Read El cantar de los Nibelungos Online
Authors: Anónimo
Nadie lo sabía hasta que Hagen de Troneja los vio: él dijo a Gunter:
—Puedo afirmaros que nos llegan grandes novedades; he visto venir a los músicos de Etzel, vuestra hermana será quien los envía al Rhin: su señor será causa de que tengan buen recibimiento.
Bien armados pasaban entonces por delante del palacio: nunca músicos del rey fueron tan bien vestidos. El acompañamiento del rey salió a recibirlos, los alojaron y Ies dijeron que no se quitaran los trajes.
Los vestidos de viaje eran tan ricos y tan bien hechos, que con honor podían presentarse con ellos ante el rey.
—¿Hay alguno que los quiera? —hicieron preguntar los mensajeros.
Pronto encontraron gentes con las manos tendidas y se las dieron con gusto. En seguida los extranjeros se pusieron más suntuosas vestiduras, como es bueno que lo hagan los emisarios del un rey.
La embajada de Etzel fue invitada a ir donde estaba el rey; se les veía con placer. El señor Hagen se adelantó hacia los mensajeros dejando su asiento y los recibió con cortesía: los jóvenes le dieron las gracias.
Comenzó a pedirle noticias de cómo estaba Etzel y los que lo acompañaban. El músico le respondió:
—Nunca hubo país más dichoso ni hombres más contentos, podéis creerlo.
Se adelantaron hacia el jefe. La sala real estaba llena. Recibieron a los extranjeros con amistosas salutaciones como se hace en los demás reinos. Werbel vio muchos guerreros al lado del rey Gunter. El rey los recibió cortésmente:
—Bien venidos seáis músicos de Etzel, así como también los que os acompañan: ¿por qué os envía Etzel el rico, al país de Borgoña?
Se inclinaron ante el rey y Werbel dijo:
—Mi querido señor os ofrece sus servicios y también vuestra hermana Crimilda; ellos nos han enviado con los guerreros en buena confianza.
—La noticia me causa alegría —respondió el rico príncipe—. ¿Cómo están Etzel —preguntó en seguida el héroe—
y
Crimilda mi hermana en el Huneland?
—Os lo haré saber —respondió el músico—. Nunca hubo nadie mas felices que ellos y lo mismo sucede a los príncipes, guerreros y amigos que los acompañan. Ellos se alegraron cuando emprendimos nuestro viaje.
»Damos las gracias por sus servicios a él y a mi hermana: nos alegra saber que viven dichosos el rey y su gente; con gran cuidado había preguntado por ellos.
Los dos jóvenes reyes habían llegado también, pues supieron la noticia del arribo de los mensajeros. El joven Geiselher los veía con gran contento por causa de su hermana y Ies dijo cariñosamente:
—Mensajeros, seáis muy bienvenidos aquí: si vinierais con más frecuencia al Rhin hallaríais amigos a los que veríais con placer; en este país nunca tendríais pesar si os quedarais.
—Nosotros podemos disfrutar de todos los honores por parte vuestra —respondió Schvvemmel—; no podré expresaros con mis palabras el cariñosos afecto con que nos han enviado aquí Etzel y vuestra noble hermana, que viven felices.
»La reina os recuerda que siempre le habéis tenido cariño y afección con vuestro corazón y vuestra alma. Después, señor rey, hemos venido para rogaros que vayáis al Huneland.
«También nos han encargado que roguemos lo mismo al señor Geiselher y Gernot. Etzel el rico os invitará a todos y si no queréis ir a visitar a vuestra hermana, querría saber porqué dejáis de hacerlo.
»¿Por qué prescindís de él y de su esposa? Aun cuando os hubierais olvidado de la reina, él por sí solo bien merece que los visitéis: si esta visita se llevara a cabo, su alegría sería muy grande.
—Pasadas que sean siete noches —contestó el rey— os haré saber la resolución que he tomado con el consejo de mis amigos; entretanto id a vuestros alojamientos y disfrutad de sus comodidades.
—¿No podríamos ver a nuestra señora la rica Uta antes que como guerreros fuéramos a reposar? —respondió en seguida Werbel. Muy cortésmente le respondió el noble Geiselher:
—Nadie os negaría tal cosa, y si queréis ir a donde está mi madre, sus deseos y los míos quedarán satisfechos; ella os verá con gusto a causa de mi hermana la señora Crimilda; seréis muy bien recibidos.
Geiselher los llevó a donde Uta estaba. Vio con placer a los mensajeros del Huncland y los saludó amistosamente con su alma llena de virtudes. Los mensajeros le hicieron saber el objeto de su embajada.
—Mi señora os ofrece —dijo Schwemmel— sus servicios y su fidelidad, y si le fuera posible veros con frecuencia creed que ninguna felicidad en la tierra sería mayor para ella.
—Eso no puede ser —le respondió la reina Uta—. Por grande que fuera el placer que tuviera en ver a mi querida hija, la noble reina vive muy lejos; que siempre sea feliz así al lado de Etzel.
»Hacedme saber antes de partir, cuando pensáis volver; hace mucho tiempo que no veo a ningún mensajero con tanto gusto como a vosotros.
Los jóvenes prometieron hacer lo que les pedía. Los del Huneland se retiraron a sus alojamientos: el rico rey había hecho llamar a sus amigos. El noble Gunter preguntó uno a uno a todos sus hombres, si la invitación Ies parecía bien. Muchos dijeron que irían con gusto al país del rey Etzel y lo mismo manifestaron los mejores que allí se encontraban, excepto Hagen que sentía furiosa cólera. Dijo aparte al rey:
—Con vos mismo estáis de malas. No ignoráis de lo que hemos hecho: siempre debemos tener gran cuidado con Crimilda, pues por mi mano di muerte a su esposo. ¿Cómo queréis que vayamos al país del rey Etzel?
—Mi hermana ha olvidado su odio —respondió el poderoso rey—, con amorosos besos lo manifestó así antes de marchar de mi reino, si no es, señor Hagen, que a vos sólo haya dejado de perdonaros.
—No os dejéis engañar —replicó Hagen— por nada que os digan esos emisarios de los Hunos ¡queréis ir a ver a Crimilda y puede costaros vida y honor! ¡Muy tenaz es en la venganza la esposa del rey Etzel!
El rey Gernot contestó al consejero:
—Por más que vos tengáis fundado motivo para temer la muerte en el reino de los Hunos, no debemos nosotros renunciar a ver a nuestra hermana pues sería obrar mal.
El joven Geiselher dijo ai guerrero:
—Ya que os sentís culpable, amigo Hagen, permaneced en el país libre de todo temor; dejad que los más atrevido vayan al reino de los Hunos.
El héroe de Troneja comenzó a irritarse.
—No quiero que jamás tengáis en vuestra corte uno que esté más dispuesto a acompañaros que yo; no queréis renunciar a vuestro proyecto y pronto os lo haré ver.
Así dijo Rumold, jefe de las cocinas:
—Podéis tratar como queráis a extranjeros y amigos; no creo que os vayan a engañar.
»Ya que no queréis escuchar a Hagen, oíd el consejo de Rumold, porque él es vuestro decidido servidor. Permaneced en este país según mi indicación y dejad tranquilo al rey Etzel con Crimilda.
«¿En qué parte de la tierra viviríais tan felices como aquí? Aquí estáis a cubierto de vuestros enemigos. Vestios vuestros mejores trajes, bebed el vino que más os guste y amad a muchas hermosa mujeres.
»Aquí tendréis buenos manjares, los mejores que en el mundo haya comido un rey, y si aún esto no bastara, acordaos de vuestra bella esposa antes de ir a exponer vuestra vida.
«Permaneced aquí, el país es rico, más cómodo es pagar aquí el rescate que entre los Hunos: ¿quién sabe lo que sucederá allí? Permaneced aquí, señores, este es el consejo de Rumold.
—No queremos permanecer —respondió Gernot—. ¿Cómo nos hemos de negar a la amistosa invitación que mi hermana y el rey Etzel nos hacen? El que no quiera venir con nosotros, que permanezca aquí.
—Cualquiera que sea vuestro acuerdo —respondió Hagen— que no os ofendan mis palabras: creed que mis observaciones son justas, y ya que os decidís a ir al Huneland, id bien armados.
»Ya que no queréis renunciar, convocad a vuestros hombres más valientes y entre todos ellos escoged mil buenos caballeros; así no os será peligrosa la cólera de Crimilda.
—Eso quiero hacer —respondió el rey en seguida. Envió mensajeros por todo su reino y vinieron unos tres mil guerreros o más. No sabían que habían de sufrir grandes pesares.
Ellos caminaban con grande alegría por el país del rey Gunter. A todos los que tenían que ir al Huneland les dieron caballos y vestidos; entre ellos el rey vio a muchos buenos caballeros.
Hagen de Troneja y Dankwarc, su hermano, llevaron al Rhin ochenta guerreros armados y vestidos: ricas armaduras llevaban aquellos valientes al país del rey Gunter.
Llegó el fuerte Volker, un noble músico con treinta de sus guerreros, que llevaban magníficos vestidos dignos de un rey. Hizo saber al rey que iba con él al Huneland.
Quiero deciros quién era Volker. Era un noble señor al que pagaban tributo muchos buenos guerreros de Borgoña: como sabía tocar el laúd le llamaban el artista.
Hagen escogió mil de los que habían ido; sabía las proezas que habían realizado sus brazos, y las hazañas que habían hecho, pues por sí mismo las había visto. Nadie podía dudar del honor de ellos.
Los mensajeros de Crimilda estaban contrariados, pues tenían gran miedo a su señor; todos los días se despedían para partir, pero Hagen no los dejaba; esto lo hacía con mala intención.
—No debemos dejarlos marchar —dijo a su señor—, sino siete días después de que estemos dispuestos a ir al país del rey Etzel; si alguien nos quiere hacer daño lo sabremos mejor.
«Tampoco la señora Crimilda podrá prepararse a causarnos males por sus consejos. Si ella tiene tal intención, podrá salirle mal, pues al Huneland vendrán con nosotros muchos hombres escogidos.
Las monturas, los escudos y todos lo trajes que habían de llevarse al país del rey Etzel, estaba preparados para aquellos fuertes guerreros. Los emisarios de Crimilda fueron llamados a la presencia del rey.
Cuando llegaron los mensajeros, el señor Gernot dijo:
—El rey acepta la invitación de Etzel: con gusto iremos a su fiesta para ver a nuestra hermana; no tengáis duda de esto.
—¿Podéis hacernos saber cuándo celebrará la fiesta o hacia qué día? —preguntó el rey Gunter.
—Está fijada para mediados del estío —le contestó Schwemmel.
El rey los autorizó (cosa que aún no había hecho) para que fueran a ver a la señora Brunequilda si daba su consentimiento. Volker se opuso en su obsequio.
—La señora Brunequilda no está buena para recibirlos —dijo el buen caballero—. Esperad hasta mañana y podréis verla.
El rico rey que estimaba a los mensajeros, llevado de su generosidad, les hizo dar de su oro sobre sus anchos escudos; él poseía mucho. Sus amigos les hacían también valiosos obsequios.
Geiselher y Gernot, Gere y Ortewein les demostraban cuán buenos eran; daban ricos regalos a los emisarios que éstos no quisieron aceptar por temor a su señor. Así le dijo al rey el mensajero Schwemmel:
—Señor rey, dejad estos regalos en vuestro país. Nosotros no podemos llevar nada, porque nuestro señor nos ha prohibido aceptar obsequios, nosotros no necesitamos nada.
El jefe del Rhin estaba muy disgustado porque ellos rehusaron los bienes de un rey tan rico. Les hizo aceptar su oro y sus trajes que llevaron consigo al país del rey Etzel.
Antes de emprender marcha quisieron ver a Uta. El joven Geiselher llevó a los músicos a la corte, cerca de su madre; encargó que dijeran a la reina que ella se alegraba de sus honores y de su felicidad.
La reina viuda hizo dar a los músicos bandas y oro por el afecto que profesaba a Crimilda y al rey Etzel. Ellos lo aceptaron, pues se los ofrecían con lealtad.
Después los emisarios de Crimilda se despidieron de hombres y mujeres: cabalgaron alegremente según he sabido hasta el Schwobenland, hasta allí Gernot los hizo acompañar por sus guerreros, para que no sufrieran la menor desgracia.
Cuando los dejaron éstos, el poderío de Etzel los protegió en todo el camino. En ellos nadie les quitó ni los caballos ni los vestidos, y cabalgaron con gran rapidez hasta el Huneland.
A todos los amigos que conocían por allí, les anunciaban que los héroes de Borgoña irían dentro de pocos días, desde el Rhin al país de Etzel. El obispo Pilguerin supo también la noticia.
Cuando en su camino llegaron frente a Bechlaren, no ocultaron la noticia a Rudiguero ni a su esposa Gotelinda la noble margrave. Grande fue su alegría al saber a quienes iban a ver.
Se veía a los músicos apresurar su marcha. Encontraron a Etzel en su ciudad de Gran. Todos los ofrecimientos y felicitaciones que habían recibido las manifestaron al rey, que de alegría se puso rojo.
Cuando supo la reina que sus hermanos iban a ir a aquel país, se sintió dichosa; hizo dar a los mensajeros grandes regalos, pues quería honrarlos.
—Decidnos ambos, Werbel y Schwemmel —preguntó— ¿cuáles son de mis parientes los que vendrán a la fiesta, entre los mejores a quiénes hemos invitado para que vengan a este país? Decidnos también que dijo Hagen cuando supo la noticia.
»Fue al consejo una mañana temprano y dijo pocas y buenas palabras, todos aconsejaban el viaje a Huneland, pero el feroz Hagen sostuvo que corrían peligro de muerte.
»Vendrán vuestros hermanos los tres reyes con suntuoso aparato. En cuanto a los demás que han de venir con ellos no he podido saberlo. Ha prometido acompañarlos Volker el fuerte músico.
—Con mucho gusto —dijo la reina— dejaría de ver aquí a Volker. Hagen me es muy querido por ser de los mejores guerreros. Al saber que voy a verlo, experimento grande alegría.
La reina fue a ver al rey. ¡Qué de amorosas palabras le dijo Crimilda!
—Os agradan estas noticias, mi querido señor, lo que tanto deseaba va a cumplirse.
—Lo que tú quieras me alegra —le respondió el rey—: nunca cuando mis parientes han venido a mi reino he sentido el corazón tan alegre. Con la venida de tus amigos desaparecen todos mis cuidados.
Los encargados para ello por el rey, prepararon en el palacio y en los salones sitios suntuosos para los huéspedes que debían llegar. Después ocurrieron grandísimas desgracias.
El jefe del Rhin hizo vestir a sus hombres en número de mil sesenta, según he sabido y con nueve mil criados se dirigió a la coTte: los que se quedaron en sus casas los lloraron más tarde.
A Worms, residencia de la corte, llevaron todo lo necesario. Un anciano obispo de Spira dijo a la señora Uta:
—Nuestros amigos quieren ir a esa fiesta; que Dios los proteja.