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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (29 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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Nick me puso la mano en la rodilla bajo la mesa.

—Lo siento.

Esbocé una amplia sonrisa.

—Eh, ¿qué son diez años? Se supone que no iba a llegar ni a la pubertad. —No tenía ánimos para decirle que incluso sin esos diez años, probablemente iba a vivir décadas más que él. Pero probablemente él ya lo supiera.

—Monty y yo nos conocimos en la universidad, Nick —dijo mi madre devolviendo la conversación a su tema originario. Sabía que no le gustaba hablar de mis primeros doce años de vida—. Fue tan romántico… La universidad acababa de crear los estudios paranormales y había mucha confusión acerca de los prerrequisitos. Cualquiera podía estudiar cualquier cosa. Yo no tenía nada que hacer en una clase de líneas luminosas y el único motivo por el que me apunté fue porque el guapísimo brujo delante de mí en la cola de la secretaría lo hizo y no quedaban plazas en el resto de alternativas. —Removió más lentamente con la cuchara y la cubrió una bocanada de vapor—. Es curioso cómo el destino parece reunir a la gente a veces —dijo en voz baja—. Me apunté a esa clase para sentarme junto a un hombre, pero acabé enamorándome de su mejor amigo. —Me sonrió—. Tu padre. Los tres éramos compañeros de laboratorio. Lo habría dejado si no llega a ser por Monty. No soy una bruja de líneas luminosas. Como Monty no era capaz de invocar un hechizo aunque le fuera la vida en ello, él me hizo todos los círculos durante los siguientes dos años y a cambio, yo le invoqué todos sus amuletos hasta que se graduó.

Nunca antes había oído esta parte y al levantarme para coger tres tazas para el café me fijé en la olla de salsa roja. Arrugué el ceño y me pregunté si habría alguna manera diplomática de tirarla a la basura. Además estaba cocinando de nuevo en su caldero para hechizos. Esperé que se hubiese acordado de lavarlo con agua salada o la comida iba a resultar un poquito más interesante de lo habitual.

—¿Cómo os conocisteis Rachel y tú? —preguntó mi madre apartándome de la olla para meter una barra de pan congelado a calentar en el horno.

Nick abrió los ojos de par en par y sacudí la cabeza advirtiéndole. Sus ojos pasaron de mí a mi madre.

—Eh, en un evento deportivo.

—¿De los Howlers? —preguntó ella.

Nick me miró en busca de ayuda y me senté junto a él.

—Nos conocimos en las peleas de ratas, mamá —dije—. Yo aposté por un visón y él por una rata.

—¿Peleas de ratas? —dijo poniendo cara de asco—. Qué cosa más desagradable. ¿Quién ganó?

—Se escaparon —dijo Nick poniéndome ojitos—. Siempre nos imaginamos que se fugaron juntos y se enamoraron locamente y que ahora viven en las alcantarillas de la ciudad.

Reprimí la risa, pero mi madre dejó escapar la suya libremente. Me alegró su sonido. No la había oído reír a gusto desde hacía mucho tiempo.

—Sí —dijo mientras dejaba a un lado las manoplas del horno—, eso me gusta. Visones y ratas. Igual que Monty y yo sin más niños.

Parpadeé preguntándome cómo había saltado de las ratas y los visones a ella y a papá y qué tenía eso que ver con no tener más niños. Nick se inclinó más cerca y susurró:

—Los visones y las ratas tampoco pueden procrear.

Abrí la boca para emitir un silencioso «oh» y pensé que quizá Nick con su anticuada forma de ver el mundo podría entender mejor a mi madre que yo.

—Nick, querido —dijo mi madre dándole a la salsa una vuelta rápida en sentido de las agujas del reloj—, no hay ninguna enfermedad celular en tu familia, ¿verdad?

Oh, no, pensé aterrorizada cuando Nick respondió sin alterar su voz.

—No, señora Morgan.

—Llámame Alice —dijo—. Me caes bien. Cásate con Rachel y tened muchos niños.

—¡Mamá! —exclamé. Nick sonrió disfrutando mi enfado.

—Pero no inmediatamente —continuó diciendo mi madre—. Disfrutad de vuestra libertad juntos durante un tiempo. No querréis tener niños hasta que no estéis listos. Practicáis sexo seguro, ¿no?

—¡Madre! —grité—. ¡Cállate! —Que Dios me de fuerzas para aguantar la velada.

Ella se volvió con una mano apoyada en la cadera y con la cuchara goteante en la otra.

—Rachel, si no querías que hablase del tema tendrías que haber ocultado con un hechizo ese chupetón.

Me quedé mirándola boquiabierta. Mortificada me levanté y la arrastré hacia el pasillo.

—Discúlpanos —dije viendo cómo sonreía Nick.

—¡Mamá! —le susurré en la seguridad del pasillo—. Tendrías que estar con medicación, ¿lo sabías?

Dejó caer la cabeza.

—Parece un buen chico. No quiero que lo espantes como hiciste con todos tus novios anteriores. Yo quería tanto a tu padre… Solo quiero que seas igual de feliz.

Inmediatamente mi enfado se quedó en nada al verla allí de pie, sola y triste. Levanté los hombros con un suspiro. Debería venir a verla más a menudo, pensé.

—Mamá —dije—, es humano.

—Oh —dijo en voz baja—, supongo que no existe sexo más seguro que ese, ¿no?

Me sentí mal al ver que el peso de una simple información la abatía tanto y me pregunté si eso la haría cambiar su opinión sobre Nick. Nunca podríamos tener hijos. Los cromosomas no se alineaban correctamente. Este descubrimiento había acabado con la antigua controversia entre los inframundanos al demostrar que los brujos, al contrario que los vampiros y los hombres lobo, eran una especie distinta de los humanos, tanto como los pixies y los troles. Los vampiros y los hombres lobo, ya hubiesen nacido así o los hubiesen transformado con un mordisco, eran humanos modificados. A pesar de que los brujos imitaban a los humanos casi a la perfección, éramos tan diferentes como un plátano y una mosca de la fruta a nivel celular. Con Nick yo sería infértil.

Se lo había contado a Nick la primera vez que nuestros arrumacos derivaron en algo más intenso. Tenía miedo de que se diese cuenta si algo no iba bien. Casi me enfermaba pensar que pudiese reaccionar con asco a lo de las especies diferentes. Y luego casi grité de alegría cuando su única pregunta fue: «Pero todo tiene el mismo aspecto y funciona igual, ¿no?». En ese momento sinceramente no lo sabía. Resolvimos esa cuestión juntos. Me ruboricé recordando esas cosas delante de mi madre. Le dediqué una débil sonrisa. Ella me la devolvió y se irguió.

—Bueno —dijo—, entonces iré a abrir un bote de salsa Alfredo.

Entonces me relajé y le di un abrazo. Sus brazos ejercieron una presión diferente y le respondí igualmente. La echaba de menos.

—Gracias, mamá —susurré.

Ella me dio unas palmaditas en la espalda y nos separamos. Sin mirarme a los ojos se volvió hacia la cocina.

—Tengo un amuleto en el cuarto de baño si lo quieres. Tercer cajón de abajo. —Respiró hondo y con expresión alegre se dirigió a la cocina con rápidos pasitos cortos. Escuché durante un momento y decidí que nada había cambiado al oírla charlar alegremente con Nick del tiempo mientras guardaba la salsa de tomate. Aliviada caminé a grandes zancadas con mis chanclas por el oscuro pasillo.

El cuarto de baño de mi madre se parecía espeluznantemente al de Ivy… salvo por el pez en la bañera. Encontré el amuleto y me quité el maquillaje. Lo invoqué y quedé satisfecha con el resultado. Me atusé el pelo y suspiré antes de volver a la cocina. No quería imaginarme lo que le diría mi madre a Nick si la dejaba a solas con él demasiado tiempo. Me los encontré con las cabezas juntas mirando un álbum de fotos. Nick tenía una taza de café en la mano y el vapor se elevaba entre ambos.

—Mamá —me quejé—, por eso nunca traigo a nadie a casa.

Las alas de Jenks entrechocaron ruidosamente al ascender desde el hombro de mi madre.

—Oh, alégrate, bruja. Ya hemos pasado las fotos de bebé desnuda.

Cerré los ojos para reunir fuerzas. Mi madre fue con una alegre cadencia a remover la salsa Alfredo. Ocupé su lugar junto a Nick y señalé una foto.

—Ese es mi hermano Robert —dije deseando que alguna vez me devolviese las llamadas—. Y ese es mi padre —dije emocionándome ligeramente. Sonreí mirando la foto. Lo echaba de menos.

—Era guapo —dijo Nick.

—Era el mejor. —Pasé la página y Jenks aterrizó en ella con los brazos en jarras paseándose por encima de mi vida, cuidadosamente ordenada en filas y columnas—. Esta es mi foto favorita de él —dije dando golpecitos sobre un insólito grupo de niñas de entre once y doce años delante de un autobús amarillo. Estábamos todas quemadas por el sol y con el pelo tres tonos más claro de lo normal. El mío lo llevaba corto y de punta por todas partes. Mi padre estaba de pie junto a mí, con una mano en mi hombro, sonriendo a la cámara. Se me escapó un suspiro.

—Esas son mis amigas del campamento —dije recordando que los tres veranos que pasé allí habían sido unos de los mejores—. Mira —dije señalando—, se ve el lago. Estaba en algún sitio al norte de Nueva York. Solo pude ir a nadar una vez de lo frío que estaba. Me daban calambres en los dedos.

—Yo nunca fui a un campamento —dijo Nick mirando con interés las caras.

—Era uno de esos campamentos de «Pide un deseo» —dije—. Me echaron cuando descubrieron que ya no me estaba muriendo.

—¡Rachel! —protestó mi madre—. No todo el mundo se estaba muriendo.

—La mayoría sí. —Me puse triste al recorrer las caras y darme cuenta de que probablemente fuera la única de la foto que seguía con vida. Intenté recordar el nombre de la niña delgada y morena junto a mí y no me gustó no poder hacerlo. Había sido mi mejor amiga.

—Le pidieron a Rachel que no volviese cuando perdió la compostura —dijo mi madre—, no porque estuviese mejorando. Se le metió en la cabeza castigar a un niñito que fastidiaba a las niñas.

—¡«Niñito»! —protesté con voz ronca—. Era mayor que el resto y era un abusón.

—¿Qué le hiciste? —preguntó Nick con un brillo de diversión en los ojos.

Me levanté para servirme café en mi taza.

—Lo empuje contra un árbol.

Jenks se rió por lo bajo y mi madre golpeó la olla con la cuchara.

—No seas modesta. Rachel conectó con la línea luminosa sobre la que estaba construido el campamento y lo elevó más de nueve metros.

Jenks silbó y Nick abrió los ojos como platos. Me serví el café, sintiéndome avergonzada. No había sido un buen día. El mocoso tenía unos quince años y estaba fastidiando a la niña sobre la que pasaba yo el brazo en la foto. Le dije que la dejase en paz y cuando me empujó perdí los nervios. Ni siquiera sabía cómo conectar con una línea luminosa, simplemente sucedió. El niño aterrizó en un árbol, se cayó y se cortó en un brazo. Había mucha sangre y me asusté. Tuvieron que llevarse a los jóvenes vampiros del campamento a una excursión especial durante toda la noche por el lago hasta que recogieron toda la tierra empapada de sangre y la quemaron.

Mi padre tuvo que venir en avión y solucionarlo todo. Era la primera vez que usaba las líneas luminosas, y la única hasta que fui a la escuela universitaria, ya que mi padre me echó una buena bronca. Tuve suerte de que no me echasen en aquel mismo momento. Regresé a la mesa y miré a mi padre sonreírme desde la foto.

—Mamá, ¿puedo quedarme esa foto? Perdí mi copia la primavera pasada cuando… un hechizo me salió mal y perdí mis fotos. —Miré a Nick a los ojos y comprobé que no iba a decir nada sobre mis amenazas de muerte. Mi madre se acercó sigilosamente.

—Esa es una foto muy bonita de tu padre —dijo sacándola y entregándomela antes de volver a la hornilla.

Me senté en la silla y miré las caras intentando acordarme del nombre de alguno de ellos. No podía acordarme de ninguno y eso me molestaba.


Mmm
, ¿Rachel? —dijo Nick mirando el álbum.

—¿Qué? —¿
Amanda
?, pregunté en silencio a la niña del pelo negro. ¿Era ese tu nombre?

Las alas de Jenks se movieron rápidamente, levantando una brisa hacia mi cara.

—¡Joder! —exclamó.

Miré la foto que estaba debajo de la que ahora tenía en la mano y noté que se me quedaba la cara blanca. Era del mismo día ya que en el fondo estaba el mismo autobús; pero aquí, en lugar de estar rodeado de niñas preadolescentes, mi padre estaba junto a un hombre clavado a un Trent Kalamack envejecido. Me quedé sin respiración. Ambos hombres sonreían y entornaban los ojos por el sol. Se pasaban los brazos sobre los hombros el uno al otro en un gesto de compañerismo y estaban obviamente contentos. Intercambié una mirada asustada con Jenks.

—¿Mamá? —logré decir finalmente—. ¿Quién es este?

Ella se acercó e hizo un pequeño sonido de sorpresa.

—Oh, había olvidado que tenía esa foto. Era el dueño del campamento. Tu padre y él eran muy buenos amigos. Cuando murió, a tu padre se le partió el corazón. Y además fue algo muy trágico, no habían pasado ni seis años desde que había muerto su mujer. Creo que eso influyó en que tu padre perdiese las ganas de seguir luchando. Murieron con solo una semana de diferencia, ¿sabes?

—No, no lo sabía —susurré mirando fijamente la foto. No era Trent, pero el parecido era espeluznante. Tenía que ser su padre. ¿Mi padre conocía al padre de Trent? Me llevé una mano al estómago al ocurrírseme una cosa. Había acudido a un campamento con una rara enfermedad en la sangre y cada año volvía sintiéndome mejor. Trent trajinaba con la investigación genética. Puede que su padre hiciese lo mismo. Mi recuperación se había considerado un milagro. Quizá se debía a la manipulación genética ilegal e inmoral.

—Que Dios me ayude —susurré. Tres campamentos de verano. Meses de no poder levantarme casi hasta el anochecer. El inexplicable dolor en mi cadera. Las pesadillas de un asfixiante vapor que ocasionalmente aún me despertaban. ¿Cuánto?, me pregunté. ¿Qué le había exigido el padre de Trent al mío en pago por la vida de su hija? ¿La había intercambiado por su propia vida?

—¿Rachel? —dijo Nick—. ¿Estás bien?

—No. —Me concentré en mi respiración mientras miraba la foto—. ¿Puedo quedarme con esta también, mamá? —le pregunté y oí mi voz como si no fuese la mía.

—Oh, yo no la quiero —dijo y la saqué del álbum con los dedos temblorosos—. Por eso estaba debajo. Ya sabes que no puedo tirar nada de tu padre.

—Gracias —susurré.

15.

Dejé caer una de mis peludas zapatillas rosa y despreocupadamente me rasqué la pantorrilla con el dedo gordo. Eran más de las doce de la noche, pero la cocina estaba iluminada por las barras fluorescentes que se reflejaban en mis calderos de cobre para hechizos y en los utensilios colgados. De pie junto a la isla central de acero inoxidable, machacaba en el mortero el geranio salvaje para hacer una pasta. Jenks me lo había encontrado en un solar abandonado. Lo había cambiado por uno de sus preciados champiñones. El clan pixie que vivía en el solar había salido ganando con el trato, pero creo que a Jenks le daban pena.

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