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Authors: Charlaine Harris

El Día Del Juicio Mortal (10 page)

BOOK: El Día Del Juicio Mortal
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No era la primera vez que se me hacía cuesta arriba hacer frente a los avatares de mi vida. Tuve que afrontar una oleada de autocompasión, de amargura, mientras me forzaba a analizar las palabras de Eric. Era algo que ciertamente sospechaba, y por eso le había preguntado a Sam si creía que la gente cambia de verdad. Claude siempre había sido un gurú del egoísmo, un aristócrata del interés en sí mismo. ¿Por qué iba a cambiar? Oh, claro, echaba de menos estar cerca de otras hadas, especialmente ahora que sus hermanas habían muerto. Pero ¿por qué se vendría a vivir con alguien con tan poca sangre feérica como yo (especialmente tras haber sido responsable indirecta de la muerte de Claudine), a menos que tuviese otros planes en mente?

La motivación de Dermot se me antojaba igual de opaca. Lo fácil habría sido asumir que tenía un carácter similar al de Jason por su gran parecido con él, pero había aprendido (gracias a las experiencias más duras) lo que pasaba cuando iba con ideas preconcebidas. Dermot había estado sujeto a un hechizo durante mucho tiempo, un conjuro que lo había puesto al borde de la locura, pero a pesar del influjo que ejercía sobre su mente, Dermot siempre había intentado hacer lo correcto. Al menos eso era lo que me había dicho, y tenía una mínima prueba de que eso era cierto.

Aún cavilaba sobre mi ingenuidad cuando tomamos una salida en medio de la nada. Se veían los destellos de las luces del Beso del Vampiro, que era de lo que se trataba.

—¿No temes que todos los que frecuenten el Fangtasia dejen de ir en cuanto descubran este club? —pregunté.

—Sí.

Mi pregunta había sido estúpida, así que no tuve en cuenta lo escueto de su respuesta. Eric debía de haber dado muchas vueltas al vuelco económico que supondría aquello desde que Víctor compró el edificio. Pero no pensaba conceder a Eric más licencias. Éramos una pareja y, o compartía toda su vida conmigo, o me dejaba tranquila con mis preocupaciones. Estar con Eric no era nada fácil. Lo miré, consciente de lo estúpido que sonaría todo aquello para uno de los fanáticos que iban al Fangtasia. Eric era sin duda uno de los hombres más guapos que había conocido. Era fuerte, inteligente y fantástico en la cama.

Ahora mismo, había un muro de gélido silencio entre ese hombre fuerte, inteligente y atractivo y yo. Y duró hasta que terminó de aparcar. No fue fácil encontrar un hueco, lo que ahondó en su enfado. Tampoco es que lo disimulase demasiado.

Dado que había sido convocado, no habría estado de más dejarle un hueco reservado frente a la puerta, o permitirle que accediera libremente por la puerta trasera. Además, dejar que comprobara lo difícil que era aparcar implicaba una clara señal de lo concurrido que era el Beso del Vampiro.

Ay.

Me esforcé por apartar mis preocupaciones. Tenía que concentrarme en los problemas que estábamos a punto de afrontar. A Victor no le gustaba Eric ni confiaba en él, y el sentimiento era mutuo. Desde que Victor fue designado al mando de Luisiana, la posición de Eric como única reminiscencia de la época de Sophie-Anne se había vuelto muy precaria. Estaba convencida de que me habían permitido seguir con mi vida tranquilamente porque Eric me había arrastrado al matrimonio a ojos de los vampiros.

Eric, los labios apretados en una fina línea, rodeó el coche para abrirme la puerta. Sabía que empleaba esa maniobra para estudiar el aparcamiento en busca de amenazas. Se puso de tal manera que estuviera entre el club y yo. Cuando saqué las piernas del coche, me preguntó:

—¿Quién está en el aparcamiento, mi amor?

Me levanté cuidadosa y lentamente, los ojos centrados para concentrarme. En la tibia noche, con una suave brisa meciéndome el pelo, proyecté mi sexto sentido.

—Hay una pareja haciendo el amor en un coche a dos filas de aquí —susurré—. Un hombre vomitando detrás de la camioneta negra, al otro lado del aparcamiento. Dos parejas acaban de entrar en un Escalade. Un vampiro junto a la puerta del club. Otro acercándose, muy deprisa.

Cuando un vampiro entra en alerta, no hay malentendido posible. Los colmillos de Eric se desplegaron, todos sus músculos se tensaron y se giró a toda velocidad para afrontar el peligro.

—Mi señor —dijo Pam. Asomó de las sombras de un deportivo. Eric se relajó y yo lo imité gradualmente. Cualquiera que fuese la razón que les había hecho pelearse en mi casa, había quedado apartada por esa noche—. Me adelanté, tal como me pediste —murmuró, dejando que el viento nocturno se llevase sus palabras. Su rostro tenía un aspecto extrañamente oscuro.

—Pam, sal a la luz —dije.

Lo hizo, aunque no estaba obligada a obedecerme.

La oscuridad que aquejaba la piel de Pam era el resultado de la pelea. Los vampiros no sufren moretones exactamente como nosotros y se curan rápidamente, pero sufren un serio castigo físico, el rastro tarda algo más en desaparecer.

—¿Qué te ha pasado? —le preguntó Eric. Su voz destilaba vacío, lo que sabía que no traería nada bueno.

—Les dije a los guardias de la puerta que tenía que entrar para asegurarme de que Victor supiera que estabas de camino. Una excusa para comprobar la seguridad del interior.

—Te lo impidieron.

—Sí.

Se levantó un poco más de brisa, agitando el aire por todo el aparcamiento y revolviéndome el pelo. Eric tenía el suyo recogido por la nuca, pero Pam tuvo que agarrarse el suyo. Hacía meses que Eric deseaba la muerte de Victor y, a mi pesar, yo podía decir lo mismo. No estaba canalizando únicamente la rabia y la preocupación de Eric, sino que yo misma comprendía lo mejor que sería la vida si Victor desapareciera.

Había cambiado mucho. En momentos así, me sentía triste y aliviada de poder pensar en la muerte de Victor, ya no sólo sin remordimiento, sino con ansia positiva. Mi determinación por sobrevivir y asegurar el bienestar de mis seres queridos era más fuerte que la religión que tanto había atesorado desde siempre.

—Tenemos que entrar, o mandarán a alguien a buscarnos — ordenó finalmente Eric y enfilamos la puerta principal en silencio. Sólo nos faltaba una canción de tipos duros sonando de fondo: algo ominoso y guay, con mucha percusión para indicar: «Los vampiros visitantes y su secuaz humana se adentran en la trampa». Sin embargo, la música del club no iba en consonancia con el drama.
Hips Don’t Lie
no es precisamente música de tipos duros.

Nos cruzamos con un hombre barbudo que estaba regando la gravilla junto a la puerta. Aún se notaban algunas manchas de sangre fresca.

—No es la mía —bufó Pam.

La vampira de guardia en la entrada era una recia morena que lucía un collar de cuero tachonado y un corsé a juego con un tutú (lo juro por Dios) y notas de motorista. La falda llena de volantes era lo único que desentonaba.


Sheriff
Eric —dijo con un marcado acento británico—. Soy Ana Lyudmila. Bienvenido al Beso del Vampiro. —Ni siquiera se dignó a mirar a Pam, mucho menos a mí. Era de esperar que ni me mirase, pero su desplante a Pam era todo un insulto, puesto que ya había tenido un encuentro con el personal del club. Ese comportamiento era la típica espoleta que podía llevar a Pam a rebasar los límites, y se me ocurrió que ése podía ser el plan. Si Pam se ponía agresiva, los nuevos vampiros tendrían una razón legítima para matarla. La diana a la espalda de Eric adquiriría unas proporciones desmesuradas.

Naturalmente, yo ni siquiera era un factor en su plan, ya que no eran capaces de imaginarse lo que podría hacer una humana frente a la fuerza y la velocidad de los vampiros.

Y como no era Superwoman, probablemente tuvieran razón. No estaba segura de cuántos vampiros sabían que no era del todo humana, o cuánto les importaría siquiera saber que tenía una parte de hada. No solía exhibir ninguna cualidad feérica. Mi valor estriba en mis capacidades telepáticas y mi vínculo con Niall. Y como Niall había abandonado este mundo para quedarse en el de las hadas, pensaba que ese valor había perdido muchos enteros. Pero Niall podía regresar al mundo humano en cualquier momento, y era la esposa de Eric según el rito vampírico. Eso quería decir que Niall se pondría del lado de Eric en un conflicto declarado. Al menos ésa era mi mejor baza. Con las hadas, ¿quién sabe? Había llegado el momento de reafirmarme.

Puse la mano en el hombro de Pam y le di una palmada. Era como dar una palmada a una roca. Sonreí a Ana Lyudmila.

—Hola —dije como una animadora colocada—. Soy Sookie. Estoy casada con Eric. Supongo que no lo sabías. Y ésta es Pam, la vampira convertida de Eric y su brazo derecho. Supongo que eso tampoco lo sabías. Porque, de lo contrario, no dirigirte a nosotros de la forma adecuada debería entenderse como una falta de respeto intencionada —concluí, clavándole la mirada.

Como si la estuviese obligando a tragarse una rana viva, Ana Lyudmila dijo:

—Bienvenidas, mujer humana de Eric y respetada luchadora Pam. Mis disculpas por no dispensaros la bienvenida adecuada.

Pam contemplaba a Ana Lyudmila como si se preguntase cuánto le llevaría arrancarle las pestañas de una en una. Le di un golpecito en el hombro con mi puño. Amiga, amiga.

—No pasa nada, Ana Lyudmila —respondí—. Ningún problema.

Me tocó a mí ser objeto de la mirada de Pam e hice todo lo que pude para no dar un respingo. Para añadir enteros a la tensión, Eric ejercía su mejor imitación de una imponente roca blanca. Le lancé una mirada cargada de intención.

Ana Lyudmila no hubiese podido con Pam. Le faltaban las agallas. Además, parecía buena chica, y estaba segura de que si a un vampiro se le ocurría ponerle la mano encima, acabaría notando los efectos colaterales.

Un segundo después, Eric dijo:

—Creo que tu señor nos está esperando. —Su tono era de moderada reprimenda. Se aseguró de que su enorme autocontrol resultara evidente.

Si Ana Lyudmila hubiese sido capaz de sonrojarse, creo que así habría sido.

—Sí, por supuesto —dijo—. ¡Luis! ¡Antonio! —Dos jóvenes, uno moreno y otro castaño, surgieron del gentío. Vestían shorts y botas de cuero. Dejémoslo ahí. Vale, los trabajadores del Beso del Vampiro tenían su propio
look
. Había supuesto que Ana Lyudmila seguía sus propios criterios estilísticos, pero al parecer todos los trabajadores vampiros debían llevar atuendos en plan esclavo sexual de las cavernas. Al menos ésa era la idea que me daban.

Luis, el más alto de los dos, nos dijo con un fuerte acento inglés:

—Sígannos, por favor.

Sus pezones estaban perforados, cosa que no había visto nunca antes, y, como es natural, me vi en el anhelo de querer echarles un vistazo más de cerca. Pero en mi manual de estilo es de mal gusto mirar fijamente los atributos ajenos, por muy exhibidos que estuviesen.

Antonio no podía ocultar el hecho de que Pam lo había impresionado, pero eso no lo detendría si Víctor ordenase matarnos a todos. Seguimos a la parejita del
bondage
por la atestada pista de baile. Esos shorts de cuero eran toda una aventura vistos por detrás, os diré. Y las fotos de Elvis decorando todas las paredes eran toda una vista igualmente. Una no siempre pone el pie en un club vampírico con toques de burdel decorado con temática de Elvis y matices
bondage
.

Pam también estaba admirando la decoración, pero no con su habitual humor sardónico. Parecían estar pasando muchas cosas por su cabeza.

—¿Cómo están vuestros tres amigos? —le preguntó a Antonio—. Los que intentaron impedirme entrar.

El otro esbozó una sonrisa apretada, y me dio la sensación de que los vampiros heridos no eran precisamente sus amigos.

—Están tomando sangre de unos donantes en la parte de atrás —dijo—. Creo que el brazo de Pearl se ha curado.

Mientras nos precedía por el ruidoso local, Eric evaluaba las instalaciones con una serie de miradas casuales. Era importante que pareciese relajado, como si estuviese seguro de que su jefe no pretendía hacerle daño. Lo sabía por nuestro vínculo de sangre. Como nadie parecía tenerme en cuenta, me sentía libre de mirar donde quisiera… aunque esperaba hacerlo con la actitud descuidada más adecuada.

Había al menos veinte chupasangres en el Beso del Vampiro, más de los que jamás hubo en el Fangtasia a la vez. También había muchos humanos. Desconocía la capacidad del edificio, pero tenía la seguridad de que la habían excedido. Eric tendió la mano hacia atrás para agarrarme con su frío tacto. Tiró de mí hacia delante, me rodeó los hombros con el brazo izquierdo y Pam se nos arrimó por detrás. Estábamos en DEFCON Cuatro, Alerta Naranja o como quiera que se llame antes de una detonación nuclear. La tensión vibraba a través del cuerpo de Eric como la cuerda de una guitarra eléctrica enchufada.

Y entonces vimos la fuente de tanta tensión.

Victor estaba sentado en la parte de atrás, en una especie de apartado VIP. El recinto estaba rodeado por una bancada cuadrada roja de terciopelo, ante la cual se centraba la típica mesa baja de centro. Estaba atestada de pequeños bolsos de noche, copas a medio beber y billetes de dólar. Victor ocupaba el centro del grupo, abarcando con los brazos a la chica y el chico que lo flanqueaban. Aquello era una estampa de lo que los humanos conservadores más temían: el vampiro depravado seduciendo a la juventud de Estados Unidos, induciéndola a participar en orgías, a la bisexualidad y al consumo de sangre. Miré a los dos humanos. Si bien uno era chico y la otra chica, a la vista parecían lo mismo. Adentrándome en sus mentes, me di cuenta rápidamente de que ambos estaban drogados, ambos tenían veintiún años y ambos eran sexualmente experimentados. Sentí un poco de pena por ellos, pero sabía que no podía sentirme responsable. Aunque aún les quedaba darse cuenta, no eran más que las mascotas de Víctor. Su posición se correspondía con su vanidad.

Había otra humana en el apartado, una joven que se sentaba sola. Llevaba un vestido blanco de falda larga y sus ojos marrones se fijaron en Pam con desesperación. Estaba claramente aterrada por la compañía. Un instante antes habría apostado a que Pam no podría ahondar más en su rabia y su desdicha, pero me había equivocado.

—Miriam —susurró Pam.

Oh, por Jesucristo Pastos de Judea. Ésa era la mujer que Pam quería convertir, la misma que quería convertirse en su vampira neonata. Debía de ser la mujer más enferma que había visto fuera de un hospital. Pero su pelo marrón claro estaba peinado para la fiesta, la habían maquillado, si bien los cosméticos resaltaban tanto en su rostro profundamente pálido que los labios parecían blancos.

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