Read El bosque encantado Online
Authors: Enid Blyton
Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil
Todos se sentían muy incómodos. Tenían frío, miedo y estaban perdidos. Tropezaban unos con otros, en medio de la nieve, pero no se soltaron de la mano. Siguieron avanzando y de repente Ricitos de Oro se soltó de la mano de Cara de Luna y señaló al frente.
—¡Una luz! —gritó. Todos se detuvieron.
—¡Pero si es nuestra casa! —se asombró el osito—. ¿Quién estará dentro? Alguien ha encendido una vela.
Todos se quedaron mirando la luz en la ventana. ¿Quién había entrado en la cabaña? ¿Sería el hombre de nieve? ¿O los osos polares? ¿Se trataría de un amigo o de un enemigo?
—«Uisssss» —soplaba el viento, mientras la nieve caía sobre sus cabezas.
—¡Ay! —se quejó Cara de Luna, tiritando de frío—. Menudo resfriado vamos a pescar si permanecemos más tiempo aquí afuera. Entremos, a ver quién hay ahí.
Así que papá oso abrió la puerta, y uno por uno entraron en la casa y miraron a su alrededor, llenos de miedo.
—¡Parece que aquí no hay nadie! —dijo Bessie mirando con cautela.
—Entonces, ¿
QUIÉN
ha encendido la vela? —preguntó Cara de Luna, con una mirada de ansiedad en su enorme cara redonda—. ¡Nosotros no la dejamos encendida!
De repente papá oso gruñó enojado y señaló su silla.
—¿Quién se ha sentado en mi silla?
—¿Y quién se ha sentado en la mía? —añadió mamá osa.
—¿Y quién se ha sentado en mi sillita y la ha roto? —gimió el osito.
Bessie se rió.
—Parece como si el cuento de los tres osos se repitiera —susurró a Fanny—. Ahora hablarán de la sopa.
Y así fue.
—¿Quién ha probado mi sopa? —protestó papá oso, enfadado.
—¿Y quién ha probado la mía? —se quejó mamá osa.
—¿Y quién ha probado la mía y se la ha tomado toda? —sollozó el osito, mientras pasaba su cuchara por el tazón vacío.
—Todo esto es un misterio —comentó Cara de Luna—. Alguien encendió la vela, se sentó en las sillas y se tomó la sopa del tazón pequeño. ¿Quién será?
—Esta vez no he sido yo —se rió Ricitos de Oro—. Yo estuve con vosotros todo el tiempo durante la batalla de nieve, ¿no es cierto, osos?
—Así es —gruñó papá oso, dando una palmadita en la espalda a la pequeña niña. Le tenía mucho cariño.
—Cómo me hubiese gustado encontrar al pobre Tom —suspiró Bessie, entristecida—. ¿Qué estará haciendo en este horrible y frío país?
—¿Pensáis que debemos salir a buscarlo otra vez? —preguntó Fanny, temblando sólo de pensar en el viento frío que soplaba afuera.
—No —dijo Cara de Luna firmemente—. Nadie va a salir de esta cabaña otra vez hasta que estemos sanos y salvos en el bosque. Lamento no poder rescatar a Tom por ahora.
—¿Qué es ese ruido? —se extrañó Ricitos de Oro. Todos prestaron oídos. ¡Alguien estaba roncando en la habitación de al lado!
—No se me ha ocurrido mirar ahí —señaló Cara de Luna—. ¿Quién será?
—¡Shhhh! —le indicó Ricitos de Oro—. No debemos despertarlo. Así, dormido, podemos atarlo y hacerlo nuestro prisionero.
Fueron de puntillas hacia la puerta del dormitorio y entraron uno tras otro.
—¿Quién se ha acostado en mi cama? —dijo papá oso gruñendo.
—¡Shhh! —Cara de Luna temía que lo despertara.
—¿Quién se ha acostado en mi cama? —preguntó mamá osa.
—¡Shhhh! —dijeron todos.
—¿Y quién se ha acostado en mi cama y está todavía durmiendo? —gimió el osito, desconsolado.
Todos se quedaron mirando la camita. Sí, había alguien allí, con una piel de oso blanca. ¿Sería un oso polar?
—¡Es un oso blanco! —balbució Cara de Luna, lleno de miedo.
—Atadlo antes de que se despierte —sugirió papá oso—. Es un enemigo.
Ricitos de Oro sacó una soga de la despensa de la cocina. Cara de Luna se puso a un lado de la cama y papá oso al otro, sujetando la soga entre los dos. Se hicieron una señal con la cabeza. En un instante los dos agarraron al «oso» y lo ataron con fuerza.
—¡Lo hemos capturado! —exclamó Cara de Luna, sonriente.
Tom se despertó de un sobresalto. ¿Quién lo había atrapado? ¿Lo había vuelto a encontrar el hombre de nieve? Intentó desasirse pero Cara de Luna lo sujetó con fuerza.
Entonces Bessie y Fanny le vieron la cara y gritaron:
—¡Cara de Luna, pero si es Tom! ¡Tom, qué alegría volver a verte!
Todos se acercaron a la camita para abrazar a Tom, que no acertaba a decir una sola palabra, de tanta emoción como sentía. Se libró de la soga y abrazó a sus hermanas.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —exclamaron Bessie y Fanny.
—Ven a la cocina y tomaremos sopa caliente y leche —le ofreció Ricitos de Oro—. Hablaremos mientras nos calentamos.
Todos charlaron alegremente de todo lo que les había sucedido. Ricitos de Oro sirvió sopa en unos tazones azules, y preparó un chocolate caliente, que todos tomaron con gusto. Tom no dejaba de sonreír.
—¡Vaya aventura! —exclamó—. ¿Cuento primero mi aventura o vosotros contáis la vuestra?
Todos le escucharon a él primero, y después Bessie le explicó cómo Cara de Luna había ido a casa de los tres osos para pedir ayuda, y habló de la terrible batalla.
—Lástima de combate —se lamentó papá oso, entristecido—. Los osos blancos son nuestros primos, y siempre nos hemos llevado muy bien con ellos, pero ahora parece que se han convertido en enemigos.
—Esperemos que no descubran nuestra cabaña —dijo Ricitos de Oro, tomándose la sopa—. Cara de Luna, ¿no sería mejor que utilizases tu magia para regresar al bosque?
—No os preocupéis, que hay tiempo de sobra —sonrió Cara de Luna mientras se servía otra taza de chocolate.
Pero estaba equivocado. En ese momento Ricitos de Oro señaló hacia la ventana.
—¡Alguien se ha asomado! —gritó.
—¡No digas tonterías! —le reprochó Cara de Luna.
—Es cierto —insistió Ricitos de Oro—, alguien se ha asomado por la ventana. ¿Quién podrá ser?
—¡Huy, el pomo de la puerta se está moviendo! —susurró Cara de Luna, y dio un salto hacia la puerta. En un abrir y cerrar de ojos echó el pestillo.
Papá oso se levantó y se acercó a la ventana. Miró para ver si podía distinguir algo en medio de la tormenta de nieve.
—No veo nada —se quejó, y de pronto gruñó con fuerza—. Sí, ya veo, ¡son los osos blancos! ¡Han rodeado la casa! ¿Qué haremos ahora?
—No pueden entrar por la puerta, y tampoco por las ventanas —Cara de Luna procuró tranquilizarlos, pero de pronto la puerta tembló, aunque no lograron echarla abajo. ¡Qué golpes tan fuertes estaban dando!
—¡No os dejaremos entrar! —gritó Tom.
—Si alguno trata de abrir la ventana o de romperla, le golpearé con esta olla —amenazó Cara de Luna, sallando con la olla en la mano.
—Cara de Luna, esa olla tiene agua caliente —le avisó Fanny—. Ten cuidado. Me has mojado.
—¡La derramaré sobre la cabeza de cualquier oso que miente entrar! —gritó Cara de Luna, regando el cuarto con el agua caliente.
—¡Ay! —gritó Bessie—. Fanny, escóndete detrás de la cama. Me parece que Cara de Luna es tan peligroso pomo los osos blancos.
Papá oso apoyó la mesa grande contra la puerta. Era una situación delicada. Tom y las niñas estaban asustados, pero también sentían una cierta emoción. ¿Qué pasa ría?
—¡Uuumff! ¡Uuumff! —gritaban los enormes osos, afuera, furiosos por no poder entrar ni por la puerta ni por las ventanas.
¡Pero descubrieron otro camino! La chimenea era grande y ancha, porque tenía un hogar amplio para el Fuego, como las antiguas. Uno de los osos se subió al |i |ado, seguido de otros tres. El primero se deslizó por la enorme chimenea, y llegó hasta abajo. Lo mismo hicieron otros dos.
Cayeron con un gran estruendo sobre el fuego y saltaron rápidamente fuera de las llamas.
—¡Rendíos! —gritaron a todos los allí presentes, que los contemplaban aterrados—. ¡Rendíos! ¡El hombre de nieve está afuera! ¡Dejadle entrar!
Todos se quedaron mirando horrorizados a los enormes osos blancos. Nadie había pensado en la chimenea. ¡Qué lástima que no la hubieran tapado!
—Voy a dejar que entre el hombre de nieve —dijo el primer oso blanco.
Entonces intervino papá oso, con voz muy triste.
—Primo, ¿por qué nos hemos hecho enemigos? Hasta ahora siempre hemos sido buenos amigos.
Los cuatro osos blancos miraron sorprendidos a papá oso, a mamá osa y al osito, y corrieron a abrazarlos.
—Uuumff —exclamaban una y otra vez, muy alegres.
Tom creyó que iban a atacar a los tres osos, y cogió una jarra de la mesa para defender a sus amigos. Pero pronto se dio cuenta de que los osos blancos se estaban reconciliando con los otros, abrazándolos con toda su fuerza. Los chicos se sorprendieron de ver que se les caían las lágrimas.
—¡No sabíamos que erais vosotros! —se disculparon con los osos blancos—. ¡Nunca hubiéramos luchado si os hubiésemos reconocido! Ya sabéis lo mucho que os queremos.
—¡Tranquilo, tranquilo! —dijo mamá osa, secando las lágrimas a uno de los osos blancos—. No ha pasado nada. Pero, por favor, decidles a los otros osos que somos amigos. Van a derribar la puerta.
Cara de Luna abrió la puerta y gritó:
—¡Osos! ¡Todo está solucionado! ¡Ésta es la casa de vuestros primos, los tres osos! ¡Somos vuestros amigos!
Pero los osos blancos no sólo no contestaron, sino que dejaron paso a una enorme figura blanca, ¡el hombre de nieve!
La pequeña habitación se enfrió inmediatamente. Los osos blancos le tenían miedo porque era su amo. Cerró la puerta y miró a todos fríamente con sus ojos de piedra.
—¡Así que hasta mis propios osos se han cambiado de bando! —comentó, indignado—. ¡Aja! ¿Qué os parece si os convierto a todos en hielo y nieve?
Nadie habló. Para sorpresa de Bessie, Cara de Luna cerró la puerta y se acercó al fuego. Echó tres leños, que enseguida empezaron a arder, y guiñó un ojo.
El hombre de nieve agarró a uno de los osos blancos por el cuello y lo sacudió.
—Así que habéis recuperado vuestras voces, ¿eh? —preguntó fuera de sí—. ¿No os he dicho que sólo podéis decir «uuumff», y que no debéis decir ninguna palabra a nadie? ¡No toleraré que ningún oso hable!
Agarró a otro de los osos blancos y lo sacudió.
—De modo que sois amigos de mis enemigos, ¿no? —cada vez estaba más furioso.
La habitación se puso muy caliente. Tom se quitó el abrigo, y lo mismo hicieron los demás. Cara de Luna, con mucha astucia, puso otro leño en el fuego, que ardía intensamente. Fanny estaba sudando; quería quitarse toda la ropa.
—
¿Qué pretende Cara de Luna calentando tanto la habitación?
—pensó, muy molesta. Pero cuando iba a decir que pusiera el protector delante del fuego, éste le guiñó el ojo, y ella no dijo nada. Cara de Luna, sin duda, tenía un plan.
El hombre de nieve no cesó en sus quejas y amenazas. Todos le escuchaban sin decir una sola palabra. Cara de Luna atizó el fuego y las llamas crepitaron con fuerza.
—Os diré lo que voy a hacer —pronunció solemnemente el hombre de nieve—. Me voy a quedar a vivir en esta bonita casa. Vosotros podéis iros a la casa de nieve. Me tiene sin cuidado que os congeléis. Vosotros seréis mis siervos y obedeceréis mis órdenes.
—Sí —asintieron todos en un susurro. Ya se habían dado cuenta del plan de Cara de Luna. Iba a calentar tanto la habitación que el hombre de nieve se derretiría. ¡Qué astuto Cara de Luna! Al hombre de nieve ya le goteaba agua por la espalda. Cara de Luna lo señaló con disimulo, y sonrió maliciosamente.
Fanny se echó a reír por la cara tan graciosa que había puesto Cara de Luna. No lo pudo evitar. Ricitos de Oro también dejó escapar una risita, y tuvo que taparse la boca con un pañuelo. El osito chilló de alegría, pero después lloró amargamente al sentir el tremendo golpe que le asestó el hombre de nieve.
—¡Cómo os atrevéis a reír! —gritó enojado el hombre de nieve—. ¡Salid todos! ¡Fuera de aquí! Ahora esta casa me pertenece, y no consiento que ninguno de vosotros permanezca en ella.
Todos salieron, excepto Cara de Luna, que se agachó detrás de una silla grande. Estaba decidido a impedir que el fuego se apagara.
Afuera hacía mucho frío. Los osos blancos hicieron una muralla alta con la nieve para proteger a los otros del viento. Todos se juntaron para darse calor entre sí. Los enormes osos blancos abrazaron a los niños con sus brazos peludos, para abrigarlos. Tom pensó que eran muy amables.
Esperaron mucho tiempo. Se veía el humo saliendo de la chimenea. Sabían que Cara de Luna estaba avivando el fuego. De vez en cuando los osos decían un «uuumff» y los chicos hablaban entre susurros.
De pronto se abrió la puerta de la cabaña y salió Cara de Luna, tan sonriente como la luna llena.
—¡Ya podéis entrar! —gritó—. ¡Ya no hay peligro!
Todos entraron en la cabaña. Tom buscó al hombre de nieve, ¡pero no había ni rastro de él, sólo un gran charco de agua!
—Se derritió enseguida —se rió Cara de Luna—. Habrá sido muy poderoso, pero sólo estaba hecho de nieve Se derritió como cualquier muñeco de nieve en una mañana de sol.
Los osos polares, muy contentos, gritaron:
—Uuumff.
No les gustaba ser siervos del hombre de nieve.
—Tenemos que despedirnos —dijeron a los tres osos—. Vuestra cabaña es cómoda pero es demasiado caliente para nosotros. Venid a visitarnos cuando queráis. ¡Adiós!