El encantador de perros (15 page)

Read El encantador de perros Online

Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Ensayo

BOOK: El encantador de perros
6.1Mb size Format: txt, pdf, ePub

Para un perro nacido con una disposición y energía dominantes, sí, resulta más difícil y puede llevarle más tiempo aceptar a un humano como su líder. Animales así no nacieron para ser seguidores, pero su instinto de pertenecer a una manada que funciona bien es más fuerte que su instinto de ser el único líder. Es importante recordar que un perro muy dominante y con una energía alta sólo debería estar con un humano que cuenta con la energía, habilidad y conocimientos para ser el líder de un perro dominante y de casta. La persona que escoge un perro dominante, de casta también tiene que comprometerse seriamente con el liderazgo: y es necesario que asuma ese compromiso con seriedad.

Como decíamos antes, los líderes de grupo proyectan una energía firme y tranquila. Aunque usted no haya observado nunca una manada de perros o de lobos, no debería tardar mucho en descubrir cuál es el líder. Tendrá una postura dominante: cabeza alerta, el pecho elevado, las orejas levantadas, el rabo enhiesto; a veces casi se pavonea. Los líderes de grupo son perros con mucha confianza en sí mismos y es algo que les surge naturalmente. No lo fingen y no podrían si lo intentaran. Por otro lado, sus seguidores proyectan la energía que llamamos «sumisa y tranquila». Caminan con la cabeza gacha o en línea con su cuerpo, y permanecen detrás del líder cuando viajan, con las orejas relajadas o bajadas, meneando el rabo pero siempre hacia abajo. Si el líder de la manada los desafía, podrían retroceder, inclinarse o incluso tumbarse y rodar mostrando la panza. Con ello básicamente están diciendo: «Eres el jefe y no lo pongo en duda. Lo que tú digas se hará».

No hay lugar para la debilidad

En la naturaleza, si un líder de grupo muestra debilidad, será atacado y sustituido por otro miembro más fuerte del grupo. Esto se da en todas las especies animales que viven en sistemas sociales jerarquizados. Sólo los fuertes pueden mandar. De hecho, no se tolera una debilidad extrema en ningún miembro del grupo. Si hay un perro extraordinariamente débil o tímido, los demás lo atacarán. Ninguna especie animal permite la debilidad: menos nosotros. Ésta es una de las diferencias más interesantes entre el ser humano moderno y el resto del reino animal. ¡No sólo aceptamos la debilidad en algunos miembros de nuestro grupo, sino que realmente rescatamos a nuestros hermanos y hermanas «débiles»! Rehabilitamos a las personas que van en silla de ruedas; atendemos a los enfermos; arriesgamos nuestras vidas para salvar a un «miembro del grupo» que, de todos modos, quizás no sobreviva.

Aunque hay documentos que demuestran que en muchas otras especies (sobre todo, los demás primates superiores)
[3]
se da lo que algunos investigadores llaman «comportamiento altruista», comparados con la práctica mayoría de animales, los seres humanos llevamos este tipo de misericordia a extremos extraordinarios.

Los humanos no sólo rescatamos a nuestros semejantes; también salvamos a otros animales. Somos la única especie que rescata gaviotas, cocodrilos, hienas y ballenas. Jamás verá a una cebra rescatando a un elefante herido. Piense en los amantes de animales que conoce: amantes de los perros, de los leones, de los caballos. Parece como si cada animal contara con su propio «club de fans» entre los humanos: un grupo de personas con tal compasión por determinada especie que están dispuestos a rescatar hasta el espécimen más lastimoso de dicha especie. Muchos de los perros de mi Centro de Psicología Canina me llegaron en un estado tan lamentable que aquélla era su última oportunidad y yo los rescaté del precipicio. Tengo un perro con tres patas, un perro sin orejas, un perro con un ojo y un perro que siempre tendrá incapacidad mental por ser el resultado de la endogamia. Es porque soy humano y siento compasión por estos perros por lo que haré lo que sea para darles otra oportunidad de disfrutar una vida plena y feliz. Pero en su hábitat natural los perros no sienten compasión por los frágiles y los débiles. Los atacan y ejecutan. No hay nada de crueldad intencionada en ello: recuerde que también somos la única especie con un sistema de moralidad, del bien y del mal. Simplemente se trata de que un animal débil pone en peligro al resto del grupo y la naturaleza ha arraigado profundamente en los animales el instinto de que los miembros más fuertes se críen juntos para que la siguiente generación tenga más oportunidades de sobrevivir para procrear de nuevo. La naturaleza protege a sus semejantes.

Nuestra tendencia a rescatar a los demás surge de nuestra energía emocional. Nuestra compasión y naturaleza amable son maravillosas, y son parte del milagro de ser humanos. Pero para otros animales la energía emocional puede ser percibida como debilidad. El amor es una energía suave, por lo que, al menos cuando se trata de la supervivencia del grupo, el amor es una especie de debilidad en sí mismo. Un animal no sigue a una energía suave o débil. No sigue a una energía compasiva. Al margen de San Francisco de Asís y sus pájaros los animales no siguen a un líder espiritual. No siguen a un líder amable. Ni seguirán a una energía demasiado nerviosa. Somos una especie orientada al grupo, pero, como decía, también somos la única especie del planeta que seguiría a un líder inestable. Los animales —ya sean caballos, perros, gatos u ovejas— sólo seguirán a un líder estable. El equilibrio de dicho líder queda reflejado en la coherencia de su energía firme y tranquila. Por ello, cuando proyectamos una energía nerviosa, amable, emocional o incluso demasiado agresiva sobre los animales de nuestro entorno —especialmente si es la
única
energía que estamos proyectando— es muy probable que nos vean como seguidores, no como líderes.

¿Dirigir o seguir?

Para los perros sólo hay dos posturas en una relación: líder y seguidor. Dominante y sumiso. Es blanco o negro. No hay medias tintas en su mundo. Cuando un perro vive con un humano, para que el humano pueda controlar el comportamiento del perro, aquél ha de comprometerse a adoptar el papel de líder de la manada, el ciento por cien del tiempo. Es así de simple.

Sin embargo, no parece tan simple para muchos de mis clientes. Cientos de ellos no dejan de llamarme: están desesperados porque el comportamiento problemático de sus perros controla totalmente sus vidas. Tal vez a algunos de ellos les cueste mucho asimilar el paradigma dominante-sumiso porque, en el mundo humano, esas palabras a veces conllevan un trasfondo. Cuando oímos el término
dominante
, quizá pensemos en alguien que maltrata a su esposa, en un borracho en una pelea de bar, un matón de patio de colegio extorsionando al enclenque de su clase para que le dé el dinero del almuerzo, o incluso en un hombre o una mujer enmascarados en un club sadomasoquista vestidos de cuero y con látigos. La palabra evoca en nuestro cerebro imágenes de crueldad. Es importante recordar que, en el reino animal, no existe la palabra
crueldad
. Y la dominación no es un juicio moral o una experiencia emocional. Simplemente es un estado del ser, un comportamiento que es tan natural en la naturaleza como emparejarse, comer o jugar.

Sumiso
, en el sentido en el que nos referimos aquí, tampoco es un juicio ético. No designa a un animal o humano que sea endeble o abiertamente manejable. Sumiso no significa vulnerable o inútil. Es sencillamente la energía y la mentalidad del seguidor. Entre todas las especies grupales tiene que haber cierto grado de dominación y sumisión para que funcione cualquier jerarquía. Piense en una oficina llena de trabajadoras. ¿Qué pasaría si todas entraran y salieran cuando les apeteciera, se tomaran cuatro horas para comer y discutieran todo el día entre ellas y con la jefa? Sería un caos, ¿verdad? Pero usted no considera «débil» a una empleada que llega a tiempo a trabajar, se lleva bien con sus compañeras y completa sus tareas sin crear conflictos, ¿verdad? No. Considera que es alguien que coopera, una buena jugadora de equipo. Pero, para que llegue a haber un «equipo», esa empleada ha de aceptar un grado de sumisión en su mente. Ha de entender implícitamente que la jefa toma las decisiones, y su trabajo consiste en seguirlas.

A riesgo de que me consideren políticamente incorrecto yo aún utilizo los términos
dominante
y
sumiso
. Para mí describen acertadamente la estructura social natural de los perros. Para un perro no hay juicios implícitos en la cuestión de quién es dominante o sumiso en un grupo, ya sea una manada de perros o un grupo consistente en un perro y un humano. Un perro no se toma como algo personal que usted le quite el puesto de líder. Según mi experiencia la mayoría de los perros se sienten aliviados al saber que sus dueñas son quienes están al mando. Ahora que los hemos integrado en nuestro mundo humano hay que tomar montones de complicadas decisiones diarias, y la naturaleza no ha equipado a los perros para tomarlas. Un perro no puede parar un taxi, o empujar un carrito de la compra, o sacar dinero de un cajero automático: ¡por lo menos no sin un entrenamiento muy especializado! Un perro puede percibir esto y he visto a miles de perros relajarse visiblemente por primera vez en su vida en cuanto sus dueñas adoptan por fin una posición de auténtico liderazgo. Pero grábese mis palabras: cuando un perro percibe que su dueña no está preparado para el reto del liderazgo de grupo, se lanzará a tratar de llenar ese vacío. Está en su naturaleza el hacerlo, tratar de mantener funcional el grupo. Tal como lo ve su perro, alguien tiene que dirigir el espectáculo. Y cuando un perro asume ese papel, a menudo tiene resultados desastrosos tanto para el perro como para el humano.

La «Paradoja de la Agente Poderosa»

Como decía antes, muchos de mis clientes son gente superpoderosa que está acostumbrada a mover los hilos en todos los demás campos de su vida. ¡Para los humanos que están a su lado, proyectan una energía tan fuerte que puede resultar casi aterradora! He visto a algunos de ellos dar y gritar órdenes a su equipo, y he observado cómo esos trabajadores se encogían por el sonido de la voz de su jefe. ¡Eso sí que es proyectar energía sumisa! Entonces el personal saldrá corriendo, pisándose unos a otros para satisfacer las exigencias de su jefe: y no hay duda sobre quién está al mando. Pero aquí surge una de las ironías de mi trabajo, a la que llamo la «paradoja de la agente poderosa». En cuanto estas personas influyentes llegan a casa, desde el momento en que abren la puerta de la calle, la única energía que proyectan sobre su perro es la energía emocional. «¡Oh! ¡Hola, Pookey, cosita mía! ¡Dale un besito a mamá! Mírate, perro malo: es el segundo sofá que te comes este mes».

No quiero reírme de estos clientes porque siento verdadera empatía por ellos. Tratar de ser toda una triunfadora en el mundo humano es una experiencia increíblemente estresante. Sé que es muy agradable volver a casa, donde nos espera un adorable animal, y soltarnos el pelo, estar con una criatura que no parece juzgarnos y ante el cual no tenemos que demostrar a cada minuto lo geniales que somos. Para esos clientes es una terapia deliciosa abrazar a su suave y peludo perro. Es como un largo, caliente y relajante baño. Y, en cierto sentido, es cierto: su perro no los está juzgando, al menos no según los criterios por los que se suele juzgar a estas personas. A un perro no le preocupa si su dueña tiene cien millones de dólares o una casa en la playa o un Ferrari. No le preocupa si el último disco de su dueña fue disco de platino o un fracaso, o si ganó el premio de la Academia este año o han cancelado su serie de televisión. Ni siquiera se da cuenta de si su dueña pesa diez kilos más o se acaba de hacer la cirugía plástica. Sin embargo, lo que

juzga un perro es quién es la líder y quién la seguidora en la relación. Y cuando estas agentes poderosas llegan a casa y dejan que su perro salte sobre ellas, cuando se pasan toda la tarde dándole chucherías al perro, persiguiéndolo por la casa y satisfaciendo todos sus caprichos, entonces está claro que su perro ha emitido un veredicto: ese mismo humano al que consideran todo un triunfador en el mundo humano se ha convertido, a los ojos de su perro, en un seguidor.

Oprah y Sophie

Oprah Winfrey —mi personal modelo a imitar en cuanto a mi comportamiento profesional— constituye un perfecto caso a estudiar del fenómeno que acabo de describir. En el mundo humano no sólo siempre está al mando, sino que también es alucinantemente tranquila y ecuánime. En mis seminarios siempre la pongo como clásico ejemplo de energía firme y tranquila en acción, porque realmente es la mejor en eso. Oprah no necesita demostrar que es importante; simplemente emana de su ser. También es un modelo en cuanto a emular a los animales en su capacidad para vivir el momento. Oprah ha contado públicamente la historia de su pasado, y está claro que no fue un pasado fácil. También ha tenido que superar el obstáculo de ser una mujer afroamericana, lo cual fue una formidable barricada durante los años en que empezaba su carrera. Pero, a diferencia de la mayoría de los humanos, Oprah ha cultivado la capacidad de seguir avanzando. Su pasado nunca la ha refrenado. En mi opinión es un brillante ejemplo de potencial humano. Y, por encima de todo, sigue siendo una persona realmente amable y generosa.

Desde que llegué a Norteamérica mi sueño fue salir en el programa de Oprah. Para mí era la auténtica definición del «triunfo» en este país. Y cuando por fin salí en el programa, el encuentro superó incluso mis expectativas más descabelladas. Oprah se mostró encantadora, perspicaz, inquisidora e ingeniosa, e incluso se acercó a mi esposa, Ilusión, que estaba sentada entre el público, para incluirla en la experiencia. Todo ese día fue como un sueño para mí. Sin embargo, el motivo por el que participé en el programa era la pesadilla íntima de Oprah, su debilidad oculta. Oprah —mi modelo de firmeza y tranquilidad a imitar— ¡estaba dejando que su perra, Sophie, la avasallara!

Cuando me reuní por primera vez con Oprah en su finca de diecisiete hectáreas, junto al océano a las afueras de Santa Bárbara en 2005, ella tenía dos perros: Sophie y Solomon, los dos cocker spaniels. Solomon era el sumiso de la pareja y era muy viejo y débil. Sin embargo, Sophie —que entonces tenía 10 años— tenía un problema que se estaba convirtiendo en algo peligroso. Cuando Oprah la paseaba, si se les acercaba otro perro Sophie enseñaba los dientes, adoptaba una pose defensiva y a veces incluso atacaba al otro perro. También presentaba serias dificultades de ansiedad cada vez que se separaba de su dueña, y aullaba durante horas mientras Oprah y su pareja, Steadman, la dejaban sola. A diferencia de algunos de mis clientes Oprah era un auténtico hacha como para estar convencida de que Sophie tenía toda la culpa del problema. Sabía que había cosas que podría hacer de otra manera para ayudar a Sophie a cambiar su comportamiento. Con todo, no estoy seguro de que estuviera totalmente preparada para lo que yo tenía que decirle.

Other books

Nashville by Heart: A Novel by Tina Ann Forkner
The Ship Who Sang by Anne McCaffrey
Shadow of Freedom-eARC by David Weber
Aunts Up the Cross by Robin Dalton
Hydra by Finley Aaron
The Dopefiend by JaQuavis Coleman