El Druida (45 page)

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Authors: Morgan Llywelyn

Tags: #novela histórica

BOOK: El Druida
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Empecé a llevar una vida cada vez más interior. Briga, con su exuberancia vital, parecía exigirme más de lo que podía darle. Incluso durante nuestros abrazos más íntimos estaba distraído y una parte de mí mismo escuchaba...

Una mañana el viejo cuervo de Menua gritó desde su percha en el tejado.

Yo estaba sentado junto al fuego, aceitando mi bastón de fresno para evitar que se astillara. Al oír el graznido del cuervo salí al exterior. No se veía nada salvo la habitual actividad del fuerte. Sin embargo, yo sabía que había algo más. El cuervo me lo había comunicado.

Me encaminé a la puerta principal y la crucé para explorar el camino. No había nada. Sin embargo, vibraba en el aire una tensión peculiar y el viento del sur entonaba una lenta y triste canción de muerte.

Corrí al bosque para escuchar a los árboles.

Cuando regresé al fuerte y mi alojamiento, le dije a Briga:

—Tasgetius ha muerto.

Ella abrió mucho los ojos.

—¿Qué ocurrirá ahora?

Reflexioné un momento. Había ciertas corrientes subterráneas que no me gustaban.

—Depende de cómo haya muerto —le dije.

La noticia gritada nos llegó poco después del mediodía. Tarvos ya no estaba para venir corriendo a comunicármela, por lo que yo mismo fui a las puertas y esperé, inquieto, observando el horizonte meridional hasta que capté los primeros ecos. El sonido llegaba ondulando hacia nosotros sobre la llanura, transmitido de pastor a cazador y leñador.

El rey había sido asesinado en Cenabum durante la noche. Aquélla era la noche más larga del año, que él había celebrado ordenando que se encendieran hogueras por toda la ciudad y ofreciendo un gran banquete a sus príncipes. La fiesta se prolongaría hasta la salida del sol, desafiando a la noche, y la multitud había inundado el alojamiento del rey, corrido por Cenabum con antorchas, riendo y cantando.

Alguien entre aquella muchedumbre había encontrado la oportunidad de atravesar a Tasgetius con su espada.

En Cenabum reinaba la confusión. La presencia del jefe druida era urgentemente necesaria. Llamé a Aberth.

—Cuida del bosque en mi ausencia, pues debo llevar conmigo a los demás miembros veteranos de la Orden para elegir a un nuevo rey. ¿Puedo votar por ti?

—¿Quiénes son los candidatos?

—Hombres elegidos por mí —respondí con una sonrisa sesgada.

Aberth también sonrió con ironía.

—Entonces vota en mi nombre por el mejor. Toma. —Se quitó el brazalete de piel, símbolo del sacrificador, del brazo derecho y me lo dio—. Enséñales esto como prueba de que hablas por mí.

—Mientras esté ausente, duerme de pie. Enviaré más guerreros desde Cenabum para que ayuden a proteger el bosque, pero hasta que lleguen sé doblemente vigilante.

—¿Estás seguro de que el nuevo rey, quienquiera que sea, nos concederá más guerreros?

—Estoy seguro —repliqué. Aberth sonrió.

Recogí a nuestras cabezas más viejas y sabias, Grannus, Dian Cet, Narlos y algunos otros, y, junto con mi guardia personal, nos preparamos para partir al galope.

Dian Cet protestó vivamente.

—Procedo de una estirpe de artesanos, Ainvar. Nunca aprendí a montar. Además, los druidas andan.

—No ahora, carecemos de tiempo. La vida es cambio, ¿recuerdas? Limítate a apretar los dientes y agarrarte de las crines. En Cenabum hay una buena curandera que te pondrá un ungüento aliviador en la espalda.

Cuando llegamos a la fortaleza, el caos todavía reinaba en ella. La muerte del rey no era el resultado de un alzamiento unificado como yo había confiado en que sería. Al parecer, los seguidores de Cotuatus no eran la mayoría, como él había afirmado, ni mucho menos. Un hombre solo había matado al rey, por razones aún no determinadas.

Los familiares de Tasgetius protestaban del asesinato y exigían que fuese hallado el asesino, a fin de que pudieran recibir el precio del honor del rey para compensar su pérdida. Varios príncipes guerreros deseaban competir por el alojamiento real que había quedado vacante. Los mercaderes romanos, temerosos de su propia posición, planeaban solicitar de César «la investigación del gratuito asesinato de su amigo».

La tribu corría y aleteaba como una gallina decapitada.

En la sala de asambleas tomé asiento al lado de Dian Cet para escuchar un interminable desfile de protestas, mentiras, rumores, acusaciones. De vez en cuando, el juez principal se ladeaba para frotarse las nalgas doloridas.

Un rostro familiar apareció en el extremo de la gran sala.

Crom Daral siempre parecía malhumorado, pero en esta ocasión tenía todo el aspecto de un perro que espera ser apaleado. Me levanté despacio, avancé entre la ruidosa muchedumbre y le cogí del brazo.

—No digas nada hasta que estemos fuera —le advertí.

Alzándome la capucha, le conduje al exterior de la sala de asambleas y caminamos hasta que encontré un lugar tranquilo en la oscura y hedionda pocilga donde alguien guardaba sus cerdos.

—Bien, Crom, dime qué has estado haciendo.

—¿Por qué crees que he hecho algo? —replicó en tono quejumbroso.

—Lo sé. Será mejor que me lo digas.

Él desvió el rostro y murmuró algo.

—¡Dímelo! —le ordenó el jefe druida de los carnutos.

—Yo lo hice —dijo a regañadientes.

—¿Qué hiciste?

—Yo maté al rey.

CAPÍTULO XXVII

—¿Por qué mataste a Tasgetius, Crom? ¿Te lo ordenó Cotuatus?

—No, ni siquiera habló conmigo. Fui a su campamento para decirle que no le había traicionado ex profeso. Me enfurecí tanto cuando se marchó sin mí..., pero él ni siquiera quiso verme. Así pues, de noche, cuando nadie podía descubrirme, traspasé a Tasgetius con mi espada. Había jurado que esa espada sería fiel a Cotuatus, ¿sabes?, y pensé que, una vez muerto Tasgetius, él volvería a la ciudad y tal vez me aceptaría de nuevo. —Entonces se le quebró la voz, y permanecí junto a él en aquel lugar oscuro y apestoso, esperando a que hablara de nuevo—: ¿Volverá Cotuatus a aceptarme, Ainvar?

Crom Daral, nuestro nudo enmarañado. Exhalé un suspiro.

—No lo sé, Crom. Ojalá hubieras esperado hasta que Cotuatus tuviera más seguidores. Pero ahora... una sola cosa es cierta; tenemos que sacarte de aquí. Muchos claman a gritos por la sangre del asesino. Creo que donde estarías más seguro es en el Fuerte del Bosque. Puedes coger uno de nuestros caballos y te daré una escolta. Márchate en silencio, no hagas nada que llame la atención.

Él replicó torpemente:

—No quiero estar en deuda contigo por haberme salvado la vida.

—No tienes que agradecerme nada. Los druidas tenemos el deber de proteger a la tribu y tú formas parte de ella, Crom. Haz lo que te he dicho. —Cuando salíamos del cobertizo, un pensamiento cruzó por mi mente—. Otra cosa, Crom. Será mejor que lo sepas. Ahora Briga está viviendo en mi alojamiento.

Él me miró de un modo terrible.

—Siempre consigues lo que quieres, Ainvar, ¿no es cierto?

Pero aquel mismo día, siguiendo las instrucciones que le había dado, abandonó Cenabum acompañado por dos de mis guardaespaldas. Crom Daral no había sido dotado con un exceso de valor.

Una vez desaparecida la persona que había dado muerte a Tasgetius sin que la hubieran descubierto, me dispuse a reparar el daño al tiempo que sacaba el máximo partido de la ocasión. Por lo menos nos habíamos desembarazado de Tasgetius. Sin embargo, no me apresuraría a sugerir a Cotuatus como su sucesor, pues no quería que le acusaran de aquella muerte. Por otro lado, cuanto más pensaba en su necedad, más me irritaba. Aquel hombre había cedido a la tendencia celta de exagerar cuando me aseguró que tenía muchos seguidores. Yo había basado mis decisiones en su palabra, la cual veía ahora indigna de confianza hasta cierto punto. Cotuatus no sería necesariamente el mejor candidato al trono.

Lo cierto es que ninguno de los hombres que por su alcurnia podían competir por el cargo contaba con el apoyo de la amplia mayoría, ni entre los ancianos ni en el pueblo. Y los hombres que juraron fidelidad a Tasgetius formaban un grupo airado que se entregaba al recuerdo del muerto mucho más de lo que le había servido en vida y se oponía decididamente a quienquiera que ocupase su lugar. Observé que la muerte puede dar una pátina brillante a un metal muy deslustrado.

Mis druidas y yo nos reunimos con el consejo de ancianos para discutir el problema. Tras una larga jornada de acalorado debate no resolvimos nada. Ni siquiera nos pusimos de acuerdo para hacer una lista de los hombres que serían sometidos a prueba.

A la mañana siguiente, después de la canción al sol, abandoné Cenabum y fui solo al bosque cercano a la ciudad para pensar entre los árboles.

No podía resolver el problema yo solo, pero por fortuna no estaba realmente solo. Ninguno de nosotros lo está jamás. El Más Allá gira en nosotros y a nuestro alrededor, siempre forma parte de nosotros, desmintiendo a los sacerdotes romanos que afirman ser los agentes exclusivos de los espíritus. Aquel Que Vigila estaba conmigo en aquel lugar como lo estaba en el bosque sagrado. Sólo necesitaba ser yo mismo, concentrarme...

Me fijé en un abedul joven y esbelto, el árbol que simboliza un nuevo comienzo. Al cabo de un rato volví la cabeza y vi un haya, el árbol del conocimiento antiguo, símbolo de los ancianos y sabios. Me volví de nuevo: ante mí se alzaba un aliso, la madera de la regeneración.

Los árboles me dijeron que debemos comenzar de nuevo con los ancianos y confiar en que la Fuente les proporcione la fortaleza necesaria.

Regresé a Cenabum y convoqué de nuevo al consejo en la sala de asambleas y alcé mi bastón de fresno para reforzar mis palabras con el peso de mi autoridad.

—En estos momentos, entre los príncipes candidatos no hay ninguno capaz de dirigir a toda la tribu. Nos hallamos en una situación peligrosa y no debemos estar divididos. Pero hay uno entre nosotros a quien todo el mundo ha respetado siempre. Sugiero que por ahora devolvamos el cargo de rey a Nantorus. —Haciendo caso omiso de las exclamaciones de sorpresa, añadí—: Por lo menos hasta que destaque claramente un líder nuevo y fuerte. Una elección ahora dividiría aún más a la tribu, pero todos estarán al lado de Nantorus. —Miré los rostros perplejos de los ancianos y concluí—: Las cabezas más viejas son las que tienen más contenido.

Esta última afirmación no era necesariamente cierta, pero sí lo que ellos deseaban escuchar.

—¿Y qué nos dices de su capacidad física? —preguntó alguien—. No negamos su popularidad, pero abandonó el alojamiento real porque no era capaz de dirigir a los hombres en el combate.

—Si los carnutos luchan en un futuro inmediato, nuestro adversario no será otra tribu —les dije—. Como el resto de la Galia libre, ahora tenemos un enemigo común, el hombre llamado César. Cuando llegue el momento de luchar contra él, tendremos un brillante líder guerrero, a la vez joven y capaz de llevarnos a la victoria. Nantorus será nuestro rey, pero cuando necesitemos un auténtico líder, propongo que Vercingetórix el arvernio nos dirija en la guerra.

Todos guardaron silencio, asombrados. Previendo aquel momento, yo había tenido una larga conversación con Nantorus, el cual permanecía silencioso en la penumbra al fondo de la sala de asambleas. Cuando le hice una seña, se adelantó.

Me hice a un lado y el antiguo rey ocupó mi lugar. A fin de armarle con la fuerza de la cólera, le había dicho cuál fue la mano que arrojó la lanza contra su espalda, pero añadiendo: «No acuses en público a Tasgetius, pues las piedras lanzadas contra los muertos siempre rebotan. Puedes vengarte mejor ayudándonos a derrotar a sus amigos romanos».

Tenso de ira contenida, Nantorus parecía más regio que nunca. Se produjo el esperado debate, pero al final de la jornada el concilio aceptó a Nantorus como la solución menos divisoria de nuestro arduo problema. No habría necesidad de convocar una elección, pues él ya había sido elegido en otro tiempo. Incluso los hombres de Tasgetius le habían aceptado anteriormente como rey, por lo que difícilmente se negarían a hacerlo de nuevo. Lo más importante era que, muerto Tasgetius, nadie se oponía a la idea de una confederación gala, a la que Nantorus daba su pleno apoyo.

Las cosas fueron distintas con Cotuatus. Cuando fui a su campamento para darle la noticia, se puso furioso.

—Jamás regresaré a Cenabum mientras otro hombre sea el rey. ¡El alojamiento real debería ser mío!

—Debería haberlo sido si hubieras tenido realmente el apoyo que afirmabas, pero incluso entre los ancianos sólo dos hablaron por ti. Aprende de esta experiencia, Cotuatus, y algún día podrás llegar a ser rey. Ahora no es el momento.

—Pero...

—¿Vas a discutir conmigo?

—No —dijo él, bajando la vista.

Pensé que podía dominarle.

Cuando regresamos al fuerte con la noticia sobre el rey, mi gente se mostró sorprendida pero satisfecha. Sin embargo, me aguardaba una clase distinta de sorpresa.

Briga estaba en la puerta con semblante risueño. Recibí la bienvenida con la que sueña un hombre, pero cuando me dijo: «Por cierto, ahora alguien más vive en nuestro alojamiento», mi primer y terrible pensamiento fue que Crom Daral había cruzado mi dintel arrastrando su amargura, interponiéndose entre Briga y yo al exigir hospitalidad.

—¡No puedes invitar a huéspedes en mi nombre! —le reconvine.

Ella se limitó a sonreír misteriosamente.

—Sólo hice lo que sabía que tú habrías hecho —replicó.

Yo me había vuelto reacio a las sorpresas. Me desagradaban.

Cuando entramos en el alojamiento estaba oscuro, pues el fuego se había extinguido y no estaba encendida ninguna lámpara. Entonces una forma oscura se movió entre las sombras.

Lakutu se adelantó, sonriendo tímidamente.

—Muerto Tarvos, no tiene familia —dijo Briga— y está embarazada. Supe que querrías cuidar de ella en lugar de tu amigo.

—¿Lo supo él?

—Ella lo descubrió cuando estabais ausentes, iba a decírselo cuando volviera, pero...

—¿De modo que cuando tú te enteraste le dijiste que podía vivir aquí?

—Naturalmente —respondió Briga con la seguridad de la hija de un príncipe.

La situación divertía a los habitantes del fuerte. Nadie decía nada al jefe druida, por supuesto, pero yo veía las miradas y las sonrisas disimuladas. En general, fingía no percatarme, pero una vez, en un momento de relajación, le dije al Goban Saor:

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