—Ella no tiene el libro —aseguró Matthew bruscamente.
—No estoy aquí por el maldito libro de las brujas, Matthew. Que se ocupen ellas de eso. He venido de parte de la Congregación.
Ysabeau suspiró, larga y suavemente, como si hubiera estado conteniendo la respiración durante varios días. Una pregunta comenzó a formarse en mis labios, pero ella la silenció con un gesto de advertencia.
—Bien hecho, Domenico. Me sorprende que tengas tiempo para visitar a viejos amigos, con todas tus nuevas responsabilidades. —La voz de Matthew sonaba desdeñosa—. ¿Por qué la Congregación desperdicia el tiempo en visitas oficiales a la familia Clermont cuando hay vampiros que van dejando cadáveres sin sangre por toda Europa para que los humanos los encuentren?
—No está prohibido que los vampiros se alimenten de seres humanos… aunque es lamentable que algunos sean descuidados. Como bien sabes, la muerte sigue a los vampiros dondequiera que vayamos. —Domenico se encogió de hombros ante esa brutalidad, y temblé ante su tranquila indiferencia por la frágil vida de aquellos con sangre caliente—. Pero el acuerdo prohíbe claramente toda relación entre un vampiro y una bruja.
Me di la vuelta y miré a Domenico.
—¿Qué has dicho?
—¡Vaya, ella habla! —Domenico aplaudió en falso y burlón deleite—. ¿Por qué no dejar que la bruja participe en esta conversación?
Matthew estiró el brazo y me llevó hacia delante. Ysabeau siguió entrelazada a mi otro brazo. Estábamos en una línea corta compacta: vampiro, bruja y vampiro.
—Diana Bishop. —Domenico hizo una profunda reverencia—. Es un honor conocer a una bruja de un linaje tan antiguo y distinguido. Son tan pocas las familias antiguas que todavía están con nosotros. —Cada palabra que pronunciaba, por formalmente que fuera dicha, sonaba a una amenaza.
—¿Quién eres tú? —pregunté—. ¿Y por qué te preocupa con quién paso el tiempo?
El veneciano me miró con interés antes de echar su cabeza hacia atrás y aullar de risa.
—Dijeron que eras polemista como tu padre, pero no les creí.
Mis dedos hormigueaban ligeramente y el brazo de Ysabeau se hizo un poco más fuerte.
—¿He enfadado a tu bruja? —Los ojos de Domenico estaban fijos en el brazo de Ysabeau.
—Di lo que viniste a decir y sal de nuestras tierras. —La voz de Matthew sonó perfectamente familiar.
—Mi nombre es Domenico Michele. He conocido a Matthew desde que renació y a Ysabeau desde hace, más o menos, el mismo tiempo. No conozco a ninguno de ellos tan bien como conocí a la bella Louisa, por supuesto. Pero no debemos hablar a la ligera de los muertos. —El veneciano se persignó hipócritamente.
—Trata de no hablar de ninguna manera de mi hermana. —Matthew guardaba la calma, pero Ysabeau parecía a punto de cometer un homicidio, con los labios blancos.
—Todavía no has respondido a mi pregunta —dije, llamando la atención de Domenico otra vez.
Los ojos del veneciano emitieron destellos en franco reconocimiento.
—Diana —intervino Matthew, sin poder ocultar la aspereza de su garganta. Fue lo más cerca que jamás había estado de gruñirme. Marthe salió de la cocina con una expresión de alarma en su rostro.
—Es más apasionada que la mayoría de ellas, por lo que veo. ¿Por eso lo arriesgas todo para retenerla contigo? ¿Ella te divierte? ¿O piensas alimentarte de ella hasta que te aburras para luego abandonarla, como has hecho con otros seres de sangre caliente?
Matthew rozó con sus dedos el ataúd de Lázaro, sólo perceptible como una protuberancia debajo de su jersey. No lo había tocado desde que habíamos llegado a Sept-Tours.
Los agudos ojos de Domenico también advirtieron el gesto, y su respuesta en forma de sonrisa era vengativa.
—¿Te sientes culpable?
Furiosa por la manera en que Domenico estaba burlándose de Matthew, abrí la boca para hablar.
—Diana, regresa a casa de inmediato. —El tono de voz de Matthew indicaba que después íbamos a tener una seria y poco agradable charla. Me empujó ligeramente en dirección a Ysabeau y se puso todavía más directamente entre su madre, yo y el oscuro veneciano. Para entonces Marthe ya se había acercado con los brazos cruzados sobre su cuerpo robusto en una sorprendente imitación de Matthew.
—No antes de que la bruja escuche lo que tengo que decir. He venido a traerte una advertencia, Diana Bishop. Las relaciones entre brujas y vampiros están prohibidas. Debes abandonar esta casa y dejar de relacionarte con Matthew de Clermont y con cualquiera de su familia. Si no lo haces, la Congregación tomará las medidas necesarias para mantener el acuerdo.
—No conozco esa Congregación y nunca he aceptado acuerdo semejante —aseguré, todavía furiosa—. Además, los acuerdos no se imponen. Son voluntarios.
—¿Eres abogada además de historiadora? Vosotras, las mujeres modernas, con vuestra cuidadosa educación, resultáis tan fascinantes. Pero las mujeres no son buenas para la teología — continuó Domenico con tristeza—, razón por la cual nunca creímos que valiese la pena educarlas para ello. ¿Crees que adoptamos las ideas de ese hereje de Calvino cuando nos hicimos estas promesas entre nosotros? Cuando el acuerdo fue juramentado, obligó a todos los vampiros, daimones y brujas y brujos del pasado, del presente y del futuro. Éste no es un camino que uno pueda recorrer o no según le plazca.
—Ya has entregado tu aviso, Domenico —dijo Matthew con una voz suave como la seda.
—Eso es todo que tengo que decirle a la bruja —respondió el veneciano—. Pero hay algo más que quiero decirte a ti.
—Entonces Diana regresará a casa. Llévatela de aquí,
maman
—ordenó secamente.
Esta vez su madre hizo lo que él pedía de inmediato, y Marthe la siguió.
—No lo hagas —susurró Ysabeau cuando me volví para mirar a Matthew.
—¿De dónde ha salido esa cosa? —quiso saber Marthe una vez que estuvimos dentro, fuera de peligro.
—Del infierno, seguramente —respondió Ysabeau. Tocó mi cara por un instante con las puntas de los dedos, retirándolos apresuradamente cuando se encontraron con la calidez de mis furiosas mejillas—. Eres valiente, niña, pero lo que hiciste ha sido una imprudencia. Tú no eres un vampiro. No te arriesgues discutiendo con Domenico, ni con ninguno de sus aliados. Aléjate de ellos.
Ysabeau no me dio tiempo para responder, llevándome a toda velocidad a través de las cocinas, el comedor y el salón hasta llegar hasta el gran salón. Finalmente me arrastró hacia el arco que conducía a la torre más alta del castillo. Mis pantorrillas se tensaron sólo de pensar en la subida.
—Debemos hacerlo —insistió—. Matthew nos buscará allí.
El miedo y la cólera me impulsaron la mitad del camino escaleras arriba. La segunda mitad la conquisté por pura determinación. Al levantar el pie del escalón final, me encontré sobre un techo plano con una vista de varios kilómetros en todas direcciones. Soplaba una leve brisa que soltó mi pelo trenzado y apartó la neblina que me rodeaba.
Ysabeau se acercó rápidamente a un mástil que subía otros tres metros más hacia el cielo. Izó un estandarte negro, adornado con un uróboros de plata. Se desplegó en la luz opaca con la serpiente sosteniendo la cola brillante con la boca. Corrí al otro lado de las murallas almenadas para ver cómo Domenico miraba hacia arriba.
Unos instantes después un estandarte similar se alzó sobre el tejado de un edificio en el pueblo y una campana empezó a tocar. Hombres y mujeres salieron lentamente de las casas, los bares, las tiendas y las oficinas con los rostros vueltos hacia Sept-Tours, donde el antiguo símbolo de la eternidad y el renacimiento flameaba en el viento. Miré a Ysabeau. Mi pregunta era evidente en mi cara.
—El emblema de nuestra familia, y una advertencia para que el pueblo se ponga en guardia —explicó—. Izamos el estandarte solamente cuando otros están con nosotros. Los lugareños se han ido acostumbrando a vivir entre vampiros, y aunque no tienen nada que temer de nosotros, lo hemos conservado para ocasiones como ésta. El mundo está lleno de vampiros en los que no se puede confiar, Diana. Domenico Michele es uno de ellos.
—No hacía falta que me lo dijeras. ¿Quién demonios es él?
—Uno de los amigos más antiguos de Matthew —murmuró Ysabeau, mirando a su hijo—, lo cual lo convierte en un enemigo muy peligroso.
Mi atención se volvió hacia Matthew, que continuaba intercambiando palabras con Domenico en una zona de confrontación precisamente delineada. Hubo una mancha de movimiento negro y gris, y el veneciano se lanzó hacia atrás en dirección al castaño contra el que había estado apoyado cuando lo vimos por primera vez. Un fuerte chasquido se oyó sobre el terreno.
—Bien hecho —farfulló Ysabeau.
—¿Dónde está Marthe? —miré por encima de mi hombro hacia las escaleras.
—En el salón. Por si acaso. —Los ojos agudos de Ysabeau seguían fijos en su hijo.
—¿Realmente Domenico sería capaz de entrar aquí para degollarme?
Ysabeau volvió hacia mí la deslumbrante mirada de sus ojos negros.
—Eso sería demasiado fácil, mi querida. Primero jugaría contigo. Siempre juega con su presa. Y a Domenico le encanta tener público.
Tragué saliva con fuerza.
—Soy capaz de cuidarme a mí misma.
—Lo eres, si tienes tanto poder como cree Matthew. He descubierto que las brujas son muy buenas para protegerse a sí mismas, con un poco de esfuerzo y una gota de valor —aseguró Ysabeau.
—¿Qué es esa Congregación que Domenico mencionó? —pregunté.
—Un consejo de nueve miembros, tres por cada orden de daimones, brujos y vampiros. Fue creado durante las cruzadas para evitar que nos expusiéramos ante los humanos. Nos descuidamos y nos involucramos demasiado en su política y otras formas de locura. —La voz de Ysabeau era amarga—. La ambición, el orgullo y criaturas codiciosas como Michele que nunca estaban satisfechas con lo que la vida les daba y querían más siempre…, todo ello nos condujo al acuerdo.
—¿Y vosotros estuvisteis de acuerdo con ciertas condiciones? —Era ridículo pensar que las promesas hechas por criaturas en la Edad Media pudieran afectarnos a Matthew y a mí.
Ysabeau asintió con la cabeza y la brisa empujó algunas hebras de su fuerte cabello color miel para hacerlos volar alrededor de su cara.
—Cuando nos relacionábamos entre todos, éramos demasiado visibles. Cuando nos implicamos en los asuntos de los humanos, éstos se volvieron recelosos de nuestra inteligencia. No son rápidas, esas pobres criaturas, pero no son del todo estúpidas tampoco.
—Con lo de «relacionarse» te refieres a cenas y bailes.
—Nada de cenas, ni bailes y nada de besarse y cantarse canciones unos a otros —explicó Ysabeau deliberadamente—. Y lo que viene después de bailar y besarse también fue prohibido. Estábamos llenos de arrogancia antes de aceptar el acuerdo. Éramos muchos más entonces y nos acostumbramos a tomar lo que queríamos sin importar las consecuencias.
—¿A qué más cosas afecta esa promesa?
—Nada de política ni de religión. Demasiados príncipes y papas fueron criaturas de otros mundos. Se hizo cada vez más difícil pasar de una vida a la siguiente una vez que los humanos empezaron a escribir sus crónicas. —Ysabeau se estremeció—. A los vampiros les resultaba difícil fingir una buena muerte y pasar a una nueva vida con los humanos husmeando por ahí.
Miré rápidamente a Matthew y a Domenico, pero todavía estaban hablando fuera de las murallas del
château
.
—Entonces —repetí, contando los temas con los dedos—. Nada de relacionarse entre las diferentes clases de criaturas. Nada de carreras en la política o la religión humanas. ¿Más cosas? — Al parecer, la xenofobia de mi tía y su oposición feroz a que yo estudiara derecho derivaban de su conocimiento imperfecto de este acuerdo de hacía tanto tiempo.
—Sí. Cuando alguna criatura viola el acuerdo, es responsabilidad de la Congregación frenar la mala conducta y confirmar el juramento.
—¿Y si
dos
criaturas violan el acuerdo?
El silencio se hizo tenso entre nosotras.
—Que yo sepa, eso nunca ha ocurrido —dijo sombríamente—. Por lo tanto, es bueno que vosotros no lo hayáis hecho.
La noche anterior yo le había pedido a Matthew que viniera a mi cama. Pero él supo que no se trataba de una simple petición. No era de mí de lo que no estaba seguro, sino de sus sentimientos. Matthew quería saber hasta dónde podía llegar antes de que la Congregación interviniera.
La respuesta había llegado rápidamente. No iba a dejarnos ir demasiado lejos.
Mi alivio fue pronto reemplazado por la cólera. Si nadie se hubiera quejado, mientras nuestra relación iba adelante, él tal vez nunca me habría hablado sobre la Congregación o sobre el acuerdo. Y su silencio habría tenido implicaciones para mi relación con mi propia familia y con la suya. Yo podría haberme ido a la tumba creyendo que mi tía e Ysabeau eran intolerantes. Aunque lo cierto era que estaban viviendo de acuerdo a una promesa hecha hacía mucho tiempo, que era menos comprensible, pero de algún modo más disculpable.
—Tu hijo tiene que dejar de ocultarme cosas. —Mi irritación aumentó y el hormigueo crecía en las puntas de mis dedos—. Y tú deberías preocuparte menos por la Congregación y más por lo que voy a hacer cuando vuelva a verlo otra vez.
Resopló.
—No vas a tener la oportunidad de hacer mucho antes de que te reprenda por cuestionar su autoridad delante de Domenico.
—No estoy bajo la autoridad de Matthew.
—Querida mía, todavía tienes muchísimo que aprender sobre los vampiros —espetó con un tono de satisfacción.
—Y tú tienes muchísimo que aprender sobre mí. Al igual que la Congregación.
Ysabeau me agarró por los hombros y sus dedos se clavaron en mis brazos.
—¡Esto no es un juego, Diana! Matthew estaría dispuesto a darle la espalda a criaturas a las que ha conocido durante siglos para proteger tu derecho a ser lo que tú quieras ser en tu fugaz vida. Te ruego que no permitas que lo haga. Lo matarán si insiste.
—Él es un hombre libre, Ysabeau —repliqué con frialdad—. Yo no le digo a Matthew lo que tiene que hacer.
—No, pero tienes el poder de enviarlo lejos. Dile que te niegas a violar el acuerdo por él, por su bien… o que tú no sientes por él nada más que curiosidad…, las brujas son famosas por ello. — Me empujó, alejándome de ella—. Si le amas, sabrás qué decirle.