Conocía bien esas aguas; había conducido muchos buques a través de ellas, de día y de noche. Pero la gran altura del
Leviathan
alteraba su perspectiva y le resultaba un poco difícil adaptarse. El grupo de destellos blancos desapareció de pronto. El práctico cogió sus prismáticos y empezó a buscarlos frenéticamente, sin comprender de momento que la distante proa se interponía en su campo visual. Salió corriendo al ala de babor, se asomó por la borda y localizó los destellos blancos.
Abandonó rápidamente el ala, atravesó corriendo el puente, pasó junto al timonel y el tercer oficial y se dirigió al extremo más apartado del ala de estribor. Cien metros. Parecía imposible que un buque pudiera ser tan ancho. Cuando el piloto de ese carguero de diez mil toneladas viera salir al
Leviathan
del canal de Thorn, se alegraría de que las normas del puerto le hubieran obligado a esperar.
El práctico se inclinó sobre la superficie del agua y observó el faro de la punta de Castle, a fin de comprobar si les faltaba mucho para llegar al borde de los bajíos de Calshot Spit. Las chimeneas siseaban sobre su cabeza. Una ráfaga de viento se levantó sobre los bancos de arena e intentó arrebatarle la gorra. Se la encasquetó más y se apresuró a volver al interior del puente. Temía que el avance del barco fuera demasiado lento.
El capitán Ogilvy había vuelto al puente de mando y se había situado junto al panel de control de máquinas.
—¿Cuándo alcanzaremos los seis nudos? —preguntó el práctico.
Ogilvy telefoneó a la sala de máquinas. La automatización tiene sus límites, pensó el práctico. Accionar una palanca pidiendo una velocidad era una cosa, pero obtenerla era algo muy distinto. Los instrumentos no eran las máquinas.
Examinó el anemómetro que medía la velocidad del viento sobre la cubierta. El viento soplaba racheado, a una velocidad de siete nudos. Ogilvy colgó el auricular.
—En seguida aumentarán las revoluciones.
Se acercó a las ventanas.
—¿Qué es eso? —le preguntó a su segundo, que ya estaba examinando un par de luces blancas situadas a popa, por el lado de estribor. Una era más alta que la otra y un pálido destello rojo rompía las sombras entre las dos. El práctico las localizó en el radar. Un destello de mediano tamaño que se desplazaba lentamente hacia el este, cruzando el curso del
Leviathan
.
—Está cruzando en dirección al canal del Norte —exclamó incrédulo el segundo práctico y cogió el radioteléfono.
Segundos después, había establecido comunicación con el barco de la patrulla del puerto. Una intensa luz blanca se adelantó solitaria, a toda velocidad, frente al
Leviathan
, y permaneció junto a las luces que avanzaban hasta que hubieran dado media vuelta para regresar por donde habían llegado. El segundo práctico, que escuchaba por el auricular, ahogó una risita.
—Un barco de cabotaje. Según ha declarado a la patrulla del puerto, pensaba que tendría tiempo de cruzar.
Pero el práctico ya había salido corriendo en dirección al ala. Los destellos blancos habían quedado atrás. Escuchó el crujido de una de las pantallas de radar al girar sobre su cabeza. Volvió al puente.
—Timonel. Vire diez grados a estribor timón estándar.
—Diez grados a estribor.
La enorme proa viró a estribor hasta que el compás indicó 150 grados. Con los ojos fijos en los rápidos destellos rojos de la punta de Castle, el centelleo blanco de Calshot Spit y el distante destello rápido del North Thorn en la margen opuesta del canal, el práctico hizo aumentar el ángulo de timón a medida que la curva se iba haciendo más acentuada.
—Aumentar hasta dos dos cero.
—Aumentando hasta dos dos cero.
Las luces blancas empezaron a desplazarse hacia la derecha. La mirada del práctico se fijó rápidamente en el giroscopio.
—¿Está guiñando? —le preguntó al timonel.
—Lo tengo bajo control, señor. Aumentando a dos dos cero.
El práctico lo observó de reojo. Era joven y de aspecto curtido, con la expresión inteligente y la actitud confiada de esa clase de marino que, o bien pasa sin dificultad sus pruebas de cualificación y asciende a oficial, o bien fracasa y abandona el servicio mercante en busca de mejores oportunidades en tierra firme.
Las luces del canal regresaron a la posición que les correspondía y uno de los canales del VHF abierto al tráfico local empezó a cobrar vida.
—
Leviathan
. Aquí
Seatrain
a su popa.
El segundo práctico cogió el auricular:
—Hola,
Seatrain
.
El práctico salió del ala y observó las luces del otro buque a popa. Había pilotado varios de aquellos esbeltos buques
container
. Eran grandes y veloces. En cuatro días y medio estaban en Nueva York. Más rápidos que el
Queen Elizabeth II
. Parecían estar hirviendo de deseos de echar a correr.
Volvió junto a la rueda del timón. La voz del piloto del
Seatrain
sonaba tan clara como si estuviera sobre el puente del
Leviathan
.
—Mi velocidad mínima es de seis nudos. ¿Puedo adelantarles?
El segundo práctico lanzó una mirada al primero. Éste hizo que no con la cabeza.
El segundo práctico cogió el auricular con una sonrisa:
—Le sugerimos que reduzca ese mínimo.
—Para eso tendríamos que pararnos —se quejó la voz.
El práctico cogió el auricular, con un ojo fijo en el próximo indicador, una luz blanca que se encendía a intervalos de cinco segundos.
—Lo siento. No hay espacio.
—Me lo temía. Pero he pensado que nada perdía con intentarlo.
—Salud.
El práctico y su segundo intercambiaron sonrisas al cortar la comunicación.
Estaban a punto de salir del canal de Thorn. El canal de Solent se extendía ante ellos, como un ancho y abierto túnel de viento. El
Leviathan
avanzaba a una velocidad de seis nudos, justo lo suficiente para poder gobernarlo con el timón, pues el casco sólo se encontraba a un par de metros del fondo dragado del canal. El práctico observó la corredera. La aguja, después de vaciarla un momento en los seis nudos, había empezado a bajar hasta cinco y medio. Llamó al tercer oficial invitándole a acercarse con un movimiento de la mano.
—Necesito más revoluciones.
—Sí, señor.
El joven telefoneó a la sala de máquinas.
El práctico observó el faro de la boya del West Bramble. Justo antes de estar perpendicular a él, inició un lento viraje hacia babor. El
Leviathan
viró hacia el este y entró en el canal de Solent. Habría preferido contar con una mayor velocidad para asegurar que el buque obedecería al timón, pero el viento de poniente, cada vez más fuerte, le ayudó a introducir la proa por la amplia curva. Concluyó el viraje en el bajío del Príncipe Consorte.
—Manténgase en uno cero ocho.
—Manteniendo en uno cero ocho.
Un par de luces blancas, una casi sobre la otra, aparecieron justo frente a ellos, mucho más grandes que todas las demás que punteaban las negras aguas.
—Ése es el carguero —anunció el segundo práctico—. Lo tengo al teléfono.
—Gracias.
Le indicó al timonel un cambio de rumbo para dejar más espacio de maniobra al carguero. Éste era un pequeño
semicontainer
, con el puente de mando en la popa y las cajas metálicas apiladas entre las enormes grandes plumas de cubierta. Saludó al práctico del carguero a través del radioteléfono, mientras el buque se abría paso entre el
Leviathan
y un transbordador
hovercraft
que estaba fondeado.
El práctico dio un suspiro de alivio. Lo peor parecía haber pasado ya.
Pronto hubo transcurrido otra hora, que el práctico dedicó a localizar sus boyas, visualmente y por medio del radar, a determinar su situación y dar instrucciones al timonel. Las luces del canal brillaban, diminutas como puntos, en lontananza, se deslizaban frente a la inmensa proa del
Leviathan
. Iban creciendo y luego quedaban atrás. Entre tanto, iba constantemente en aumento la intensidad del viento. Seis nudos. Ocho. Diez. Rachas de quince nudos.
El práctico acercó la cara a la pantalla del radar. El canal estaba despejado ante ellos. Las características señales electrónicas de las boyas llenaban la pantalla, formando una ruta prácticamente recta a lo largo de seis millas. Después debían efectuar un viraje de cuarenta y cinco grados para entrar en el estrecho canal de Nab, reservado para las naves de gran calado. Después de atravesar el canal de Nab, el
Leviathan
entraría en el Canal de la Mancha. Y él podría regresar a puerto en el barco de los prácticos.
Se incorporó y observó lo que ocurría a su alrededor en el oscuro puente de mando. Ogilvy surgió de las sombras, dijo unas breves palabras al timonel y salió corriendo al ala de estribor. El práctico escuchó el curioso ruido que hacía al andar, arrastrando ligeramente el pie izquierdo sobre la lisa cubierta de linóleo.
—¿Té, señor?
Un camarero apareció a su lado con una bandeja.
—Gracias.
El práctico se inclinó sobre el radar para efectuar una última comprobación. Un grupo de veleros ocupaba el cuadrante inferior de la pantalla, reluciendo como otros tantos granos de blanca arena. Estaban situados a popa del
Leviathan
y se dirigían a Cowes en busca de un refugio para pasar la noche.
El segundo práctico le sirvió leche y azúcar y le tendió una taza humeante. El práctico lo saboreó agradecido mientras intentaba deshacerse de la tensión que le embargaba. Era un buen té.
Repentinamente, dejó la taza y se quedó mirando fijamente al frente. Los rápidos destellos de la luz roja que señalizaba el canal después del bajío de Warner se habían desplazado a la izquierda.
—¡Estamos abatiendo, señor! —exclamó el timonel.
El tercer oficial se acercó corriendo a la rueda del timón. El práctico, en cambio, lanzó una mirada a la corredera automática. La aguja marcaba menos de cinco. Se acercó al timonel, con el corazón palpitante. El relevo era mucho más viejo que el timonel al cual había sustituido. Se humedeció los labios mientras hacia girar nerviosamente la rueda del timón. El tercer oficial colgó el auricular de un teléfono.
—Tienen problemas en la sala de máquinas, señor.
—¿Cuánto tardarán en arreglarlo? —preguntó sin alterarse el práctico.
De pronto le llamó la atención la juventud del tercer oficial y cayó en la cuenta de que todos los oficiales de Ogilvy eran muy jóvenes.
—Treinta minutos.
—Será mejor que vaya a buscar al viejo.
—Le está esperando en el ala de estribor.
El práctico le dijo a su segundo, que aguardaba a su lado:
—Que fije el rumbo en uno dos cero cuando lleguemos frente al bajío de Warner.
—Uno dos cero.
—Y llama al muelle del Este y anúnciales que tal vez necesitemos remolcadores.
La proa empezaba a virar hacia estribor cuando el práctico salió al ala. Hizo un esfuerzo y avanzó a paso normal. No era aconsejable correr allí, ante los ojos de un bisoño tercer oficial y de un timonel nervioso que estaba haciendo todo lo posible para intentar compensar la deriva del buque, procurando situarlo otra vez en el centro del canal. Todo ocurría con tanta lentitud, dadas las dimensiones del buque, que se hacía imposible pronosticar si la maniobra tendría éxito. El práctico salió al exterior.
Los oficiales de Ogilvy se habían reunido a su alrededor, fantasmagóricas figuras en la oscuridad del ala del puente de mando, mientras el capitán hablaba por teléfono con la sala de máquinas. A la altura de su cintura, junto a los mandos del propulsor de proa, se veía un panel de instrumentos de control, débilmente iluminado, que indicaba el rumbo del barco, las revoluciones de las hélices y su velocidad.
Ogilvy colgó el teléfono y se volvió hacia el práctico. Bajo el débil resplandor de la luz roja, éste distinguió una contracción nerviosa en la mejilla del capitán, un leve movimiento como el que produce un pez al romper la superficie del agua.
—Práctico —dijo secamente el capitán—, estamos perdiendo presión. Ha entrado agua en los depósitos de combustible y me ha estropeado los inyectores de la caldera número dos. Mis maquinistas necesitan treinta minutos para limpiarlos. El
Leviathan
podrá mantener una velocidad de cuatro nudos como máximo.
—¿Será posible dominar el timón con esta velocidad?
—Mi timonel sabrá manejarlo.
—¿Podrá entrar en el canal de Nab?
—Mientras avancemos a cuatro nudos, no.
—¿Ni siquiera usando el propulsor de proa?
—He dicho que no.
El práctico aguardó a que dijera algo más, pero Ogilvy permaneció callado, lo cual le ponía en el clásico dilema del práctico de puerto. No conocía las limitaciones del buque y tampoco sabía cuál era el carácter del hombre ¿La calma glacial de Ogilvy era una manifestación de heroico autocontrol, o estaba paralizado por el miedo? ¿Le estaba previniendo ante una situación difícil, o estaba vaticinando una catástrofe?
El práctico se concentró en los hechos que conocía. El faro del bajío de Warner brillaba perpendicularmente a ellos. Eso significaba que el
Leviathan
tardaría una hora en llegar al canal de Nab, avanzando a una velocidad de cuatro nudos.
—¿Cuánto tardará en tener la suficiente presión? —preguntó.
—Una hora.
El práctico no veía la manera de averiguar si esa respuesta correspondía a la realidad o era una expresión de sus deseos. Empezaba a preguntarse si no habría sido mejor no despedir a los remolcadores hasta el faro de Nab. Pero ahora ya era tarde.
—¿Podríamos hacerlo virar en redondo cambiando la dirección de giro de la hélice de estribor? —preguntó.
Ogilvy se quedó mirando el agua.
—Práctico, mis hélices apenas tienen juego. Están fuera del agua hasta media altura y continuarán así hasta que consiga sacar el buque de este inadecuado canal y pueda coger lastre. Por tanto, hacerlo virar en redondo, por emplear su curiosa expresión, seguramente no será posible con este viento.
El práctico ignoró el sarcasmo. El capitán tenía buenos motivos para estar preocupado.
—Entonces tenemos que detener el buque antes de la entrada del canal de Nab.
—Es demasiado tarde para detenernos.