En la naturaleza poner límites no es una práctica «cruel» y para que los límites queden establecidos todos los animales necesitan a veces correctivos. Todos conocemos a padres humanos que no ponen límites a sus hijos y los vemos correr por todo el restaurante gritando y tirando la comida, molestando a quienes pretenden disfrutar de una cena tranquila. Hay padres que llaman a la
supernanny
cuando su casa es un caos.
Reflexionemos un momento sobre cómo aprendemos los humanos. Muchas veces necesitamos cometer errores y que alguien nos corrija para llegar a conocer las reglas. Si está usted, por ejemplo, en un país extranjero cuyas normas de tráfico desconoce y gira a la derecha en prohibido, un policía lo hará detenerse para decirle que en ese país no se puede girar a la derecha si hay una señal que lo prohíba. A partir de ese momento conocerá la norma, pero se llevará una multa de todos modos. Ése será su castigo, su corrección. Y seguramente funcionará. Cuando haya tenido que, rascarse el bolsillo, seguro que no volverá a girar a la derecha si está prohibido.
Como en el caso de los humanos y todos los demás animales, las perras necesitan que alguien las corrija cuando transgreden una norma. La razón por la que prefiero el término
corrección
frente a
castigo
es que este último posee connotaciones humanas y mucha gente corrige a sus perras del mismo modo que castigaría a un niño; por ejemplo, quitándole un privilegio: «No has ordenado tu habitación, así que mañana no irás al partido», o gritándole y castigándolo a irse a su cuarto. Pero lo único que ellos perciben es energía desequilibrada y alterada, lo que sólo servirá para asustarlo o confundirlo, o bien decidirá ignorarlo. Las perras no tienen el concepto de «mañana», de modo que no pueden amenazarla con no ir a jugar. Si las envía a otro cuarto, o las deja apartados, probablemente no sabrán establecer la relación entre el mal comportamiento y el exilio. Las perras viven en un mundo de causa y efecto. No piensan: reaccionan. Por lo tanto, necesitan ser corregidas en el instante mismo que han cometido la infracción. No se puede esperar ni siquiera cinco minutos, porque seguro que ya han olvidado lo ocurrido. No olvide que las perras viven el ahora, de modo que es en el ahora cuando debe aplicarse la corrección, que deberá repetirse cada vez que se transgreda la regla para que el animal comprenda qué aspecto de su comportamiento no es correcto.
Cómo debemos corregir a nuestra perra también es tema de amplio debate. Una influyente corriente de pensamiento aduce que el refuerzo positivo y las técnicas de entrenamiento positivo son el modo que debe emplearse con las perras o con cualquier otro animal. En mi opinión el refuerzo positivo es maravilloso… siempre que funcione. Y puede funcionar con perras despreocupadas y cachorros. Si consigue modificar el comportamiento de su perra con golosinas, adelante. Pero los animales que acuden a mí suelen mostrar un comportamiento descontrolado: animales adoptados que han tenido un pasado horrible de abusos, carencias y crueldad. O canes que han vivido siempre sin normas ni límites de ninguna clase. Animales que están en la zona roja de la que hemos hablado. Estas perras han llegado demasiado lejos para poder ser rehabilitadas utilizando golosinas.
El abuso, por otro lado, no es aceptable. Pegar a una perra es inaceptable. No se puede emplear el miedo para conseguir que un animal se comporte, simplemente porque no funciona. Mostrarle un liderazgo fuerte y darle reglas a seguir no es lo mismo que suscitar miedo e imponer castigos.
La distinción reside en el modo y el momento en que se utilizan las correcciones. Nunca hay que corregir a un animal empujados por la ira o la frustración. Esto termina en abuso, tanto a animales, a niños o a cónyuges. Cuando se intenta corregir a una perra empujados por la ira, es usted quien está fuera de control, más que la perra. Está usted satisfaciendo sus propias necesidades, no las del animal, que sentirá su energía inestable y repetirá el comportamiento no deseado. Nunca debe permitir que un animal lo descontrole. Lo que se pretende es enseñarle y mostrarle su liderazgo y, si lo que quiere es corregirlo, jamás debe perder la serenidad. Puede que sea un reto para usted, como lo fue para Jordan, el propietario de David, un bulldog. Pero quizá haya sido ése el propósito de que un animal apareciese en su vida: que ambos pudieran aprender a comportarse de un modo más saludable.
Dicho esto, cuando pretenda corregir a su perra, lo más importante es la energía, el estado de ánimo y el momento escogido, siempre y cuando el método que emplee no sea abusivo. Jamás pegue a una perra. Un contacto rápido y firme puede conseguir que una perra cambie de actitud. Yo suelo poner la mano en forma de garra de modo que, cuando toco el cuello de una perra o la parte de debajo de la barbilla, ella siente mi mano como si fueran los dientes de otro perro o los de su madre. Las perras suelen corregirse unas a otras con suaves mordiscos y el contacto es el modo más habitual de comunicarse. Un contacto de este tipo es más efectivo que un golpe. En cualquier caso hay que emplear el método menos rudo posible para apartar a una perra de un comportamiento no deseado. El objetivo es redirigir la atención de la perra y que le preste atención a usted, que es el líder de la manada. Puede usarse casi cualquier cosa para corregirla, desde un sonido, una palabra, un ruido hecho con las manos… lo que mejor funcione en su caso y que no represente daño físico o mental para la perra. Lo que a mí me funciona mejor es hacer lo que ellas se harían entre sí: mirarse a los ojos, mostrar energía, lenguaje corporal adecuado y un movimiento hacia delante. Recuerde que las perras leen constantemente su nivel de energía y comprenderán lo que quiere decirles cuando su energía les advierta «no está bien lo que estás haciendo». Cuando llevo a una perra de la correa, doy un ligero tirón hacia arriba para apartarla de un comportamiento inadecuado. Se trata de un tirón breve que apenas dura un momento y que no le hace daño, pero que el momento sea el adecuado es vital. Se utilice el método que se utilice, tiene que hacerse apenas una décima de segundo después de que la perra inicia el comportamiento no deseado. En ese momento interviene el conocimiento que tenga usted de su mascota. Ha de aprender a leer el lenguaje corporal de su perra y su energía casi tan bien como ella lee el suyo.
Por ejemplo: a todas las perras les encanta revolcarse en los restos de animales muertos. Así es como en la vida salvaje camuflan su olor para salir de caza y es una de las invenciones más ingeniosas de la Madre Naturaleza, un comportamiento que está profundamente grabado en los genes de la perra. Sin embargo, cuando viven con nosotros, que entren en casa con olor a mofeta o a ardilla muerta no es solo desagradable, sino antihigiénico. Me gusta que las perras vivan del modo más natural posible, pero, como líder de la manada y quien paga las facturas, creo que tengo derecho a intentar limitar este aspecto del comportamiento de mis animales, de modo que si veo a una olfateando algo que no me parece normal, tengo que corregirla inmediatamente, antes de que eche a correr hacia aquello que ha llamado su atención. Recuerde que las perras son mucho más rápidos que nosotros y, por lo tanto, si no conseguimos «leerle el pensamiento» y actuar en ese instante, tendrá que dedicarse a quitar la peste a mofeta muerta del pelo de su mascota al llegar a casa.
Otro aspecto controvertido de la corrección es el ritual de la dominancia, lo que la mayoría de entrenadores y etólogos llaman la «perra alfa». Es una réplica de lo que las perras o los lobos hacen en estado salvaje: la perra dominante tumba de costado al otro hasta que señala su sumisión. Se trata, básicamente, de que un lobo haga gritar al otro «¡Mamá!» Y admita haber sido vencido. Éste es el modo de mantener el orden que tiene un líder de la manada sin tener que recurrir a la violencia contra algún otro miembro de la manada. Según algunos etólogos, enfrentar a una perra a la perra alfa es tan cruel como echarla al fuego. He recibido críticas de la escuela positivista y me han llamado inhumano y bárbaro por utilizar esta técnica. Respeto estas opiniones y estoy de acuerdo en que esta técnica es sólo apropiada para determinados casos y sólo debe ponerla en práctica un entrenador de perros experimentado. Si usted piensa como ellos y cree que este método es cruel, debe tener en cuenta mi consejo, ya que estoy convencido de que, en lo que se refiere al modo de relacionarse con los animales, siempre existe la cuestión de la conciencia personal.
En mi opinión pedirle a una perra que se someta a mí tumbándose de lado es algo muy natural. En mi propia manada una mirada severa, un sonido o un gesto mío casi siempre consiguen que cualquier perra vuelva a su estado de sumisión sentándose o tumbándose sin tener que haberla tocado o, en algunos casos, ni tan siquiera acercarme a ella (véase la secuencia en tres pasos que sigue a continuación). No es necesario decir que siempre preferiría obtener el comportamiento deseado con una simple mirada o un sonido que con un contacto. No obstante, con animales extremadamente dominantes, con perras que atacan a sus iguales o a personas, o con dos perras que se estén peleando entre sí, a veces tengo que tumbar físicamente a una de ellas o a ambas. Un animal dominante luchará contra mí (¿quién no lo haría si estuviese acostumbrado a ser el jefe?). Es natural. Si durante toda tu vida has mantenido un determinado comportamiento, lógicamente te rebelarás contra quien te diga con firmeza: ¡no! En este caso tengo que ser extremadamente firme hasta que la perra deja por fin de resistirse. Comencé a utilizar esta técnica con mi primera manada de rottweiler y sigo utilizándola cuando es necesario. Con ella provoco una respuesta primaria en la perra que tengo que tratar, y es la de que yo soy el líder de la manada.
Cuando alguien ve a una perra tumbada de lado, las orejas echadas hacia atrás y la mirada hacia delante, da por sentado que el animal responde así por temor, pero se equivoca. Ésa no es una postura de miedo. (Revise la sección sobre lenguaje corporal). Es una posición de sumisión total. En el mundo canino éste es el último signo de respeto. De rendición.
Sumisión
y
rendición
no tienen connotaciones negativas en su mundo. La humillación no existe porque las perras no viven en el pasado. No sienten rencor. Aunque muchas de las perras de mi manada han tenido que someterse en algún momento de su vida después de haberse comportado mal, continúan queriéndome y siguiéndome cada día. Con cuarenta perras juntas en el mismo lugar no pasa un solo día sin que alguien se meta en algún lío. Pero una trastada puede convertirse en algo más peligroso e inquietante y, como haría cualquier buen líder de una manada, me corresponde la tarea de detenerla antes de que llegue demasiado lejos.
En lo concerniente al ritual de dominación he de puntualizar algo: aunque yo lo practico en mi trabajo cuando necesito rehabilitar perras muy desequilibradas o agresivas, advierto a cualquiera que no sea un profesional, o al menos que no sea muy experimentado en comportamiento canino y agresividad: nunca,
jamás
, tumbe a una perra a la fuerza. Con una perra dominante o agresiva alguien que carezca de la experiencia suficiente podría resultar mordido o atacado. Se trata de algo serio, que pone en riesgo la vida de una persona. Si su perra ha dado muestras de tener los problemas de comportamiento que requieren tal clase de corrección, debería consultar a un profesional. No debería ocuparse usted mismo de intentar restaurar la disciplina en una perra que ha llegado tan lejos en términos de dominación o agresividad.
En casa tenemos normas que nuestros hijos han de seguir. ¿Por qué no ha de hacer lo mismo con su perra? Son muchos los clientes que acuden a mí después de haber tocado fondo. Es la perra quien dirige la casa y la familia está sumida en el caos. Muchos de mis clientes admiten avergonzados que se están «aislando», que ya no ven a sus amigos por temor a lo que la perra pueda hacer cuando una persona nueva llega a la casa. Su vida se ha vuelto imposible de controlar, ¡casi como si vivieran con un alcohólico o un drogadicto! Tuve la fortuna de conocer durante la primera etapa de mi programa de televisión a los Francesco, una encantadora familia italo-americana alegre y extrovertida, hasta que una pequeña bichon frisé de nombre Bella llegó a sus vidas. Cuando yo los conocí, habían dejado de invitar al resto de la familia a su casa por temor a que Bella pudiera atacarlos. Aquella pequeña bola de pelo ni siquiera pesaba cinco kilos, pero controlaba a toda la familia. Ladraba sin parar a cualquiera que entrase en la casa y no dejaba de hacerlo hasta que se marchaba. Los Francesco querían a Bella, que había sido el último deseo de una tía muy querida. Bella representaba algo espiritual para ellos, una persona a la que querían profundamente y que habían perdido, de modo que la trataban con guante blanco, jamás le imponían nada: nada de límites ni reglas. No se daban cuenta de que con ello estaban haciendo un flaco favor a la perrita, que era un animal muy desequilibrado, siempre irritable porque intentaba hacer de líder de la manada sin terminar nunca de conseguirlo. Era un animal que lo pasaba mal. La mayoría de canes saben que no es su papel dirigir la casa. Es más, no quieren hacerlo. Pero, si su amo no ocupa el papel, sienten que no tienen más opción que intentar hacerlo ellos.
La necesidad de contar con reglas y una estructura en su vida es instintiva en una perra. La naturaleza está llena de reglas y rituales de comportamiento. Ahora que las perras domésticas viven con nosotros, depende de los humanos fijar las reglas. Lo que usted permita o no en su casa depende de usted: que la perra duerma en la cama con usted, que pueda o no subirse a los muebles, hacer agujeros en el jardín, pedir comida cuando la familia está a la mesa. Pero existen ciertos comportamientos que le aconsejo que prohíba siempre, porque si los permite, podría estar animando a su animal a mostrarse dominante. No debe permitir que se le suba cuando llegue a la puerta, ni a usted ni a nadie. Tampoco debe permitirle que llore cuando se separa de usted. Nada de mostrarse posesivo con los juguetes ni de marcar o morder. Prohíbale subirse a la cama para despertarlo y mostrarse agresivo hacia otras personas, perros o animales que convivan en la casa. Prohíbale también ladrar sin cesar.
Algunos de los comportamientos que intentará evitar son instintivos en ella. Por eso debe ser usted para ella algo más que su dueño: debe ser el líder de la manada. Un líder controla tanto los comportamientos instintivos como los genéticos. Un adiestrador sólo puede controlar los genéticos. Puede enviar a su perra a una escuela de obediencia en donde podrán enseñarle a sentarse, a quedarse quieta, a acercarse a usted o a retroceder. Eso es pura genética. Pero porque una persona vaya a Harvard no quiere decir que cuando reciba su licenciatura sea una persona equilibrada, y sólo porque una perra sepa obedecer no significa que esté equilibrada. Cuando se entrena a una perra, no se accede a su mente sino a sus condicionantes y eso no significa nada en el mundo canino. A las perras les importa un comino ganar el Westminster o llevarse el premio al perro que más Frisbees atrapa. Una perra puede ser capaz de seguir órdenes, ir a buscar, perseguir o hacer un cierto número de cosas que su raza, su genética, le ha programado para realizar. Pero ¿puede jugar feliz con otros perros sin pelearse? ¿Sabe viajar en manada? ¿Sabe comer sin mostrarse posesiva con su comida? Eso es instinto. Un líder de la manada ha de controlar ambas cosas.