Éste no es un libro sobre biología canina, pero existe una razón por la que es importante saber cómo se relacionan el cuerpo y el cerebro de su perra, y cómo ésta se ha desarrollado a partir de la cachorra que en su día fue. Su madre es la primera «presentación» que una cachorra tendrá en el mundo. Es el primer «otro ser» que conocerá una cachorra. Ahora bien comparemos el olor firme y tranquilo que emite una perra madre con la forma en que normalmente nos presentamos a una perra. ¿Qué es lo que hacemos habitualmente cuando vemos una preciosa cachorrita? «¡Oooh!», exclamamos en voz alta, normalmente con esa voz aguda que reservamos para los bebés. «¡Ven aquí, cosita quapa!». Al hacerlo, nos estamos presentando a la perra usando en primer lugar el sonido: y no sólo un sonido, sino normalmente un sonido muy nervioso,
cargado de emoción
. Lo que estamos haciendo es proyectar
una energía nerviosa
,
emocional
, la más alejada de la energía firme y tranquila. Para una perra, la energía emocional es una energía débil y a menudo negativa. Así pues, desde el primer momento estamos diciendo a la perra que no estamos muy equilibrados.
¿Y qué sucede a continuación?
Nos acercamos a la perra
, y no al revés. Corremos hacia ella, nos inclinamos hasta ponernos a su altura y le damos afecto —normalmente una caricia en la cabeza— antes siquiera de que ella sepa quiénes somos. Llegado ese momento, la perra ya ha descubierto que realmente no entendemos nada sobre ella. También está recibiendo el mensaje muy claro de que estamos yendo
hacia ella
: y desde ese momento, estamos firmando un contrato que estipula que nosotros somos los seguidores y ella es el líder. ¿Va a echarle la culpa a ella, después de haber creado una primera impresión tan inestable?
Volvamos a ver la escena de ese primer encuentro recurriendo a la psicología canina en lugar de la psicología humana. La forma adecuada de acercarse a una perra nueva es no acercase a ella en absoluto. Una perra jamás se acerca a otra mirándola a la cara, salvo que la esté desafiando. Y los líderes del grupo jamás se acercan a los seguidores del grupo; los seguidores siempre se acercan a él. En el mundo canino existe la etiqueta, y una Emile Post canina exigiría que al presentarnos a una perra no se debe establecer contacto visual, hay que mantener una energía firme y tranquila y permitir que la perra se acerque a nosotros. ¿Cómo nos examinará esa perra? Olisqueándonos, por supuesto. Y no debemos alarmarnos si nos olisquea la entrepierna. Evidentemente entre humanos sería una verdadera ofensa olisquear los genitales de alguien nada más conocerlo, pero así es cómo siempre se saludan las perras. Normalmente no tiene implicaciones sexuales; es sencillamente una forma de obtener importante información: género, edad, qué ha comido la otra perra. Una perra que lo olisquea está obteniendo una información similar sobre usted. Al olisquearlo, la perra está interpretando no sólo su olor sino también esa energía tan importante que usted está proyectando. Ahora bien, podría ser al final que esa perra no sintiera por usted el menor interés y se alejara en busca de otros olores más fascinantes. O podría quedarse cerca de usted para seguir estudiándolo. Sólo cuando una perra ha decidido iniciar el contacto con usted, acariciándolo con el hocico o restregándose contra usted podrá usted ofrecerle su afecto. Y ahórrese el contacto visual para el momento en que los dos se conozcan mejor: más o menos, el equivalente a no ir demasiado lejos en la primera cita.
A veces, después de examinar a una persona nueva, una perra perderá el interés y se dispondrá a irse. Naturalmente el amante de las perras extenderá una mano y tratará de mostrarle su afecto para que vuelva. Para algunas perras esto sería como propasarse, y podrían lanzar un mordisco. Incluso en el caso de una perra amistosa, normalmente le sugiero a la gente que no le ofrezca su afecto enseguida. Deje que la perra lo conozca, se sienta cómoda con usted y haga algo para
ganarse
antes su afecto.
Normalmente este consejo no cae muy bien, porque los humanos tenemos la sensación de obtener una gran satisfacción al compartir nuestro afecto con una perra. Lo que la mayoría de los amantes de los animales no entiende es que, al compartir primero nuestro afecto, no le estamos haciendo ningún favor a la perra. Puede ser que estemos satisfaciendo nuestras propias necesidades: ¡después de todo, las perras son tan dulces, llamativas, suaves y parecen de peluche! Y resulta que son importantes para nuestra salud física y mental como seres humanos. Como señala la conductista animal Patricia B. McConnell en su libro
The Other End of the Leash: Why We Do What We Do Around Dogs
[6]
, acariciar a un animal realmente puede producir beneficios físicos a una persona. Según McConnell hay estudios que demuestran que acariciar a una perra reduce el ritmo cardíaco y la presión sanguínea en los humanos —¡al igual que en las perras!— y libera sustancias químicas en nuestro cerebro que ayudan a suavizar y contrarrestar los efectos del estrés. Pero cuando nos acercamos a una perra a la que apenas conocemos y le ofrecemos inmediatamente nuestro afecto incondicional, quizá estemos creando un grave desequilibrio en nuestra relación con dicha perra. Especialmente si vamos a ser los dueños de dicha perra, a menudo es en un simple primer encuentro como éste donde surgen los problemas de comportamiento. Al igual que en el mundo humano, para una perra la primera impresión cuenta mucho.
Aquí es donde muchos amantes de las perras se ponen furiosos conmigo, y permítanme que deje claro que entiendo que las personas tienen las mejores intenciones en mente al dar afecto a una perra en primer lugar. Extender una mano afectuosa es un impulso natural para la mayoría de nosotros, y es una parte de lo más maravillosa de ser humano. Pero hemos de tratar de recordar que, al hacerlo, estamos satisfaciendo nuestra propia necesidad de afecto, no la de la perra. Al igual que la mayoría de los mamíferos, las perras necesitan y ansían el afecto físico en su vida. Pero no es lo más importante que necesitan de
usted
. Si lo primero que obtienen es afecto, esto inclina la balanza de su relación: en la dirección equivocada.
Ahora ya entiende cómo, en lo que atañe a las perras, normalmente les comunicamos todo «al revés»: empleando el sonido, luego la vista e ignorando, por lo general, el olfato. Las perras perciben el mundo por el olfato, la vista y luego el oído: en ese orden. Es vital recordarlo si queremos comunicarnos correctamente con ellas. No olvide mi fórmula: nariz, ojos, oídos. Repítasela del mismo modo que se la repito a mis clientes hasta que le salga de forma natural.
Hay otra cosa crítica que hacemos al revés cuando nos relacionamos con una perra, aunque este concepto es un poco más difícil de comprender. Nos relacionamos con las perras igual que hacemos con los humanos: en primer lugar, como un nombre o personalidad específicos. Cuando me relaciono con alguien, espero que me vea en primer lugar como César Millán, luego como un hombre hispano, y por último como un ser humano (
Homo sapiens
). Cuando nos relacionamos entre nosotros, casi nunca pensamos en la especie a la que pertenecemos, y casi nunca recordamos que todos pertenecemos al reino animal. Esa información no entra en nuestro cerebro cuando quedamos con nuestros amigos para tomar un café en el Starbucks. Un amigo es un nombre y una personalidad, y punto.
Naturalmente pensamos en nuestras perras y nuestras mascotas del mismo modo: nombre y personalidad en primer lugar, luego raza, y luego… ¡humanas! Tomemos una perra famosa: digamos, Tinkerbell, la chihuahua de Paris Hilton. Automáticamente pensamos en la perra primero como un nombre: Tinkerbell. Al mismo tiempo podríamos pensar en algún rasgo de la personalidad de Tinkerbell: por ejemplo, que está mimada. O que lleva trajes monos. Luego pensamos en ella y en su raza: chihuahua. Por último, recordamos que es una perra, aunque la forma en que siempre la llevan de un lado a otro, en bolsos de diseño y limusinas, sería fácil confundirla con una muñeca o un bebé. Como Tinkerbell está tan metida en el mundo humano, casi nunca se nos pasa por la cabeza pensar en ella como un animal: o relacionarnos con ella de este modo. Pero es un animal. Éste es otro punto en el que nos equivocamos tremendamente en el modo de comunicarnos con nuestros canes.
Cuando usted se relaciona con su perra —y esto es lo más importante cuando está tratando de enfrentarse a sus dificultades o de corregir sus problemas de comportamiento— debe relacionarse con ella de este modo y en este orden:
Primero, como
1. animal
2. especie: perra (
Canis familiaris
)
Luego, como
3. raza (chihuahua, gran danés, collie, etc.)
Y, por último, y es lo menos importante de todo
4. nombre (personalidad)
Esto no significa que Paris no pueda querer a Tinkerbell por ser Tinkerbell. Lo que significa es que Paris tiene que reconocer primero al animal y la especie en Tinkerbell, para que Tinkerbell lleve una vida normal. Ni todos los bolsos de diseño ni todas las limusinas del mundo la convertirían en una perra feliz y equilibrada.
¿En qué piensa cuando piensa en la palabra
animal
? Yo pienso en la naturaleza, en los prados, los bosques, la selva. Pienso en los lobos, cuyos territorios se extienden por kilómetros y kilómetros en su estado natural. Pienso en dos palabras en particular:
natural
y
libertad
. Todo animal, incluido el animal humano, nace con una necesidad profundamente arraigada de ser libre. Pero cuando traemos animales a nuestra vida, por definición dejan de ser «libres»: al menos del modo que la naturaleza tenía pensado para ellos. Los refrenamos cuando los traemos a nuestro medio ambiente. Casi siempre lo hacemos por motivos bienintencionados. Pero, independientemente de que sea un gatito, un chimpancé, un caballo o una perra, les proporcionemos un apartamento de una sola habitación o una mansión tan grande como la de Paris Hilton, todo animal sigue teniendo las mismas necesidades que la Madre Naturaleza le dio originalmente. Y si decidimos que vivan con nosotros, tenemos la responsabilidad de satisfacer esas necesidades
animales
si queremos que sean felices y equilibrados.
Los animales son de una hermosa simplicidad. Para ellos la vida también es muy simple. Somos nosotros quienes se la complicamos al no permitirles ser quienes son, al no comprender su lenguaje, ni siquiera tratar de hablarlo, y al olvidarnos de darles lo que la naturaleza tenía pensado para ellos.
Lo más importante que hay que saber de los animales es que todos ellos viven en el presente. Todo el tiempo. No es que no tengan recuerdos: los tienen. Es sólo que no se obsesionan con el pasado o el futuro. Cuando alguien me trae una perra que ha atacado a alguien el día anterior, la miro como a una perra que probablemente está desequilibrada y necesita ayuda hoy, pero no pienso: «Oh, es la perra que atacó a un hombre ayer». Esa perra no está pensando en lo que hizo ayer ni está pensando en la estrategia para su próximo mordisco. Tampoco premeditó el primer mordisco: sólo reaccionó. Está en este momento y necesita ayuda en este momento. Ésa es tal vez la revelación más maravillosa que he tenido tras una vida trabajando con perras. Cada día, cuando voy al trabajo, las perras me recuerdan que viva el presente. Tal vez ayer tuve un choque con el coche, o estoy preocupado por una factura que he de pagar mañana, pero al estar entre animales siempre tengo presente que el único momento verdadero en la vida es ahora.
Aunque los humanos también somos animales, somos la única especie que hace hincapié en el pasado y se preocupa por el futuro. Probablemente no somos la única especie que es consciente de su propia muerte, pero está claro que somos los únicos animales que la temen activamente.
Vivir el momento —algo que los animales hacen naturalmente— se ha convertido en el Santo Grial para muchos seres humanos. Hay personas que se pasan años aprendiendo a meditar o salmodiar y se gastan miles de dólares recluyéndose en retiros o monasterios en la cima de un monte tratando de aprender a vivir el momento, aunque sea durante poco tiempo. Pero la mayoría de los humanos no puede evitar perder el sueño por el pasado o el futuro durante un tiempo, a menos que suceda algo dramático en nuestra vida. Por ejemplo, tomemos una persona que ha estado a punto de morir. ¡Desde ese momento de repente el cielo es bello, los árboles son bellos, su esposa es bella! Todo es bello. Al final entiende el concepto de vivir el momento. Los animales no necesitan aprender esta lección, porque nacen con esa intuición.
Por supuesto el ser humano también es el único animal que utiliza el lenguaje. Aunque los científicos han descubierto recientemente que muchos animales —entre ellos los primates, los cetáceos (las ballenas y los delfines), los pájaros e incluso las abejas, por citar unos cuantos— tienen sistemas de comunicación más intrincados y complejos de lo que jamás hayamos imaginado, los humanos seguimos siendo los únicos animales que pueden unir palabras, ideas y conceptos complejos para crear un discurso. El discurso es nuestra principal forma de comunicación, y al depender tanto de ella nos olvidamos de utilizar nuestros otros cuatro sentidos, o el «sexto sentido» que describía en el capítulo 2: el sentido universal de la energía. Lo repetiré: todos los animales se comunican constantemente utilizando la energía. La energía es el ser. La energía es quienes somos y lo que hacemos
en cualquier momento dado
. Así es como los animales nos ven. Así es como nos ve nuestra perra. Nuestra energía en ese momento del presente nos define.
Como todos los animales, las perras tienen nacen con la necesidad de comer y beber, dormir, tener relaciones sexuales y protegerse de los elementos. La perra desciende del lobo; de hecho, el ADN de las perras y el de los lobos son prácticamente indistinguibles
[7]
. Aunque existen muchas diferencias entre las perras domésticas y los lobos, podemos aprender mucho de la naturaleza innata de nuestra perra si observamos a una manada de lobos en la naturaleza.
Muchos lobos norteamericanos pasan la primavera y el verano a la caza de animales pequeños y pescado, y el invierno en una cacería más organizada, persiguiendo mamíferos, a veces tan grandes como un alce. El biólogo David L. Mech
[8]
estuvo estudiando a los lobos en la naturaleza y observó que sólo el 5 por ciento de sus cacerías tuvieron éxito. Pero los lobos seguían saliendo a cazar todos los días. No se reunían para decir: «¿Sabéis? Tenemos una racha de mala suerte. Hoy nos saltamos la caza». Atraparan a su presa o no, se levantaban y salían a cazar. Así pues, la necesidad de cazar —de ir al trabajo— está firmemente arraigada entre los lobos.