Read El beso de la mujer araña Online
Authors: Manuel Puig
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En su
Teoría psicoanalítica de la neurosis,
O. Fenichel afirma que la probabilidad de orientación homosexual es tanto mayor cuanto más se identifique un niño con su madre. Esta situación se produce especialmente cuando la figura materna es más brillante que la del padre, o cuando el padre está ausente totalmente del cuadro familiar como en los casos de muerte o divorcio, o cuando la figura del padre si bien presente resulta repulsiva por algún motivo grave, como el alcoholismo, la excesiva severidad o la violencia extrema del carácter El niño necesita de un héroe adulto que le sirva como modelo de conducta; mediante la identificación, el niño irá absorbiendo las características de conducta de sus padres, y aunque de cierta manera se rebele a obedecer sus órdenes, inconscientemente incorporará costumbres y aún manías de sus progenitores, perpetuando los rasgos culturales de la sociedad en que vive. Una vez identificado con su padre, sigue Fenichel, el niño adopta la visión masculina del mundo, y en nuestra sociedad, la occidental, esa visión tiene un componente de agresividad —un rastro de su antes indiscutida condición de amo— que ayuda al niño a imponer su nueva presencia. Por el contrario, el niño que está adoptando como modelo la figura materna y no encuentra a tiempo una figura masculina que contrarreste la fascinación materna, será socialmente menospreciado por sus rasgos afeminados, ya que no ostenta la rudeza propia de un muchachito normal.
Freud, al respecto, comenta en su obra De
la transformación de los instintos
que en el varón homosexual, la más completa masculinidad mental puede a veces combinarse con la total inversión sexual, entendiendo por masculinidad mental rasgos como el valor; el espíritu de aventura y experimentación, y la dignidad. Pero en su obra posterior
Una introducción al narcisismo,
elabora una teoría según la cual el varón homosexual empezaría por una efímera fijación materna, para finalmente identificarse él mismo como mujer Si el objeto de sus deseos pasa a ser un joven, es porque su madre lo amó a él, que era un joven. O porque él querría que su madre lo hubiese amado así. En fin de cuentas, el objeto de su deseo sexual es su propia imagen. Para Freud entonces tanto el mito de Edipo como el de Narciso son componentes del conflicto original que da origen a la homosexualidad. Pero de todas las observaciones de Freud sobre la homosexualidad, ésta ha sido la más atacada, objetándosele principalmente que los homosexuales cuya identificación es altamente femenina sienten como objeto de deseo sexual a tipos muy masculinos, o de edad pronunciadamente mayor.
Por otra parte, Freud, en la obra citada en primer término, habla del desarrollo de la sensibilidad erótica y da otras pistas sobre la génesis de la homosexualidad. Afirma que el comienzo de la libido en los bebés es de un carácter predominantemente difuso, y que de allí hasta lograr la educación de su deseo y hacer que recaiga sobre una persona del sexo opuesto con quien el placer se logrará mediante la unión genital, deberá pasar por otras etapas. La primera es la oral, en que el placer sólo deriva de los contactos bucales, tales como la succión. Después viene la etapa anal, en que el niño deriva su satisfacción de los movimientos de su intestino. La última y definitiva es la fase genital. Freud la considera como la única forma madura de sexualidad, afirmación que años más tarde sería frontalmente atacada por Marcuse. El mismo Freud amplió estos comentarios en
Carácter y erotismo anal,
donde elabora la teoría siguiente: ciertos tipos anormales de personalidad, cuyos rasgos predominantes son la avaricia y la obsesión por el orden, pueden estar influidos por deseos anales reprimidos. El placer que derivan de la acumulación de bienes puede provenir de la nostalgia inconsciente por el placer que sintieron cuando pequeños al retener —cosa muy frecuente en los niños— las heces. Por otro lado, la obsesión por el orden y la limpieza sería la contraparte de la culpa que han sentido por su impulso de jugar con heces. En cuanto al rol que pueda jugar la fijación anal en el desarrollo de la homosexualidad, Freud afirma que además de los influjos ya enumerados —Edipo, Narciso—, hay que tener en cuenta que todos esos impedimentos determinan una interrupción del desarrollo del niño, una inhibición afectiva que acarrea la fijación en la fase anal, sin posibilidad de acceder a la fase final, o sea la genital. A esta aseveración, West responde que los homosexuales, al sentir prohibido el camino que conduce a las relaciones genitales normales, se ven obligados a experimentar con zonas eróticas extragenitales, y en la sodomía encuentran —después de una adecuación progresiva— un tipo de gratificación mecánicamente directa, pero no exclusiva. West agrega que el hombre que practica la sodomía no está necesariamente fijado en la fase anal, así como el heterosexual que besa a su amiga no está necesariamente fijado en la fase oral. Por último señala que la sodomía no es un fenómeno exclusivamente homosexual, ya que lo practican también las parejas heterosexuales, mientras que individuos de «carácter anal» (o sea avaros, obsesos de la limpieza y el orden, etc.) no sienten necesariamente inclinaciones hacia la homosexualidad.
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En Tres
ensayos sobre la teoría de la sexualidad,
Freud señala que la represión, en términos generales, proviene de la imposición de dominación de un individuo sobre otros, siendo ese primer individuo no otro que el padre. A partir de tal dominación, se establece la forma patriarcal de la sociedad, basada en la inferioridad de la mujer y en la fuerte represión de la sexualidad. Además, Freud asocia su tesis de la autoridad patriarcal con el auge de la religión, y en particular con el triunfo del monoteísmo en Occidente. Por otra parte, Freud se preocupa especialmente por la represión sexual, puesto que considera los impulsos naturales del ser humano como mucho más complejos de lo que la sociedad patriarcal admite: dada la capacidad indiferenciada de los bebés para obtener placer sexual de todas las partes de su cuerpo, Freud los califica de «perversos polimorfos». Como parte de este concepto, Freud también cree en la naturaleza esencialmente bisexual de nuestro impulso sexual original.
En la misma línea de pensamiento, y en lo referente a la represión primera, Otto Rank considera el desarrollo que va de la dominación paterna hasta llegar a un poderoso sistema estatal administrado por el hombre, como una prolongación de dicha represión primera, cuyo propósito es la cada vez mayor exclusión de la mujer Por su parte, Dennis Altman, en su obra
Homosexual, opresión y liberación,
hablando de la represión sexual en lo específico, la relaciona con la necesidad, en el comienzo de la humanidad, de producir gran cantidad de hijos para fines económicos y de defensa.
A propósito del mismo asunto, en
El sexo en la historia,
el antropólogo británico Rattray Taylor señala que a partir del siglo IV, antes de Cristo, en el mundo clásico se verifica una represión creciente de la sexualidad y un desarrollo del sentimiento de culpa, factores que facilitaron el triunfo del concepto hebreo, más represivo del sexo, sobre el concepto griego. Según los griegos, la naturaleza sexual de todo ser humano contenía elementos tanto homosexuales como heterosexuales.
Volviendo a Altman, en su obra ya citada expresa que las sociedades occidentales se especializan en la represión de la sexualidad, represión legitimizada por la tradición religiosa judeo-cristiana. Dicha represión se expresa de tres modos interrelacionados: asociando sexo con: 1) pecado, y su consiguiente sentido de culpa; 2) la institución familiar y la procreación de hijos, como única justificación; 3) rechazo de todo lo que no sea sexualidad genital y heterosexual. Más adelante agrega que los «libertarios» tradicionales de la represión sexual luchan por cambiar los dos primeros puntos peno olvidan el tercero. Un ejemplo de ello sería Wilhelm Reich con su libro
La función del orgasmo,
cuando afirma que la liberación sexual está radicada en el orgasmo perfecto, el cual sólo se podría obtener mediante el acoplamiento genital heterosexual de individuos pertenecientes a la misma generación.Y es bajo la influencia de Reich que otros investigadores habrían desarrollado su desconfianza de la homosexualidad y los anticonceptivos, ya que dificultarían el logro del orgasmo perfecto y por lo tanto serían contrarios a la total «libertad» sexual.
Sobre la liberación sexual, Herbert Marcuse en Eras
y civilización
aclara que la misma implica más que la mera ausencia de opresión, la liberación requiere una nueva moralidad y una revisión de la noción de «naturaleza humana».Y después agrega que toda teoría real de liberación sexual debería tomar en cuenta las necesidades esencialmente polimorfas del ser humano. Según Marcuse, en desafio a una sociedad que emplea la sexualidad como un medio para un fin útil, las perversiones sustentan la sexualidad como un fin en sí mismo; por lo tanto se colocan fuera de la órbita del férreo principio de «performance» —término técnico tal vez traducible como «rendimiento»—, o sea uno de los principios represores básicos para la organización del capitalismo, y así cuestionan sin proponérselo los fundamentos mismos de este último.
Comentando este punto del razonamiento marcusiano. Altman agrega que cuando la homosexualidad se vuelve exclusiva y establece sus propias normas económicas dejando de apuntar críticamente a las formas convencionales de los heterosexuales para, en cambio, intentar una copia de éstos, se vuelve una forma de represión tan grande como la heterosexualidad exclusiva. Y más adelante, comentando a otro freudiano radical como Marcuse, Norman O. Brown y a Marcuse mismo, Altman infiere que en última instancia lo que concebimos como «naturaleza humana» es tan sólo lo que ha resultado de ella después de siglos de represión, razonamiento que implica, y en ello concuerdan Marcuse y Brown, la mutabilidad esencial de la naturaleza humana.
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Como una variante del concepto de represión, Freud introdujo el término «sublimación», entendiendo por ello la operación mental mediante la cual se canalizan los impulsos libidinosos inconvenientes. Los canales de la sublimación serían cualquier actividad —artística, deportiva laboral— que permitieran el empleo de esa energía sexual, excesiva según los cánones de nuestra sociedad. Freud hace una diferencia fundamental entre represión y sublimación al considerar que esta última puede ser saludable, ya que resulta indispensable para el mantenimiento de una comunidad civilizada.
Esta posición ha sido atacada por Norman O. Brown, autor de
Vida contra muerte,
quien en cambio propicia un regreso a esa «perversión polimorfa» de los bebés descubierta por Freud, lo cual implica una eliminación total de la represión. Una de las razones que aducía Freud en su defensa de una represión parcial, era la necesidad de sujetar los impulsos destructivos del hombre, pero tanto Brown como Marcuse refutan este argumento al sostener que los impulsos agresivos no existen como tales si los impulsos de la libido —preexistentes— hallan su modo de realización, es decir su satisfacción.
La crítica que ha recibido Brown a su vez, parte de la suposición de que una humanidad sin diques de contención, es decir de represión, no podría organizar ninguna forma de actividad permanente. Es entonces que Marcuse interviene con su concepto de «surplus repression», designando estos términos aquella parte de la represión sexual creada para mantener el poderío de la clase dominante, pese a no resultar imprescindible para mantener una sociedad organizada que atienda a las necesidades humanas de todos sus componentes. Por lo tanto, el avance principal que supondría Marcuse con respecto a Freud, consistiría en que éste toleraba cierto tipo de represión por el hecho de preservar la sociedad contemporánea, mientras que Marcuse considera fundamental el cambio de la sociedad, sobre la base de una evolución que tenga en cuenta los impulsos sexuales originales.
Ésa sería la base de la acusación que representantes de las nuevas tendencias psiquiátricas formulan a los psicoanalistas ortodoxos freudianos, acusación según la cual estos últimos habrían buscado —con una impunidad que se agrietó notablemente a fines de los años sesenta— que sus pacientes asumiesen todo conflicto personal para facilitarles la adaptación a la sociedad represiva en que vivían, no para que advirtieran la necesidad de cambiar dicha sociedad.
En El
hombre unidimensional,
Marcuse afirma que originalmente el instinto sexual no tenía limitaciones temporales y espaciales de sujeto y objeto, puesto que la sexualidad es por naturaleza «perversa polimorfa». Yendo aún más allá Marcuse da como ejemplo de «surplus repression» no solamente nuestra total concentración en la copulación genital sino también fenómenos como la represión del olfato y el gusto en la vida sexual.
Por su parte, Dennis Altman, comentando favorablemente en su libro ya citado estas afirmaciones de Marcuse, agrega que la liberación no debería solamente eliminar la contención sexual, sino también proporcionar la posibilidad práctica de realizar esos deseos. Además sostiene que sólo recientemente hemos advertido que mucho de lo que se consideraba normal e instintivo, especialmente en la estructuración familiar y en las relaciones sexuales, es en cambio aprendido, por lo cual sería necesario desaprender mucho de lo que hasta ahora se ha considerado natural, incluso actitudes competitivas y agresivas fuera del campo de la sexualidad.Y dentro de la misma línea, la teórica de la liberación femenina Kate Millet dice en su libro
Política sexual
que el propósito de la revolución sexual debería ser una libertad sin hipocresías, no corrompida por las explotadoras bases económicas de las alianzas sexuales tradicionales, o sea el matrimonio.
Además, Marcuse propicia no sólo un libre fluir de la libido, sino también la transformación de la misma: o sea el paso, de una sexualidad circunscripta a la supremacía genital, a una erotización de la entera personalidad. Se refiere entonces a una expansión más que a una explosión de la libido, una expansión que llegue a cubrir otras áreas de las actividades humanas, privadas y sociales, por ejemplo las laborales. Agrega que la entera fuerza de la moralidad civil fue movilizada contra el uso del cuerpo como mero objeto, medio e instrumento de placer, ya que esa cosificación fue considerada tabú y relegada a despreciable privilegio de prostitutas, degenerados y pervertidos.