Hay una persona en especial a quien hay que agradecer la existencia de esta novela y es mi buen amigo el inestimable Forrest Fenn, coleccionista, erudito y editor. Nunca olvidaré aquel día, hace muchos años, que comimos en la Sala del Dragón del Pink Adobe, donde me explicaste una curiosa historia que me dio la idea para escribir esta novela. Espero que te parezca que le he hecho justicia.
Una vez mencionado Forrest, creo necesario aclarar lo siguiente: el personaje de Maxwell Broadbent es pura invención. Desde el punto de vista de la personalidad, ética, carácter y valores familiares, los dos hombres no podrían ser más distintos, hecho que quiero subrayar para todo el que crea ver en esta novela un
román à clef.
Hace muchos años un joven editor recibió de un par de escritores desconocidos un manuscrito inacabado titulado
Relic,
lo compró y envió a los escritores una modesta carta en la que, en pocas palabras, les decía que en su opinión merecía la pena reescribir y terminar la novela; una carta que encaminó a esos dos autores hacia el
best seller y
hacia una película que ha sido un éxito de taquilla. Ese editor era Bob Gleason. Estoy en deuda con él por esos primeros tiempos y por haber guiado esta novela hasta su término. En la misma línea, me gustaría dar las gracias a Tom Doherty por haber acogido a un hijo pródigo.
Quisiera expresar mi gratitud al incomparable señor Lincoln Child, la mejor parte de nuestro equipo literario, por las críticas excelentes y sumamente sagaces que hizo al manuscrito.
Tengo una gran deuda con Bobby Rotenberg, no sólo por la perspicaz y concienzuda ayuda que me prestó con los personajes y el argumento, sino también por su sincera y duradera amistad.
Me gustaría expresar mi agradecimiento a mis agentes Eric Simonoff de Janklow & Nesbit de Nueva York y Matthew Snyder de Hollywood. Asimismo quiero dar las gracias a Marc Rosen por ayudarme a desarrollar algunas de las ideas de esta novela, y a Lynda Obst por su clarividencia al ver en apenas siete páginas sus posibilidades.
Estoy en deuda con Jon Couch, quien leyó el manuscrito y me hizo valiosas sugerencias, concretamente en todo lo relacionado con las armas de fuego. Niccoló Capponi ofreció, como es habitual en él, varias ideas brillantes en relación con algunas escenas peliagudas. Estoy asimismo en deuda con Steve Elkins, que está buscando la verdadera Ciudad Blanca de Honduras.
Para escribir
El códice maya
utilicé varios libros, en particular
In Trouble Again,
de Redmond O'Hanlons, y
Sastun: My Apprenticeship with a Maya Healer
de Rosita Arvigo, una obra excelente que recomendaría a todos los interesados en el tema de la medicina maya.
Mi hija Selene leyó varias veces el manuscrito y me hizo críticas clave por las que le estoy inmensamente agradecido. Por último, quiero dar las gracias a mi mujer, Christine, y a mis otros dos hijos, Aletheia e Isaac. Gracias por vuestro amor, generosidad y apoyo constantes, sin los cuales no existiría este libro ni todas las demás cosas maravillosas que hay en mi vida.