Remontoire sacudió la cabeza. No, en estos momentos no.
Clavain despertó de un período de descanso forzado, se alzó entre sueños de edificios derrumbados y tormentas de arena. Adormilado, sufrió un instante de ajuste mientras se sincronizaba con su entorno y el recuerdo de los sucesos recientes volvía a su sitio. Se acordó de la sesión con el Consejo Cerrado y el viaje hasta el cometa de Skade. Rememoró la entrevista con el maestro de obra y cómo se enteró de la existencia de una flota oculta de lo que, de manera evidente, pretendían ser naves de evacuación. Recordó que había robado la corbeta y la había dirigido hacia el sistema interior a velocidad máxima.
Seguía dentro de la corbeta, en el puesto del piloto delantero. Sus dedos rozaban los controles tácticos e invocaban las pantallas de lecturas, que se recolocaban a su alrededor y se abrían y brillaban como girasoles. No acababa de fiarse de establecer una comunicación neuronal con la corbeta, porque Skade podía haber logrado implantar una rutina incapacitadora en la red de control de la nave. Pensó que era improbable, ya que hasta el momento la nave lo había obedecido sin rechistar, pero no tenía sentido asumir riesgos innecesarios.
Las pantallas como flores estaban llenas de indicadores de estado, esquemas de los diversos subsistemas de la corbeta que parpadeaban a una velocidad frenética. Clavain aceleró su ritmo de consciencia hasta que la cascada de imágenes se ralentizó a algo que él pudiera asimilar. Había algunos problemas técnicos, informes de daños sufridos por la corbeta durante la huida, pero nada que pudiera amenazar la misión. Las demás lecturas mostraban resúmenes de la situación táctica en volúmenes espaciales progresivamente mayores, que se alejaban de la corbeta en potencias de diez. Clavain estudió los iconos y anotaciones, y se fijó en la proximidad de naves tanto demarquistas como combinadas, zánganos, minas no tripuladas y puntos relevantes. Una batalla importante tenía lugar a tres horas luz de distancia, pero no había nada más cerca que eso, ni tampoco señal de reacción por parte del Nido Madre. Eso no significaba que no hubiera ninguna, ya que Clavain se guiaba por los datos tácticos que la corbeta interceptaba utilizando sensores pasivos y recogiendo información de las redes de comunicación pansistémicas, sin arriesgarse a usar sus propios sensores activos, que delatarían su posición a cualquiera que mirara en la dirección correcta. Pero al menos hasta el momento, no había reacción evidente.
Clavain sonrió y se encogió de hombros, lo cual le recordó de inmediato la costilla rota que se había ganado durante la huida. El dolor era menos intenso que al principio, ya que antes de dormir se había acordado de vendarse con un tabardo medicinal. El tabardo había redirigido los campos magnéticos, para impulsar al hueso a volver a enlazarse. Pero la incomodidad seguía ahí, demostrando que no era únicamente producto de su imaginación. También llevaba un vendaje en la mano, donde el piezocuchillo había abierto una herida hasta el hueso. Pero el tajo era limpio y esa herida, que él mismo se había infligido, le dolía muy poco.
Así que realmente lo había hecho. En un momento dado, durante ese estado de brumosa readaptación a la realidad, se había atrevido a imaginar que esos recuerdos sobre lo que acababa de suceder no brotaban más que de una serie de sueños inquietos, como los que asediaban a cualquier soldado que contara con algo similar a una consciencia, a cualquiera que hubiese sobrevivido a las guerras (o a los sucesos históricos) suficientes como para saber que, lo que parecía la acción adecuada en un momento dado, después resultaba ser el peor de los errores. Pero había seguido adelante y había traicionado a su gente. Era una traición, independientemente de lo altruistas que fueran sus motivos. Le habían confiado un secreto tremendo y él había traicionado su confianza.
No había tenido tiempo de evaluar lo acertado de una deserción salvo de un modo muy somero. Desde el momento en que había visto la flota de evacuación y había comprendido lo que significaba, sabía que tenía una sola oportunidad de huir, y que eso suponía robar la corbeta en ese mismo instante. De haber aguardado más (hasta que regresaran al Nido Madre, por ejemplo), seguro que Skade habría adivinado sus intenciones. Ya albergaba sospechas, pero le llevaría tiempo abrirse paso por la arquitectura poco común de su mente, sus antiguos implantes y sus protocolos de interfaz neuronal casi olvidados. Clavain no se podía permitir concederle ese tiempo.
Así que había actuado, a sabiendas de que probablemente no volviera a ver a Felka, ya que no esperaba seguir siendo un hombre libre (y ni siquiera uno vivo) después de pasar a la siguiente fase de su deserción, la más difícil. Ojalá hubiese podido verla una última vez. No existía modo alguno de convencerla de que lo acompañara, ni tampoco la posibilidad de preparar su huida aunque hubiese estado dispuesta, pero podría haberle hecho conocer sus intenciones, seguro de que, con ella, su secreto estaría a salvo. También creía que ella lo hubiera comprendido (no necesariamente hubiese estado de acuerdo, pero al menos no habría tratado de convencerlo para que no lo hiciera). Y si hubieran podido despedirse, pensó, entonces Felka podría haber respondido a la pregunta que él nunca había tenido el valor de hacerle; una duda que retrocedía a los tiempos en el nido de Galiana, los días de un Marte asolado por la guerra, cuando se habían conocido. Le hubiera preguntado si era su hija, y quizá ella le hubiese respondido.
Ahora tendría que vivir sin saberlo y, aunque tal vez nunca hubiera reunido el valor suficiente (al fin y al cabo, en todos esos años anteriores jamás lo había logrado), lo definitivo de su exilio y la imposibilidad de llegar a conocer nunca la verdad resultaba tan frío y lóbrego como una losa.
Clavain decidió que sería mejor aprender a vivir con ello.
Ya había desertado antes, ya se había desprendido de una vida y había sobrevivido tanto emocional como físicamente. Era un hombre mayor, pero no tan viejo y cansado como para no poder hacerlo una vez más. Por el momento, el truco consistía en concentrarse únicamente en los asuntos inmediatos: la realidad prioritaria era que todavía estaba vivo y que sus heridas carecían de importancia. Consideró factible que los misiles avanzaran ya en su dirección, pero no podían haberlos lanzado hasta bastante tiempo después de que se llevara la corbeta, o ya hubiesen aparecido en los sensores pasivos. Alguien, muy probablemente Remontoire, había logrado retrasar las cosas lo bastante para concederle ese margen. No era gran cosa, pero sí mucho mejor que estar ya muerto y expandiéndose en su propia nube de escombros ionizados. Eso se merecía al menos otra sonrisa socarrona. Todavía podían matarlo, pero no sería cerca de casa.
Se rascó la barba, para lo cual sus músculos tuvieron que hacer un esfuerzo contra el continuo impulso de la aceleración. Los motores de la corbeta seguían llameando a su empuje máximo sostenible: tres gravedades que se sentían tan sólidas y suaves como el tirón de una estrella. Cada segundo, la nave destruía una mota de antimateria del tamaño de una bacteria, pero la masa de los núcleos de reacción de antimateria e hidrógeno metálico apenas se había desgastado. La corbeta podía llevarlo a cualquier parte del sistema que quisiera, y lo haría en apenas unas decenas de días. Incluso podía acelerar más si quería, aunque eso supondría una sobrecarga para los motores.
El segundo hecho importante es que tenía un plan.
Los impulsores de antimateria de la corbeta eran avanzados (más que cualquier cosa que hubiera en la flota del enemigo), pero no empleaban la misma tecnología que el motor estelar de los combinados. No podían empujar una nave de un millón de toneladas casi a la velocidad de la luz, pero poseían una importante ventaja táctica: eran completamente silenciosos en todo el espectro de emisión de neutrinos. Como Clavain había desactivado los transmisores habituales, solo le podían seguir el rastro mediante su llamarada de emisión, la antorcha de partículas relativas que surgían violentamente por las aberturas de escape de la corbeta. Pero esos gases de escape ya estaban tan colimados como la hoja de un estoque. La dispersión desde el eje de impulsión era casi despreciable, así que, en la práctica, solo lo podía ver algo o alguien que estuviese situado en un cono muy estrecho justo detrás de él. Cierto que el cono se ensanchaba al alejarse de la nave, pero también se atenuaba de modo constante, como un haz que se debilita con la distancia. Solo un observador cercano al eje podía detectar el número de fotones suficiente para obtener una medida precisa de su posición y, si Clavain permitía que el ángulo del cono se inclinara apenas unos cuantos grados, el haz sería demasiado tenue como para traicionarlo.
Pero un cambio del vector del haz implicaba una modificación en el curso. El Nido Madre no esperaría que hiciera algo así, solo que mantuviera una trayectoria de tiempo mínimo hacia Épsilon Eridani y después hacia Yellowstone, que se apiñaba en una estrecha y cálida órbita alrededor de dicha estrella. Llegaría allí en doce días. ¿A qué otro sitio podía dirigirse? La corbeta no podía alcanzar otro sistema (apenas tenía la autonomía suficiente para llegar hasta el halo cometario) y casi todos los demás mundos, aparte de Yellowstone, seguían bajo control nominal demarquista. Puede que su yugo se debilitara, pero en su estado de paranoia actual no dejarían de atacar a Clavain aunque afirmara estar desertando con valiosos secretos tácticos. Pero él ya sabía todo eso. Incluso antes de hundir el piezocuchillo en la membrana alrededor del cometa de Skade, ya había pergeñado un plan. Quizá no fuese el más detallado o elegante de su carrera, y estaba lejos de ser el que más posibilidades de éxito tenía, pero solo había dispuesto de unos minutos para prepararlo y no creía haberlo hecho demasiado mal. Incluso al repasarlo después, no se le ocurría nada mejor. Todo lo que necesitaba era un poco de fe.
Quiero saber qué me ha sucedido.
La miraron y después se miraron entre ellos. Skade casi pudo sentir el intenso zumbido de sus pensamientos, que crujía en el aire como la descomposición iónica que presagiaba la tormenta.
El primer cirujano proyectó calma y tranquilidad.
[Skade...].
He dicho que quiero saber lo que me ha sucedido.
[Estás viva. Sufriste heridas pero has sobrevivido. Sigues necesitando...]. El aura de calma del cirujano se tambaleó. ¿Necesitando el qué?
[Sigues necesitando curarte adecuadamente. Pero todo se puede arreglar].
Por algún motivo, Skade no lograba ver en el interior de sus cabezas. Para casi todos los combinados, despertar y experimentar tal aislamiento hubiese sido una experiencia profundamente inquietante, pero Skade estaba preparada para ello. Lo soportó con estoicismo, y se recordó que había experimentado grados de aislamiento casi tan extremos como aquel durante las reuniones del Consejo Cerrado. Pero no habían sido eternas, y esta nueva situación tampoco lo sería. Solo era cuestión de tiempo, y pronto...
¿Cuál es el problema con mis implantes?
[No hay ningún problema con tus implantes].
Sabía que el cirujano era un hombre llamado Delmar. Entonces por qué estoy aislada?
Pero casi antes de plantear la pregunta supo la respuesta. Era porque no querían que pudiera ver a través de sus ojos el aspecto que tenía su propio cuerpo. Porque no querían que supiera de inmediato la verdadera naturaleza de lo que le había ocurrido.
[Skade...].
No importa... Lo sé. ¿Por qué os habéis molestado en despertarme?
[Alguien quiere verte].
Skade no podía mover la cabeza, solo los ojos. En el borrón de su visión periférica, vio que Remontoire se acercaba a la cama (o a la mesa, al sofá, donde quiera que la hubiera despertado). Vestía una capa médica de blanco eléctrico contra un fondo de puro color blanco. Su cabeza era una esfera de apariencia extrañamente inconexa que se inclinaba sobre ella. Unos servidores médicos de cuello de cisne se apartaron de su camino. El cirujano cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró con expresión de franca desaprobación. Sus colegas se habían marchado discretamente, por lo que en la sala solo quedaban ellos tres.
Skade trató de mirar hacia «abajo», a los pies de la cama, pero solo logró distinguir una blancura desenfocada que podía ser ilusoria. Se oía un discreto zumbido mecánico, pero nada que no esperase detectar en una sala médica.
Remontoire se arrodilló junto a ella.
[¿Qué es lo que recuerdas?].
Dime lo que pasó y te diré lo que recuerdo.
Remontoire dirigió una mirada al cirujano y permitió que Skade escuchara el pensamiento que lanzó a la cabeza de Delmar.
[Me temo que tendrás que dejarnos. Y también las máquinas, ya que seguro que poseen aparatos de grabación].
[Os dejaré solos durante exactamente cinco minutos, Remontoire. ¿Será suficiente?].
[Tendrá que serlo, ¿verdad?]. Remontoire asintió y sonrió mientras el hombre acompañaba a sus máquinas fuera de la sala, y los cuellos de cisne de estas descendían con elegancia para atravesar el umbral. [Lo siento...].
[Cinco minutos, Remontoire].
Skade volvió a intentar mover la cabeza, pero de nuevo sin éxito.
Acércate más, Remontoire, no logro verte demasiado bien. No quieren que vea lo que me ha pasado.
[¿Te acuerdas del cometa? Clavain estaba con nosotros. Le estabas mostrando las naves que hay dentro].
Lo recuerdo.
[Clavain robó la corbeta antes de que tú y yo pudiéramos subir a bordo. Pero seguía anclada a la superficie del cometa].
Skade recordaba haber llevado a Clavain hasta el cometa, pero nada del resto. ¿Y se salió con la suya?
[Sí, pero ya llegaremos a eso. El problema es lo que sucedió durante su huida. Clavain aplicó potencia hasta que las cadenas cedieron bajo la tensión. Golpearon la superficie del cometa con un latigazo, y me temo que una de ellas te atrapó].
Era difícil responder, aunque desde el instante en que se había despertado sabía que le había pasado algo malo.
¿Cómo que me atrapó?
[Te hirió, Skade, gravemente. De no haber sido una combinada... Si las máquinas de tu cabeza no hubieran ayudado a tu cuerpo a sobrellevar el trauma, lo más probable es que no hubieras sobrevivido, incluso con la ayuda que el traje pudo prestarte].
Enséñamelo, maldita sea.
[Lo haría si en esta sala tuviesen algún espejo, pero no lo hay y no puedo superar los bloqueos neuronales que ha instalado Delmar]. Entonces descríbelo. ¡Descríbemelo, Remontoire!