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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (14 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—Sostenedlos, caballeros —los exhortó—. Mantenedlos íntegros.

La media docena de soldados de Gerrich que habían escapado al humo tosían, con el cuerpo doblado por las náuseas y las manos tratando de aliviar el escozor de los ojos, en el terraplén contiguo al castillo, cuando la ilusoria hueste cabalgó directamente hacia ellos. Los soldados huyeron dando alaridos.

—Ahora aguardaremos —manifestó Sephrenia—. Bastarán unos minutos para que Gerrich recobre la serenidad y advierta lo que en apariencia está ocurriendo.

Sparhawk oyó gritos de asombro y órdenes vociferadas desde abajo.

—Un poco más rápido, Flauta —recomendó con voz calma Sephrenia—. No nos conviene que Gerrich alcance a nuestros imaginarios personajes, pues sin duda sospecharía la argucia si su espada atraviesa el cuerpo del barón, aquí presente, sin surtir efecto alguno.

Alstrom contemplaba a Sephrenia con admiración.

—No hubiera creído que esto fuera posible, mi señora —confesó con voz trémula.

—Ha salido bastante bien, ¿no es cierto? —reconoció la mujer—. No tenía la absoluta certeza de poder llevarlo a cabo.

—Queréis decir que…

—Nunca lo había puesto en práctica, pero no podemos aprender sin experimentación, ¿no os parece?

En extramuros, las fuerzas de Gerrich saltaban a caballo y emprendían una persecución desorganizada en una caótica mezcolanza de monturas al galope y armas blandidas.

—Ni siquiera se les ha ocurrido atacar por el puente levadizo bajado —notó con desaprobación Ulath—. Una actitud muy poco profesional.

—Sus mentes están embotadas a causa del humo —le explicó Sephrenia—. ¿Ya han abandonado todos el área?

—Todavía quedan unos pocos andando pesadamente por ahí —informó Kalten—, por lo visto tratando de atrapar a sus caballos.

—Démosles tiempo a que nos dejen el paso libre. Seguid manteniendo la ilusión, caballeros —insistió, mirando la jofaina de agua—. Todavía quedan un par de kilómetros hasta esos bosques.

—¿No podéis acelerar un poco el proceso? —preguntó Sparhawk, apretando los dientes—. Sabéis que esto es difícil.

—Nada digno de interés se consigue con facilidad, Sparhawk —sentenció la mujer—. Si las imágenes de esos caballos comienzan a volar, Gerrich va a concebir terribles sospechas… incluso en su actual estado.

—Berit —dijo Kurik—, vos y Talen venid conmigo. Vamos a ensillar los caballos. Seguramente habremos de partir de un momento a otro.

—Os acompañaré —anunció Alstrom—. Quiero hablar con mi hermano antes de que se vaya. Me consta que lo he ofendido y preferiría que nos separásemos como amigos.

Los cuatro descendieron por las escaleras.

—Faltan escasos minutos —los animó Sephrenia—. Estamos casi en el linde del bosque.

—Parece como si acabaras de caerte en un río —señaló Kalten, lanzando una ojeada al sudoroso rostro de Sparhawk.

—Oh, cállate —contestó éste, irritado.

—Ya está —constató al fin Sephrenia—. Ahora ya no es preciso controlarlas.

Sparhawk dejó escapar el aire de los pulmones con visible alivio y liberó el hechizo. Flauta bajó el caramillo y le dedicó un guiño.

—Gerrich está a poco más de un kilómetro de distancia de la primera línea de árboles —informó Sephrenia, que no había dejado de observar la jofaina—. Creo que deberíamos esperar a que se adentre profundamente en el bosque antes de partir.

—Lo que vos digáis —asintió Sparhawk, apoyándose con fatiga en una pared.

Unos quince minutos después, Sephrenia depositó la palangana en el suelo e irguió la espalda.

—Me parece que ya podemos bajar —dijo.

Se dirigieron al patio donde Kurik, Talen y Berit habían reunido los caballos. El patriarca Ortzel, pálido y con expresión airada, se hallaba junto a ellos al lado de su hermano.

—No olvidaré esto, Alstrom —manifestó, pegándose la sotana al cuerpo.

—Tal vez pienses de otra manera cuando hayas tenido tiempo de reflexionar sobre ello. Ve con Dios, Ortzel.

—Queda con Dios, Alstrom —contestó Ortzel, más por costumbre, pensó Sparhawk, que como expresión de una emoción real.

Montaron y traspusieron la puerta.

—¿Qué dirección tomamos? —preguntó Kalten a Sparhawk tras cruzar el puente levadizo.

—Norte. Abandonemos este lugar antes de que Gerrich regrese.

—Se supone que no lo hará hasta dentro de unos días.

—Mejor será no correr riesgos —repuso Sparhawk.

Galoparon rumbo norte y a última hora de la tarde llegaron al vado donde habían encontrado a sir Enmann. Sparhawk refrenó su montura y desmontó.

—Hagamos un estudio de las opciones disponibles —propuso.

—¿Qué habéis hecho exactamente allá en el castillo, señora? —interrogaba Ortzel a Sephrenia—. Como estaba en la capilla, no he visto lo ocurrido.

—Una pequeña maniobra de engaño, Ilustrísima —respondió la estiria—. El conde Gerrich ha creído vernos a nosotros y a vuestro hermano escapando, y ha partido a la caza.

—¿Eso es todo? —Parecía sorprendido—. No habéis… —Dejó la frase inconclusa.

—¿Matado a nadie? No. Repruebo totalmente los asesinatos.

—Eso es algo en lo que ambos coincidimos. Sois una mujer muy extraña, señora. Vuestra moralidad parece concordar bastante con la establecida por la verdadera fe. No era eso lo que esperaba en un pagano. ¿Habéis tomado en consideración la posibilidad de convertiros?

—¿Vos también, Ilustrísima? —rió la mujer—. Dolmant lleva años tratando de convertirme. No, Ortzel. Seguiré fiel a mi diosa. Soy demasiado vieja para cambiar de religión a estas alturas de mi vida.

—¿Vieja, señora? ¿Vos?

—No lo creeríais, Ilustrísima —le dijo Sparhawk.

—Todos me habéis dado mucho en qué pensar —confesó Ortzel—. Hasta ahora he seguido lo que he interpretado como el significado correcto de la doctrina de la Iglesia. Tal vez debería ampliar las miras de mi percepción y solicitar la asistencia de Dios. —Caminó bordeando el arroyo, con semblante perdido en cavilaciones.

—Es un paso —murmuró Kalten a Sparhawk.

—Y considerable, diría yo.

Tynian había permanecido a la orilla del vado mirando absorto hacia poniente.

—Tengo una ligera idea, Sparhawk —declaró.

—Os escucho.

—Gerrich y sus soldados están explorando el bosque y, si Sephrenia no anda errada, el Buscador no estará en condiciones de perseguirnos durante al menos una semana. En la otra ribera de este río no habrá enemigos.

—Es cierto, supongo. No obstante, deberíamos cerciorarnos de ello antes de caer en un exceso de confianza.

—De acuerdo. Admito que es lo más seguro. Lo que sugiero es que, si no hay tropas al otro lado, bastaría con dos de nosotros para escoltar a Su Ilustrísima a Chyrellos mientras el resto prosigue hacia el lago Randera. Si la región está tranquila, no es necesario que cabalguemos todos hasta la ciudad santa.

—Tiene razón, Sparhawk —aprobó Kalten.

—Lo pensaré —prometió Sparhawk—. Crucemos el cauce y examinemos los alrededores antes de tomar una decisión.

Volvieron a montar y atravesaron el arroyo, no lejos del cual se extendía un bosquecillo de árboles.

—Pronto anochecerá, Sparhawk —advirtió Kurik— y deberemos levantar un campamento. ¿Por que no nos ocultamos en ese bosquecillo? Una vez que haya oscurecido, podemos salir a comprobar si hay fogatas. Ningún grupo de soldados está dispuesto a pasar una velada sin encender fuego, y los veríamos indefectiblemente. Ello sería mucho más sencillo y rápido que cabalgar río arriba y río abajo durante todo el día de mañana intentando localizarlos.

—Buena idea. Hagámoslo así, pues.

Se instalaron para pasar la noche en el centro de la arboleda y no encendieron más que una pequeña hoguera para calentar la comida. Para cuando acabaron de comer, la noche había caído ya sobre Lamorkand.

—Bien —propuso Sparhawk, poniéndose en pie—, vayamos a echar un vistazo. Sephrenia, vos, los niños y Su Ilustrísima manteneos aquí al abrigo de posibles miradas.

Una vez en descampado se dispersaron y escrutaron las tinieblas. Las nubes velaban la luna y las estrellas, por lo que la oscuridad era casi absoluta.

Sparhawk rodeó el bosquecillo y en el linde opuesto chocó con Kalten.

—Está más oscuro esto que el interior de tus botas —aseveró Kalten.

—¿Has visto algo?

—Ni un relumbre. Hay una colina al otro lado de esos árboles y Kurik va a subir allí para otear.

—Estupendo. Confío totalmente en la buena vista de Kurik.

—Yo también. ¿Por qué no lo haces nombrar caballero, Sparhawk? Si uno lo piensa con objetividad, es mejor que cualquiera de nosotros.

—Aslade me mataría. No está preparada para ser la esposa de un caballero.

Kalten rió y ambos siguieron caminando, aguzando la vista entre la negrura circundante.

—Sparhawk —sonó la voz de Kurik, no muy lejana.

—Aquí.

—Era una colina bastante alta —resopló al reunirse con ellos—. La única luz que he visto procedía de un pueblo situado a algo más de un kilómetro al sur.

—¿Estás seguro de que no era una fogata? —inquirió Kalten.

—La luz que emana de los fuegos de campamento es distinta de la que despiden las lámparas a través de una docena de ventanas, Kalten.

—Supongo que tienes razón.

Sparhawk se llevó los dedos a los labios y emitió un silbido, la señal convenida para que los otros volvieran al campamento.

—¿Qué opinas? —inquirió Kalten mientras se abrían camino entre la rígida y susurrante maleza en dirección al centro del bosquecillo donde la exigua luz del fuego cubierto apenas era un tenue resplandor rojizo en la oscuridad.

—Consultemos a Su Ilustrísima —replicó Sparhawk—. Es su cuello el que está en juego. —Entraron en el campamento rodeado de matorrales y Sparhawk se bajó la capucha de la capa—. Hemos de tomar una decisión, Ilustrísima —dijo al patriarca—. Según todos los indicios, la zona está desierta. Sir Tynian ha sugerido que dos de nosotros podríamos escoltaros hasta Chyrellos con tanta seguridad como la totalidad del grupo. Nuestra búsqueda del Bhellion no debe sufrir demora si hemos de impedir que Annias ascienda al trono del archiprelado. Sois vos quien habéis de elegir, no obstante.

—Puedo ir solo a Chyrellos, sir Sparhawk. Mi hermano se preocupa excesivamente por mi bienestar. Mi sotana me protegerá.

—Preferiría no correr ese riesgo, Ilustrísima. Recordaréis que mencioné un ser que nos perseguía.

—Sí. Creo que lo llamasteis un Buscador.

—Eso es. Esa criatura se encuentra enferma ahora debido al humo creado por Sephrenia, pero no hay modo de estar seguros respecto al tiempo en que tardará en recuperarse. De todas formas, no os considerará como un enemigo. Si os atacara, huid de ella. Es poco probable que os siga. Me parece que en la situación actual Tynian se halla en lo cierto. Dos de nosotros bastarán para garantizar vuestra seguridad.

—Como creáis conveniente, hijo mío.

Los demás se habían acercado al campamento durante la conversación, y Tynian se ofreció voluntario enseguida.

—No —rechazó la idea Sephrenia—. Vos sois el más experto en nigromancia. Os necesitaremos tan pronto como lleguemos al lago Randera.

—Iré yo —propuso Bevier—. Tengo un caballo veloz y puedo daros alcance en el lago.

—Yo iré con él —se ofreció Kurik—. Si se presentan nuevas dificultades, Sparhawk, precisaréis caballeros con vos.

—No existe tanta diferencia entre tú y un caballero, Kurik.

—Yo no llevo armadura, Sparhawk —señaló el escudero—. El espectáculo de los caballeros de la Iglesia arremetiendo con lanzas hace que la gente comience a pensar en su propia condición de mortales. Es una buena manera de evitar peleas.

—Tiene razón, Sparhawk —convino Kalten—, y, si topamos con más zemoquianos y soldados eclesiásticos, necesitarás hombres protegidos con acero que te secunden.

—De acuerdo —accedió Sparhawk. Se volvió hacia Ortzel—. Quiero disculparme por haber ofendido a Su Ilustrísima —dijo—, pero no veo que tuviéramos otra alternativa. Si todos nos hubiéramos visto obligados a permanecer confinados en el castillo de vuestro hermano, tanto nuestra misión como la vuestra habrían fracasado y la Iglesia no podía permitirse ese lujo.

—Todavía no acabo de aprobarlo, sir Sparhawk, pero vuestro argumento es convincente. No es preciso disculparos.

—Gracias, Ilustrísima. Tratad de dormir un poco. Me temo que os espera una larga jornada a caballo. —Sparhawk se alejó del fuego y revolvió uno de los fardos hasta encontrar su mapa. Después hizo señas a Bevier y Kurik—. Mañana, cabalgad en dirección este —les indicó—. Intentad atravesar la frontera con Kelosia antes de que anochezca. Luego tomad rumbo sur hasta Chyrellos bordeando la línea colindante. No creo que ni el más fanático soldado lamorquiano viole ese límite, arriesgándose a tener un enfrentamiento con las patrullas fronterizas kelosianas.

—Parece razonable —aprobó Kurik.

—Cuando lleguéis a Chyrellos, dejad a Ortzel en la basílica y después id a ver a Dolmant. Informadle de lo sucedido aquí y pedidle que lo comunique a Vanion y a los otros preceptores. Instadlos insistentemente a que se opongan a la idea de enviar los caballeros eclesiásticos aquí, a las tierras del interior, para sofocar las escaramuzas suscitadas por Martel. Necesitaremos que las cuatro órdenes estén en Chyrellos si el archiprelado Clovunus fallece, y todas las intrigas tramadas por Martel tienen el propósito de incitarlos a abandonar la ciudad santa.

—Lo haremos, Sparhawk —prometió Bevier.

—Viajad con la mayor celeridad posible. Su Ilustrísima parece bastante robusto, con lo cual no lo perjudicará cabalgar un poco deprisa. Es mejor que lleguéis cuanto antes a la frontera con Kelosia. No perdáis el tiempo, pero sed cautelosos.

—Podéis contar con ello, Sparhawk —le aseguró Kurik.

—Nos reuniremos con vosotros en el lago Randera en cuanto podamos —declaró Bevier.

—¿Tienes dinero suficiente? —preguntó Sparhawk a su escudero.

—Más o menos. —Entonces Kurik sonrió, mostrando su blanca dentadura en la penumbra—. Además, Dolmant y yo somos viejos amigos y él siempre está dispuesto a concederme préstamos.

Sparhawk soltó una carcajada.

—Acostaos los dos —aconsejó—. Quiero que os pongáis en camino con Ortzel con la primera luz del día.

Se levantaron antes del amanecer y se despidieron de Bevier y Kurik, que partieron hacia poniente seguidos del patriarca de Kadach. Sparhawk volvió a consultar el mapa a la luz del fuego.

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