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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (61 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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Lentamente Ivy y yo íbamos encontrando un nuevo equilibrio. Cuando el sol brillaba en lo más alto, era Ivy, mi amiga y compañera, alegre con su humor seco y sarcástico que empleábamos en pensar bromas para Jenks, o discutíamos posibles mejoras en la iglesia para hacerla más habitable. Después del anochecer se marchaba para que no viese lo que la noche le provocaba ahora. Se sentía fuerte bajo la luz del sol, pero se convertía en una diosa al anochecer, al borde de la impotencia en la batalla que libraba contra sí misma.

Me sentí incómoda con mis propios pensamientos y volví a tirar de la línea luminosa para desviar un lanzamiento y arrojarlo contra el muro detrás del
catcher
.

—¿Rachel? —dijo el capitán Edden inclinándose por delante de su hijo para lanzarme una mirada dura tras sus gafas—, dime si quieres hablar con Piscary. Estaré encantado de hacer la vista gorda si decides darle una paliza.

Se volvió a apoyar en el respaldo y le ofrecí una lánguida sonrisa. Piscary había sido transferido a la custodia de la SI y se encontraba sano y salvo en una celda de una cárcel para vampiros. La audiencia preliminar había ido bien. El sensacionalismo del caso había incitado una apertura inesperada del sumario. Algaliarept se presentó para demostrar que era un testigo fiable. El demonio apareció en la portada de todos los periódicos, transformándose en todo tipo de figuras para asustar a todo el mundo en la sala. Lo que más me inquietó fue que el juez le tenía miedo a una niña de pelo revuelto que ceceaba y tenía una ligera cojera. Creo que el demonio se lo pasó muy bien.

Me ajusté la gorra roja de los Howlers para taparme del sol cuando un bateador llegó hasta el montículo para batear hacia el cuadro interior. Dejé el perrito de nuevo en mi regazo y moví los dedos y los labios, vocalizando el encantamiento. Las defensas del campo se habían elevado y tuve que hacer un agujero a través de ellas para alcanzar la línea. Un repentino flujo de siempre jamás me atravesó y Nick se irguió. Se excusó y se levantó para pasar delante de mí mascullando que iba al servicio. Su lánguida silueta bajó precipitadamente los escalones y desapareció.

Disgustada, dirigí la energía de siempre jamás hacia el lanzamiento del
pitcher
. Sonó un fuerte crujido y se le rompió el bate. El bateador tiró el bate hecho añicos, maldiciendo tan alto que pude oírlo desde mi sitio. Se giró para mirar a las gradas acusadoramente. El
pitcher
se apoyó el guante en la cadera. El
catcher
se levantó. Entorné los ojos satisfecha cuando el entrenador silbó para llamar a todo el mundo.

—Bien hecho, Rachel —dijo Jenks y el capitán Edden se sobresaltó y me dirigió una mirada inquisitiva.

—¿Has sido tú? —me preguntó y yo me encogí de hombros—. Vas a conseguir que te prohiban la entrada.

—Quizá debieron pagarme en su momento. —Estaba siendo muy cuidadosa. Nadie había resultado herido. Podía hacer que sus jugadores se torciesen un tobillo o que los lanzamientos alcanzasen a sus jugadores si quería. Pero no lo iba a hacer. Solo estaba fastidiándoles el entrenamiento. Rebusqué en la servilleta en la que mi perrito caliente venía envuelto. ¿
Dónde está mi bolsita de kétchup? Este perrito no sabe a nada
.

—Ah, en cuanto a tu remuneración, Morgan…

—Olvídalo —le interrumpí rápidamente—, supongo que todavía estoy en deuda con vosotros por pagarme mi contrato con la SI.

—No —dijo—, teníamos un trato. No es culpa tuya que se cancelasen las clases…

—Glenn, ¿me das tu kétchup? —dije bruscamente cortando a Edden—. No entiendo cómo podéis comer perritos calientes sin kétchup. ¿Por qué demonios ese tío no me ha puesto nada de kétchup?

Edden se inclinó hacia delante con un fuerte suspiro. Glenn obedientemente rebuscó en su bola de papel hasta que encontró una bolsita de plástico. Con la expresión desencajada miró mi brazo roto y titubeó.

—Te… eh… te lo abro —se ofreció.

—Gracias —musité. No me gustaba sentirme una inútil. Intenté no fruncir el ceño mientras observaba cómo el detective abría cuidadosamente la bolsita. Me la pasó y haciendo equilibrios con el perrito caliente en el regazo, estrujé torpemente el contenido. Estaba tan concentrada en no derramarlo que casi me pierdo a Glenn llevándose disimuladamente la mano a la boca para chuparse una gota roja de los dedos.

¿
Glenn
?, pensé. Me quedé pasmada al recordar que nuestro kétchup había desaparecido y de pronto lo entendí todo.

—Tú… —farfullé. ¿Glenn nos había robado el kétchup?

El detective puso cara de pánico y levantó la mano, casi tapándome la boca antes de retirarla.

—No —me suplicó acercándose a mí—, no digas nada.

—¡Cogiste nuestro kétchup! —dije en voz baja, conmocionada. Detrás de Glenn pude ver a Jenks, retorciéndose de gusto en el hombro de Edden. Él podía oír nuestros susurros y mantener una conversación para distraer al capitán de la AFI al mismo tiempo.

Glenn miró con expresión de culpabilidad a su padre.

—Te lo pagaré —suplicó—, haré lo que quieras, pero no se lo digas a mi padre. Oh, Dios, Rachel, eso lo mataría.

Durante un momento me quedé mirándolo sin saber qué decir. Se había llevado nuestro kétchup delante de nuestras narices.

—Quiero tus esposas —dije repentinamente—. No he podido encontrar ningunas de verdad sin peluche morado pegado.

Su mirada de pánico desapareció y volvió a su asiento.

—El lunes.

—Me parece bien. —Mis palabras sonaron calmadas, pero por dentro estaba exultante. ¡Iba a volver a tener unas esposas!
Este va a ser un gran día
.

Glenn le echó una furtiva mirada a su padre.

—¿Podrías conseguirme… un bote de picante? —Lo miré a los ojos—. ¿O de salsa barbacoa?

Cerré la boca antes de que me entrase alguna mosca.

—Claro. —No podía creérmelo. Estaba pasándole kétchup al hijo del capitán de la AFI.

Levanté la vista para ver a un empleado del campo con un chaleco de poliéster rojo subiendo las escaleras hacia nosotros, escudriñando las caras del público. Sonreí cuando nuestras miradas se cruzaron. Se abrió paso por la fila de delante que estaba relativamente vacía. Envolví lo que me quedaba del perrito caliente y lo dejé sobre el asiento de Nick, luego metí la pelota de béisbol en mi bolso, donde no pudiese verla. Fue divertido mientras duró. No pensaba interferir en el partido, pero ellos no lo sabían.

Jenks revoloteó desde el hombro de Edden hasta donde yo estaba. Vestía de pies a cabeza de rojo y blanco en honor al equipo y los colores chillones me hacían daño en la vista.

—Ooohhh —se mofó—, te has metido en un lío. —Edden me dedicó una última mirada de advertencia antes de fijar su atención en el campo, obviamente intentando desvincularse de mí, no fueran a echarlo a él también.

—¿Señorita Rachel Morgan? —me preguntó el joven con el chaleco rojo cuando llegó hasta nosotros.

Me levanté con el bolso en la mano.

—Sí.

—Soy Matt Ingle, de la seguridad de líneas luminosas del estadio. ¿Le importaría acompañarme, por favor?

Glenn se levantó y se plantó con los pies separados y las manos apoyadas en las caderas.

—¿Hay algún problema? —preguntó con su mejor semblante de joven hombre negro enfadado. Estaba demasiado perpleja todavía por su nueva afición al kétchup como para enfadarme con él por querer protegerme.

Matt negó con la cabeza sin amedrentarse.

—No, señor. La propietaria de los Howlers ha sabido de los esfuerzos de la señorita Morgan por recuperar la mascota del equipo y le gustaría hablar con ella.

—Estaré encantada de hablar con ella —dije y jenks se rió entre dientes a la vez que sus alas se ponían rojas. A pesar de que el capitán Edden había dejado mi nombre fuera de los informes, toda Cincinnati y los Hollows sabían quién había resuelto el caso del cazador de brujos, había capturado al asesino e invocado al demonio para que testificase en el juicio. Mi teléfono no paraba de sonar con peticiones de ayuda. De la noche a la mañana había pasado de ser una empresaria en dificultades a una cazarrecompensas de la leche. ¿Qué podía temer de la propietaria de los Howlers?

—Voy contigo —dijo Glenn.

—Puedo apañármelas sola —dije, ligeramente ofendida.

—Ya lo sé, pero quiero hablar contigo y me parece que te van a echar del estadio.

Edden soltó una risita y hundió su achaparrada figura más aun en su asiento. Sacó un llavero de su bolsillo y se lo dio a Glenn.

—¿Tú crees? —dije a la vez que le decía adiós con la mano a Jenks y le indicaba con un movimiento del dedo y asintiendo con la cabeza que lo vería en la iglesia. El pixie asintió y volvió a acomodarse en el hombro de Edden, aullando y gritando. Se lo estaba pasando demasiado bien como para irse.

Glenn y yo seguimos al chico de seguridad hasta un carrito de golf que nos esperaba abajo y nos condujo al interior del estadio, más fresco y silencioso. El rugido de los miles de espectadores invisibles a nuestro alrededor parecía un trueno grave y casi subliminal. Nos adentramos en las profundidades de la zona para personal autorizado hasta que Matt detuvo el carrito entre gente con trajes negros y champán. Glenn me ayudó a bajar y me quité la gorra, entregándosela mientras me sacudía el pelo. Iba bien vestida con unos vaqueros y un jersey blanco, pero todo el mundo que veía a mi alrededor llevaba o pendientes de diamantes o corbata; algunos ambas cosas.

Matt parecía nervioso cuando nos acompañó arriba en un ascensor y nos dejó en una alargada y lujosa sala con vistas al campo. Estaba agradablemente llena de conversaciones y de gente bien vestida. El ligero olor a almizcle me hizo cosquillas en la nariz. Glenn intentó devolverme la gorra y le hice un gesto para que me la guardase.

—Señorita Morgan —dijo una mujer bajita tras excusarse con un grupo de hombres—, me alegro mucho de conocerla. Soy la señora Sarong —dijo acercándose y extendiendo la mano.

Era más bajita que yo, y obviamente era una mujer lobo. Su pelo oscuro encanecía en finas y favorecedoras mechas y sus manos eran pequeñas y potentes. Se movía con una elegancia de depredador que llamaba la atención, sus ojos parecían verlo todo. Los hombres lobo tenían que esforzarse mucho para limar sus asperezas. Las mujeres lobo adquirían un aspecto más peligroso.

—Estoy encantada de conocerla —le contesté cuando brevemente me tocó en el hombro a modo de saludo ya que mi brazo derecho estaba en cabestrillo—. Este es el detective Glenn, de la AFI.

—Señora —dijo escuetamente y la mujer sonrió enseñando sus lisos y uniformes dientes.

—Encantada —dijo con tono agradable—. Si nos disculpa un momento, detective. La señorita Morgan y yo tenemos que hablar antes de que empiece el partido.

Glenn asintió aparatosamente.

—Sí, señora. Iré a por algo de beber, si le parece bien.

—Eso sería estupendo.

Torcí los ojos ante tanta cortesía y me alegré de que la señora Sarong me pusiese la mano delicadamente en el hombro para alejarme de allí. Olía a helecho y a musgo. Todos los hombres nos observaban mientras nos acercábamos juntas hacia la ventana con excelentes vistas sobre el campo, que se veía muy lejos allá abajo y me hizo sentir ligeramente mareada.

—Señorita Morgan —dijo con una mirada que no parecía de disculpas—, me acaban de comunicar que fue contratada para recuperar nuestra mascota, una mascota que en realidad nunca llegó a desaparecer.

—Sí, señora —dije sorprendida al ver cómo el tratamiento de cortesía fluía de mi boca—. Cuando me lo comunicaron no se tuvieron en cuenta ni mi tiempo ni mis esfuerzos.

Espiró lentamente.

—Detesto andarme por las ramas: ¿ha estado embrujando el campo?

Agradecida por su franqueza, decidí corresponderla.

—Estuve tres días planeando cómo entrar en la oficina del señor Ray cuando podría haber estado trabajando en otros casos —dije—, y aunque admito que no ha sido culpa suya, alguien debió llamarme.

—Quizá, pero la cuestión sigue siendo que el pez nunca desapareció. No suelo pagar los chantajes. Déjelo ya.

—Y yo no suelo recurrir a esa práctica —dije sin alterarme cuando su manada empezó a rodearme—, pero sería negligente si no le hiciese partícipe de mis sentimientos al respecto. Le doy mi palabra de que no actuaré durante el partido. No será necesario. Hasta que no me pague, cada vez que un lanzamiento salga mal o se rompa un bate, sus jugadores creerán que he sido yo. —Sonreí sin mostrar los dientes—. Quinientos dólares es un precio muy pequeño a cambio de que sus jugadores se queden tranquilos. —Unos míseros quinientos dólares. Debí pedirle diez veces más. Por qué los secuaces de Ray habían desperdiciado sus balas contra mí por un apestoso pez seguía siendo un misterio para mí.

La señora Sarong entreabrió los labios y juro que oí un pequeño gruñido en su suspiro. Todo el mundo sabía lo supersticiosos que eran los jugadores. Pagaría.

—No es por el dinero, señora Sarong —le dije, aunque al principio fuese así—. Si dejo que una manada me trate como a un perro callejero, me convertiré en eso. Y yo no soy un chucho.

Apartó la vista del campo de juego.

—No, no es un chucho —coincidió—, es un lobo solitario. —Con un movimiento elegante se acercó al lobo más cercano, uno que me resultó extrañamente familiar, de hecho, quien se apresuró a acercarse con una chequera forrada de piel del tamaño de una Biblia; tan grande que necesitaba las dos manos para sujetarla—. El lobo solitario es el más peligroso —dijo mientras escribía—. También tienen una esperanza de vida extremadamente corta. Búsquese una manada, señorita Morgan.

Hizo un fuerte ruido al arrancar el cheque. No estaba segura de si me estaba dando un consejo o de si era una amenaza.

—Gracias, pero ya tengo una —dije sin mirar siquiera la cantidad al guardar el cheque en mi bolso. Rocé la suave superficie de la pelota con los nudillos y la saqué. Se la puse en la mano que esperaba con la palma hacia arriba—. Me iré antes de que empiece el partido —le dije sabiendo que de ninguna manera me iba a dejar volver a subir a las gradas—. ¿Durante cuánto tiempo me prohibirán la entrada al estadio?

—De por vida —me dijo sonriéndome como el mismo diablo—. Yo tampoco soy un perro callejero.

Le devolví la sonrisa. La verdad es que me caía bien. Glenn se acercó y cogí la copa de champán que me ofreció para dejarla sobre el alféizar de la ventana.

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