El enigma del cuatro (25 page)

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Authors: Dustin Thomason Ian Caldwell

Tags: #Intriga, Historia

BOOK: El enigma del cuatro
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—No lo sé, Tom. Aún no lo he descubierto.

—Sólo pregunto si no crees que Colonna habría…

—¿Dicho lo que había en la cripta? Claro que sí. Pero la segunda mitad del libro depende de la última clave, y no logro resolverla. No puedo hacerlo sólo. Así que este diario es la respuesta. ¿De acuerdo?

Dejo de insistir.

—De manera que lo único que tenemos que hacer —continúa Paul—es echar un vistazo a algunos de estos mapas. Empezamos en las zonas de los principales estadios, el Coliseo, el Circo Máximo, etcétera, y nos movemos cuatro estadios al sur, diez al este, dos al norte y seis al oeste. Si cualquiera de esos lugares queda en lo que en tiempos de Colonna era un bosque, lo marcamos.

—Bien —digo.

Paul presiona el botón de avance pasando por una serie de mapas de los siglos XV y XVI. Tienen la calidad de una caricatura arquitectónica, edificios dibujados sin guardar ninguna proporción con sus alrededores, cada uno apiñado contra los demás de manera que los espacios entre ellos son imposibles de juzgar.

—¿Cómo mediremos las distancias entre ellos?

Me responde dándole al mando varias veces más. Después de tres o cuatro mapas renacentistas, aparece uno moderno. La ciudad se parece más a la que recuerdo a partir de las guías que me dio mi padre antes de nuestro viaje al Vaticano. La muralla de Aurelio al norte, al este y al sur, y el río Tíber al oeste, crean el perfil de una cabeza de mujer anciana mirando al resto de Italia. La iglesia de San Lorenzo, donde Colonna mandó matar a los dos hombres, flota como una mosca justo delante del puente de la nariz de la anciana.

—Éste tiene la escala apropiada —dice Paul, señalando las medidas de la esquina superior izquierda. En una línea con la leyenda
antigua milla romana
hay marcados ocho estadios.

Camina hacia la imagen de la pared y pone la mano junto a la escala. Los ocho estadios equivalen a la distancia que hay entre la base de su palma y la punta del dedo corazón.

—Comencemos con el Coliseo. —Se pone de rodillas en el suelo y pone la mano junto a un óvalo oscuro del centro del mapa, cerca de la mejilla de la anciana—. Cuatro sur —dice, desplazándose hacia abajo la longitud de media mano—y diez este. —Se mueve un palmo en esa dirección y añade medio dedo índice—. Luego dos norte y seis oeste.

Cuando termina, su mano señala en el mapa un punto llamado M.CELIUS.

—¿Crees que está ahí?

—Ahí no —dice, deprimido. Señalando un círculo oscuro sobre el mapa, a muy poca distancia hacia el suroeste del punto de llegada, añade—: Aquí hay una iglesia. Santo Stefano Rotondo. —Desplaza el dedo hacia el nordeste—. Aquí hay otra, Santi Quattro Coronati. Y aquí —mueve el dedo hacia el sureste—está San Juan Laterano, donde vivieron los Papas hasta el siglo catorce. Si Francesco hubiera construido aquí su cripta, lo habría hecho a menos de medio kilómetro de tres iglesias distintas. Es imposible.

Comienza de nuevo.

—El Circus Flaminius —dice—. Este mapa es viejo. Creo que Gatti lo ubicó más cerca de aquí.

Acerca el dedo al río, y luego repite las indicaciones.

—¿Bien o mal? —digo, mirando fijamente la ubicación: cae en alguna parte de la cima del Monte Palatino.

Paul frunce el ceño.

—Mal. Esto está casi en la mitad de San Teodoro.

—¿Otra iglesia?

Asiente.

—¿Estás seguro de que Colonna no la construyó cerca de una iglesia?

Me mira como si hubiera olvidado la regla de oro.

—Todos sus mensajes hablan del miedo que tiene de que lo sorprendan los fanáticos. Los «hombres de Dios». ¿Cómo interpretas tú eso?

A punto de perder la paciencia, intenta dos posibilidades más: el Circo de Adriano y el viejo Circo de Nerón, sobre el cual se construyó el Vaticano. Pero en ambos casos, el rectángulo de veintidós estadios aterriza casi en medio del río Tíber.

—Hay un estadio en cada esquina de este mapa —le digo—. ¿Por qué no pensamos dónde podría estar la cripta, y luego hacemos el proceso a la inversa para ver si hay algún estadio cerca?

Paul reflexiona un instante.

—Tendría que revisar mis otros atlas en el Ivy.

—Podemos regresar mañana.

Paul, cuya reserva de optimismo está disminuyendo, mira el mapa un momento y luego asiente. Colonna lo ha derrotado de nuevo. Incluso el capitán espía fue burlado.

—¿Y ahora qué? —pregunto.

Se abrocha el abrigo y apaga el proyector.

—Quiero revisar el escritorio de Bill. En la biblioteca de abajo.

Vuelve a poner la máquina en la estantería, tratando de dejarlo todo como estaba.

—¿Para qué?

—Para ver si hay algo más del diario. Richard insiste en que había un plano doblado en el interior.

Abre la puerta y me la sostiene. Echa una mirada a la habitación antes de cerrar.

—¿Tienes una llave de la biblioteca?

Paul niega.

—Bill me dio el código de la escalera.

Regresamos a la oscuridad del vestíbulo y Paul me guía por el pasillo. En la oscuridad parpadean luces de seguridad de color naranja, como aviones cruzando la noche. Llegamos a una puerta que da a una escalera. Bajo el pomo hay una caja con cinco botones numerados. Paul piensa un instante y luego marca los números de una breve secuencia. El pomo gira en su mano y en ese momento nos quedamos paralizados. En el silencio, alcanzamos a oír un ruido de pies que se arrastran.

Capítulo 14


V
ámonos —le digo, moviendo la boca sin hablar, mientras lo empujo hacia la puerta de la biblioteca. Una lámina de cristal de seguridad hace las veces de pequeña ventana en el panel. Nos asomamos a la oscuridad de la habitación.

Hay una sombra moviéndose en una de las mesas privadas. El rayo de luz de una linterna flota sobre la superficie. Alcanzo a distinguir una mano que se pierde en uno de los cajones.

—Ése es el escritorio de Bill —susurra Paul.

Su voz se desplaza por el hueco de la escalera. La trayectoria de la luz de la linterna se paraliza y enseguida se mueve en nuestra dirección.

Empujo a Paul y nos agachamos debajo de la ventana.

—¿Quién es? —pregunto.

—No he podido verlo.

Escuchamos el ruido de pasos. Cuando oigo que se alejan, me asomo de nuevo a la ventana. La habitación está vacía.

Paul empuja la puerta. El área entera está sumida en las largas sombras de los anaqueles. La luz de la luna se refleja en los cristales de las ventanas que dan al norte. Los cajones del escritorio de Stein siguen abiertos.

—¿Hay otra salida? —digo en susurros mientras nos acercamos.

Paul asiente y señala un punto detrás de una serie de estanterías que se alzan hasta el techo.

De repente, ahí están de nuevo los pasos, arrastrándose en dirección a la salida, seguidos de un clic. El pestillo de la puerta se cierra suavemente.

Me muevo hacia el sonido.

—¿Qué haces? —susurra Paul. Me hace señas de que vuelva a su lado, junto al escritorio.

Escudriño el hueco de la escalera a través del cristal de seguridad, pero no logro distinguir nada.

Paul ya ha empezado a hurgar en los papeles de Stein, esparciendo la luz de su linterna de bolsillo sobre un amasijo de notas y cartas. Señala con el dedo un cajón cerrado con llave que ha sido forzado. Los archivos que contenía están fuera, desparramados sobre el escritorio y los bordes de los papeles se doblan como hierba descuidada. Parece haber una carpeta para cada profesor del departamento de Historia.

recomendación: presidente worthington

rec (a-m): baum, cárter, godfrey, li

rec (n-z): newman, rossini, sackler, worthington (antes de presidencia)

rec (otros departamentos): conner, delfosse, lutke, masón, quinn

correspondencia antigua: hargrave/williams, OXFORD

CORRESPONDENCIA ANTIGUA: APPLETON, HARVARD

Para mí, aquello no tiene significado alguno, pero Paul no puede quitarle los ojos de encima.

—¿Pasa algo?

Paul recorre la superficie del escritorio con su linterna.

—¿Para qué necesita todas estas recomendaciones?

Hay otros dos archivos abiertos. Uno se titula
rec/correspondencia: taft
. El otro es
influencias/posibilidades
.

La carta de Taft ha sido relegada a una esquina. Paul se cubre los dedos con la manga de la camisa y empuja el papel hasta que queda a la vista.

William Stein es un joven competente. Ha trabajado bajo mi supervisión durante cinco años, y me ha sido de utilidad sobre todo en cuestiones administrativas y de oficina. Estoy seguro de que podrá realizar trabajos similares dondequiera que vaya.

—Dios mío —susurra Paul—, Vincent lo traicionó. —Lee la carta de nuevo—. Bill parece un secretario. Cuando desdobla la esquina de la página, encontramos una fecha del mes pasado. Levanta la carta y vemos una posdata manuscrita.

Bill: escribo esto para ti a pesar de todo. Mereces menos todavía. —Vincent.

—Hijo de puta —susurra Paul—. Bill estaba intentando alejarse de ti.

Con la luz de la linterna recorre la carpeta influencias/posibilidades. Lo primero es una serie de borradores de una carta de Stein, cada uno escrito con un bolígrafo distinto. Hay líneas interpoladas y eliminadas, de manera que es difícil seguir el texto. Mientras Paul lo lee, veo que la linterna empieza a temblarle en la mano.

Profesor Hargrave [comienza la carta]:

Me place informarle de que mi investigación sobre la
Hypnerotomachia Poliphili
está terminada
se aproxima a su finalización. Tendré los resultados disponibles para finales de abril, o acaso antes. Le aseguro que la espera ha valido la pena. Ya que no he tenido noticias suyas ni del profesor Williams desde mi carta del 17 de enero, por favor confirme que
la cátedra
el empleo del que hablamos continúa disponible. Mi corazón está en Oxford, pero puede que me sea imposible descartar otras universidades cuando mi artículo se publique y tenga otras ofertas.

Paul pasa a la página siguiente. Ahora oigo su respiración.

Presidente Appleton:

Le escribo con buenas noticias. Mi trabajo en la
Hypnerotomachia
se acerca satisfactoria mente a su fin.
Como le he prometido
Los resultados opacarán cualquier otra cosa en el campo de los estudios sobre el Renacimiento —o sobre cualquier otra época histórica —durante este año y el siguiente. Antes de publicar mis resultados, quiero confirmar que el puesto de profesor asistente sigue disponible. Mi corazón está en Harvard, pero puede que me sea imposible descartar otras tentaciones cuando mi artículo se publique y tenga otras ofertas.

Paul la lee por segunda vez, luego por tercera.

—Iba a tratar de robármelo —susurra débilmente, apartándose del escritorio para apoyarse en la pared.

—Pero ¿cómo es posible?

—Tal vez pensó que nadie creería que era el trabajo de un estudiante.

Vuelvo a concentrarme en la carta.

—¿Cuándo se ofreció a mecanografiar tu tesina?

—El mes pasado.

—¿Y durante todo este tiempo su intención ha sido robártela?

Paul me mira intensamente y mueve la mano por el escritorio.

—Por supuesto. Ha estado escribiéndole a esta gente desde enero.

Cuando deja las cartas sobre el escritorio, asoma una última página debajo delas cartas a Oxford y Harvard. Al ver un extremo de la hoja, Paul la saca de un tirón.

Richard [comienza]:

Espero que esta carta te encuentre bien. Tal vez hayas tenido mejor suerte en Italia que en Nueva York. Si no ha sido así, ambos sabemos en qué situación te encuentras. Ambos, también, conocemos a Vincent. Creo que podemos decir que Vincent tiene sus propios planes con respecto a todo lo que salga de esto. Por lo tanto, tengo una propuesta que hacerte. Aquí hay más que suficiente para satisfacernos a ambos y he diseñado una división del trabajo que creo te parecerá justa. Por favor contáctame pronto para discutirlo. Déjame tu número de teléfono en Florencia y también en Roma: el correo allá es poco fiable, y prefiero arreglar esto tan pronto como sea posible.

B.

La respuesta, en otra tinta y otra caligrafía, está escrita en la parte inferior de la misma carta. Hay dos números de teléfono, uno precedido de la letra F, el otro de la R. Después se añade una nota final:

Solicitud atendida. Llama después del trabajo, hora italiana. ¿Y de Paul qué?

Richard.

Paul se ha quedado sin habla. Escarba nuevamente entre los papeles, pero no hay nada más. Cuando trato de consolarlo, me indica que me aparte.

—Deberíamos explicárselo al Decano —le digo al fin.

—¿Explicarle qué? ¿Que hemos estado husmeando en las cosas de Bill?

De repente, un reflejo luminoso traza una curva en la pared de enfrente, seguido de luces de colores que relampaguean a través de las láminas de cristal de las ventanas. Un coche de policía ha llegado con la sirena apagada al patio que hay frente al museo. Dos agentes salen de él. Las luces rojas y azules se apagan justo cuando llega un segundo coche y aparecen otros dos agentes.

—Alguien ha debido decirles que estábamos aquí —digo.

La nota de Curry se agita en la mano de Paul, que se ha quedado clavado en el suelo, observando las formas oscuras que se apresuran hacia la entrada principal.

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