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Authors: Jesús Sánchez Adalid

Tags: #Histórico

El camino mozárabe (52 page)

BOOK: El camino mozárabe
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El ejército pasó a las puertas de Simancas el día siguiente, miércoles, y presentó combate en la mañana que siguió a la noche del jueves, quedando 11 de
swaal
[8 agosto], en un violentísimo encuentro, y nuevamente el viernes, siguiente día, encontrando los musulmanes gran entereza, pues aunque en un momento fueron rotas las líneas cristianas, se rehicieron y los rechazaron en vergonzosa desbandada, con enormes pérdidas.

Habiendo comprobado la firmeza del ejército cristiano y las poderosas defensas de Simancas, el califa temió que se alargara la guerra y faltaran los bastimentos, prefiriendo regresar hacia el sur, para presentar lo que en realidad había sido un resultado en tablas como una gran victoria. En definitiva, una retirada estratégica en busca de nuevos objetivos, como refleja el parte oficial:

El califa, sus tropas, reclutas y personas de experiencia y honor seguían atacando y reduciendo a los enemigos de Dios cuando se les iban acabando el grano y los pertrechos, habiendo ya alcanzado su objetivo extremo de humillar a los infieles, ocupándoles el campo, mientras su tirano se refugiaba en un alto monte, en cuya cima esperaba librarse, por lo que ordenó partir, redoblando la atención y el número para protección de la retaguardia del ejército, puesto que esperaba que los infieles salieran en su rastro, y empezó la marcha, sin que los enemigos de Dios se atrevieran a observar el paso del ejército sino desde lejos y desde las alturas, mientras él recorría su país lentamente…

La versión cristiana de los hechos es mucho más resumida, según el texto de la
Crónica Silense
:

A continuación Abd al Rahman, rey de Córdoba, vino con gran ejército a Simancas. Sabedor de esto nuestro católico rey dispuso acudir al mismo lugar también con gran ejército, y habiéndose enfrentado allí el Señor dio la victoria al rey católico el lunes 5 de agosto, víspera de las fiestas de los santos Justo y Pastor; fueron eliminados ochenta mil enemigos. También fue apresado allí por los nuestros Abohahia [Abu Yahya Muhamad ibn Hashim al Tuyibí], rey agareno, conducido a León fue recluido en un calabozo; porque había mentido a nuestro rey fue apresado por justo juicio de Dios.

Los supervivientes, tomando el camino se dieron a la fuga, persiguiéndolos nuestro rey, hasta que llegaron a la ciudad llamada Alhándega, donde fueron alcanzados y exterminados por los nuestros.

Como se ve, las fuentes musulmanas y cristianas están de acuerdo en lo sucedido en torno a Simancas en lo esencial, con las naturales exageraciones interesadas de una y otra parte. El segundo combate, desastroso para la hueste califal, tuvo lugar, según la crónica árabe, en Al Jandaq
,
que puede traducirse como «foso, zanja o barranco».

Por el tomo V de
Al Muqtabis,
conocemos la ruta seguida por el califa en su retirada siguiendo el alto Duero y la localización del desastre de Alhándega o Al Jandaq en un barranco de las tierras sorianas.

El mismo parte oficial remitido a Córdoba nos describe la marcha del ejército después de abandonar Simancas:

[…] hasta alejarse hacia el
nahr Duyayra
[río Duero] y llegar a su campo del
hisn Mamls
[castillo de Mamblas], lo cual fue unido a la devastación [sufrida] por su población. Pues no dejó, en Yallikiyya castillo que no destruyese, ni medio de vida que narrarse, hasta llegar a la
maldinat Rawda
[ciudad de Roa] cuyas moradas estaban abandonas. Se dedicó a destruirla, así como al
hisn Rbyls
[castillo de Rubiales] durante dos días que se les hicieron, a los enemigos de Allah, más largos que dos años, ya que trastocaron su prosperidad, destrozaron sus moradas y talaron sus árboles.

No sabemos si durante el trayecto hacia Atienza hubo enfrentamientos entre ambos ejércitos. Pero la gran batalla, que se convertirá en un auténtico desastre para Abd al Rahman, tendrá lugar más adelante, en la misma jornada, saliendo de la comarca del río Aza. Los
Anales castellanos primeros
dan la fecha del combate con una total exactitud:

[…] el 21 de agosto, a los dieciséis días de la prisión de Abu Yahya [Muhamad ibn Hashim al Tuyibí], cuando proseguían los moros su fuga (o retirada) y trataban de salir de la tierra de los cristianos, le salieron estos al encuentro en el lugar llamado Leocaput y el río de nombre Verbera, siendo allí dispersados, muertos y despojados en gran número.

Al Muqtabis
lo cuenta así:

[…] y en la retirada el enemigo los empujó hacia un profundo barranco, que dio nombre al encuentro [Alhándega], del que no pudieron escapar, despeñándose muchos y pisoteándose de puro hacinamiento: el califa, que se vio forzado a entrar allí con ellos, consiguió pasar con sus soldados, abandonando su real y su contenido, del que se apoderó el enemigo…

Abd al Rahman «escapó semivivo», de puro milagro, dejando en poder de los cristianos su precioso ejemplar del Corán, venido de Oriente, con sus valiosas guardas y su maravillosa encuadernación en doce tomos, y hasta su cota de malla, tejida con hilos de oro, que por el repentino e inesperado ataque no le dio tiempo a vestir. Dice la crónica que del campamento mahometano «trajeron los cristianos muchas riquezas con las que medraron Galicia, Castilla y Álava, así como Pamplona y su rey García Sánchez».

La gran victoria permitió avanzar la frontera leonesa del Duero al Tormes, repoblando lugares como Ledesma, Salamanca, Peñaranda de Bracamonte, Sepúlveda y Guadramiro.

7. Consecuencias de la batalla de Simancas

El califa Abd al Rahman regresaba después de la derrota profundamente afectado por el fracaso de su campaña del Poder Supremo, que supuso además un gran número de pérdidas humanas y materiales. El viaje fue lento, pesaroso, y con largas paradas de descanso. Y mientras toda Córdoba esperaba ansiosa para poder festejar lo que se creía que había sido una gran victoria musulmana.

En el
Muqtabis
, V, se detalla que a su llegada a la capital califal, el día 14 de septiembre, el califa encontró ya crucificado por orden suya al traidor Fortún ibn Muhamad, en una puerta de la alcazaba. Su lengua había sido cortada. El califa detuvo su caballo ante el condenado para insultarle y recriminar su traición. Y Fortún, en su cruz, movía la mandíbula emitiendo sonidos ininteligibles en un desesperado intento de responder a Abderramán; pero, sin poder articular palabra, llegó a juntar sangre y saliva suficientes para escupirle y casi estuvo a punto de alcanzar al califa. La animosidad del desgraciado militar asombró a los presentes y Abderramán, ofendido, ordenó alancearlo y rematarlo al instante.

Trece días después de aquello, con ocasión de la celebración de una fiesta religiosa, Abderramán preparó un alarde con su ejército junto a la puerta de Azuda, frente a una terraza recientemente construida como ampliación del palacio desde donde el califa presidiría la concentración de las tropas. Antes de comenzar el alarde, fueron preparadas diez cruces bajo el edificio. Y en presencia de todo el ejército y de numeroso público, la guardia personal del califa sacó de la formación a diez de los oficiales que habían identificado entre los que huyeron en la batalla para su crucifixión inmediata. Las súplicas de socorro y perdón resultaron inútiles. Mientras comenzaban a ser crucificados, los condenados recordaban a gritos las hazañas protagonizadas en otras ocasiones al servicio del califa. Pero no hubo perdón.

La multitud que había asistido a celebrar un festejo contempló horrorizada el inesperado espectáculo. El califa pronunció luego un breve discurso en el que advertía de las consecuencias de la cobardía. Y a continuación ordenó alancear a los crucificados y se retiró de la terraza.

Un testigo presencial dejó así escrito su recuerdo:

[…] perdido el sentido ante el horror que veían mis ojos me senté en el suelo, recogí mis vestidos y los puse junto al saco en el que llevaba los objetos propios de mi profesión para comerciar en la feria que se celebraría con motivo de la fiesta. Cuando me recuperé y quise levantarme, advertí que un ladrón carente de sentimientos me había robado el saco. Fue un día terrible que dejó espantada a la gente durante algún tiempo.

Tras la desastrosa campaña del Poder Supremo, Abderramán III no volvió a salir a guerrear personalmente con su ejército. Desde entonces permaneció ya siempre en las inmediaciones de Córdoba, entregado a engrandecer su capital y especialmente Medina Azahara. No obstante, encargó a sus generales que no dieran tregua a los cristianos. Las instrucciones se siguieron de inmediato y pronto comenzaron a llegar a Córdoba los partes enviados por los cadíes de las plazas fronterizas. En noviembre se había realizado ya una primera incursión en Coca (Segovia), y el éxito de la aceifa fue hecho público en las lecturas de todas las mezquitas del califato, para mitigar los efectos del fracaso de la campaña de la Omnipotencia.

Las incursiones fronterizas ordenadas por el califa se consideraban prácticamente inevitables; pero el rey Ramiro, tal vez aconsejado por sus ministros, quiso evitar una guerra a gran escala y decidió enviar a Córdoba emisarios para solicitar un intercambio de embajadores. Y los mensajeros se dirigieron primeramente a uno de los cadíes que estuvo al frente del ejército en Simancas, Najda ben Husayn, el cual los recibió y se puso en contacto con Abderramán para decidir qué debía hacerse.

En Córdoba la petición de intercambio de embajadas no cayó del todo mal. Se recibió con agrado la iniciativa, sobre todo con la esperanza de recuperar el Corán del califa, y envió un embajador a León durante el verano de 940. Comenzaron así unas conversaciones de paz destinadas a presionar a Ramiro para la aceptación de condiciones más ventajosas para el califato.

Las consecuencias de Simancas en el aspecto de la extensión territorial del reino cristiano se concretaron con las repoblaciones llevadas a cabo tanto en la zona sur de León y las correspondientes en el condado de Castilla. En la zona más occidental, el avance territorial se produjo en la zona del río Tormes, repoblándose su valle y asentándose nuevos pobladores en las antiguas villas de origen romano de Bletisa y Helmántica (Ledesma y Salamanca). Al sur la repoblación avanzó en la zona de Íscar y Olmedo. Los condes de Castilla y Monzón, Fernán González y Asur Fernández, intentaron ampliar sus territorios hacia el Sistema Central con la repoblación de villas como Sepúlveda, Cuéllar y Peñafiel.

8. Las embajadas

Ibn Hayyan nos da su versión de la embajada enviada a León por el califa:

Hasday ben Ishaq fue enviado a la corte de León, por ser una persona sin par en su tiempo entre los servidores de los reyes por su cultura, habilidad y sutileza. Hasday fue al tirano Ramiro, lo sondeó, incitó y se lo ganó con halago, hasta hacerse querer extraordinariamente y escuchar de este, que departía con él a menudo en una prolongada permanencia de siete meses y días, pues agradaba a Ramiro escuchar su conversación y se fiaba de él y le hacía caso, sin que Hasday manifestara la angustia que le causaba tan larga estancia y la nostalgia de su patria, sino que, por el contrario, fingía serle ventajoso prolongarla, hasta que logró conocer sus secretos y objetivos y pudo dar un tiro certero en su blanco lejano y difícil, pudiendo tocar el asunto del cautivo, Muhammad ben Hasim, y el remoto objetivo de su liberación, con tan buen resultado que la consiguió prestamente.

Ramiro II había exigido como negociadores a los obispos cristianos de al-Ándalus. Abderramán aceptó y llegaron a León los prelados andalusíes, Abas ben al Mundir de Sevilla, Yakub aben Mahran de Pechina y Abdalmalik ben Hassan de Elvira, todos ellos acompañados y convenientemente instruidos por algunos sabios monjes. Parece que la presencia en León de los tres obispos, junto con las habilidades del judío Hasday, resultó decisiva, pues antes de tres meses se cerraba finalmente un acuerdo, que debería ratificarse en Córdoba en un acto solemne, del mismo modo que había hecho el rey Ramiro en su capital.

A su vez, a Córdoba partieron en primer lugar los emisarios leoneses Hermenegildo y Hryz de Zamora. Y unos meses después una gran embajada formada por el ministro Musa aben Rakayis, el obispo Julián de Palencia y algunos destacados prelados y nobles del reino.

El cadí Najda ibn Husayn, que gozaba de la proximidad e intimidad del califa, se mostró receptivo, e hizo llegar al califa la misiva y a su portador Musa aben Rakayis, interesándose ante Al Nasir por este negocio hasta que el califa accedió a comenzar las negociaciones para obtener una tregua. Sin duda, en esta decisión de Abderramán había pesado mucho el deseo de recuperar sus valiosos libros del Corán y obtener la liberación del gobernador de Zaragoza y cabeza de la estirpe de tuyibíes, Muhamad ibn Hashim al Tuyibí, que se hallaba bien custodiado en León.

La segunda ronda de conversaciones tendrá ahora lugar en Córdoba entre el califa y los plenipotenciarios de Ramiro II:

Al Nasir se informó de los deseos de los mensajeros de Ramiro acerca de la paz, no aceptó algunas excepciones que hacían a las condiciones e hizo volver a los mensajeros del tirano para dar cumplimiento a su fórmula sobre el particular y concluir la paz, si quería, enviando con ellos a su hombre de confianza Ahmad ibn Yala, para ser observador y corroborador, partiendo todos juntos de vuelta a Yilliqiyya, que Dios destruya, a fines de
du l-qada
[6 de septiembre 940].

Al regresar desde León a Córdoba en el mes de octubre, Ahmad ibn Yalab ibn Wahb lo hizo acompañado de una importante delegación compuesta de colaboradores del rey Ramiro, en su mayoría mozárabes, en la que figuraban entre otros Abd Allah ibn Umar, Asad al Abbadi, Said ibn Ubayda al Abbadi, Gitar, además de los dos embajadores del rey leonés, que estuvieron en Córdoba para el asunto de la paz, Musa ibn Rakayis y Aglab ibn Muzahir. Rindieron visita a Al Nasir y se volvieron todos a Ramiro con la excepción de Musa y su secretario Aglab, que quedaron retenidos en Córdoba.

El mejor libro para ir siguiendo con orden y estructura este complejo juego de negociaciones es obra del historiador Gonzalo Martínez Díez:
El condado de Castilla (711-1038): la historia frente a la leyenda
[Madrid, Marcial Pons, 2005]. En él expresa su convicción de que

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