De hecho, sería un disgusto para todo el Nido Madre. Al fin y al cabo, Galiana era su mascarón de proa, la mujer que había creado inicialmente a los combinados, cuatrocientos años antes y a once años luz de distancia, en un batiburrillo de laboratorios bajo la superficie de Marte. Llevaba alejada de ellos casi dos siglos, lo suficiente para adquirir el estatus mitológico al que siempre se había resistido mientras estaba junto a ellos. Y había regresado (si realmente estaba a bordo de la nave) durante el turno de Skade. Apenas importaba que, con casi total seguridad, estuviera muerta como todos los demás. Para Skade, sería suficiente con traer a casa sus restos.
Pero encontró algo más que restos.
El lugar de reposo de Galiana, si podía llamárselo así, estaba muy apartado del núcleo central de la nave. Lo habían protegido entre barricadas blindadas, muy lejos del resto. Un cuidadoso estudio forense mostró que las conexiones de datos entre la última morada de Galiana y el resto de la nave habían sido seccionadas de forma deliberada desde dentro. Era evidente que había tratado de aislarse y de separar su mente de los demás combinados de la nave.
¿Sacrificio o instinto de supervivencia?, se preguntó Skade.
Galiana estaba en sueño frigorífico, refrigerada hasta un nivel en que todos los procesos metabólicos se detenían. Pero, aun así, las maquinas negras habían llegado hasta ella. Se habían colado a través del blindaje de la arqueta de sueño y se habían introducido por el espacio situado entre Galiana y la superficie interior de la arqueta. Cuando esta fue desmantelada, las máquinas quedaron formando una concha, como una momia de pura negrura alrededor de ella. No había duda de que se trataba de Galiana: los escáneres que se asomaron a la crisálida captaron la estructura ósea, que encajaba a la perfección con la de la mujer. El cuerpo del interior parecía no haber sufrido daños ni putrefacción durante el viaje, y los sensores fueron capaces incluso de captar débiles señales de la red de implantes. Aunque las ondas eran demasiado débiles como para permitir una conexión mente a mente, estaba claro que algo en el interior del capullo aún era capaz de pensar y seguía asomándose al exterior.
Skade dedicó su atención a la crisálida en sí. Los análisis químicos de los cubos no dieron resultado, parecían no estar «hechos» de nada, ni poseer ningún tipo de granularidad atómica. Las superficies de los cubos no eran más que muros lisos de pura fuerza, transparentes a ciertas formas de radiación. Estaban muy fríos, pero continuaban activos de un modo que ninguna otra máquina había alcanzado hasta el momento. Sin embargo, los cubos individuales no resistían la separación de la masa principal y, una vez extraídos, encogían rápidamente y se replegaban hasta un tamaño microscópico. El equipo de Skade trató de concentrar los escáneres en los cubos, con la intención de atisbar algo de lo que encerraban las facetas, pero en ningún caso fueron lo bastante rápidos. Donde habían estado los cubos no hallaron más que unos pocos microgramos de cenizas que se consumían. Presumiblemente, había unos mecanismos en el corazón de los cubos que estaban programados para autodestruirse en ciertas circunstancias.
Cuando el equipo de Skade terminó de apartar la mayor parte de la placa que rodeaba a Galiana, trasladaron a esta a una sala específica, alojada en un muro de la dársena del astropuerto. Trabajaron bajo un frío extremo, decididos a no infligir más daños de los que ya se habían producido. Entonces, con inmenso cuidado y paciencia, comenzaron a pelar la capa final de maquinaria alienígena.
Ahora que la materia que obstruía sus análisis era menor, comenzaron a hacerse una idea más clara de lo que le había sucedido a Galiana. En efecto, las máquinas negras habían entrado a la fuerza en su cabeza, pero el alojamiento parecía más benigno que con cualquier otro miembro de la tripulación. Las máquinas invasoras habían desmantelado parcialmente sus implantes para abrirse paso, pero no había señal de que hubieran dañado ninguna estructura cerebral importante. Skade tuvo la impresión de que los cubos habían estado aprendiendo hasta ese momento cómo invadir cráneos, y que con Galiana al fin habían descubierto cómo hacerlo sin dañar al huésped.
Y entonces sí que sintió una oleada de optimismo. Las estructuras negras estaban concentradas e inertes. Con las medichinas adecuadas sería posible, incluso trivial, desmantelarlas y extraerlas cubo a cubo.
Podemos hacerlo. Podemos traerla de vuelta, tal como era.
[Ten cuidado, Skade. Aún no hemos acabado].
Se demostró que el Consejo Nocturno hacía bien en ser cauto. El equipo de Skade comenzó a apartar la capa final de cubos, empezando por los pies de Galiana. Les encantó descubrir que el tejido de debajo apenas había sufrido daños, y siguieron trabajando en dirección ascendente hasta alcanzar el cuello. Confiaban en poder calentarla hasta devolverle la temperatura corporal, aunque resultase algo más difícil que un ejercicio normal de revivificación de sueño frigorífico. Pero cuando comenzaron a destapar la cara comprendieron que el trabajo no había terminado, ni mucho menos.
Los cubos se movieron, deslizándose sin previo aviso. Se escurrieron y dieron volteretas sobre sí mismos, constriñéndose en nauseabundas oleadas, y la parte final de la crisálida se sumergió en el interior de Galiana como una capa de aceite viviente. La ola negra fluyó por sí sola por la boca, la nariz, los oídos y las cuencas oculares, donde circuló alrededor de los ojos.
Galiana tenía el aspecto que Skade había soñado que tuviera, el de una radiante reina que regresa a su hogar. Hasta su cabello negro estaba intacto; congelado y frágil, por supuesto, pero exactamente igual que cuando los abandonó. Pero la maquinaria negra se había reconstruido dentro de la cabeza, incrementando las formaciones que ya estaban presentes. Los escáneres mostraron que el desplazamiento del tejido cerebral seguía siendo mínimo, pero un mayor número de implantes había sido desmantelado para dejar sitio al invasor. El parásito negro tenía el aspecto de un cangrejo que extendía sus filamentos como garras por diferentes zonas del cerebro de Galiana.
Lentamente, a lo largo de varios días, la llevaron justo por debajo de la temperatura corporal normal. Durante todo ese tiempo el equipo de Skade monitorizó al invasor, pero este no cambió en ningún momento, ni siquiera cuando los implantes que le quedaban a Galiana comenzaron a calentarse y volvieron a interactuar con su descongelado tejido cerebral.
Skade comenzó a preguntarse si todavía podrían ganar.
Resultó que casi acierta.
Oyó una voz. Era una voz humana, femenina, que carecía de ese timbre (o más bien de esa extraña y casi divina ausencia de timbre) que normalmente indicaba que se originaba dentro de su cráneo. Era una voz a la que había dado forma una laringe humana y que se trasmitía a través de unos cuantos metros de aire antes de ser descodificada por un sistema auditivo humano, acumulando por el camino toda clase de sutiles imperfecciones. Era la clase de voz que no había oído en largo tiempo.
—Hola, Galiana —dijo la voz. ¿Dónde estoy?
No hubo respuesta. Tras unos instantes, la voz añadió con amabilidad: —Tú también tendrás que hablar, si puedes. No es necesario más que intentar dar forma a los sonidos, la draga captará la intención de enviar señales eléctricas a la laringe y hará el resto. Pero me temo que limitarse a pensar la respuesta no va a funcionar, no hay enlaces directos entre tu mente y la mía.
Las palabras parecieron tardar una eternidad en llegar. El lenguaje hablado resultaba terriblemente lento y lineal después de siglos de conexión neuronal, aunque la sintaxis y la gramática le resultasen familiares.
Hizo el esfuerzo de hablar y escuchó su propia voz amplificada que resonaba al decir... —¿Por qué? —Ya llegaremos a eso. —¿Dónde estoy? ¿Quién eres?
—Estás sana y salva. Estás en casa, de vuelta en el Nido Madre. Recuperamos tu nave y te hemos revivido. Me llamo Skade.
Galiana solo era consciente de unas tenues formas que se cernían a su alrededor, pero de pronto la sala se hizo más brillante. Yacía de espaldas, inclinada cierto ángulo respecto a la horizontal. Se encontraba dentro de una caja muy parecida a una unidad de sueño frigorífico, pero sin tapa, de modo que estaba expuesta al aire. Detectó algunas cosas con la visión periférica, pero no podía mover ninguna parte de su cuerpo, ni siquiera los ojos. Una silueta borrosa se plantó delante de ella, inclinada sobra las fauces abiertas de la arqueta. —¿Skade? No te recuerdo.
—No podrías —replicó la desconocida—. No me uní a los combinados hasta después de tu partida.
Había preguntas, miles de preguntas que precisaban respuesta. Pero no podía hacerlas todas a la vez, sobre todo no con ese torpe y anticuado sistema de comunicación. Por lo tanto, tenía que empezar por algún sitio. —¿Cuánto tiempo he estado fuera? —Ciento noventa años, casi exactos. Partiste en... —2415 —dijo Galiana con presteza. —Sí. Y la fecha actual es 2605.
Había tanto que Galiana no recordaba con exactitud... Y tantas otras cosas de las que prefería no acordarse. Pero lo esencial estaba bastante claro. Había encabezado un trío de naves que partió del Nido Madre en dirección al espacio profundo. Su intención era investigar más allá de la frontera bien cartografiada del sector humano, explorar mundos que nunca hubieran sido visitados, en busca de vida alienígena compleja. Cuando los rumores de guerra alcanzaron a las tres naves, una de ellas regresó a casa. Pero las otras dos habían proseguido, serpenteando a través de muchos otros sistemas solares.
Por más que lo intentaba, no acababa de recordar lo que había sucedido con la otra nave que había proseguido la búsqueda. Solo experimentaba una sorprendente sensación de pérdida, un aullante vació dentro de su cabeza, que debería estar llena de voces.
—¿Y mi tripulación?
—Ya llegaremos a eso —volvió a decir Skade.
—¿Y Clavain y Felka? ¿Lograron regresar, después de todo? Nos despedimos de ellos en el espacio profundo, y se supone que debían retornar al Nido Madre. Hubo una terrible, terrorífica pausa antes de que Skade contestara. —Lograron regresar.
Galiana habría suspirado de serle posible. La sensación de alivio la sobresaltó; no se había dado cuenta de lo tensa que estaba hasta que supo que sus seres queridos estaban a salvo.
En los instantes de serena felicidad que vinieron a continuación, Galiana estudió a Skade más de cerca. En ciertos aspectos parecía exactamente igual que una combinada de la época de la propia Galiana. Llevaba puesto un sencillo conjunto de pantalones negros, parecidos a un pijama, y una chaqueta negra holgada, hecha con algo parecido a la seda y desprovista de toda ornamentación o signo de filiación. Era sobriamente delgada y pálida, hasta tal punto que parecía al borde de la anorexia. Su tono facial era céreo y suave; no carecía de atractivo, pero le faltaban las líneas y arrugas de las expresiones habituales. Y no tenía pelo ni en el cuero cabelludo ni el rostro, lo cual le daba el aspecto de una muñeca sin terminar. Hasta ese punto, al menos, resultaba indistinguible de otros miles de combinados. Sin un enlace mente a mente, y desprovistos de la habitual nube de proyecciones fantasmales que les proporcionaban su individualidad, podía ser difícil diferenciarlos.
Pero Galiana nunca había visto a una combinada que se pareciera a Skade. Tenía una cresta, una estrecha estructura rígida que brotaba de su ceja, unos centímetros por encima de la nariz, y que después se curvaba a lo largo de la línea central de su cuero cabelludo. La estrecha superficie superior de la cresta era dura y huesuda, pero los laterales estaban recorridos de estrías verticales hermosamente delicadas. Brillaban con diagramas de difracción de colores azul eléctrico y naranja chispeante, una cascada de sombras de arco iris que variaban al menor movimiento de la cabeza. Pero no era solo un efecto óptico: Galiana vio oleadas diluidas de diferentes colores que fluían por la cresta incluso cuando no había cambios de ángulo.
Preguntó:
—¿Siempre has sido así, Skade? Skade se tocó la cresta con suavidad.
—No. Esto es una mejora de los combinados, Galiana. Las cosas han cambiado desde que nos dejaste. Los mejores de nosotros pensamos más rápido de lo que puedas creer posible.
—¿Los mejores?
—No pretendía plantearlo de ese modo. Sucede solo que algunos hemos alcanzado las limitaciones del diseño corporal humano básico. Los implantes de nuestra cabeza nos permiten pensar diez o quince veces más rápido de lo normal, todo el tiempo, pero al coste de unos requisitos de disipación térmica superiores. Mi sangre es impulsada por la cresta y después pasa a la red de venillas, donde expulsa el calor. Los conductos están optimizados para tener la mayor superficie y ondean para hacer circular las corrientes de aire. El efecto es visualmente agradable, o eso dicen, pero se trata de algo puramente accidental. De hecho, aprendimos el truco de los dinosaurios. No eran tan estúpidos como se podría pensar. —Skade volvió a acariciarse la cresta—. No es algo que deba alarmarte, Galiana. No todo ha cambiado.
—Oímos que se había desatado una guerra —dijo Galiana—. Estábamos a quince años luz cuando captamos los informes. Primero fue lo de la plaga, desde luego..., y después la guerra. Pero los informes no tenían ningún sentido. Decían que íbamos a combatir contra los demarquistas, nuestros antiguos aliados.
—Los informes eran ciertos —dijo Skade, con cierto tono de arrepentimiento.
—En el nombre de Dios, ¿por qué?
—Fue por la plaga. Derribó la sociedad demarquista, dejando abierto un enorme vacío de poder alrededor de Yellowstone. A petición suya nos dispusimos a establecer un Gobierno interino que tuviera bajo su control Ciudad Abismo y sus comunidades satélites. La idea era: mejor nosotros que otra facción. ¿Te imaginas el caos que hubiesen provocado los ultras o los skyjacks? Bueno, funcionó durante unos pocos años, pero entonces los demarquistas comenzaron a recuperar parte de su antiguo poder. No les gustaba el modo en que habíamos usurpado el dominio del sistema, y no estaban dispuestos a negociar un retorno pacífico del régimen de la demarquía. Así que fuimos a la guerra. Ellos la empezaron, todo el mundo está de acuerdo en eso.
Galiana notó que parte de su júbilo se desvanecía. Había confiado en que los rumores resultasen exagerados.
—Pero evidentemente ganamos —dijo.
—No..., no del todo. Verás, la guerra todavía sigue en curso.