Read El beso de la mujer araña Online
Authors: Manuel Puig
Leni ha seguido la proyección con la sangre helada, pero ansia que se enciendan las luces para dilucidar una incógnita. En efecto, quiere saber por Werner a quién pertenece una de esas dos fisonomías infames. Leni se refiere a los dos jefes de la organización letal, y Werner se ilumina de ansiedad, puesto que piensa que Leni ha reconocido en uno de ellos al criminal que él mismo condenara a muerte, para consternación de su amada. Pero no, Leni se refiere al otro. Werner se agita más aún, ¿acaso Leni ha logrado lo que todo el personal de inteligencia ya está dando por imposible?, porque Jacobo Levy es el agente antinazi más buscado en la actualidad. Leni no tiene una respuesta clara, está segura de haber visto en algún lugar ese rostro depravado, con su calva grasienta y sus largas barbas de prestamista. Vuelven el film atrás y detienen la imagen en los fotogramas donde aparece el criminal, Leni hace esfuerzos sobrehumanos pero no logra ubicar dónde, cómo y cuándo vio al monstruo. Finalmente dejan la sala, deciden caminar algunos pasos bajo una avenida bordeada de tilos. Leni sigue absorta en el laberinto del recuerdo, cree estar segura de haber visto antes a Jacobo Levy, su único temor es haberlo conocido o mejor dicho imaginado en una pesadilla. Werner a su vez calla, su intención al proyectarle el film a Leni era la de mostrarle qué vil insecto él había mandado ejecutan al lograr apresarlo en una aldea cercana a la frontera suiza. Pero con un sólo gesto, Leni logra despejar toda nube del cielo amoroso de Werner: le ha tomado la mano diestra, con sus dos suaves y blancas manos ha tomado la recia palma de Werner y la ha llevado contra su corazón de mujer Ya todo está definitivamente aclarado, y Leni ha comprendido que la muerte de un Moloch hebreo ha significado la salvación de millones de almas inocentes. Cae una leve llovizna sobre la Ciudad Imperial, Leni pide a Werner que la guarezca con su abrazo, y así descansar Ayudados por la luz del siguiente día emprenderán la cacería de la otra fiera que aún está suelta. Pero en ese instante no se oyen rugidos provenientes de la jungla, no, porque se encuentran en la tierra elegida por los dioses para levantar su áurea mansión, allí donde contra los mercaderes ya ganó su primera batalla la moral de los héroes. Es una soleada mañana de domingo. Leni ha pedido a Werner que ese último fin de semana que pasarán juntos, antes del regreso de él a París, lo dediquen a conocer los valles hechiceros del Alto Palatinado. Son las mismas montañas encantadas donde el Conductor tiene su casa de descanso, allí donde en su época de clandestinidad lo cobijara una austera familia de labriegos. La hierba es verde y fragante, el sol tibio, la brisa en cambio trae el fresco de las nieves perpetuas que se yerguen en los picachos a modo de centinela. Sobre la hierba un simple mantel aldeano. Sobre el mantel la frugal dieta de un picnic. Leni ya no halla límite a su ansia de saber pregunta a Werner todo lo referente al Conductor Al principio sus palabras suenan difíciles de captar para la muchacha, «…el problema social-económico en los Estados demoliberales desemboca en un callejón sin salida, se puede solucionar por esencia mucho más fácilmente, y con el contento general, bajo una forma de gobierno autoritario radicado plenamente en el pueblo y no en grupos internacionales prepotentes…», y ella entonces le pide que le hable simplemente de la personalidad del Conductor, y si cabe de su subida al poder Werner cuenta, «… las hojas marxistas y las gacetas judías anunciaban sólo caos y humillaciones para los alemanes. De tanto en tanto también publicaban la falsa noticia del arresto de Adolfo Hitler. Pero esto no era posible, puesto que nadie lo podía reconocer: él no había permitido nunca ser fotografiado. Él cruzaba nuestro territorio en todas las direcciones para asistir a mítines secretos. A veces lo acompañé yo mismo, en precarias avionetas. Recuerdo bien aquéllo, el motor rugía y pronto nos elevábamos del suelo hacia la noche, a veces en plena tempestad. Pero él no hacía caso a los relámpagos, y me hablaba ensimismado en su dolor ante el pueblo hollado por la locura marxista, por la ponzoña del pacifismo, por toda idea extranjerizante…Y cuántas veces atravesamos en automóvil esta ruta nuestra de ayer; y que repetiremos esta noche… de los Alpes a Berlín. Todas las carreteras le eran familiares, arterias de su camino hacia el corazón del pueblo. Hacíamos un alto nada más, como tú ves aquí… extendíamos un mantel sobre el césped, nos sentábamos bajo los árboles y tomábamos el frugal almuerzo. Una rebanadla de pan, un huevo duro y algo de fruta, era todo lo que comía el Conductor En tiempo lluvioso tomábamos ese tente-en-pie dentro del mismo coche.Y finalmente llegábamos a destino, y en el mitin ese hombre tan sencillo se agigantaba, y por radios rebeldes las ondas del éter transmitían sus mazazos de persuasión. Arriesgaba su vida una y otra vez, porque por las calles cundía el sanguinario terror marxista…». Leni escucha fascinada, pero quiere saber más, como mujer le interesa saber el íntimo secreto de la fuerza personal del Conductor Werner le responde, «… el Conductor se manifiesta a sí mismo en cada una de sus palabras. Él cree en sí y en todo cuanto dice. Él es esto que hoy en día es tan difícil de encontrar: autenticidad.Y el pueblo reconoce lo que es auténtico y se aferra a ello. El verdadero Por Qué de la personalidad del Conductor incluso para nosotros sus más allegados, quedará para siempre en el misterio. Sólo creer en los milagros lo explica. Dios ha bendecido a este hombre y la fe mueve a las montañas, la fe del Conductor y la fe en el Conductor..».
Leni se recuesta en el pasto y mira los ojos azul límpido de Wemer ojos de mirar plácido, confiado, puesto que están puestos en la Verdad. Leni le echa los brazos al cuello y sólo atina a decir emocionada, «… ahora comprendo cómo entraste en la doctrina. Tú has captado a fondo el sentido del Nacional Socialismo…».
Siguen para Leni semanas de extenuante trabajo en los estudios berlineses. Y con el último rodar de la cámara se precipita al teléfono para hablar con su amado, absorbido por sus ocupaciones en París. Él le tiene reservada una maravillosa sorpresa, contará con unos días de licencia antes de reunirse con ella en París, y esos días los podrán pasar en algún hermoso lugar de ese país que ahora la aclama, la República Nacional Socialista. Pero Leni le reserva una sorpresa aún mayor: desde aquel día de la proyección del documental no ha dejado de pensar en el rostro del criminal aún no capturado, y día a día ha crecido en ella la certidumbre de que a ese hombre lo ha visto en París. Por eso quiere ya volver a esa ciudad e iniciar la búsqueda.
Wemer acepta, pese al temor que le produce, el ingreso de Leni en un comando de espionaje. Pero Leni baja del tren plena de confianza en la misión, aunque la vista de su Francia la acongoja. En efecto, acostumbrada ya al sol que resplandece en los rostros de la Patria Nacional Socialista, le disgusta ver su Francia así envilecida como está por las contaminaciones raciales. Su Francia le parece innegablemente negrifcada y judía. (Sigue.)
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Después de haber clasificado en tres grupos a las teorías sobre el origen físico de la homosexualidad, y de haberlas refutado una a una, el ya citado investigador inglés D.J.West en su obra
Psicología y psicoanálisis de la homosexualidad, también
considera que son tres las más generalizadas interpretaciones del vulgo sobre las causas de la homosexualidad. West hace un preámbulo señalando como carentes de perspectiva a los teóricos que han tildado de antinaturales a las tendencias homosexuales, a las que han adjudicado, sin lograr demostrarlo, causas glandulares o hereditarias. Curiosamente, West contrapone a dichos teóricos, como algo más avanzada, la visión que la Iglesia ha tenido de este problema La Iglesia ha catalogado al impulso homosexual simplemente como uno más de los muchos impulsos «malvados» pero de índole natural que azotan a las gentes.
La psiquiatría moderna en cambio concuerda en reducir al campo psicológico las causas de la homosexualidad. A pesar de ello, subsisten, como apunta West, teorías difundidas entre el vulgo, carentes de todo sustento científico. La primera de las tres sería la teoría de la perversión, según la cual el individuo adoptaría la homosexualidad como un vicio cualquiera. Pero el error fundamental estriba en que el vicioso elige deliberadamente la desviación que más le apetece, mientras que el homosexual no puede desarrollar una conducta sexual normal aunque se lo proponga, puesto que aún logrando realizar actos heterosexuales difícilmente eliminará sus más profundos deseos homosexuales.
La segunda teoría conocida entre el vulgo es la de la seducción. En su trabajo «Comportamiento sexual de jóvenes criminales», T. Gibbons indaga en la materia, y concuerda con West y otros investigadores en que si bien un individuo puede haber sentido deseos homoeróticos —conscientes por primera vez— estimulado por una persona de su mismo sexo que se propuso seducirlo, dicha seducción —que ocurre casi siempre en la juventud— puede explicar solamente que se inicie en prácticas homosexuales; no puede en cambio justificar que el fluir de sus deseos heterosexuales se detenga. Un incidente aislado de esa índole no puede explicar la homosexualidad permanénte, la cual en la mayoría de los casos resulta también exclusiva es decir no compatible con actividades heterosexuales.
La tercera teoría aludida es la de la segregación, según la cual aquellos jovencitos criados entre varones solos, sin contacto con mujeres, o vicerversa, mujeres criadas sin contacto con varones, iniciarían prácticas sexuales entre sí que los marcarían para siempre. S. Lewis, en su obra
Sorprendido por la alegría
aclara que, por ejemplo, los escolares pupilos tendrán probablemente sus primeras experiencias sexuales con otros varones, pero la frecuencia de las prácticas homosexuales en los pensionados está más vinculada con la imperiosa necesidad de una descarga sexual que con la libre elección de su objeto amoroso. West agrega que la sola falta de contacto psicológico con el sexo femenino, ocasionado por la segregación total que comporta un internado o por la segregación simplemente espiritual de ciertos hogares, puede resultar un determinante de homosexualidad más importante que la realización de juegos sexuales en los colegios de alumnos internos.
El psicoanálisis, cuya característica principal es el sondeo de la memoria para .despertar los recuerdos infantiles, precisamente sostiene que las peculiaridades sexuales tienen su origen en la infancia En
La interpretación de los
sueños, Freud postula que los conflictos sexuales y amorosos están en la base de casi todas las neurosis personales: solucionados los problemas de la alimentación y del reparo de la intemperie —techo y ropas—, para el hombre surge la emergencia de su satisfacción sexual y afectiva. A esa apetencia combinada la denomina
libido,
y la misma se haría sentir desde la infancia. Freud y sus seguidores sostienen que las manifestaciones de la libido son muy variadas, Pero que las reglas de la sociedad obligan a vigilarlas en un constante acecho, sobre todo para preservar la célula base del conglomerado social: la familia. Las dos manifestaciones más inconvenientes de la libido resultarían por lo tanto los deseos incestuosos y los homosexuales.
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Los seguidores de Freud se han interesado vivamente por las tribulaciones que el individuo ha debido sufrir a lo largo de la historia para aprender a reprimirse y así adecuarse a las exigencias sociales de cada época, puesto que sena imposible acatar las normas sociales sin reprimir muchos de los propios impulsos instintivos. La pareja matrimonial legítima, como ideal propuesto por la sociedad, no resultaría necesariamente el ideal de todos, y los excluidos no hallarían otra salida que reprimir u ocultar sus tendencias socialmente indeseables.
Anna Freud, en
Psicoanálisis del niño,
señala como forma neurótica más generalizada la del individuo que al tratar de controlar completamente todos sus deseos sexuales prohibidos, e incluso eliminarlos —en vez de catalogarlos como inconvenientes socialmente peno naturales—, reprime demasiado, y se vuelve incapaz de disfrutar en toda circunstancia relaciones desinhibidas con otra persona Es así que un individuo puede perder control de sus facultades autorrepresoras y llegar a extremos como la impotencia, la frigidez y los sentimientos de culpa obsesivos. El psicoanálisis señala también la siguiente paradoja: es generalmente el desarrollo precoz de la inteligencia y la sensibilidad en los niños, lo que puede inducirlos a una actividad represiva demasiado fuerte. Está comprobado que el niño posee libido desde que tiene vida, y claro está, la manifiesta sin la discriminación adulta Se encariña con toda persona que lo cuida y disfruta en sus juegos con su propio cuerpo y con el cuerpo de otras personas. Pero en nuestra cultura —agrega Anna Freud— se castigan muy pronto estas manifestaciones y el niño adquiere el sentimiento de vergüenza Desde sus primeros actos conscientes hasta la pubertad pasa por el período de latencia.
Los freudianos ortodoxos, así como los disidentes sostienen que las primeras manifestaciones de la libido infantil son de carácter bisexual. Pero a partir de los cinco años ya se aprecian las diferencias sexuales, el niño advierte la diferencia del cuerpo de su madre, además se le comienza a decir que cuando crezca será como su padre, pero que por el momento no debe aspirar a ser el primero en los afectos de su madre, es su padre quien ocupa ese lugar privilegiado. El problema de cómo sofocar los celos que el padre le suscita, en general queda librado enteramente a la habilidad del niño, el cual se verá entorpecido en la empresa una vez más, si su sensibilidad muy desarrollada le demanda protección y cariño, y especialmente si su inteligencia le permite captar el triángulo amoroso en que se encuentra encerrado: concientizar la situación le duplicará las dificultades. Durante esa etapa del desarrollo, según el psicoanálisis, el niño —o la niña, en tensión de rivalidad directa con su madre—, atraviesa el dificultoso tramo edípico, llamado así por el héroe griego Edipo, que mató a su padre sin saber quién era, para casarse con su madre, a la que también desconocía: enterado de su crimen Edipo se arrancó los ojos como holocausto a su culpa. Freud, en
Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad
asegura que en los niños es recurrente la fantasía incestuosa de expulsar y sustituir al progenitor rival, es decir el padre para el niño, y la madre para la niña, pero esas ideas suscitan intensa culpa y temor al castigo. La consecuencia es que el niño o la niña sufren tanto con el conflicto que mediante un esfuerzo inconsciente muy penoso logran reprimirlo, o disfrazarlo ante los ojos de la conciencia. El conflicto se resuelve durante la adolescencia, cuando la adolescente o el adolescente logran traspasar sus cargas afectivas del progenitor o la progenitora a un muchacho o muchacha de su edad respectivamente. Pero quienes han desarrollado una relación muy estrecha con el progenitor del sexo opuesto —y su correspondiente e ineludible sentimiento de culpa, o técnicamente complejo de Edipo—, se verán en peligro de proseguir toda su existencia con una sensación de incomodidad ante cualquier experiencia sexual, puesto que inconscientemente la asociarán con sus culposos deseos de incesto allá en la infancia. El desenlace, cuando la neurosis se afianza, no siempre es el mismo, para el hombre se abre la posibilidad de la impotencia, el trato exclusivo con prostitutas —mujeres qué de alguna manera no se parecen a su madre—, o más aún, la posibilidad de responder sexualmente sólo a otros hombres. Para las mujeres la salida al conflicto no resuelto son principalmente la frigidez y el lesbianismo.