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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (27 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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Me abandoné a la sensación producida por la cicatriz del demonio, dejando que fluyese por mí. Ya averiguaría luego si era malo o no. Mis manos se movieron con más rapidez sobre su piel, apreciando la diferencia entre él y un brujo, descubriendo que él me excitaba más. Mientras seguía acariciándolo, con la otra mano agarré la suya que no estaba usando para aguantar su peso sobre mí y la conduje hacia el cordón de mi pantalón. Él agarró mi muñeca y la sujetó sobre mi cabeza contra la almohada, rechazando mi ayuda. Me recorrió una sacudida. Mordisqueó mi cuello y se apartó. El más mínimo roce de sus dientes me provocaba un grito ahogado. Las manos de Nick tiraron de la cintura de mis pantalones y mi ropa interior con una feroz ansiedad. Arqueé la espalda para facilitar que se soltase de mis caderas y una mano fuerte me sujetó los hombros contra la cama. Abrí los ojos y Nick se inclinó sobre mí.

—Ese es mi trabajo, bruja —me susurró, pero ya me había quitado los pantalones. Alargué la mano hacia él, descendiendo, y él cambió de postura, empujando su rodilla contra la cara interior de mi muslo. Arqueé la parte baja de la espalda, apretándome contra él. Nick descendió para cubrirme con su cuerpo. Sus labios se encontraron con los míos y empezamos a frotarnos el uno contra el otro. Lentamente, casi provocativamente, se introdujo dentro de mí. Me aferré a sus hombros mientras me recorrían sacudidas de cosquilleos cuando sus labios besaron mi cuello.

—En la muñeca —jadeó en mi oído—. Oh, Dios, Rachel. Me mordió en la muñeca.

Las oleadas de sensaciones se acompasaban al ritmo de nuestros cuerpos mientras que ansiosamente buscaba su muñeca. Él gimió cuando me aferré a ella. La rocé con los dientes, chupando ávidamente mientras que él hacía lo mismo sobre mi cuello. El dolor fue creciendo en mi interior y el anhelo me volvió loca. Mordí la antigua cicatriz de Nick, haciéndola mía e intentando arrancársela a la que se la hizo primero.

El dolor me aguijoneó el cuello y grité. Nick titubeó y luego volvió a morder un pliegue de piel cicatrizada entre sus dientes. Yo hice lo mismo con su muñeca para indicarle que me gustaba. En silencio, atenazada por la desesperada ansiedad, su boca arremetió contra mi cuello. El deseo reptó sigilosamente desde el interior. Noté cómo aumentaba. Lo atraje más, deseando que sucediese.
Ahora
, pensé, casi gritando.
Oh, Dios, hazlo ahora
. Juntos, Nick y yo nos estremecimos, nuestros cuerpos respondieron como uno solo cuando una oleada de euforia surgió de mí hacia él. Rebotó y me golpeó con redoblada fuerza. Jadeé y me agarré con fuerza a él. Nick gruñó como si le doliese. De nuevo la oleada nos embargó, apartándonos. Deseosos, nos aferramos al clímax, intentando que durase para siempre. Lentamente decayó. Las sacudidas de placer se iban apagando con temblores que nos recorrían a ambos conforme la tensión se relajaba por etapas. El peso de Nick fue reposando gradualmente sobre mí. Su respiración sonaba agitada en mi oído. Agotada, hice un esfuerzo consciente para soltar las manos de sus hombros. Las marcas de mis dedos habían dejado líneas rojas en su piel.

Me quedé tumbada durante un momento, sintiendo un cosquilleo que se desvanecía en mi cuello. Luego desapareció. Me pasé la lengua por los dientes. No había sangre. No le había rasgado la piel, gracias a Dios. Nick seguía encima de mí, pero se giró para que pudiese respirar mejor.

—¿Rachel? —susurró—. Creo que casi me matas.

Mi respiración se iba ralentizando y no dije nada. Pensaba que hoy podría perdonar mi carrera de cinco kilómetros. Los latidos también se hacían más pausados, produciéndome una relajante lasitud. Me acerqué su muñeca para ver de cerca la cicatriz antigua, que resaltaba blanca sobre la piel enrojecida y rugosa. Sentí vergüenza al ver que le había hecho un chupetón. Sin embargo no me sentía culpable. Probablemente él sabía mejor que yo lo que iba a pasar y sin duda mi cuello estaría en un estado similar. ¿Me importaba? Ahora mismo no. Quizá después, cuando mi madre lo viese.

Le di un beso en su piel sensible y le bajé el brazo.

—¿Por qué la sensación ha sido como si uno de nosotros fuese un vampiro? —le pregunté—. Mi cicatriz del demonio nunca había estado tan sensible, ¿y la tuya…? —dejé la pregunta en el aire. Le había mordisqueado buena parte del cuerpo en los últimos dos meses sin haber provocado nunca semejante respuesta en él. Aunque no es que me estuviese quejando.

Con aspecto agotado, Nick se deslizó, apartándose de mí y cayó con un bufido sobre la cama.

—Ha debido ser porque Ivy te ha despertado —dijo con los ojos cerrados y la cara hacia el techo—. Mañana estaré dolorido.

Agarré la manta de croché y tiré de ella para taparme al sentir frío sin el calor de su cuerpo. Me volví de lado y me acerqué a él.

—¿Seguro que quieres que me vaya de la iglesia? Creo que empiezo a comprender por qué los tríos son tan populares entre los círculos vampíricos.

Nick abrió los ojos con un gruñido.

—Tú quieres matarme, ¿verdad?

Con una risita me levanté envuelta en la colcha. Me toqué el cuello con los dedos y me noté la piel dolorida pero intacta. No quiero decir que estuviera mal aprovecharse de la sensibilidad que Ivy había puesto en marcha, pero la vehemente necesidad que provocaba me preocupaba. Era casi demasiado exquisitamente intenso como para controlarlo… no me extrañaba que a Ivy le resultase tan difícil. Concentrada en mis pensamientos lentos y especulativos, rebusqué en el último cajón del aparador de Nick buscando una de sus camisas viejas y me dirigí a la ducha.

14.

—Hola —oí decir suave y educadamente a la voz de Nick grabada en el contestador—, este es el contestador de Morgan, Tamwood y Jenks, de Encantamientos Vampíricos, cazarrecompensas independientes. En este momento no podemos atenderle. Por favor, deje un mensaje e indíquenos si prefiere que le devolvamos la llamada durante el día o la noche.

Apreté con más fuerza el teléfono negro de Nick y esperé a oír el pitido. Había sido idea mía que Nick grabase nuestro mensaje en el contestador. Me gustaba su voz y me parecía que resultaba muy pijo y profesional que creyesen que teníamos a un hombre de recepcionista. Aunque claro, esa impresión desaparecía en cuanto veían la iglesia.

—¿Ivy? —dije e inmediatamente hice una mueca al oír el tono de culpabilidad en mi voz—, coge el teléfono si estás ahí.

Nick pasó junto a mí desde la cocina y deslizó su mano por mi cintura de camino hacia el salón. El teléfono seguía en silencio y me apresuré a dejar un mensaje antes de que el contestador me colgase.

—Oye, estoy en casa de Nick.
Mmm
… sobre lo de antes, lo siento. Ha sido culpa mía. —Miré a Nick, que estaba haciendo el «paripé de limpieza de los solteros», barriendo aquí y allí, escondiendo las cosas bajo el sofá y detrás de los cojines—. Nick dice que siente mucho haberte golpeado.

—No lo siento —dijo y tuve que tapar el auricular imaginándome que con su oído de vampiro podría oírlo.

—Eh,
mmm
—continué—, voy a casa de mi madre a recoger unas cosas, pero volveré sobre las diez. Si llegas a casa antes que yo, ¿por qué no sacas la lasaña para cenar? ¿Te parece que comamos sobre medianoche? Así ceno temprano para poder hacer los deberes luego —titubeé queriendo decir algo más—. Bueno, espero que oigas esto. Adiós —concluí sin mucha convicción. Colgué el teléfono y me volví hacia Nick.

—¿Y si todavía está sin sentido?

Arrugó los ojos.

—No le pegué tan fuerte.

Me apoyé contra la pared, que estaba pintada de un marrón asqueroso y que no pegaba con nada. En el apartamento de Nick nada combinaba con el resto, asi que de algún modo encajaba, aunque de forma retorcida. No es que a Nick no le importase la continuidad, sino que él veía las cosas de forma diferente. Una vez que lo pillé con un calcetín negro y otro azul me miró parpadeando y me contestó que eran del mismo grosor.

Sus libros, por ejemplo, no estaban ordenados alfabéticamente; los tomos más antiguos ni siquiera tenían título ni autor; sino que seguían una clasificación que yo aún no había descubierto. Los libros tapizaban toda una pared del salón, provocando la espeluznante sensación de que me vigilaban siempre que entraba allí. Había intentado convencerme para que se los guardase en mi armario cuando su madre los dejó tirados en su puerta una mañana. Yo le di un sonoro beso y le dije que no. Me daban repelús.

Nick entró en la cocina y cogió sus llaves. El tintineo metálico me atrajo hacia la puerta. Eché un vistazo a lo que llevaba puesto antes de seguirlo hacia el recibidor. Vaqueros, camiseta de algodón remetida por dentro y las chanclas que usaba cuando íbamos a nadar a la piscina comunitaria. Lo había dejado todo aquí el mes pasado y me lo había encontrado limpio y colgado en el armario de Nick.

—No tengo mi bolso —mascullé cuando cerró la puerta de un fuerte tirón.

—¿Quieres que pasemos por la iglesia de camino?

Su oferta no sonaba genuina y vacilé. Tendríamos que cruzar medio Hollows para llegar allí y ya se había puesto el sol. Las calles se estaban llenando de gente y tardaríamos una eternidad. No tenía gran cosa en mi bolso en cuanto a dinero y no iba a necesitar mis amuletos… solo iba a casa de mi madre; pero la idea de Ivy tirada en el suelo era insoportable.

—¿No te importa?

Nick respiró hondo y su alargada cara se retorció con una expresión forzada pero asintió. Sabía que no quería ir y por la preocupación casi me salto el escalón de salida del edificio hacia el aparcamiento. Hacía frío. No había ni una nube en el cielo, pero las estrellas se perdían tras la luz de la ciudad. Las corrientes de aire se colaban por mis chanclas y cuando me rodeé con los brazos, Nick me dio su chaqueta. Me encogí dentro y se me fue pasando el enfado con él por no querer ir a comprobar si Ivy estaba bien gracias al calor y su olor impregnado en el grueso tejido.

Oí un leve zumbido proveniente de una farola. Mi padre la habría llamado «luz para ladrones» por proporcionar la iluminación justa para que un ladrón viese lo que estaba haciendo. El sonido de nuestros pasos resonaba con fuerza y Nick alargó el brazo para abrirme la puerta.

—Te abro —dijo galantemente y yo sonreí con suficiencia al verlo pelearse con la manecilla, gruñendo hasta que con un tirón finalmente cedió.

Nick llevaba trabajando en su nuevo empleo tan solo tres meses, pero de algún modo había logrado comprar una maltrecha furgoneta Ford azul. Me gustaba. Era grande y fea, por eso la había conseguido tan barata. Me dijo que era lo único que tenían en el concesionario que no le obligaba a encoger las rodillas hasta la barbilla. La capa transparente de pintura se estaba descascarillando y la puerta del maletero se estaba oxidando, pero era un medio de transporte. Me impulsé hacia dentro y apoyé los pies en la ofensiva alfombrilla del dueño anterior mientras Nick cerraba de un portazo. La furgoneta se sacudió, pero era la única forma de garantizar que la puerta no se abriese de golpe al cruzar las vías del tren. Mientras esperaba a que Nick diese la vuelta por detrás, una sombra oscilante sobre el capó llamó mi atención. Me incliné hacia delante entornando los ojos. Algo casi choca contra el parabrisas y di un respingo.

—¡Jenks! —exclamé al reconocerlo. El cristal que nos separaba no pudo ocultar su agitación. Sus alas parecían un borrón de telaraña titilando bajo la farola mientras me miraba con el ceño fruncido y las manos en las caderas. En la cabeza llevaba un sombrero flexible rojo de ala ancha y aspecto triste bajo la incierta luz. Mis pensamientos de culpabilidad volvieron a Ivy y bajé la ventanilla. Tuve que empujarla cuando se quedó atascada a medio camino, Jenks entró volando y se quitó el sombrero.

—¿Cuándo demonios piensas comprarte un teléfono con manos libres? —me espetó—. ¡Yo formo parte de esta empresa tanto como tú y no puedo usar el teléfono!

¿Venía de la iglesia? No sabía que podía desplazarse tan rápido.

—¿Qué le has hecho a Ivy? —continuó diciendo mientras que Nick entraba en silencio y cerraba su puerta—. Me he pasado la tarde intentando tranquilizar a Glenda la Buena después de que le gritases a su padre y cuando llego a casa veo a Ivy histérica en el suelo del baño.

—¿Está bien? —le pregunté y luego miré a Nick—. Llévame a casa.

Nick arrancó la furgoneta y dio un respingo hacia atrás cuando Jenks aterrizó en la palanca de cambio.

—Está bien…, todo lo bien que puede estar ella —dijo Jenks pasando de la rabia a la preocupación—. No vuelvas todavía.

—Quítate de ahí —dijo Nick sacudiendo la mano debajo de Jenks.

Jenks salió revoloteando hacia arriba y luego hacia abajo, mirando fijamente a Nick hasta que volvió a poner las manos de nuevo sobre el volante.

—No —dijo el pixie—. Lo digo en serio. Dale un poco más de tiempo. Ha oído tu mensaje y se está calmando. —Jenks salió volando para ir a sentarse en el salpicadero delante de mí—. Tía, ¿qué le has hecho? No paraba de repetir que no iba a ser capaz de protegerte y que Piscary se iba a enfadar con ella y que no sabía qué iba a hacer si te marchabas. —Sus diminutas facciones adoptaron una expresión de preocupación—. ¿Rachel? Quizá deberías mudarte, este es demasiado incluso para ti.

Sentí frío al oír el nombre del vampiro no muerto. Quizá no fuese yo quien la presionase demasiado, quizá había sido Piscary quien la había empujado a hacerlo. No habría pasado nada si lo hubiese dejado cuando se lo pedí la primera vez. Probablemente Piscary había entendido que Ivy no era la dominante en nuestra extraña relación y quería que rectificase la situación, el muy cabrón. No era asunto suyo.

Nick metió la marcha y las ruedas crujieron e hicieron saltar la grávida del aparcamiento.

—¿A la iglesia? —preguntó.

Miré a Jenks y este negó con la cabeza. Fue el atisbo de miedo en su expresión lo que me obligó a tomar una decisión.

—No —dije. Esperaría, le daría tiempo para recuperarse.

Nick pareció tan aliviado como Jenks. Nos incorporamos al tráfico y nos dirigimos hacia el puente.

—Bueno —dijo Jenks. Al ver que no llevaba los pendientes puestos, saltó hacia arriba para sentarse en el espejo retrovisor—, de todas formas ¿qué demonios es lo que ha pasado?

Volví a subir la ventanilla al sentir el frío de la noche en la húmeda brisa.

—La presioné demasiado durante el entrenamiento. Intentó convertirme en… eh…, intentó morderme. Nick la noqueó con mi caldero de hechizos.

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