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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (59 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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—¡Dios, no, Dios, no! —grité redoblando mis esfuerzos cuando el vampiro ladeó la cabeza y pasó su lengua por mi codo, gimiendo a la vez que su lengua lo lamía con movimientos lentos hacia donde fluía la sangre libremente. Si su saliva llegaba a mis venas sería suya para siempre.

Me retorcí. Me contorsioné. La cálida humedad de su lengua fue reemplazada por el frío filo de sus dientes, rozándome pero sin atravesar mi piel.

—Dímelo —susurró inclinando la cabeza para poder mirarme a los ojos—, y te mataré ahora en lugar de dentro de cien años.

Me entraron arcadas mezcladas con la oscuridad de la locura. Me resistí bajo su peso. Los dedos de mi brazo roto alcanzaron su oreja. Tiré de ella intentando llegar a sus ojos. Luché como un animal. Notaba mis instintos como una bruma entre mi mente y la locura.

La respiración de Piscary se volvió acelerada, incitada por mis esfuerzos y mi dolor que lo llevaron a un estado de frenesí que ya había visto demasiadas veces en Ivy.

—Oh, al diablo —dijo penetrándome con su fluida voz—, voy a desangrarte. Ya lo averiguaré de otra forma. Puede que esté muerto, pero sigo siendo un hombre.

—¡No! —chillé, pero era demasiado tarde.

Piscary desnudó sus dientes, clavó mi brazo al suelo y ladeó la cabeza para llegar a mi cuello. La bruma de dolor aumentó hasta convertirse en un éxtasis mientras me hundía los dedos en el brazo roto. Grité a la vez que el vampiro profería un gemido de anticipación.

Entonces me estremeció un golpe lejano y el suelo tembló. Sufrí un espasmo. El cálido éxtasis del brazo se opuso a una sensación de dolor que me cortó la respiración. El sonido de hombres gritando se filtraba a través de la neblina de las náuseas.

—No llegarán aquí a tiempo —murmuró Piscary—. Llegan demasiado tarde para ti.

Así no, pensé, desquiciada por el miedo y maldiciendo la estupidez de mis actos. No quería morir así. Se dobló sobre mí con expresión salvaje por el hambre. Inspiré por última vez. Tuve que soltarlo todo de golpe cuando una bola verde de siempre jamás se estrelló contra Piscary. Me revolví aprovechando el leve descenso de su peso. Aún sobre mí, Piscary gruñó y levantó la vista, dejando mi brazo libre. Empujé las rodillas entre ambos. Las lágrimas me nublaban la vista mientras luchaba con renovada desesperación. Había venido alguien. Alguien había venido a ayudarme.

Otra bola verde alcanzó a Piscary que se tambaleó. Logré colocar una pierna bajo mi cuerpo e hice palanca, empujando a Piscary de encima de mí.

Trabajosamente me puse en pie y agarré una silla. Cogí impulso y le golpeé con ella, notando el eco del golpe en el brazo.

Piscary se volvió con expresión salvaje. Se tensó y se preparó para saltar sobre mí.

Retrocedí, apretándome el brazo roto con fuerza contra el cuerpo. Una tercera ráfaga de siempre jamás me pasó rozando y alcanzó a Piscary, enviándolo por los aires hasta la pared contraria.

Me giré hacia el lejano ascensor.

Quen.

El hombre estaba de pie junto a un enorme agujero próximo al ascensor, envuelto en una nube de polvo y con una bola de siempre jamás en su mano, que seguía creciendo de color rojo aunque iba poco a poco adquiriendo los tonos verdes de su aura. Debía de tener la energía almacenada en su
chi
, ya que estábamos a demasiada profundidad como para alcanzar una línea. Había una mochila negra junto a sus pies con varias estacas de madera con forma de espada asomando por la cremallera abierta. Tras el agujero se veía la escalera.

—Ya era hora de que llegases —dije sin aliento y tambaleándome.

—Me quedé atascado detrás de un tren —dijo haciendo movimientos de magia de líneas luminosas con las manos—. Meter a la AFI en esto ha sido un error.

—¡No lo habría hecho si tu jefe no fuese tan capullo! —le grité y luego volví a inspirar entrecortadamente, intentando no toser por la nube de polvo. Kisten había cogido mi nota, ¿cómo había llegado aquí la AFI si no los había traído Quen?

Piscary se había vuelto a poner en pie. Nos observó y nos mostró los colmillos con una amplia sonrisa.

—¿Y ahora sangre de elfo? No me había alimentado tan bien desde la Revelación.

Con la velocidad de vampiro, corrió por la gran sala hacia Quen, soltándome un revés al pasar junto a mí. Me lanzó de espaldas contra la pared y caí desmoronada al suelo. Atontada y rozando los límites de la consciencia, observé a Quen esquivar a Piscary. Parecía una sombra con sus mallas negras. Tenía una estaca tan larga como mi brazo en una mano y una bola de siempre jamás cada vez más grande en la otra. De su boca salían las palabras en latín de un hechizo de magia negra que me quemaban en la mente.

Me palpitaba la parte de atrás de la cabeza. Las náuseas me invadieron cuando me toqué el origen del dolor, pero no tenía sangre. Los puntos negros que flotaban frente a mí desaparecieron al levantarme. Aturdida, busqué entre la nube de polvo mi bolso con los amuletos.

Un grito masculino de dolor atrajo mi atención hacia Quen. Mi corazón pareció pararse.

Piscary lo había atrapado y lo sujetaba como un amante, aferrado a su cuello y sujetando el peso de ambos. Quen se quedó laxo y la estaca de madera cayó al suelo. Su grito de dolor se convirtió en un gemido de éxtasis.

Apoyándome contra la pared logré levantarme.

—¡Piscary! —grité y se giró con la boca roja por la sangre de Quen.

—Espera tu turno —me soltó, enseñándome los dientes manchados de rojo.

—Yo llegué antes —dije.

Piscary se enfadó y soltó a Quen. Si hubiese estado hambriento nada lo habría hecho abandonar una presa abatida. Quen alzó un brazo débilmente. No se levantó. Yo sabía por qué. Era demasiado agradable.

—No sabes cuándo debes dejar las cosas tal y como están —dijo Piscary acercándose a mí.

De mí surgieron palabras en latín, grabadas a fuego en mi mente durante el ataque de Quen. Mis manos se movían esbozando la magia negra. Mi lengua se hinchó por el sabor a papel de aluminio. Intenté alcanzar una línea luminosa, pero no la encontré.

Piscary me atacó violentamente. Jadeé. Era incapaz de respirar. Estaba de nuevo sobre mí, empujándome.

Entre el miedo noté que algo se rompía. Una ola de siempre jamás fluyó a través de mí. Oí mi propio grito de conmoción por la repentina entrada de poder. Bolas doradas rodeadas por franjas negras surgieron en mis manos. Piscary se levantó de encima y se estrelló contra una pared, sacudiéndose las luces.

Me incorporé a la vez que él se derrumbaba en el suelo y comprendí de donde provenía la energía.

—¡Nick! —grité asustada—. Oh, Dios, Nick, lo siento.

Había alcanzado una línea luminosa a través de él. Había obtenido la energía gracias a él como si fuese mi familiar. Lo habría atravesado a él igual que a mí. Había usado más de lo que él podría soportar. ¿Qué había hecho?

Piscary estaba tirado en el suelo apoyado contra la pared. Movió un pie y levantó la cabeza. Tenía la mirada perdida, pero sus ojos seguían negros, cargados de odio. No podía dejar que se levantase. Soportando un dolor atroz, cogí la pata de la silla que Piscary había arrancado antes y atravesé tambaleante la habitación.

Piscary se levantó también tambaleándose y apoyándose contra la pared. Tenía la bata casi suelta. De pronto, enfocó la vista.

Agarré la barra de metal como si fuese un bate y cogí impulso mientras corría.

—Esto es por intentar matarme —dije blandiendo la barra de metal. Lo golpeé con ella detrás de la oreja y sonó un chasquido amortiguado. Piscary se tambaleó, pero no cayó.

Inspiré con un sonido enfadado.

—¡Esto es por violar a Ivy! —le grité, descargando sobre él toda mi rabia por haberle hecho daño a alguien tan fuerte y vulnerable. Sacando fuerzas de flaqueza lo golpeé de nuevo con un gruñido por el esfuerzo.

La barra de metal chocó contra la parte trasera de su cabeza, sonando como si hubiese golpeado un melón.

Tropecé y recuperé el equilibrio. Piscary cayó de rodillas. La sangre manaba de su cabeza.

—Y esto —dije notando que me ardían los ojos y que las lágrimas me nublaban la vista— es por haber matado a mi padre —susurré.

Con un grito de angustia, lo golpeé una tercera vez, acertando de lleno en la cabeza de Piscary. Giré por el impulso y caí de rodillas. Me ardían las manos y la barra cayó de mis manos dormidas. Piscary puso los ojos en blanco y cayó al suelo.

Mi respiración sonaba como si sollozase. Lo miré y me pasé el dorso de la mano por la mejilla. No se movía. Miré a través de mi pelo hacia la ventana falsa. El sol había salido ya y brillaba sobre los edificios. Probablemente se quedaría así hasta el anochecer. Probablemente.

—Mátalo —dijo Quen con voz ronca.

Levanté la cabeza. Se me había olvidado que estaba allí.

Quen se había puesto en pie y se apretaba la mano contra el cuello. La sangre goteaba entre sus dedos, dejando un feo rastro sobre la moqueta blanca. Me lanzó una espada de madera.

—Mátalo ahora.

La cogí como si me hubiese pasado la vida empuñando espadas. Temblaba y la usé para levantarme, apoyando la punta contra la moqueta. Se oían gritos y llamadas provenientes del agujero en la pared. La AFI había llegado. Tarde, como de costumbre.

—Soy una cazarrecompensas —dije con la garganta dolorida y la voz ronca—, yo no mato a mis objetivos. Los entrego con vida.

—Eres una idiota.

Me acerqué dando tumbos hasta una silla acolchada antes de que me cayese al suelo. Dejé caer la espada, coloqué la cabeza entre las rodillas y me quedé mirando la moqueta.

—Mátalo tú entonces —susurré sabiendo que podía oírme.

Quen se acercó dando tumbos hasta su mochila junto al agujero de la pared.

—No puedo. No estoy aquí.

Me dolió al soltar el aire de golpe. Levanté la vista para verlo cruzar la habitación hacia mí con pasos lentos y cuidadosos. Recogió la espada del suelo y la echó en su petate con una mano ensangrentada. Creí ver que también llevaba un bloque gris de explosivos, lo que explicaba cómo había hecho el agujero de la pared.

Parecía cansado. Caminaba encorvado, su larguirucha estatura se veía mermada por el dolor. Su cuello no parecía estar tan mal, pero prefería estar con una pierna colgada seis meses antes que recibir un mordisco cargado de saliva de Piscary. Quen era un inframundano, así que no se convertiría en vampiro, pero por la mirada de miedo que asomaba bajo su capa de confianza, sabía que podía estar vinculado a Piscary. Con un vampiro tan viejo, el vínculo podría durar toda la vida. El tiempo diría cuánta saliva de vinculación le había inoculado Piscary, si es que esa había sido la intención del mordisco.

—Sa'han se equivoca con respecto a ti —dijo con tono cansado—. Si no puedes sobrevivir el ataque de un vampiro sin ayuda, tu valor es cuestionable. Y tu imprevisibilidad te hace poco fiable y por lo tanto poco segura. —Quen me dedicó un movimiento de cabeza al girarse y dirigirse hacia la escalera. Observé cómo se marchaba con la boca abierta.

¿
Sa'han se equivoca conmigo
?, pensé sarcásticamente.
Bueno, bien por Trent
.

Me dolían las manos, tenía las palmas rojas por lo que parecían quemaduras de primer grado. Se oía la voz de Edden arriba. La AFI se encargaría de Piscary y yo podría irme a casa…

A casa con Ivy
, pensé, cerrando los ojos brevemente. ¿
Cómo se ha podido volver mi vida tan fea
?

Cansada hasta la extenuación, me levanté cuando Edden y una fila de agentes de la AFI surgieron por el agujero que había hecho Quen.

—¡Soy yo! —dije con voz ronca levantando la mano buena en alto al oír el preocupante sonido de los seguros—. ¡No me disparéis!

—¡Morgan! —dijo Edden esforzándose por ver algo entre el polvo y bajó su arma. Solo la mitad de los agentes hicieron lo mismo. Era más de lo que esperaba, en todo caso—. ¿Estás viva?

Sonó sorprendido. Doblada por el dolor, miré mi estado, con el brazo roto pegado al cuerpo.

—Sí, creo que sí. —Empecé a temblar de frío.

Alguien se rió por lo bajo y el resto bajó sus armas. Edden hizo un gesto y los agentes se desplegaron en abanico.

—Piscary está allí —dije mirando en la misma dirección—. Estará fuera de juego hasta el anochecer. Creo.

Acercándose, Edden miró a Piscary, quien tenía la bata abierta, dejando ver una buena parte de su musculoso muslo.

—¿Qué intentaba hacerte? ¿Seducirte?

—No —susurré para que no me doliese tanto la garganta—, intentaba matarme. —Lo miré a los ojos y añadí—. Hay un vampiro vivo llamado Kisten en alguna parte. Es rubio y está muy cabreado por lavor, no le disparéis. Aparte de a él y a Quen no he visto a nadie más que a los ocho vampiros vivos de arriba. A ellos sí les puedes disparar si quieres.

—¿El agente de seguridad del señor Kalamack? —dijo Edden recorriéndome con la vista catalogando mis heridas—. ¿Vino contigo? —Me puso una mano en el hombro para tranquilizarme—. Parece que ese brazo está roto.

—Lo está —dije dando un respingo cuando intentó tocármelo. ¿Por qué la gente siempre hace eso?—. Y sí, ha estado aquí. ¿Por qué vosotros no? —dije clavándole el dedo en el pecho, sintiéndome repentinamente enfadada—. Si alguna vez volvéis a rechazar una llamada mía, juro que os enviaré a Jenks para que os eche polvos pixie todas las noches durante un mes.

Una expresión de arrogancia cruzó la cara de Edden y les echó una ojeada a los agentes que rodeaban cautelosamente a Piscary. Alguien llamó a una ambulancia de la SI.

—No rechacé tu llamada. Estaba dormido. Que me despierten un pixie frenético y un novio con un ataque de pánico diciéndome que habías ido a clavarle una estaca a uno de los maestros vampiros de Cincinnati no es mi manera preferida de despertarme. Y además, ¿quién te ha dado mi número privado?

Oh, Dios, Nick. Me acordé de la explosión de energía de líneas luminosas que había canalizado a través de él y me quedé pálida.

—Nick —tartamudeé—, tengo que llamar a Nick. —Pero al mirar a mí alrededor buscando mi bolso y el teléfono que llevaba dentro, titubeé. La sangre de Quen había desaparecido por completo. Supongo que Quen hablaba en serio cuando dijo que no quería dejar ningún rastro de su paso por allí. ¿Cómo lo había hecho? ¿Magia élfica quizá?

—El señor Sparagmos está en el aparcamiento —dijo Edden. Al ver mi cara pálida paró a un agente que pasaba—. Tráeme una manta, está entrando en estado de choque.

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