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Authors: Charlaine Harris

El Día Del Juicio Mortal (18 page)

BOOK: El Día Del Juicio Mortal
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Quizá pudiera recurrir a Sam. Podría guardar la carta y el
cluviel dor
en su caja fuerte. Pero habida cuenta de los recientes ataques al bar, quizá no era el mejor sitio para guardar cosas valiosas. Podía conducir hasta Shreveport y usar la llave que Eric me había dado de su casa para encontrar un escondite allí. De hecho, era más que probable que Eric también tuviese una caja fuerte, aunque no hubiese tenido nunca la ocasión de enseñármela. Tras darle vueltas, ésa tampoco me pareció una buena idea.

Me pregunté si mi deseo por mantener los objetos cerca se debía a que no quería separarme del
cluviel dor
. Me encogí de hombros. Independientemente de cómo hubiese llegado esa convicción a mi mente, estaba segura de que mi casa era el lugar más seguro, al menos por el momento. Podía meter la fina caja verde en el hueco de dormir para vampiros del armario del cuarto de invitados…, pero eso no era más que un hueco, ¿y si Eric necesitaba usarlo?

Tras darle más vueltas todavía, dejé el sobre en la caja con los demás papeles sin revisar que encontré en el desván. No interesarían a nadie aparte de mí. Ocultar el
cluviel dor
fue algo más complicado, especialmente por el impulso que sentía siempre de sacarlo de la bolsa una y otra vez. Esa pugna me hizo sentir muy… «gollumesca».

—Mi tesssooorooo —murmuré. ¿Serían Dermot y Claude capaces de sentir la proximidad de un objeto tan extraordinario? No, por supuesto que no. Había estado en el desván todo ese tiempo y no habían notado nada.

¿Y si se habían mudado conmigo con la esperanza de encontrarlo? ¿Y si sabían o sospechaban que pudiera estar en mi casa? O, lo que era más probable, ¿y si insistían en quedarse conmigo porque su proximidad hacía que se sintiesen más felices? A pesar de saber que esa teoría estaba llena de fallos, fui incapaz de sacudírmela de la cabeza. No era mi sangre feérica lo que los atraía, sino la presencia del
cluviel dor
.

«Vale, te estás volviendo paranoica», me dije a mí misma severamente, y me arriesgué a echar un nuevo vistazo a la superficie verdosa. Pensé que parecía una polvera compacta. Esa idea fue la que me reveló su escondite perfecto. Saqué el objeto de su bolsa de terciopelo y lo metí en el cajón del maquillaje de mi tocador. Abrí mi caja de polvos sueltos y esparcí un poco por encima del
cluviel dor
. Añadí un pelo de mi cepillo. ¡Ja! Estaba satisfecha con el resultado. Posteriormente metí la bolsa aterciopelada en el cajón de las medias y los cinturones. Mi razón me decía que el objeto no era más que una vieja bolsa, pero mis emociones la contradecían alegando que era algo valioso porque mis abuelos lo habían tenido en sus manos.

Eran tantos los pensamientos que rebotaban en mi mente que la cerré a cal y canto durante lo que quedó de día. Después de dedicar un poco de tiempo a las tareas del hogar, decidí ver las series mundiales universitarias de softball por la ESPN. Adoro el softball porque lo jugué en el instituto. Adoraba ver a esas fuertes mujeres de todas partes de Estados Unidos; me encantaba verlas jugar los partidos con todas sus fuerzas, a toda velocidad, sin escatimar esfuerzos. Mientras veía el partido, me di cuenta de que conocía a otras dos mujeres que encajaban con ese perfil: Sandra Pelt y Jannalynn Hopper. Había una moraleja en todo ello, pero no estaba segura de cuál era.

Capítulo
7

El domingo por la noche oí que volvían mis inquilinos no demasiado tarde. El Hooligans no abría los domingos, así que traté de imaginar qué habrían estado haciendo todo el día. Aún estaban durmiendo cuando me hice el primer café del lunes. Me moví por la casa haciendo el menor ruido posible para vestirme y comprobar el correo electrónico. Amelia decía que ya estaba de camino, y añadió crípticamente que tenía algo importante que decirme. Me preguntaba si ya habría encontrado información sobre mi c.d.

Tara había enviado un correo colectivo con una foto adjunta de su enorme vientre y recordé que la fiesta por su bebé se celebraría el próximo fin de semana. Yeah, después de un momento de pánico, me calmé. Ya se habían mandado las invitaciones, le había comprado un regalo y planeado el menú. Estaba lista, salvo los imprevistos de última hora.

Hoy me tocaba el primer turno en el trabajo. Mientras me maquillaba, saqué el
cluviel dor
y lo sostuve contra mi pecho. Tocarlo parecía importante, parecía volverlo más vital. Mi piel lo calentó rápidamente. Fuese lo que fuese lo que se ocultaba dentro de ese pálido verdor parecía acelerarse. También parecía más vivo. Respiré honda y entrecortadamente y lo volví a dejar en el cajón, rociándolo de nuevo con polvos para que pareciese que llevaba allí toda la vida. Cerré el cajón con una nota de pesar.

Ese día sentí a mi abuela más cerca. Pensé en ella mientras conducía hacia el trabajo, mientras preparaba las cosas y en extraños momentos mientras llevaba bandejas y recogía platos. Andy Bellefleur estaba almorzando con el sheriff Dearborn. Me sorprendió ver a Andy en el Merlotte’s después del suceso de hacía dos días.

Pero mi nuevo detective favorito parecía contento de estar allí, bromeando con su jefe y comiendo una ensalada con aliño bajo en calorías. Andy parecía más delgado y joven cada día que pasaba. La vida en matrimonio y la perspectiva de paternidad le sentaban muy bien. Le pregunté por Halleigh.

—Dice que está muy gorda, pero yo no lo creo —comentó con una sonrisa—. Creo que le viene bien que no haya clases. Está haciendo unas cortinas para el cuarto del bebé. —Halleigh daba clases en la escuela elemental.

—La señora Caroline estaría muy orgullosa —aseguré. Caroline Bellefleur, la abuela de Andy, había muerto apenas hacía unas semanas.

—Me alegro de que supiera lo nuestro antes de morir — dijo — . Eh, ¿sabías que mi hermana también está embarazada?

Intenté no parecer asombrada. Andy y Portia se habían casado el mismo día en el jardín de su abuela, y aunque no había sido una sorpresa saber del embarazo de Halleigh, algo en Portia, quizá su madurez, jamás me había hecho pensar en ella como una madre. Le dije a Andy que me alegraba mucho, y era la verdad.

—¿Se lo dirás a Bill? —me preguntó Andy con timidez—. Aún me siento un poco raro cuando tengo que llamarle.

Mi vecino y antiguo amante, Bill Compton, vampiro para más señas, había revelado finalmente a los Bellefleur que era antepasado suyo, justo antes de la muerte de la señora Caroline. La abuela había reaccionado maravillosamente ante esa perturbadora noticia, pero había sido un hueso más duro de tragar para Andy, que es un hombre orgulloso y poco aficionado a los vampiros. Lo cierto es que Portia había salido algunas veces con él, antes de descubrir su relación. Extraño, ¿verdad? Ella y su marido se habían desembarazado de sus reservas hacia su recién descubierto antepasado y me habían sorprendido con la dignidad con la que habían aceptado a Bill.

—Siempre es un placer transmitir buenas noticias, pero a él le gustaría conocerlas de tu boca.

—Eh, tengo entendido que se ha echado una novia vampira.

Me obligué a parecer feliz.

—Sí, lleva con él unas semanas —dije—. No hemos hablado mucho al respecto. —Más bien nunca.

—¿La has conocido?

—Sí. Parece agradable. —De hecho, yo había sido la responsable de su unión, pero no era algo que me apeteciese compartir—. Si lo veo, se lo contaré de tu parte, Andy. Estoy segura de que querrá saber cuándo nacerá el bebé. ¿Sabéis qué va a ser?

—Es una niña —respondió con una sonrisa que casi le parte la cara en dos—. La llamaremos Caroline Compton Bellefleur.

—¡Oh, Andy! ¡Es maravilloso! —Me sentía ridículamente complacida porque sabía que a Bill le gustaría mucho la idea.

Andy parecía abochornado. Supe que sintió alivio cuando sonó su móvil.

—Hola, cariño —dijo tras mirar la pantalla antes de abrir la tapa—. ¿Qué pasa? —Sonrió mientras escuchaba—. Vale, te llevaré el batido —confirmó—. Te veo enseguida.

Bud volvía a la mesa cuando Andy echó un vistazo a la nota y dejó un billete de diez.

—Esa es mi parte —añadió—. Quédate el cambio, Bud, tengo que irme corriendo a casa. Halleigh necesita que coloque la barra de la cortina en el cuarto del bebé y se muere por un batido de caramelo. No serán más que diez minutos. —Nos sonrió y desapareció por la puerta.

Bud se volvió a sentar y sacó lentamente el dinero de su vieja cartera para pagar su parte de la cuenta.

—Halleigh embarazada, Portia embarazada, Tara por partida doble. Sookie, vas a tener que hacer algo si no te quieres quedar rezagada —dijo antes de apurar su bebida—. Está bien este té helado. —Dejó el vaso sobre la mesa con un ligero batacazo.

—No necesito tener un bebé sólo porque otras mujeres vayan a hacerlo —contesté—. Lo tendré cuando esté preparada.

—Pues no lo tendrás nunca si sigues saliendo con ese muerto —dijo Bud a bocajarro—. ¿Qué crees que pensaría tu abuela?

Cogí el dinero, giré sobre mis talones y me alejé. Pedí a Danielle que le llevase el cambio. No quería volver a hablar con Bud.

Es una estupidez, lo sé. Tenía que endurecer más la piel. Y Bud no había dicho ninguna mentira. Claro que él tenía la idea de que todas las mujeres jóvenes desean tener hijos y señalaba que iba por el mal camino. ¡Como si no lo supiera! ¿Qué me habría dicho mi abuela?

Días atrás, habría respondido sin dudarlo. Ahora no estaba tan segura. Había tantas cosas que no sabía de ella. Pero estaba casi segura de que me aconsejaría que siguiese los dictados de mi corazón. Y amaba a Eric. Mientras cogía la cesta de la hamburguesa para llevarla a la mesa de Maxine Fortenberry (siempre almuerza con Elmer Claire Vaudry), me sorprendí ansiando que llegara el ocaso para que despertase. Deseaba verlo con cierta desesperación. Necesitaba la seguridad de su presencia, la certeza de que me amaba también, el apasionado vínculo que sentíamos cada vez que nos tocábamos.

Mientras aguardaba otro encargo en el pasa-platos, observé a Sam, que estaba en la caja. Me preguntaba si él sentía lo mismo por Jannalynn que yo por Eric. Llevaba con ella más tiempo que con cualquier otra persona desde que lo conocía. Quizá pensaba que iba en serio con ella porque se buscaba las tornas para tener algunas noches libres y verla más a menudo, cosa que nunca había hecho con anterioridad. Me sonrió cuando nuestras miradas se encontraron. Me agradaba mucho verlo feliz.

Aunque opinaba que Jannalynn no era lo bastante buena para él.

Casi me eché una mano a la boca. Me sentí tan culpable como si lo hubiese dicho en voz alta. Su relación no era asunto mío, me dije con severidad. Pero una voz en mi interior me decía que Sam era mi amigo y que Jannalynn era demasiado despiadada y violenta como para hacerlo feliz a largo plazo.

Jannalynn había matado, pero yo también. Quizá la catalogaba como violenta porque parecía disfrutar matando. La idea de parecerme a ella en lo esencial (¿a cuántas personas deseaba ver muertas?) era otro motivo de desaliento. El día sólo podía mejorar.

Un pensamiento fatal, sin duda.

Sandra Pelt entró a grandes zancadas en el bar. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la vi, aparte de que había intentado matarme. Por entonces era una adolescente, y aún no había cumplido los veinte, pensé; pero parecía un poco mayor, su cuerpo más maduro, y se había hecho un bonito peinado que contrastaba sobremanera con la hosquedad de su expresión. Traía consigo un aura de rabia. Si bien su delgado cuerpo estaba favorecido por unos vaqueros y una camiseta de tirantes sobre una falda suelta, su cara irradiaba demencia. Disfrutaba provocando daño. Era algo que no pasaba desapercibido a poco que mirases en su mente. Sus movimientos eran espasmódicos y llenos de tensión, y recorrió con la mirada a todos los presentes hasta dar conmigo. La mirada se le encendió como los fuegos artificiales del Cuatro de Julio. Tuve una clara visión de su mente. Llevaba una pistola escondida en los vaqueros.

—Oh, oh —me dije en voz muy baja.

—¿Qué más tengo que hacer? —aulló Sandra.

Todas las conversaciones del bar se apagaron. Por el rabillo del ojo vi que Sam cogía algo de debajo de la barra. No lo conseguiría a tiempo.

—Intento quemarte, pero el fuego se apaga —siguió diciendo a voz en grito—. Doy a esos capullos drogas y sexo gratis para que te atrapen y la cagan. Intento meterme en tu casa, pero tu magia me lo impide. ¡He intentado matarte una y otra vez, y es que no te mueres!

Casi tuve ganas de pedir disculpas.

Por otra parte, estaba muy bien que Bud Dearborn hubiese podido escuchar todo aquello. Pero estaba de pie, frente a Sandra, su mesa interponiéndose entre ambos. Hubiese sido mucho mejor que estuviese detrás de ella. Sam empezó a escorarse a la izquierda, pero el hueco de paso estaba a su derecha y no me imaginaba cómo podría sortear la barra y colocarse detrás antes de que pudiera matarme. Pero ése no era el plan de Sam. Mientras Sandra estaba centrada en mí, pasó un bate de béisbol a Terry Bellefleur, que estaba jugando a los dardos con otro veterano. Terry a veces estaba un poco loco y presentaba unas cicatrices horribles, pero siempre me había caído bien. Terry asió el bate. Menos mal que el tocadiscos del bar se puso a sonar para camuflar los pequeños sonidos de la maniobra.

De hecho, estaba sonando la vieja balada de Whitney Houston
I Will Always Love You
, lo cual me pareció bastante curioso.

—¿Por qué te empeñas siempre en mandar a otros, para hacer tu trabajo? —pregunté para cubrir el ruido de Terry mientras avanzaba—. ¿Es que eres una especie de cobarde? ¿No crees que una mujer pueda hacer su propio trabajo?

Quizá provocar a Sandra no había sido tan buena idea, porque se llevó la mano a la espalda a la velocidad de un cambiante y me encontré con una pistola apuntándome, justo antes de que el dedo empezara a presionar el gatillo en un instante que me pareció eterno. Y entonces vi el bate agitarse y golpear, tirando a Sandra al suelo como una marioneta a la que han cortado las cuerdas. Había sangre por todas partes.

Terry se volvió loco. Se agachó gritando y soltó el bate como si le quemase entre las manos. No importaba lo que le dijera la gente (la fórmula más habitual era: «¡Cállate, Terry!»), que él seguía chillando.

Jamás pensé que alguna vez acabaría en el suelo meciendo a Terry Bellefleur entre mis brazos mientras le murmuraba cosas al oído. Pero así era, ya que parecía empeorar si se le intentaba acercar cualquier otro. Incluso los técnicos de la ambulancia se pusieron nerviosos cuando Terry les lanzó un alarido. Aún estaba en el suelo, manchado de sangre, cuando se llevaron a Sandra al hospital de Clarice.

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