El círculo (35 page)

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Authors: Mats Strandberg,Sara B. Elfgren

Tags: #Intriga, #Infantil y juvenil

BOOK: El círculo
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Ida está de rodillas. Parpadea sin cesar y tiene los ojos en blanco.

Mueve los labios y Anna-Karin cree que está diciendo su nombre y se agacha para oírla mejor.

Ida reacciona rápida como una cobra. Alarga el brazo con rapidez y agarra a Anna-Karin por la muñeca.

Un rayo de luz blanca la ciega en el acto.

Anna-Karin ve un cielo azul. Y el borde de un tejado. El tejado del instituto. Está allí tumbada y se siente exhausta, terriblemente cansada. Un viento acerado le golpea la cara. Le duele y le da vueltas la cabeza. Y quiere estar con Gustaf.

Gustaf. Tiene tanto amor que darle, solo para él. Se abre paso incluso a través del dolor espantoso que le aporrea el cráneo.

Anna-Karin comprende que ya no se encuentra en su propio cuerpo. Está dentro de Rebecka. Como si fuera un parásito diminuto que observara el mundo a través de sus ojos. No puede oír sus pensamientos, pero cualquier sentimiento o impresión la traspasan como si fueran suyos.

La sensación se convierte en la añoranza de otra persona. Minoo. La única que puede ayudarle. Tantea buscando el móvil hasta que lo encuentra.

Oye unos pasos que se acercan hacia la puerta abierta que tiene detrás.

Rebecka y Anna-Karin se vuelven al mismo tiempo, en un movimiento único, en un único cuerpo.

Y ahí está él. Anna-Karin nota el desconcierto de Rebecka.

—Hola —dice—. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

Gustaf no responde. Se acerca pero sin mirarla a los ojos. Rebecka apenas lo reconoce. No comprende nada.

—¿Qué pasa? —pregunta.

Un instante después Gustaf se inclina y le ayuda a ponerse de pie. Pero no la suelta, sino que empieza a arrastrarla por el tejado.

—Gustaf, para… ¿Qué haces? Suéltame…

Tiene la voz muy débil. No le quedan fuerzas para gritar y el dolor que le retumba en la cabeza se lo impide más aún. Gustaf la arrastra inexpresivo hacia el borde del tejado, como si quisiera acabar cuanto antes. Rebecka trata de oponer resistencia, pero no tiene dónde apoyar los pies.

—Gustaf, para… Por favor, ¡para!

Gustaf le da la vuelta para que quede con la espalda de cara al patio, que está allá abajo. La ropa le aletea al viento. Rebecka y Anna-Karin están paralizadas por el miedo.

Anna-Karin trata de cerrar los ojos pero no puede mientras Rebecka no aparte la vista de su novio. Sigue sin poder creer lo que está sucediendo.

—Mírame —ruega Rebecka.

Gustaf la mira a los ojos. Durante unos segundos de espantoso silencio, Anna-Karin mira en el fondo frío de aquellos ojos azules. El empujón en el pecho la pilla totalmente desprevenida y cae. Se le quedan los brazos en cruz, araña con los dedos el vacío del aire en busca de algo a lo que agarrarse y luego…

Anna-Karin oye el estallido inexplicable cuando el cuerpo de Rebecka se estrella contra el suelo. Pero no siente nada. La cabeza yace extrañamente aplastada contra el suelo. No comprende cómo puede seguir con vida. Trata de respirar, pero por sus pulmones asciende un sonido húmedo y burbujeante, y se le llena la boca de sangre.

De repente es consciente de algo desconocido. Rebecka reconoce la presencia.

«Pronto habrá pasado todo», dice una voz extraña.

Y entonces siente el dolor, un dolor que no puede compararse con nada de lo que Anna-Karin haya podido sentir en toda su atormentada existencia. Es como una luz radiactiva y cegadora que calcina cada idea, cada sentimiento, cada recuerdo que es Rebecka: todo lo que fue.

Y luego: ceniza. Vacío. Una porción de cielo azul allá en lo alto. Una porción de cielo azul que poco a poco se convierte en oscuridad. Un hilo de tinta negra discurre lentamente y lo cubre todo hasta que solo queda la voz: «Perdóname».

Anna-Karin abre los ojos y se encuentra con los de Ida. Ve reflejado en ellos su propio pánico. Se da cuenta de que han vivido la misma experiencia. Ida le suelta la mano y retrocede apartándose de ella.

Anna-Karin mira a su alrededor. Se encuentra con cientos de pares de ojos. Por el suelo rueda aún una de las velas apagadas de la corona. Tommy Ekberg sigue acercándose a ellas con el extintor.

Aquí, en la realidad, el tiempo no ha pasado en absoluto.

37

Titilan las estrellas en el cielo negro. Las ramas de los abetos están vencidas por la nieve.

Todo se ve apacible, como extraído de un poema navideño, piensa Minoo. Si no fuera por el fuego azul, que arroja un resplandor tenebroso y vacilante sobre sus caras. Si no fuera por lo que Anna-Karin e Ida acaban de contarles.

Gustaf mató a Rebecka y, por tanto, debió matar también a Elías. Gustaf es el mal al que deben detener.

—Pues yo no lo entiendo —dice Vanessa—. ¿Cómo pudisteis verlo?

Anna-Karin, que estaba sentada en el suelo un poco inclinada intentando despegarse bolitas de cera del pelo, mira a Ida y a la directora. Están esperando una respuesta. La acosadora y su víctima llevan sentadas la una al lado de la otra desde que llegaron.

—Solemos hablar de pasado, presente y futuro —dice la directora—. Pero la visión lineal del tiempo con un principio y un final es falsa. La verdad es que el tiempo es cíclico, un círculo sin principio ni fin.

Minoo mira de reojo a las demás. Vanessa escucha boquiabierta mientras habla la directora.

—Las brujas sensibles cuyo elemento es el metal pueden percibir sucesos de otras partes del círculo del tiempo, sucesos que según la perspectiva actual podrían catalogarse como «ya acontecidos» o como «futuros».

—Pues a mí eso me da igual —suelta Ida mirando a la directora con rencor—. ¿Qué puedo hacer para que no vuelva a ocurrir? Vamos, que no tengo ninguna gana de sufrir ataques epilépticos delante de todo el instituto.

—No puedes hacer nada —responde la directora—. En cambio, sí puedes aprender a reconocer las señales y así saber cuándo estás a punto de tener una visión. Trata de encontrar un lugar tranquilo y apartado si empiezas a notar sequedad de boca, una sensación intensa de irrealidad, vértigo o…

—No volverá a ocurrir —dice Ida casi como para sí misma—. No pienso permitirlo.

—Tus visiones parecen ser de naturaleza empática —continúa la directora.

Linnéa resopla y Minoo tiene que ahogar una risita. Jamás pensó que «Ida» y «empatía» pudieran figurar en la misma frase, por lo menos no sin la palabra «carece» de por medio.

—Tienes esas visiones a través de los ojos de otra persona y sientes lo que ella sienta —continúa la directora reprendiendo a Linnéa con la mirada.

—Pero ¿por qué he podido yo tener la misma experiencia si era Ida la que estaba teniendo esa visión? —pregunta Anna-Karin retirándose un pegote enorme de cera blanca. Junto con él se arranca unos cuantos pelos y hace una mueca de dolor.

—Estáis vinculadas —responde la directora.

A Minoo le parece que suena como una gurú de autoayuda delirante.

—Pues yo no creo que sea Gustaf —comenta Ida de repente.

Todas se quedan mirándola.

—No te entiendo —dice la directora.

—Gustaf no mataría a nadie. ¿Por qué iba a hacer una cosa así?

—Puede haber muchas razones… —comienza la directora.

—Vosotras no conocéis a Ge tan bien como yo —la interrumpe Ida.

—Que lo hayas bautizado con ese apodo tan ridículo no significa que seáis íntimos —dice Vanessa.

—¡¿De verdad creéis que Ge iba a matar a Rebecka, a su novia?! —exclama Ida.

—Los tíos matan a sus novias en todas partes y todo el tiempo —dice Linnéa, fría como el hielo.

—Yo tampoco estoy tan segura de que haya sido Gustaf —dice Anna-Karin—. Resulta difícil de explicar. Era él, pero no era él.

Que Ida y Anna-Karin estén de acuerdo en algo les parece tan chocante que se quedan calladas un buen rato.

—Pues yo creo que deberíamos encargarnos de él inmediatamente —dice Linnéa.

Las llamas azules del fuego le iluminan la palidez de la cara y le otorgan a los ojos un destello oscuro.

—¿Cómo que «encargarnos de él»? —pregunta Minoo.

Como es natural, ya lo sabe. Pero no puede creer que Linnéa hable en serio.

—¿Qué crees que quiero decir? ¿Qué vamos a hacer si no? Dos de nosotros ya han muerto.

—¿Quieres que matemos a Ge? —estalla Ida—. ¡Tú estás completamente loca!

Minoo mira a la directora, pero esta simplemente las observa de brazos cruzados. Es como si quisiera ver qué hacen en esa situación, como una especie de prueba.

—No podemos matar a Gustaf —dice Minoo—. No me cabe en la cabeza que se te haya ocurrido la idea siquiera.

Linnéa mira a Minoo con dureza.

—Supongo que Rebecka y tú no erais tan buenas amigas después de todo.

Linnéa parece una extraña. Tiene la mirada llena de odio y Minoo la comprende. Ella también ha pensado en vengarse. Ha fantaseado con esa idea. Pero ahora, al ver el mismo sentimiento en el semblante de Linnéa, comprende que es un gran error elegir ese camino. Que es muy peligroso.

—O sea, que no parece que te importe mucho castigar al culpable —prosigue Linnéa.

Minoo siente la ira como un perro rabioso tirando de la correa, pero la mantiene a raya.

—No podemos matarlo sin más —dice.

—Él mató a Elías.

—Pero no creo que Elías hubiera querido que fueras matando gente por ahí por esa razón.

Por un instante cree que Linnéa se va a abalanzar sobre ella, pero se queda quieta y dice, contenida:

—En primer lugar, tú no sabes una mierda sobre Elías. En segundo lugar, no es «gente». Ni siquiera es humano. ¡Es como un demonio!

—De ninguna manera.

Todas se vuelven hacia la directora. Sigue cruzada de brazos mirando el fuego azul.

—Al menos, yo lo considero bastante improbable. Los demonios muy rara vez se manifiestan en nuestro mundo bajo una forma física.

—Yo paso de tus estadísticas. Ahora sabemos quién es el asesino. Y podemos detenerlo —insiste Linnéa.

—No vais a hacer nada —responde la directora con acritud—. Manteneos alejadas de Gustaf. El Consejo se encargará de eso.

—¡Claro, como lo han hecho tan de puta madre hasta ahora! —grita Linnéa.

Todas se la quedan mirando. Ella les devuelve la mirada, una a una.

—¿Cómo cojones podéis aceptar esto sin más? ¡Se niega a contarnos cómo defendernos!

—No puedo dejar que intervengáis —explica la directora con severidad—. El Consejo me ha prohibido expresamente…

—¿Qué es lo que te han prohibido en concreto? —pregunta Minoo—. ¿Que nos defendamos? ¿Que sepamos contra qué estamos luchando?

La directora se vuelve hacia ella. A Minoo se le acelera el corazón. No está acostumbrada a cuestionar a ninguna autoridad. Y menos cuando se trata de la directora del instituto.

—Tienes razón —dice Adriana López al fin—. Os diré lo que sabemos de vuestros enemigos.

—Perdona, pero ¿has dicho
enemigos
en plural? —pregunta Vanessa.

—Os lo explicaré
si puedo hablar sin que me interrumpáis
—dice la directora.

Vanessa hace un gesto de exasperación.

—Como ya os he dicho antes, se producen luchas más allá de las fronteras interdimensionales —comienza la directora—. Eso es lo que está a punto de ocurrir aquí. Los demonios tratan de entrar en nuestro mundo y, al parecer, vosotras entorpecéis su camino.

—¿Y qué es un demonio? ¿Una especie de diablo o qué? —pregunta Vanessa—. ¿De esos que poseen a la gente? ¿Estará Gustaf poseído?

—Los demonios pueden influir en la gente —dice la directora—. Pero no contra su voluntad. En cambio, sí pueden conceder poderes a quien se aviene a colaborar. Los demonios llaman a esto «bendecir» a una persona. Los benditos pueden a su vez causar muchísimo daño. Si Gustaf está bendito, puede resultar peligrosísimo. Está en contacto directo con los demonios. Son su fuente de poder. Bajo ningún concepto debéis enfrentaros a él.

—En otras palabras, tú crees que quien ha matado a Rebecka y a Elías es una persona normal, ¿no? —pregunta Minoo—. Alguien que trabaja para los demonios, ¿verdad?

—Esa es la teoría del Consejo —responde la directora—. Trabajan con vuestro caso día y noche. Pero tenéis que ayudarnos. Ahora es más importante que nunca que estudiéis el
Libro de los paradigmas
.

—Pero todavía no has contestado a mi pregunta —dice Vanessa—. ¿Qué es un demonio?

—Es más correcta la denominación de «fuerzas demoníacas». Ellos no se ven como individuos, sino como partes de un todo más amplio. Son una especie de seres intermedios que viven entre nuestro mundo y los otros mundos. No sabemos de dónde vienen. En realidad no sabemos mucho de esos otros mundos.

—¿Y qué es lo que quieren? —pregunta Linnéa acercándose despacio a la directora.

—Todo está en el
Libro de los paradigmas
—responde retrocediendo un paso de forma casi inconsciente—. Llegado el momento lo sabréis.

Linnéa se detiene tan cerca que casi se rozan. Y entonces detecta la vacilación en sus ojos. Linnéa toma aire.

—No lo sabes. Ni tú ni el Consejo sabéis nada.

Por un instante parece que la máscara de la directora vaya a resquebrajarse. Pero la mujer recupera rápidamente el control sobre las facciones de su cara.

—No es verdad —dice.

—Por eso te pones tan pesada con el
Libro de los paradigmas

prosigue Linnéa—. Ni siquiera vosotros sabéis cómo se utiliza. Y esperáis que lo hagamos nosotras.

—Vosotras partís de unas premisas completamente distintas, puesto que tenéis poderes congénitos… —comienza la directora.

—Exacto —la interrumpe Linnéa—. Somos más fuertes que vosotros. Nos tenéis miedo.

—Te estás equivocando por completo —dice la directora con tono de superioridad.

—No —dice Linnéa con serenidad—. Por fin lo he comprendido todo.

Sonríe triunfal.

—La directora no es nuestro enemigo —añade Minoo.

—Anda, cierra el pico —dice Linnéa—. Quiere que nos quedemos aquí sentadas mirando el
Libro
para averiguar qué es lo que nos va a aniquilar. Pero yo pienso parar todo esto.

—Sí, vamos, dispara primero y pregunta después —dice Minoo.

—Exacto —continúa Linnéa—. Y no pienso permitir que me detenga una persona que ni siquiera debería estar aquí.

Es como un puñetazo en el estómago. Minoo tiene que apartar la vista. No puede mirar a las demás a los ojos. Tiene tanto miedo de ver en ellos compasión como de ver que están de acuerdo.

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