Read El bosque encantado Online
Authors: Enid Blyton
Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil
En los vagones había puertas de hojalata y ventanas que no se abrían, igual que en los trenes de juguete. Bessie se esforzó para abrir la puerta, pero no pudo. Sonó el silbato y el tren se puso en marcha.
—¿No sabéis cómo se entra en este tren? —se rió Cara de Luna—. ¡Qué gracioso! ¡Tenéis que abrir el techo!
Mientras hablaba, levantó el techo, como se abren los trenes de juguete.
—Creo que éste es un tren de juguete al que le han hecho crecer —dijo Fanny subiéndose al vagón—. ¡Nunca he visto un tren tan curioso, en toda mi vida!
Todos se montaron. Cara de Luna no pudo colocar otra vez el techo, así que se quedó de pie dentro del vagón, y cuando el tren cogió velocidad, Bessie y Fanny, como no podían mirar por las ventanas, se pusieron de pie para contemplar el paisaje, por el techo. ¡Tenían un aspecto muy gracioso!
En la siguiente estación, que se llamaba «La Estación de los Muñecos de Trapo», tres muñecos negros de trapo subieron al vagón y los miraron fijamente. Uno se parecía tanto al muñeco de trapo que tenía Bessie en su casa que ésta no pudo evitar quedarse boquiabierta.
La segunda estación se llamaba «Estación del Enfado», y sobre la plataforma había tres mujeres viejas, con cara de enfadadas. Las niñas nunca habían visto a ninguna persona tan enfadada como ellas. Una de las mujeres se subió al vagón y los tres muñecos de trapo inmediatamente se cambiaron a otro vagón.
—¡Muévete! —ordenó la mujer enfadada a Cara de Luna. Éste obedeció sin rechistar.
La mujer enfadada resultó ser una persona muy molesta como compañera de viaje. No hacía más que quejarse, y su canasta, que estaba llena de pinchos, le rozaba continuamente a la pobre Fanny.
—¡Hemos llegado, hemos llegado! —gritó de pronto Cara de Luna, muy contento, al llegar a la siguiente estación, y los tres se bajaron, suspirando de alivio al separarse de la mujer enfadada.
La estación se llamaba «Estación de los Osos», y había muchos ositos de peluche por todas partes, algunos de color marrón, unos de rosa, otros de azul, y otros de blanco. Para hablar se tocaban el estómago, donde tenían un pequeño botón y entonces hablaban correctamente. A Fanny le entró la risa al ver lo que hacían. Era muy gracioso.
—Por favor, ¿me puedes decir el camino para llegar a la casa de los tres osos? —le preguntó Cara de Luna cortésmente a un osito azul.
El oso presionó el botón de su barriguita y contestó con una voz agradable pero gruñona.
—Hay que subir el camino y bajar el camino y dar la vuelta al camino.
—Gracias —sonrió Cara de Luna.
—¡Qué raro! —comentó Bessie, que tenía sus dudas.
—No creas —dijo Cara de Luna llevándolas por un caminito bordeado de madreselvas—. Por aquí subimos el caminito, observad que después baja, y al final damos la vuelta en una esquina.
Tenía razón. Subieron y bajaron, y después dieron la vuelta. Y entonces, frente a ellos, junto a un frondoso bosque, estaba la casita más linda que jamás habían visto las niñas, cubierta de rosas color rosa, con unas ventanas pequeñas que hacían guiños bajo la luz de la luna, como si fueran ojos.
Cara de Luna llamó a la puerta. Entonces se oyó una voz soñolienta que decía:
—¡Entrad!
Cara de Luna empujó suavemente la puerta y todos pasaron. Nada más entrar encontraron una mesa puesta, con tres tazones llenos de sopa caliente. Había alrededor tres sillas: una grande, una mediana y una pequeña.
—¡Es la casa de los tres osos! —susurró Bessie, emocionada. Era como si un cuento de hadas se hubiera he-cho realidad.
—¡Aquí estamos! —dijo alguien desde otra habitación. Cara de Luna entró, en compañía de Bessie y Fanny.
Era un dormitorio pequeño, con una cama grande, una mediana y una pequeña. En la cama grande estaba acostado un enorme oso de color marrón, en la mediana una osa gorda, y en la pequeña un osezno encantador, de ojos azules, tan azules como el mar.
—¿Dónde está Ricitos de Oro? —preguntó Cara de Luna.
—Se ha ido de compras —dijo papá oso.
—¿Dónde duerme cuando se queda aquí? —preguntó Bessie mirando en derredor suyo—. ¿Siempre se queda con vosotros?
—Siempre —repitió papá oso, enderezando su enorme gorro de dormir—. Nos cuida muy bien. Esta noche hay un mercado en el Bosque Encantado y ha ido a ver si puede comprar alguna sopa a buen precio. ¿Que dónde duerme? Escoge cualquiera de nuestras camas, y nosotros nos arreglamos con las otras dos. Pero a ella le gusta más la cama de nuestro hijito porque es suave y caliente.
—Igual que en el cuento —comentó Fanny.
—¿Qué cuento? —preguntó mamá osa.
—El cuento de los tres osos —respondió Fanny.
—Nunca lo he escuchado —dijeron los tres osos a la vez. Bessie y Fanny no salían de su asombro. No se atrevieron a hacer más preguntas.
—¡Aquí viene Ricitos de Oro! —dijo mamá osa. Se escuchó una voz aguda que se aproximaba. El osito saltó de la cama y echó a correr hacia la puerta, muy contento.
Una hermosa niña, de largos y rizados cabellos de color oro, se acercó al osito y lo abrazó.
—¡Hola, chiquitín! —le dijo con ternura—. ¿Has sido bueno?
Al ver a Bessie, a Fanny y a Cara de Luna, los miró fijamente.
—¿Quiénes sois vosotros? —preguntó, extrañada.
Cara de Luna le habló sobre Tom, le explicó cómo había ido al País de Hielo y Nieve, donde vivían osos blancos enormes.
—Tengo miedo de que el hombre de nieve lo haya hecho prisionero —comentó Cara de Luna—. En ese caso, tendrá que quedarse a vivir con los osos blancos. ¿Podrías decirle a los tres osos que nos acompañen para que los osos blancos liberen a Tom?
—No conozco el camino —dijo Ricitos de Oro.
—¡Nosotros sí! —interrumpió papá oso—. Los osos blancos son nuestros primos. Cara de Luna, si puedes ayudarnos con un poco de magia, estaremos en el País de Hielo y Nieve en pocos minutos.
—¿En pocos minutos? —repitió Bessie, sin poder creerlo—. ¡Pero si está muy lejos, en la copa del Árbol Lejano!
—No importa —sonrió papá oso. Cogió un jarrón de la repisa y lo llenó de agua. Puso en él un polvo amarillo que revolvió con la pluma blanca y negra de una urraca.
Cara de Luna metió las manos en el agua mientras pronunciaba unas palabras extrañas, que hicieron temblar a Bessie y a Fanny. El agua comenzó a burbujear, subió hasta la boca del jarrón y se desbordó, cayendo sobre el suelo. ¡Se convirtió en hielo bajo sus pies! Un viento frío llenó la pequeña casa y todos empezaron a tiritar.
Entonces Bessie se asomó a la ventana, y se quedó muda de asombro. Sólo fue capaz de señalar con el dedo.
Fanny también se asomó y ¿qué creéis que vio? Afuera no había más que hielo y nieve. ¡Estaban en el País de Hielo y Nieve! Ni Bessie ni Fanny se explicaban cómo había sucedido.
—Bien, ya hemos llegado —sonrió Cara de Luna, sacando las manos del jarrón y secándoselas en un pañuelo rojo—. Osos, ¿podéis prestarnos unos abrigos? Estamos ateridos de frío.
Mamá osa les entregó unos abrigos gruesos, que sacó de un armario. Se los pusieron. Los osos, con su piel gruesa, no necesitaban nada más.
—¡Ahora tenemos que buscar a Tom! —dijo Cara de Luna—. ¡Osos, necesitamos vuestra ayuda!
Ricitos de Oro, los tres osos, las niñas y Cara de Luna salieron de la casita. ¡Qué extraño era ver rosas en flor sobre las paredes mientras había hielo y nieve por todos lados!
—¿Dónde podemos encontrar a los osos polares? —preguntó Ricitos de Oro.
—Allá, en la dirección del sol —señaló papá oso. Bes-ir y Fanny se sorprendieron de ver que el sol y la luna salían en el cielo al mismo tiempo. Siguieron a papá oso, resbalándose continuamente, pero sin llegar a caerse. Hacía mucho frío y tenían la nariz roja y los dedos de los pies como si se les hubieran congelado.
De pronto vieron la casita que Tom había construido para a el hombre de nieve.
—¡Mirad! —gritó papá oso—. Vamos allí.
Pero, antes de que llegaran, un enorme hombre de nieve salió de la casa de nieve. ¡Era el hombre de nieve! En cuanto vio a los tres osos y a sus acompañantes, comenzó a dar gritos como un loco.
—¡Enemigos! ¡Enemigos! ¡Venid, osos, venid y ahuyentad a los enemigos!
—¡No somos enemigos! —gritó Cara de Luna, y Ricitos de Oro corrió hacia el hombre de nieve para demostrarle que era sólo una niña. Pero Cara de Luna fue tras ella y la detuvo. No confiaba en el viejo hombre de nieve.
El hombre de nieve se agachó con su enorme cuerpo para hacer bolas grandes de nieve. Le tiró una a Ricitos de Oro. Ésta logró esquivarla pero fue a darle al pobre osito.
—¡Aaaay! —se quejó, cayéndose para atrás. En ese momento, una manada de osos polares salieron de sus casas para ayudar al hombre de nieve, y pronto empezaron a lanzar bolas de nieve por todos lados. Como estaban muy duras, hacían daño. De nada sirvió que las niñas gritaran que eran amigos, y no enemigos. Nadie las escuchó, y enseguida se entabló una tremenda batalla.
—¡Cielos! —exclamó Bessie, tratando de dar en el blanco—. ¡Esto es horrible! ¡Jamás podremos rescatar a Tom!
No podían hacer nada. Además, ante un ataque, hay que defenderse, y los tres osos, las niñas y Cara de Luna se sentían muy molestos porque no dejaban de lanzarles las duras bolas de nieve.
¡Plaf! ¡Plum! ¡Plof! ¡Clonc! Las bolas de nieve estallaban cuando daban en el blanco, y pronto se oyeron los gruñidos furiosos de los osos polares, los gritos de las niñas y los chillidos de Cara de Luna. Éste no hacía más que saltar, gritar y patalear mientras lanzaba bolas de nieve. Su gran cara redonda era un buen blanco para las bolas de nieve, y a él le dieron más que a nadie. ¡Pobre Cara de Luna!
Mientras todos peleaban, ¿dónde pensáis que estaba Tom? Cuando escuchó el grito de «¡Enemigos! ¡Enemigos!», se escondió en una esquina porque no quería participar en ninguna pelea. Al ver que se quedaba solo, inmediatamente pensó en la forma de escaparse.
Se acercó al agujero que salía de la guarida. La batalla se estaba desarrollando a una buena distancia, así que Tom no se dio cuenta de que los «enemigos» en realidad eran sus amigos. De haberlos visto, hubiera acudido en su ayuda.
—
¡Qué ruido tan terrible están haciendo!
—pensó—.
Suena como si fuera una batalla entre gorilas y osos. No me acercaré, no sea que me coman o me hagan algún daño. Echaré a correr en dirección contraria, a ver si encuentro a alguien que me ayude
.
Así que Tom, con su piel de oso, que le hacía parecer un pequeño oso blanco, se escapó caminando sobre el hielo y la nieve, sin que nadie lo viera. Echó a correr cuando pensó que ya no estaba al alcance de la vista. Corrió sin parar durante un buen rato.
Pero no se encontró con nadie. Por allí sólo había una loca solitaria sobre el hielo, que, al ver a Tom, se lanzó al agua inmediatamente.
Entonces Tom se detuvo, con los ojos saliéndosele de las órbitas. Había llegado a la casita de los tres osos, Ríe estaba sola, en medio de la nieve. Sus rosas aún estaban en flor, despidiendo un intenso aroma.
—
¡Estoy soñando!
—Tom se frotó los ojos—.
¡Tengo que estar soñando! ¡Una casita, con rosas, aquí, en medio de la nieve! Entraré a ver quién vive en ella. Tal vez me puedan dar algo de comer y me dejen descansar, porque estoy muerto de hambre y muy cansado
.
Llamó a la puerta pero nadie contestó. Entonces empujó un poco y pudo entrar. Se quedó boquiabierto. No había nadie, pero sobre la mesa había tres tazones con sopa: uno grande, otro mediano y otro pequeño. Estaba muy oscuro, así que encendió una vela que estaba sobre la mesa.
Se sentó en la silla más grande, pero era demasiado grande y se lenvantó. Se sentó en la silla mediana, pero tenía demasiados cojines, así que se levantó y se sentó en la silla más pequeña. Esa resultaba perfecta, y Tom se acomodó en ella, pero pesaba demasiado y la rompió.
Miró los tazones de sopa. Probó la sopa del tazón más grande, pero estaba demasiado caliente y se quemó la lengua. Probó el tazón mediano, pero era demasiado dulce. Probó la sopa del tazón pequeño y ésta sí que estaba en su punto.
Sin dudarlo ni un instante, se la tomó. Luego sintió tanto sueño que decidió descansar. Fue a la habitación y se acostó en la cama más grande. Era demasiado grande, así que probó la cama mediana. Era demasiado suave, así que se acostó en la más pequeña. ¡Era tan pequeña, cómoda y caliente… que se quedó profundamente dormido!
Mientras tanto, continuaba la batalla. El hombre de nieve era tan grande y los osos polares tan feroces que los tres osos, las niñas y Cara de Luna se vieron obligados a retroceder.
Entonces se desató una tormenta de nieve y cayó tanta nieve que no acertaban a ver nada. Cara de Luna dijo, muy alarmado:
—¡Osos! ¡Ricitos de Oro! ¡Bessie! ¡Fanny! Cogeos de la mano; tenemos que marcharnos inmediatamente. Si no, alguno de nosotros se perderá en medio de esta espantosa tormenta.
Todos se agarraron de la mano. La nieve les daba en la cara y no podían ver nada. Empezaron a caminar con cuidado, inclinados hacia adelante, alejándose de los osos blancos, que ya habían dejado de pelear y trataban de descubrir hacia dónde habían huido sus enemigos.
—No gritéis ni digáis nada —les aconsejó Cara de Luna—. Si nos oyen los osos blancos, nos perseguirán y nos cogerán prisioneros. Vamos a buscar cobijo hasta que cese la tormenta.