El asesino de Gor (32 page)

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Authors: John Norman

BOOK: El asesino de Gor
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Cernus rió.

—Los jugadores y los locos —dijo— tienen mucho en común.

Nos volvimos para mirar a Hup. Ahora se deslizaba entre las mesas. Volcó una copa, y esquivó a tiempo el golpe descargado por el hombre a quien pertenecía el vino. Después retornó a la mesa y se metió debajo. Su cabeza apareció de pronto del otro lado y después desapareció. Su mano emergió a un costado, y se apoderó de las peladuras de una fruta. Un momento después sonreía, masticaba las peladuras.

—Mira a tu representante —dijo Cernus.

—¿Por qué no me matas de una vez? —pregunté.

—¿No tienes confianza en tu campeón? —preguntó Cernus, y se echó a reír. El propio Hup, con sus ojos acuosos, se unió a la risa general—. Como tú tienes a tu representante, me pareció justo tener el mío.

Le miré desconcertado.

—Mira a mi campeón —dijo Cernus—, al hombre que jugara por mí.

Señaló hacia la puerta. Todos se volvieron para mirar, y se oyeron gritos de asombro.

Por la puerta entró un joven, que quizá no tenía más de diecinueve años, la mirada penetrante y los rasgos muy atractivos; vestía el atuendo del Jugador, pero su túnica era lujosa, y el bolso donde guardaba el tablero y las piezas era de excelente piel: tenía las sandalias adornadas con hilos de oro. Cosa sorprendente, este joven, que parecía un dios en el esplendor de su adolescencia, cojeaba del pie derecho. Rara vez yo había visto un rostro tan apuesto, tan sorprendente, pero al mismo tiempo tan cargado de irritación y desprecio.

Se detuvo frente a la mesa de Cernus, y aunque éste era Ubar de la ciudad, el joven se limitó a alzar la mano para ofrecer el saludo goreano común:

—Tal —dijo.

—Tal —respondió Cernus, que parecía un poco desconcertado ante el joven.

—¿Por qué se me ha traído aquí? —preguntó el recién llegado.

Estudié el rostro del joven. Había en él algo extrañamente familiar. Pensé que lo había visto antes. Era un rostro que yo conocía, pero no sabía de dónde ni cómo.

Volví los ojos hacia Sura, y su expresión me sobresaltó. No podía apartar los ojos del muchacho. Era como si también ella le hubiese reconocido.

—Te han traído aquí para jugar una partida —afirmó Cernus.

—No comprendo.

—Serás mi representante —dijo Cernus.

El joven le miró con curiosidad.

—Si ganas —dijo Cernus—, recibirás cien monedas de oro.

—Ganaré —dijo el joven.

Miró alrededor, y vio a Qualius, el Jugador ciego.

—El juego será interesante —afirmó el muchacho.

—Qualius de Ar —dijo Cernus— no es tu antagonista.

Hup hacía cabriolas en un rincón de la habitación, rodaba hasta la pared, volvía y rodaba de nuevo.

El muchacho le miró con repugnancia.

—Tu antagonista es él —dijo Cernus, señalando al pequeño loco que se revolcaba en el suelo.

La cólera deformó los rasgos del muchacho.

—No jugaré —dijo. Se volvió bruscamente, pero vio que dos guardias le cerraban el paso.

—¡Ubar! —exclamó el joven.

—Jugarás con Hup el Loco —dijo Cernus riendo.

—Es un insulto —dijo el muchacho—, y también se ofende al juego. ¡No jugaré!

Hup comenzó a canturrear en un rincón, balanceándose hacia delante y hacia atrás.

—Si no juegas —dijo Cernus con expresión amenazadora—, no saldrás vivo de esta casa.

El joven se estremeció de furia.

—¿Qué significa esto? —preguntó.

—Ofrezco a este prisionero la oportunidad de vivir —dijo Cernus, y me señaló—. Si su representante gana, vivirá; si pierde, morirá.

—Jamás he perdido —dijo el joven—. Jamás.

—Lo sé —dijo Cernus.

El joven me miró.

—Su sangre —le replicó a Cernus— recae sobre tus manos, no sobre las mías.

—Entonces —preguntó Cernus—, ¿jugarás?

—Jugaré —afirmó el joven—. Pero permite que Qualius juegue por él.

Qualius, que al parecer conocía la voz del joven, dijo:

—No tienes por qué temer, Ubar. No puedo compararme con él.

Me pregunté quién sería el joven, si Qualius, que según yo sabía era un Jugador soberbio, no aspiraba siquiera a un empate con su colega.

—No —dijo Cernus—. El tonto es tu antagonista.

—Acabemos con esta farsa —dijo el muchacho.

Filemón señaló el tablero, y el joven se acercó y ocupó una silla.

—A la mesa, loco —gritó Cernus a Hup.

Hup se incorporó de un salto, dio una vuelta de campana y se detuvo inseguro frente a la mesa; apoyó el mentón sobre la madera, tratando de mordisquear un pedazo de pan que allí había.

Con excepción de Relio, Ho-Sorl, el joven, Sura y yo, todos los presentes rieron. Sura continuaba mirando al muchacho. Había lágrimas en sus ojos. Traté de identificar al joven, de reconocer sus rasgos.

—¿No deseas decir tu nombre al prisionero? —preguntó Cernus al muchacho.

El apuesto joven me miró desde su asiento. Entreabrió irritado los labios.

—Soy Scormus de Ar —dijo.

Cerré los ojos y comencé a reír, porque comprendí la broma. Y todos los presentes, partidarios de Cernus, hicieron lo mismo, hasta que la sala fue un único rugido de risas. Mi campeón era Hup el Loco, y el de Cernus era el brillante y casi diría genial Scormus de Ar, el joven y fenomenal Scormus, el Jugador más inteligente de la ciudad de Ar, maestro no sólo de los Jugadores de Ar, sino también de Gor: cuatro veces había ganado la copa de oro de la Feria de las Montañas Sardar; jamás había participado en un torneo sin ocupar el primer puesto.

De pronto, Sura exclamó:

—¡Es él!

Y entonces yo también comprendí, y sentí que se me cortaba el aliento.

Scormus miró irritado a Sura, arrodillada en el suelo.

—¿Tu esclava está loca? —preguntó a Cernus.

—Por supuesto, es Scormus de Ar, estúpida esclava —gritó Cernus a Sura—. ¡Ahora, guarda silencio!

Los ojos de Sura estaban cuajados de lágrimas. Inclinó la cabeza y lloró emocionada.

Hup se acercó a Sura e inclinó su cabeza deforme sobre la cabeza de la mujer. Algunos de los presentes rieron. Sura no rechazó el grotesco consuelo que se le ofrecía. Después, todos vieron maravillados que Hup, el deforme, el enano horrible y absurdo, besaba dulcemente a Sura en la frente. Los ojos de Sura se encontraron con los de Hup. Le temblaban los hombros. Sonrió, sin dejar de llorar, e inclinó la cabeza.

—¿Qué ocurre? —preguntó Cernus.

Ahora Hup lanzó un salvaje alarido y comenzó a brincar alrededor de una esclava desnuda, una de las que habían servido las mesas. Ella lanzó un grito y huyó, y Hup suspendió la persecución y giró varias veces en el centro de la sala, hasta que aturdido fue a descansar a su asiento y lloró.

Scormus de Ar habló:

—Juguemos.

—¡Juega, loco! —gritó Cernus a Hup.

El pequeño loco brincó frente a la mesa.

—¡Juega! ¡Juega! ¡Juega! —gimió—. ¡Hup juega!

El enano aferró una pieza y la empujó.

—¡No te corresponde! —gritó Cernus—. El amarillo mueve primero.

Irritado, desdeñoso y enfurecido, Scormus adelantó un Tarnsman.

Hup levantó una pieza roja, y la estudió cuidadosamente.

—Bonita, bonita madera —rió.

—¿El loco conoce los movimientos de las piezas? —preguntó con acritud Scormus.

Algunos rieron, pero Cernus no los imitó.

—Bonita, bonita —canturreó Hup. Después puso la pieza en la intersección de cuatro casilleros.

—No —dijo irritado Filemón—, en el color… ¡así!

Ahora la atención de Hup se desvió hacia el lado de la mesa, donde había un pastel; lo miró con ojos codiciosos.

De pronto, Scormus de Ar miró con más atención a Hup. Después se encogió de hombros y movió otra pieza.

—Te toca mover —dijo Filemón.

Sin mirar el tablero, Hup tomó una pieza con sus dedos nudosos.

—Hup tiene hambre —gimió.

Uno de los guardias de Cernus le arrojó el pastel y con un grito de alegría Hup comenzó a comerlo.

Miré a Sura. Tenía la expresión radiante. Volvió los ojos hacia mí, y sonrió. Contempló los restos de la muñeca sobre el suelo, echó hacia atrás la cabeza y volvió a reír.

Tenía un hijo. Por supuesto, se llamaba Scormus de Ar, el hijo que ella había concebido con el enano Hup, en una antigua fiesta de Kajuralia. Aunque no lo había visto antes, ahora reconocí claramente al muchacho. Tenía los rasgos de Sura; el propio Cernus no lo había advertido; quizá ninguno de los que estaban allí sabía a qué atenerse. La cojera era quizá herencia de su padre deforme; por lo demás, era un muchacho espléndido, y tenía una inteligencia muy aguda; era el maravilloso Scormus, el juvenil Maestro del Juego en Ar.

Hup la había besado. Él lo sabía. ¿Quizá no era tan loco como fingía? Y Scormus de Ar, el maestro brillante y genial, era el fruto de esa unión. Yo había percibido la maravillosa inteligencia innata de Sura, su visión casi intuitiva del juego; y pensé que si Hup era el padre de un joven tan brillante como Scormus de Ar, tal vez no desconocía del todo el juego. Desvié los ojos y vi que Qualius de Ar, el Jugador ciego, sonreía levemente.

Después del segundo movimiento de Hup, Scormus de Ar miró largo rato el tablero y después volvió los ojos hacia Hup, que estaba devorando el pastel.

—Es imposible —dijo Scormus, más para sí mismo que para otros.

Finalmente, se encogió de hombros y realizó el tercer movimiento.

Hup continuaba comiendo el pastel.

—¡Mueve! —grito Cernus.

Hup pegó un salto y con migas en la boca se apoderó de una pieza amarilla y la empujó torpemente a un lado.

—No —dijo Cernus con voz tensa—, tú mueves las piezas rojas.

Obediente, Hup empezó a mover las piezas rojas del tablero.

—¡Una por vez! —gritó Cernus.

Hup se encogió, y después de mirar con timidez el tablero, empujó una pieza y se alejó corriendo.

—Mueve al azar —dijo Filemón a Scormus.

Scormus miraba el tablero.

—Quizá —dijo.

Ahora Scormus realizó su cuarto movimiento.

Hup, que correteaba de un lado para otro, fue convocado nuevamente y casi sin mirar el tablero eligió una pieza, la movió y regresó a sus correrías.

—Mueve tus Tarnsmanes— dijo Filemón a Scormus—. Cuando él coloque su Piedra del Hogar podrás ganarle en cinco movimientos.

—¿Te atreves a enseñarle a jugar a Scormus de Ar? —preguntó.

—No —dijo Filemón.

—En ese caso, cállate —dijo Scormus.

Hup regresó a la mesa, pegó un salto y después de elegir otra pieza con su puño pequeño y nudoso, la llevó al casillero siguiente.

—Te daré doscientas monedas de oro si puedes terminar el juego en diez movimientos —dijo Cernus.

—El Ubar bromea —dijo Scormus de Ar mientras estudiaba el tablero.

—No comprendo —replicó Cernus.

—Rara vez alguien engaña a Scormus de Ar. Te felicito, Ubar. Esta broma será relatada en Ar durante mil años.

—No comprendo —repitió Cernus.

—¿Sin duda reconoces —observó Scormus, mirándolo con curiosidad— la variación con los Dos Luchadores de Lanza de la Defensa del Escriba del Ubar, creada por Mitos de Cos, y utilizada por primera vez en el torneo de Tor?

Ni Cernus ni Filemón dijeron palabra. Todos guardaban silencio.

—¡Este hombre —dijo Scormus de Ar— sin duda es un maestro!

—¡Es imposible! —exclamó Cernus.

—Mi amigo Hup —dijo el ciego Qualius— puede jugar contra los Reyes Sacerdotes.

—¡Derrótalo! —gritó Cernus.

—Silencio —dijo Scormus— Estoy jugando.

El juego continuó. Scormus estudiaba el tablero y movía una pieza. Hup aparecía, viniendo de un rincón del salón, saltando y brincando, resoplando y canturreando; y apenas llegaba movía una pieza. Y entonces Scormus volvía a estudiar largo rato el tablero.

Finalmente, Scormus se puso de pie. Era difícil interpretar su expresión. Demostraba irritación, pero también desconcierto y respeto. Se irguió, y para asombro de todos ofreció la mano a Hup.

—¿Qué haces? —exclamó Cernus.

—Te agradezco la oportunidad de haber jugado esta partida —dijo Scormus.

Los dos hombres, el joven y orgulloso Scormus de Ar, y el minúsculo y deforme enano, se estrecharon las manos.

—¡No comprendo! —repitió Cernus.

—Tu modificación de Dos Luchadores de Lanza en el decimosexto movimiento fue extraordinaria —dijo Scormus a Hup, sin prestar atención al Ubar de Ar—. Demasiado tarde comprendí tu plan. Una jugada brillante.

Hup inclinó la cabeza.

—No comprendo —dijo Cernus.

—He perdido —explicó Scormus.

Cernus miró el tablero. Estaba sudando. Le tembló la mano.

—¡Imposible! —gritó—. ¡Estás ganando!

La mano de Scormus inclinó el Ubar, y de ese modo renunció a continuar el juego.

Cernus se apoderó de la pieza y la enderezó.

—¡El juego no ha concluido! —gritó. Aferró de la capa a Scormus—. ¿Eres un traidor a tu Ubar? —gritó.

—No, Ubar —respondió Scormus asombrado.

—¡Juega! —gritó Cernus a Scormus—. ¡Estás ganando!

Scormus le miró, asombrado.

—Perderé la Piedra del Hogar en once jugadas.

—Imposible —murmuró Cernus, tembloroso.

—Con tu permiso, Ubar —dijo Scormus de Ar—, me retiraré.

—¡Vete! —dijo Cernus, los ojos fijos en el tablero.

—Quizá volvamos a jugar —dijo Scormus a Hup, la cabeza inclinada hacia el enano.

Hup comenzó a bailar en un pie, y a describir círculos, Scormus se volvió hacia Qualius, el Jugador ciego.

—Me marcho —dijo—. Buena suerte, Qualius de Ar.

—Buena suerte, Scormus de Ar —dijo Qualius, el rostro marcado radiante de alegría.

Scormus se volvió y miró a Hup. El enano estaba sentado en el borde del estrado, los pies colgando. Pero cuando vio que Scormus le miraba, se puso de pie.

—Buena suerte, Pequeño Maestro —dijo Scormus.

Hup no pudo contestar, pero permaneció así, de pie frente al estrado, los ojos llenos de lágrimas.

—¡Continuaré jugando y venceré! —gritó Cernus.

Scormus le miró asombrado.

Cernus movió irritado una pieza.

—¡Tarnsman de Ubar a Escriba de Ubara Cuatro!

Scormus sonrió.

—Perderás la Piedra del Hogar en once jugadas —afirmó.

Cuando ya se retiraba, Scormus miró un momento a Sura, y después se volvió y habló otra vez a Cernus.

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