El enigma del cuatro (33 page)

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Authors: Dustin Thomason Ian Caldwell

Tags: #Intriga, Historia

BOOK: El enigma del cuatro
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—Si te hubiera gustado que las cosas funcionaran, ¿por qué no hiciste nada al respecto?

—Mírame —le dije. La barba de cuatro días, el pelo descuidado—. Esto es lo que hice.

—Esto lo hiciste por el libro.

—Es lo mismo.

—¿Yo soy lo mismo que el libro?

—Sí.

Me miró fijamente, como si acabara de cavar mi propia tumba. Pero sabía bien loque estaba a punto de decirle; era sólo que nunca había logrado aceptarlo.

—Mi padre dedicó su vida a la
Hypnerotomachia
—le dije—. Nunca me he sentido tan excitado como trabajando en este libro. Pierdo el sueño por este libro, dejo de comer por este libro, sueño con este libro. —Me di cuenta de que estaba mirando a mi alrededor en busca de palabras—. No sé cómo explicártelo. Es como ir al Battlefield a ver tu árbol. Estar cerca del libro me hace sentir que todo está bien, que ya no estoy perdido. —Mantuve la mirada lejos de la suya—. Entonces, ¿eres igual que el libro para mí? Sí. Por supuesto que sí. Eres lo único en el mundo que es igual que el libro para mí.

«Cometí un error. Pensé que podría teneros a los dos. Estaba equivocado.»

—¿Por qué he venido, Tom?

—Para refregármelo por las narices.

—¿Por qué?

—Para obligarme a discul…

—Tom. —Me paró en seco con una mirada—. ¿Por qué he venido?

«Porque sientes lo mismo que yo.»

«Sí.»

«Porque esto era demasiado importante como para dejarlo todo en mis manos.»

«Sí.»

—¿Qué quieres? —dije.

—Quiero que dejes de trabajar en el libro.

—¿Eso es todo?

—¿Todo? «¿Eso es todo», preguntas?

Ahora, de repente, había emoción.

—Qué, ¿debo tener lástima de ti porque decidiste pasar de nosotros para portarte como un cerdo y vivir en ese libro? Mira, imbécil, yo llegué a pasar cuatro días con las persianas bajadas y la puerta cerrada con llave. Karen llamó a mis padres. Mamá vino desde New Hampshire.

—Lo sien…

—Cállate. Todavía no es tu turno. Fui al Battlefield para ver mi árbol, y no pude hacerlo. No pude, porque ahora es nuestro árbol. No puedo oír música, porque hemos cantado todas las canciones en el coche, o en mi habitación, o aquí. Tardo una hora en prepararme para ir a clase, porque la mitad del tiempo me siento mareada. No puedo encontrar mis calcetines, no puedo encontrar mi sujetador negro, que es mi favorito. Donald me pregunta todo el tiempo: «Cariño, ¿qué te pasa?, cariño, ¿qué te pasa?». —Katie se cubre las muñecas con los puños de la camisa y se seca los ojos.

—No es por eso que… —comencé de nuevo.

Pero todavía no era mi turno.

—Con Peter, al menos podía entender lo que ocurría. No éramos perfectos como pareja. Él amaba el
lacrosse
más de lo que me amaba a mí; yo lo sabía. Quería acostarse conmigo, y después de eso, perdió todo interés. —Se pasa una mano por el pelo, intentando apartarse el flequillo, que le ha quedado enmarañado entre las lágrimas—. Pero tú… Yo luché por ti. Esperé un mes antes de dejarte besarme por primera vez. Lloré la noche después de que nos acostamos, porque pensé que iba a perderte. —Se detuvo, irritada por la idea—. Y ahora te pierdo por culpa de un libro. Un libro. Al menos dime que no es así, Tom. Dime que todo este tiempo has estado saliendo también con una chica mayor. Dime que es porque ella no hace todas las cosas estúpidas que hago yo, no te baila desnuda como una idiota porque cree que te gusta su forma de cantar, ni te despierta a las seis de la mañana para ir a correr porque quiere estar segura, cada mañana, de que todavía existes. Dime algo.

Me miró, destrozada hasta un punto que le resultaba vergonzoso, y yo sólo podía pensar en una cosa. Hubo una noche, poco después del accidente, en que acusé a mi madre de no preocuparse por mi padre. «Si lo hubieras amado —le dije—, lo habrías apoyado en su trabajo.» La expresión de su rostro (no puedo ni siquiera describirla) me reveló que no había nada más vergonzoso en el mundo que lo que acababa de decir.

—Te quiero —le dije a Katie, dando un paso hacia ella para que pudiera apoyar su cara en mi camisa y ser invisible durante un instante—. Lo siento mucho.

Y fue en ese momento, creo, que la marea empezó a cambiar. Mi estado terminal, el adulterio que había creído llevar en los genes, empezó a perder fuerza sobre mí. El triángulo comenzaba a derrumbarse. En su lugar quedaron dos puntos, una estrella binaria, separados por la distancia más pequeña posible.

Siguió un embrollo de silencios, todas las cosas que Katie necesitaba decir pero sabía innecesarias, todo lo que yo quería decir pero no sabía cómo.

—Se lo diré a Paul —le dije. Era lo mejor, lo más honesto que podía hacer—. Dejaré de trabajar en el libro.

Redención. Percatarse de que no era mi intención dar pelea, de que por fin me había dado cuenta de lo que realmente le convenía a mi felicidad, fue suficiente para que Katie hiciera algo que tenía guardado para después, cuando yo hubiera vuelto al redil definitivamente. Me besó. Y ese instante de contacto, como el rayo que le dio al monstruo la segunda vida, generó un nuevo comienzo.

Esa noche no vi a Paul; la pasé con Katie, y acabé por informarle a él de mi decisión a la mañana siguiente, en Dod. Tampoco él pareció sorprendido. Me había visto sufrir tanto con Colonna, que imaginaba que arrojaría la toalla a la primera señal de alivio. Charlie y Gil lo habían persuadido de que era lo mejor que se podía hacer, de todas formas, y no me lo reprochó. Tal vez pensó que volvería. Tal vez había avanzado tanto con los acertijos que se creyó capaz de resolverlos solo. Fuera lo que fuese, cuando por fin le hablé de mis razones —la lección de Jenny Harlow y el grabado de Carracci—se mostró de acuerdo. Por su expresión era evidente que sabía más que yo de Carracci, pero nunca me corrigió. Paul, que tenía más razones que cualquiera para considerar una interpretación mejor que otra, y para saber que entre la correcta y las demás hay una diferencia inmensa, se portó con generosidad ante mi forma de ver las cosas, igual que lo había hecho siempre. Era más que su forma de demostrar respeto, me parece; era su forma de demostrar amistad.

—Es mejor amar algo que pueda corresponderte —me dijo.

No necesitó añadir nada más.

Así pues, lo que comenzó como la tesina de Paul volvió a ser la tesina de Paul. Al principio parecía que lograría terminarla por su cuenta. El cuarto acertijo, que me había derrotado estrepitosamente, Paul lo resolvió en tres días. Sospecho que ya antes tenía su propia teoría, pero me la había ocultado porque sabía que de todas formas yo no hubiera aceptado sus consejos. La respuesta estaba en un libro titulado
Hierogliphica
, de un hombre llamado Horapollo. El libro salió a la luz en la Italia renacentista en la década de 1420; su autor se decía capaz de resolver los eternos problemas de interpretación de los jeroglíficos egipcios. Horapollo, a quien los humanistas recibieron como una especie de antiguo sabio egipcio, era en realidad un erudito del siglo v que escribía en griego y probablemente no sabía de jeroglíficos más de lo que sabe un esquimal de veranos. Algunos de los símbolos de su
Hierogliphica
incluyen animales que ni siquiera son egipcios. De todas formas, en medio del fervor humanista por todo nuevo conocimiento, el texto fue extremadamente popular, al menos en los pequeños círculos donde la popularidad extrema y las lenguas muertas no se excluían mutuamente.

La lechuza, según Horapollo, es un símbolo de la muerte, «pues la lechuza desciende súbitamente sobre los cuervos más jóvenes en medio de la noche, tal como desciende la muerte sobre los hombres». El águila de pico curvo, escribió Horapollo, representa un viejo muriendo de hambre, «pues cuando el águila envejece, curva su pico y muere de hambre». El escarabajo ciego, finalmente, es un jeroglífico que representa a un hombre muerto de insolación, «pues el escarabajo muere cuando el sol lo ciega». A pesar de lo críptico que pueda parecer el razonamiento de Horapollo, lo cierto es que Paul supo inmediatamente que había llegado a la fuente correcta. Y pronto vio lo que los tres animales tenían en común: la muerte. Aplicando la palabra latina,
mors
, como clave, descubrió el cuarto mensaje de Colonna.

Tú que tan lejos has llegado estás en compañía de los filósofos de mi época, que en tu época son quizás polvo del tiempo, pero en la mía fueron gigantes de la humanidad. Pronto he de entregarte la carga de lo restante, pues hay mucho que contar y temo que mi secreto se propague con demasiada facilidad. Pero antes, por deferencia a tus logros, te ofrezco los inicios de mi historia, y así sabrás que no te he conducido en vano hasta aquí.

Hay en la tierra de mis hermanos un predicador que ha cubierto con gran pestilencia a los amantes del conocimiento. Lo hemos combatido con todo nuestro ingenio, con toda nuestra influencia, pero este hombre sólo ha levantado a nuestros compatriotas en contra nuestra. En las plazas, desde los pulpitos, los arenga, y los hombres vulgares de todas las naciones se alzan en armas para embestirnos. Igual que Dios, por celos, echó abajo la torre de la llanura de Shinar, que los hombresconstruyeron para llegar al cielo, así Él levanta el puño contra nosotros que intentamos algo semejante. Hace mucho tiempo tuve la esperanza de que los hombres desearan liberarse de su ignorancia, igual que el esclavo desea liberarse de su esclavitud. Es ésta una condición que no conviene a nuestra dignidad y es contraria a nuestra naturaleza. Sin embargo, descubro ahora que la raza de los hombres es cobarde, una perversión como la lechuza de mi acertijo, la cual, aunque pueda disfrutar del sol, prefiere la oscuridad. Tras la terminación de mi cripta, lector, dejarás de oír de mí. Ser príncipe entre gentes como éstas es ser un pordiosero en un castillo. Este libro será mi único hijo; quiérase que viva largo tiempo y que te sirva bien.

Paul se detuvo a duras penas a contemplar el texto y siguió con el quinto y último acertijo, que había encontrado mientras yo todavía me peleaba con el cuarto: « ¿Dónde se encuentran la sangre y el espíritu?».

—Es el asunto filosófico más viejo del libro —me dijo, mientras yo me entretenía en la habitación preparándome para una noche con Katie.

—¿Qué asunto?

—La intersección de mente y cuerpo, la dualidad entre la carne y el espíritu. La vemos en Agustín, en Contra Manichaeos. La vemos en la filosofía moderna. Descartes pensó que podía ubicar el alma en los alrededores de la glándula pineal, en el cerebro.

Continuó en ese sentido, pasando las páginas de un libro de Firestone y farfullando filosofía, mientras yo preparaba las cosas.

—¿Qué lees? —le pregunté, sacando mi copia del
Paraíso perdido
para llevármela conmigo.

—Galeno —dijo Paul.

—¿Quién?

—El segundo padre de la medicina occidental después de Hipócrates.

Lo recordaba bien. Charlie había estudiado a Galeno en clase de Historia de la Ciencia. Según los estándares del Renacimiento, sin embargo, Galeno ya no era ningún niño: había muerto mil trescientos años antes de la publicación de la
Hypnerotomachia
.

—¿Para qué?

—Creo que el acertijo es sobre anatomía. Colonna debió creer que había unórgano en el cuerpo donde se encontraban la sangre y el espíritu. Charlie apareció en la puerta con los restos de una manzana en la mano.

—¿De qué habláis, aficionados? —dijo al oír que se hablaba de medicina.

—Un órgano como éste —dijo Paul, ignorándolo—. La
rete mirabile
. —Señaló un diagrama del libro—. Una red de nervios y vasos sanguíneos en la base del cerebro. Galeno pensaba que era aquí donde los espíritus de la vida se transformaban en espíritus animales.

—¿Y por qué no funciona? —pregunté, al tiempo que me miraba el reloj.

—No lo sé. No funciona como clave.

—Porque no existe en los humanos —dijo Charlie.

—¿Qué quieres decir?

Charlie levantó la cara y dio un último mordisco a su manzana.

—Galeno sólo diseccionó animales. La
rete mirabile
la encontró en un buey, o en una oveja.

La expresión de Paul se apagó.

—También armó un lío con la anatomía cardíaca —continuó Charlie.

—¿No hay septum? —dijo Paul, como si supiera a qué se refería Charlie. —Sí que hay. Pero no tiene poros.

—¿Qué es el septum? —pregunté.

—La pared de tejido entre las dos mitades del corazón. —Charlie se acercó al libro de Paul y pasó las páginas hasta encontrar un diagrama del sistema circulatorio—. Galeno se equivocó de cabo a rabo. Dijo que había en el septum unos hoyos pequeñitos por los que la sangre pasaba de una cámara a la otra.

—¿Y no los hay?

—No —ladró Paul, que parecía haber trabajado en todo esto más tiempo del que yo creía—. Pero Mondino cometió el mismo error acerca del septum. Lo descubrieron Vesalio y Serveto, pero eso no ocurrió hasta mediados del siglo dieciséis. Leonardo siguió a Galeno. Harvey no describió el sistema circulatorio hasta el siglo diecisiete. Este acertijo es de finales del quince, Charlie. Tiene que ser la
rete mirabile
o el septum. Nadie sabía que el aire se mezclaba con la sangre en los pulmones.

Charlie soltó una risita.

—Nadie en Occidente. Los árabes lo averiguaron doscientos años antes de que tu amigo escribiera este librito.

Paul comenzó a buscar entre sus papeles. Creí que el asunto quedaba cerrado, y me di la vuelta para salir.

—Tengo que irme. Os veo más tarde, chicos.

Pero justo cuando me dirigía a la puerta, Paul encontró lo que había estado buscando: el latín que había traducido semanas atrás, el texto del tercer mensaje de Colonna. —El médico árabe —dijo—, ¿no se llamaría Ibn al-Nafis?

—El mismo —asintió Charlie.

Paul estaba emocionado.

—Francesco debió de recibir el texto de Andrea Alpago.

—¿De quién?

—El hombre que menciona en el mensaje. «Discípulo del venerable Ibn al-Nafis.» —Antes de que cualquiera de nosotros pudiera hablar, Paul había comenzado a hablar solo—. ¿Cómo se dice pulmón en latín? ¿
Pulmo
?

Me encaminé hacia la puerta.

—¿No te esperas para ver lo que dice?

—Tengo que ver a Katie en diez minutos.

—Sólo tardaré quince. Tal vez media hora.

Creo que fue justo en ese momento cuando se dio cuenta de cómo habían cambiado las cosas.

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