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Authors: Maite Carranza

El clan de la loba (36 page)

BOOK: El clan de la loba
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Anaíd tenía una duda.

— ¿Y por qué Salma necesitaba que fuese Criselda quien te eliminase?

Selene no dudó.

— Para defenderse ante la condesa. La condesa no hubiera permitido que Salma destruyese a la elegida. La necesita para sobrevivir. Se está acabando y sólo la elegida tiene la clave de su inmortalidad.

— ¿Cuál?

— El cetro de poder que permitirá el fin de las Omar.

Anaíd estaba muy asustada. Contempló el cetro brillante que tenía en sus manos.

— No sé ni cómo lo hice. Pronuncié las palabras que el cetro me dictó.

Selene reflexionó.

— Deméter y yo guardamos el secreto de la verdadera elegida celosamente. Nadie sabe la verdad, tal vez Valeria lo intuyese.

Anaíd lo negó.

— No, estaba convencida de que lo eras tú. En realidad todas creían que tú eras la elegida, excepto Gaya.

Selene soltó una risita maliciosa y se puso en pie.

— ¡Gaya, menuda alegría va a tener al saber que estaba en lo cierto!

Anaíd también se puso ni pie.

— No estoy preparada.

— Lo sé, Anaíd, por eso tendremos que continuar guardando el secreto y escondernos hasta que llegue el momento.

— ¿Cuando eras niña tenías el pelo oscuro?

— Sí.

— ¿Entonces cómo lograste confundir a Criselda y las demás?

— Cuando tú naciste, tu abuela y yo nos vinimos a vivir al Pirineo, donde nadie nos conocía. Deméter hizo correr el bulo de que me ocultaba y que desde niña me había teñido el pelo, pero que ya no importaba puesto que las Odish me habían encontrado.

Anaíd suspiró y se llenó los pulmones del aire límpido y fresco de la mañana, absorbió los colores otoñales y sus contrastes, acarició su vista con los ocres, los amarillos y los cobrizos y se recreó con los rojos, los anaranjados y los violetas. ¡Qué hermoso era su mundo! ¡Qué magnífica sensación el hambre! ¡Qué genial calmar la sed! ¡Y qué estupendo el cansancio!

— Pobre tía Criselda.

— Yo sobreviví. Se puede sobrevivir a la nada.

— Pero tú eres más fuerte.

Selene se la quedó mirando estupefacta.

— ¿De verdad crees eso?

Anaíd afirmó convencida:

— Tía Criselda es un desastre, un horror, no tiene ni idea de...

Selene explotó en una carcajada sincera.

— ¿No te lo dijo?

— ¿El qué?

— Ella ha sido la sucesora de Deméter. Ella ha mantenido unidas a las tribus. Ella ha velado por ti y te ha protegido.

Anaíd se sorprendió.

— Pero si parecía...

— No te fíes de las apariencias. Las Omar no son nunca lo que parecen.

— Ni las Odish —murmuró Anaíd pensando en la señora Olav.

Pero Selene, rápidamente, echó a correr.

— ¡Un, dos, tres! ¡La última prepara el desayuno!

— ¡Espera! —gritó Anaíd—. ¡Me tienes que explicar lo de Max!

Los grandes almacenes estaban llenos a rebosar. Anaíd nunca había sido tan feliz como esa tarde de compras con Selene. Selene y ella habían decidido acabar con las exis-tencias de ropa de la sección de novedades.

— ¿De verdad puedo comprarme este jersey? ¿Cómo es que tenemos tanto dinero?

Selene miró discretamente a un lado y a otro.

— Es un secreto a voces, fui una Odish y ésa fue mi paga.

— Pero si nos lo gastamos todo de golpe volveremos a ser pobres.

— Soy una derrochadora, Anaíd, por eso me fue tan fácil convencerlas y hacerles creer que me tentaban. Me encantan las sortijas de diamantes, el caviar y el champagne.

— ¿No tuviste miedo?

— Mucho.

— ¿Cuál fue tu peor momento?

— Hacerle creer a Salma que desangraba a un bebé.

— ¡Qué horror!

— Aunque he de reconocer que tuvo algunas gratificaciones. ¡Nunca pasaremos hambre, te lo aseguro!

Abandonaron los almacenes tan cargadas que apenas podían acarrear las bolsas y ya en la salida se toparon con Marión. Anaíd fue quien la reconoció.

— ¡Marion!

Marion no atendió a la primera.

— ¿Anaíd?

Anaíd la besó con naturalidad, como si fuesen viejas amigas.

— Gracias por la ropa que me dejaste. Me fue estupenda.

Marion estaba cortada.

— De nada, yo... ¿Es cierto que te vas?

— Pues sí. Nos vamos lejos.

— ¿Dónde?

— Al Norte —dejó en el aire Anaíd.

— No, al Sur —corrigió Selene.

Anaíd se encogió de hombros.

— Aún no nos hemos puesto de acuerdo.

Selene rió y le mostró la ropa.

— Por si acaso hemos comprado de todo.

— Ah, qué divertido —dijo Marion azorada.

Anaíd la tranquilizó.

— Sí, eso sí, nos divertimos mucho.

Marión prolongó el encuentro con una propuesta inesperada.

— ¿Quieres salir con nosotros este sábado?

Anaíd lo pensó un segundo.

— Me gustaría, pero ya he quedado. De todas formas antes de marchar celebraré una fiesta.

— ¿Una fiesta? —se extrañó Selene.

— Sí, una fiesta de cumpleaños. Será mi fiesta. Estás invitada, Marion.

— Oh, gracias, yo... Lástima que no estuvieses para la mía...

— No te preocupes, en mi fiesta estará todo el mundo y te presentaré a mi mejor amiga. Se llama Clodia.

— Clodia, guay.

— Y ella es más guay todavía, rebana el cuello a los conejos que da gusto verla. Es genial.

Marion palideció.

Anaíd la besó como despedida.

— No te asustes, he dicho a los conejos.

Marion rió tímidamente y se dio media vuelta. Selene alcanzó a Anaíd en la calle y le comentó en un susurro.

— Qué dominio, te has marcado tres faroles.

— Ni uno.

— ¿Cómo que ni uno?

— Este sábado tengo una cita en el lago con tía Criselda. Pienso celebrar mi fiesta de cumpleaños y Clodia, mi mejor amiga, será mi invitada de honor y la verás rebanar el cuello a un conejo.

Selene se quedó estupefacta.

— Pues vaya, sí que me he perdido cosas.

Anaíd afirmó:

— Muchas.

MEMORIAS DE LETO

Ando y desando la senda de la vida. Me detengo en las fuentes para beber agua fresca y descansar unos instantes. Charlo con los otros caminantes y espero ávidamente sus respuestas.

Sus palabras son la única linterna que orienta mis pasos.

No me consuela saber que ella, la elegida, también deberá recorrer un largo camino de dolor y sangre, de renuncias, de soledad y remordimientos.

Sufrirá como yo he sufrido el polvo del camino, la dureza del frío y la quemazón del sol. Pero eso no la arredrará.

Desearía ahorrarle la punzada amarga de la decepción, pero no puedo.

La elegida emprenderá su propio viaje y lastimará sus pies con los guijarros que fueron colocados para ella.

No puedo ayudarla a masticar su futura amargura ni puedo endulzar sus lágrimas que aún no han sido vertidas.

Le pertenecen.

Son su destino.

Capítulo XXXIII: El futuro incierto

Las frías aguas del lago se mecían suavemente por el viento. Anaíd recorrió sus orillas sin desfallecer y sin apartar ni un segundo la mirada del fondo de su lecho. Su imagen, la imagen que le devolvía el lago la incomodaba y la llenaba de orgullo. Creía ver a Selene en esa joven esbelta, de largos cabellos y movimientos felinos. Pero esperaba encontrar otro rostro. El rostro amado de Criselda, que permanecía prisionero del embrujo.

Por fin lo halló.

— Ahí, está ahí —señaló Anaíd emocionada.

Selene se arrodilló junto a ella. Las dos contemplaron a Criselda que peinaba sus largos y hermosos cabellos junto a la orilla. Parecía más joven, más serena, más ausente.

— ¿Nos puede ver? —preguntó Anaíd.

Selene se lo confirmó.

— Sabe que la estamos mirando. Fíjate.

Y Criselda sonrió con la dulzura del que siente la paz.

— ¿Es feliz?

Selene la abrazó.

— Tú eres la elegida y estás viva. Eso le basta.

— Y ya soy mujer.

— Eso no lo sabe pero lo puede intuir. Mírala, díselo con tu mirada.

Anaíd sonrió a su vez a Criselda y su sonrisa contenía la promesa del regreso. Nunca la olvidaría.

Anaíd suspiró.

— Tengo miedo.

Selene la reconfortó.

— Es natural. El poder produce vértigo.

— ¿No me dejarás, verdad?

— Serás tú quien me deje a mí.

— ¿Yo?

— Es ley de vida, Anaíd.

— ¿A ti te ocurrió?

— Claro.

— ¿Y fue entonces cuando conociste a Cristine?

Selene palideció.

— Ésa es una larga historia.

Anaíd ya lo sabía.

— ¿Algún día me la contarás?

Selene calló, estaba pensando.

— Algún día.

De pronto Anaíd se llevó las manos a la cabeza.

— ¡Mierda!

Selene se asustó.

— ¿Qué ocurre?

Anaíd inició su regreso.

— Que me he olvidado por completo de cumplir un juramento.

— ¿Un juramento?

— Juré a la dama traidora y al caballero cobarde que los liberaría de su maldición.

— ¿Cómo?

— Lo que oyes.

— Pero...

— Es una larga historia —la cortó Anaíd.

Selene comprendió y le guiñó un ojo con complicidad

— ¿Algún día me la contarás? Anaíd calló y simuló pensar.

— Algún día.

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