La agresividad inducida por el miedo puede deberse a malos tratos. Si una perra ha sufrido daños y descubre que puede poner fin al dolor arremetiendo contra quien la ataca, lo hará, qué duda cabe. Sin embargo, la mayor parte de casos en los que se pide mi intervención no son resultado de crueldad empleada con las perras, sino con el amor que les dan sus dueños… en un momento equivocado. La perra de Oprah, Sophie, es un ejemplo perfecto de ello. Cuando Sophie ataca a otro perro, Oprah la toma en brazos y la consuela, de modo que lo que en realidad está haciendo es reforzar ese comportamiento.
En este momento tengo un perro en el centro, una hembra cruce de pitbull llamada Pinky, que es un caso extremo de lo que consideramos agresividad inducida por el miedo. Cuando un humano se acerca a ella, levanta el labio superior, gruñe, mete el rabo entre las patas, se agacha y empieza a temblar. A temblar literalmente. Las patas le tiemblan de tal modo que apenas puede sostenerse en pie. El miedo la paraliza. El dueño de Pinky sentía lástima por ella, hasta tal punto que intentaba constantemente calmarla, mostrarle su afecto, lo que alimentaba la inestabilidad de su comportamiento y su mente. Cuando te enfrentas a un caso extremo como el de Pinky, te das cuenta de lo que puede debilitar a una perra la agresividad producida por el miedo.
Este momento es tan bueno como cualquier otro para detenerme y recordarles, una vez más, que una de las formas más habituales de echar a perder a nuestras perras y provocarles dificultades es el cariño. Les mostramos nuestro afecto, pero cuando no debemos. Les damos afecto cuando están en un punto de máxima inestabilidad. Éste suele ser el consejo que más trabajo les cuesta seguir a mis clientes. «¿Contener el afecto? Pero ¡si eso no es natural!». No me malinterpreten. El amor es algo hermoso, uno de los mejores regalos que podemos compartir con nuestras perras. Pero no es lo que ellas necesitan primordialmente, y menos aún si tienen dificultades. Si eres una persona inestable, no puedes sentir plenamente el amor. El amor no ayuda a una perra inestable. Las perras agresivas no se curan gracias al amor de sus dueños, del mismo modo que un marido que abusa de su esposa no sanará si su víctima, simplemente, lo quiere más. ¡Es obvio que los padres que aparecían en el programa
Supernanny
querían a sus hijos! Pero el amor era lo único que estaban dando a sus hijos: no ejercicio, ni estímulos psicológicos, ni reglas. ¿Se sienten bien esos niños? Pues no. Por eso sus padres llamaban a la niñera. Las perras inestables tampoco lo pasan bien, aunque sus amos las colmen de cariño. Por eso me llaman a mí.
El amor no mejora la inestabilidad. El amor es una recompensa a la estabilidad, nos lleva a un nivel superior de comunicación. Al igual que en el mundo de los humanos, en el mundo de las perras el amor significa algo sólo si se merece. Nunca le diría a alguien que dejase de querer a su perra, o que la quisiera menos, ni tampoco que le racionase el amor. Dé a su perra tanto amor como tenga en su interior, y un poco más aún, pero, por favor, déselo en el momento adecuado. Ofrézcale amor a su perra para ayudarla, y no para satisfacer sus propias necesidades. Dar cariño en el momento adecuado y sólo en ese momento es el modo de demostrar el amor que siente por su perra. Los actos son más valiosos que las palabras.
La agresividad nacida del miedo no aparece de buenas a primeras, sino que se alimenta como un primoroso jardín por un dueño bienintencionado e inconsciente. Otro ejemplo de un perro agresivo por miedo es Josh, a quien los guionistas de mi programa televisivo apodaron
El Gremlin
porque tiene un pelo tan largo que le tapa hasta los ojos. Josh era un perro de refugio a quien nadie quería adoptar. Le enseñaba los dientes a cualquiera que se acercara a su jaula. Todo el mundo sentía pena por Josh… absolutamente todo el mundo. «Sentir lástima» por un animal que vemos en un refugio es algo que le pasa casi a cualquiera. La compasión es un rasgo sólo humano. Pero cuando cincuenta personas pasan por un refugio y todos ellos envían al animal en cuestión esa energía compasiva, ese «¡oh, pobre perro!», esa energía termina siendo en esencia ese animal. Termina siendo su definición.
Ronette, enfermera de profesión, sintió tanta lástima por Josh que lo adoptó nada más verlo. Y siguió sintiendo lástima por él todos los días. Cuando gruñó a su hija por acercarse a su plato de comida, Ronette lo cogió en brazos y lo consoló, como si su hija fuera la culpable. Cuando atacó reiteradamente a los peluqueros hasta tal punto que le prohibieron volver, se pasó horas consolando al viejo gruñón que no permitía que le acercaran las tijeras a los ojos.
Lo crean o no, muy pocos han sido los perros que me han mordido a lo largo de mi carrera. Y Josh fue uno de ellos. Me mordió mientras le estaba cortando el pelo… pero yo seguí como si no hubiera ocurrido nada. Tuvo que aprender que un humano no iba a retroceder ante él por muy agresivo que se pusiera. Siendo un perro de tamaño pequeño, gruñía más que marcaba y marcaba más que mordía. Acabó rindiéndose y hoy Josh puede ir al peluquero sin que corra la sangre.
Suelo poner a Pinky y a Josh como ejemplos porque quiero recalcar que «sentir lástima» por un perro no es hacerle un favor, sino disminuir sus posibilidades de transformarse en un animal equilibrado en el futuro. Imagínese que alguien sintiera lástima constantemente por usted. ¿Qué opinión acabaría teniendo de sí mismo? Los perros necesitan antes liderazgo que amor. Que el amor sea la recompensa al equilibrio. Así es como se mantiene la armonía.
¿Cómo enfrentarse a la agresividad provocada por el miedo? No cediendo. Hay dos opciones: esperar a que sea la perra la que acuda a ti, o entrar en su recinto y acercarte tú. Si decide entrar a por ella, tiene que ir a por todas. No puede permitir que le gane la partida. Debe mantenerse siempre tranquilo y firme, y no puede enfadarse con ella. No olvide que todo ello lo hace por el bien del animal. La paciencia es la clave. Saber esperar. El hombre es el único animal que parece no comprender la paciencia. Los lobos esperan a su presa. Los cocodrilos también. Y los tigres. Pero particularmente en Norteamérica estamos acostumbrados a conducir rápido, a usar servicios exprés y a navegar a alta velocidad por Internet. Pero con una perra que padece agresividad por miedo no se puede tener prisa. Puede que tenga que acercarse a ella cincuenta, cien veces antes de que la noción le entre en la cabeza. Tengo un par de perros en el centro a los que sé que tendré que reprender una y otra vez hasta que por fin comprendan que sólo la sumisión tranquila les será recompensada.
Pinky, pitbull agresiva y temerosa, sólo consigue relajarse cuando le pongo la correa. Encarna la naturaleza de un seguidor: quiere que le digan lo que ha de hacer. Si camino con ella sólo un par de pasos, comienza a mostrar todos los síntomas físicos de sumisión. Sólo así se relaja. Si espero demasiado a decirle lo que quiero que haga, su lenguaje corporal cambia de nuevo: mete la cola entre las patas y vuelve el temblor. El afecto no puede ayudar a esta perra. Es más, el afecto contribuyó a agravar el problema. ¿Cuándo entonces le doy afecto? En cuanto la veo relajarse cuando echamos a andar con la correa. Seguiré haciéndolo así hasta que esté rehabilitada.
Una perra puede volverse agresiva como resultado del miedo, del afán de dominación, posesión, territorialidad, y algunas otras razones, y esa agresividad puede alcanzar distintos grados. En el siguiente capítulo hablaremos de lo que yo llamo «zona roja». Los casos en zona roja, es decir, casos de agresividad extrema y crónica, deben ser tratados inmediatamente por un profesional. Nunca intente manejar a una perra de estas características usted solo. Pero también sólo usted puede valorar su nivel de confianza. Si su perro es sólo agresivo, como Josh, pero no se cree capaz de manejar la situación, decántese por la seguridad y acuda a un entrenador profesional de perros o a un especialista en comportamiento canino por el bien tanto de su perro como el de usted.
¿Salta su perra sobre usted cuando llega a casa? ¿Cree que sólo se debe a que su perra se alegra de verlo y que tiene «espíritu»? ¿Considera el comportamiento de su perra como consecuencia de su «personalidad»? No se trata ni de lo uno ni de lo otro. La energía hiperactiva o la sobreexcitación no son naturales en una perra. No es un comportamiento saludable.
En su estado natural las perras se excitan y juegan unas con otras, pero esa excitación tiene un momento y un lugar concretos. Tras una cacería, o después de haber comido, comparten una especie de celebración que nosotros interpretamos como afecto. Pueden jugar duro las unas con las otras, y mostrarse excitadas-sumisas o excitadas-dominantes. Pero no mantienen ese comportamiento durante mucho tiempo, y no se ve en ellas esa especie de «jadeo» hiperactivo que muestra una perra doméstica sobreexcitada. Estamos hablando de un tipo diferente de excitación, una especie de excitación delirante. Algunas perras en Norteamérica parecen estar sobreexcitadas constantemente, y es no es bueno para ellas.
He notado que mis clientes interpretan las palabras «felicidad» y «excitación» como si se tratara de la misma cosa. «Es que se alegra de verme». Pues ambas cosas no son sinónimas. Una perra feliz está alerta. Tiene las orejas levantadas, la cabeza alta y mueve la cola. Un caso claro de energía contenida. Las perras energéticamente hiperactivas figuran entre los casos más difíciles de rehabilitar. La energía hiperactiva enmascarada conlleva otras dificultades, como la fijación y la obsesión.
Cuando sus perras los reciben saltando sobre ellos, muchos de mis clientes los saludan con grandes muestras de afecto. En primer lugar, he de decir que si su perra salta sobre usted, está realizando un acto de dominancia. No se lo permita. Las perras son animales curiosos por naturaleza, y es obvio que van a sentir interés por quien llega a la casa. Pero necesitan tener modales para recibir a las visitas. Una perra no recibe a otra saltando sobre ella, sino que lo hace olfateándose. Si esa clase de etiqueta es buena en el mundo de las perras, debe serlo también para su casa.
Lleve a la perra con correa cuando lleguen las visitas a casa y mientras le esté enseñando cómo recibirlas educadamente. Una vez que crea que ha hecho progresos visibles, pídales a sus invitados que lo ayuden. Pídales que ignoren los saltos y la excitación de la perra (es decir, que no le hablen, no la toquen y no la miren) hasta que se haya calmado. Cuando se ignora a una perra, a veces se calma en cuestión de segundos.
Los animales hiperactivos necesitan ejercicio en grandes cantidades. Y lo necesitan antes de que su dueño les demuestre afecto. Cuando vuelva a casa, déle un largo paseo. Luego ofrézcale comida. Le habrá proporcionado un reto físico y psicológico, seguido por una recompensa en forma de comida. Luego, cuando esté tranquilo, demuéstrele cariño. No anime al animal a saltar sobre el primero que abra la puerta, aunque le parezca divertido y le haga sentirse querido. Siento desilusionarlo, pero tanta excitación no se debe a que su perra «se alegra de verto». Es porque tiene en su interior demasiada energía contenida y necesita liberarla de algún modo.
La ansiedad puede contribuir a generar energía hiperactiva. En la naturaleza no se observan muchos casos de ansiedad. De miedo, sí, pero de ansiedad, no. Sólo cuando llevamos a los animales a una casa o los enjaulamos, es cuando surge la ansiedad, y es ella la que provoca el gimoteo, el aullido, la ansiedad por la separación que Sophie, la perra de Oprah, experimentaba cada vez que salía su dueña. Es normal que una perra se preocupe al verse separada de su dueño. Es instintivo en ellas preocuparse o ponerse tristes si se rompe la manada, aunque esa manada consista sólo en el dueño y la perra, pero no es natural para ella pasarse todo el día sola, encerrada en un piso, sin tener nada que hacer. Su perra no sabe leer, ni puede hacer crucigramas, ni ver mi programa en la televisión. No tiene en qué emplear su energía cuando está sola. No es de extrañar por tanto que un gran número de perras en nuestro país experimenten la ansiedad de la separación y que terminen con una acumulación tremenda de energía hiperactiva cuando sus propietarios vuelven a casa.
Por cierto, cuando vuelve a casa y descubre que su perra ha devorado sus zapatos favoritos, no es porque esté «enfadada con usted» por haberla dejado sola, ni porque «supiera» que le encantaban precisamente esos zapatos. ¡Vuelta a humanizar a la perra! La razón por la que el animal ha mordido los zapatos es por la cantidad de energía contenida que tiene. Primero le llamó la atención su olor: es un olor que le resulta familiar y que por lo tanto la excita, una excitación y una ansiedad que ha de liberar de algún modo: es decir, pagándola con los pobres zapatos.
Con el tiempo he descubierto que los propietarios no suelen reconocer los síntomas de la ansiedad en sus animales. Creen que la ansiedad por la separación empieza cuando salen de su casa, pero en realidad empieza con la energía que su perra va generando desde que se despierta. El dueño se despierta, se lava los dientes, se toma un café y prepara el desayuno… y durante todo este tiempo el animal está en un segundo plano, yendo de habitación en habitación, detrás de usted. Y usted piensa: «Hay que ver. Cuánto le gusta estar conmigo. Tiene que asegurarse de que estoy bien». Eso es una ficción que los humanos nos creamos para sentirnos bien.
Lo que la perra está mostrando no es lo mucho que nos quiere, sino lo ansiosa que se siente. Si se marcha de casa sin haberle dado la oportunidad de liberar esa energía, es evidente que el animal tendrá dificultades con la separación.
A mis clientes les digo que lleven a sus perras a dar un buen paseo por la mañana, a correr, incluso a patinar. Además, también es bueno para la salud de los humanos. Si es imposible para usted, ponga a la perra a caminar sobre una cinta de correr. Cánsela. Luego ofrézcale comida. De este modo, para cuando usted se vaya, el animal estará cansado y saciado, dispuesto para descansar. Su estado mental será de calma sumisa, y para él será mucho más comprensible que tenga que estar quieto el resto del día. Así tampoco tendrá una perra hiperactiva que lo reciba echándosele encima al abrir la puerta. Otro consejo es que no le dé importancia al momento de salir y entrar. Si excita al animal a la hora de marcharse o de llegar, sólo conseguirá alimentar su ansiedad.