la mañana recibieron el equipo solicitado por Tyler, y al poco rato se personaron los tres mercenarios, recién llegados a la ciudad. Les puso al corriente de la misión, pero no mencionó el arca de Noé. El helicóptero los depositaría en la cara oriental del monte Ararat, y después volaría al sur, donde aguardaría instrucciones. Cuando estuviesen listos para que los recogieran, Tyler llamaría por radio al aparato. No quería que la presencia del helicóptero alertase a Ulric, en el caso de que ellos fueran los primeros en llegar.

Le sorprendió comprobar que se trataba de un Bell 222, nuevo y lo bastante espacioso para que cupiesen los seis con su equipo. Durante el vuelo, el piloto les contó que la exploración minera y la petrolífera de la zona se habían disparado dramáticamente en aquellos últimos cinco años. A partir de mediados de la década de 1980, el monte Ararat estuvo cerrado durante quince años al personal no militar, debido a los ataques del Partido Obrero de Kurdistán, conocido por las siglas PKK. Los rebeldes kurdos habían tomado rehenes a turistas y puesto bombas en las ciudades surorientales de Turquía. Pero cuando el líder del PKK fue arrestado en el año 2000, los ataques fueron espaciándose más y más en el tiempo. La montaña se reabrió al turismo y aumentaron los intereses comerciales en la zona.

Tardaron menos de una hora en llegar a la montaña en helicóptero. Surcaban la escarpada superficie salientes y extensos trechos rocosos capaces de ocultar cientos de cuevas. El helicóptero sobrevolaba las copas de los árboles, aunque por lo demás había escasa vegetación a esa altura, a pesar de encontrarse por debajo de la cota de nieve permanente. El helicóptero voló hasta el lugar aproximado que mostraba el mapa de Khor Virap, y empezaron a buscar el peculiar afloramiento rocoso que describía el texto.

En el mapa aparecía dibujado como la proa de un barco, asomando por la cara de un risco y rematado por un mástil. Ése era el aspecto que tendría visto desde el sur. La puerta del arca se encontraba a cien pasos, y la ventana distaría otros cien pasos más allá de la puerta. El mayor problema que afrontaban era no localizar el afloramiento rocoso.

El monte Ararat era un volcán inactivo, y durante los anteriores seis mil años las pequeñas erupciones y los terremotos podían haberlo destruido. Tyler recordó la famosa formación de New Hampshire conocida como el «Viejo de la montaña», que parecía un hombre barbudo que asomaba por la ladera de Cannon Mountain. Era tan conocida y apreciada que durante un corto tiempo adornó el reverso de la moneda de veinticinco centavos. Irónicamente, por desgracia, la formación rocosa se derrumbó poco después de que la moneda de veinticinco centavos se pusiera en circulación, muestra de lo súbitamente que puede cambiar la topografía de una montaña. Por tanto, las posibilidades de que aquel afloramiento rocoso hubiese sobrevivido no eran muy elevadas.

Habían sobrevolado seis veces la zona cuando oyó a Dilara gritar y señalar por la ventanilla izquierda. Se distinguía claramente el perfil del extremo de la proa de un barco que asomaba de la pared rocosa de la ladera. Se encontraban justo encima del arca de Noé. Dilara sonrió a Tyler. Saltaba a la vista lo emocionada que estaba. Sin embargo, la precaución templaba su propio entusiasmo.

Volaron en círculos para ver si veían a otras personas. No había presencia humana en la ladera, pero el terreno era tan accidentado que una compañía de soldados podría haberse escondido ahí y pasar desapercibida. Tyler dio instrucciones al piloto para tomar tierra en el primer trecho adecuado que viese, y al final acabaron a kilómetro y medio de distancia.

Tyler, Grant, Dilara y los tres mercenarios saltaron del aparato, y una vez en tierra aprestaron las armas y el equipo. Los mercenarios iban armados con rifles automáticos de gran calibre, mientras que los demás llevaban pistola y subfusil. Tras comprobar cómo manejaba Dilara el MP5 en el interior de Oasis, Tyler le ofreció uno y ella lo aceptó sin titubear.

El helicóptero se alejó, y los seis echaron a andar en dirección a la entrada del arca de Noé.

—¿A qué altitud estamos? —preguntó Grant.

—Dos mil cuatrocientos cuarenta metros de altura —respondió Tyler, mirando el pico que se alzaba sobre ellos otros dos mil cuatrocientos metros. Otros investigadores habían buscado el arca más arriba en la montaña, pero que estuviera a menor altitud encajaba. Para haber podido llevar a los animales y transportar el material de construcción, tenía que tratarse de un lugar accesible. El ascenso no era fácil, pero la pendiente no era inclinada, apta incluso para los animales de carga.

El verano no había abandonado del todo la montaña. Aunque era octubre, el cielo estaba despejado y la temperatura apenas alcanzaba los diez grados. Mientras caminaban, uno de los mercenarios acarició una de las plantas con flores púrpura, como hubiera hecho un caminante ocioso.

—Yo en su lugar no las tocaría —le advirtió Dilara.

El tipo la miró como un niño desobediente a su padre, sin retirar la mano de la flor.

—¿Por qué? —preguntó Tyler.

—Porque es acónito. Las hojas y flores del acónito contienen un veneno mortífero que puede absorberse por vía cutánea. A lo largo de la historia se utilizó para emponzoñar las puntas de las flechas.

El mercenario retiró la mano, como si los arbustos estuvieran cubiertos por las llamas, y luego se la frotó en la pernera del pantalón.

—Si pierde un rato la sensibilidad de la mano no se preocupe —dijo Dilara—. Se le pasará. Recuerde no chuparse los dedos durante el almuerzo.

Al cabo de treinta minutos alcanzaron la formación rocosa, y Tyler empezó a contar los pasos. Cuando llegó a noventa y tres, vio un hueco oscuro en la pared montañosa. Era una cueva.

La apertura de la cueva era un semicírculo de seis metros de radio, y desde ese ángulo, Tyler no pudo ver el fondo. Si Ulric ya se encontraba allí, la cueva sería el lugar perfecto para tender una emboscada. Hizo señas con las manos a los mercenarios para que se apartasen del campo de visión de la entrada y la flanquearan. Cuando se colocaron en posición, Tyler prendió una bengala y la arrojó al interior.

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