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Authors: Francis Fukuyama

El Fin de la Historia (10 page)

BOOK: El Fin de la Historia
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P.
¿Pueden las culturas mejorar al interactuar y al adaptarse a otras?

R.
Ciertos aspectos de la cultura de Estados Unidos fueron adoptados de otras partes del mundo.

La cultura estadounidense ha mejorado gracias a la suma cultural y a la adaptación más que en otros lugares. De alguna manera, esto distorsiona las percepciones de los estadounidenses. Ellos suelen mirar su experiencia y creer que el proceso será igual de fácil en otras partes. Creo que ello no será tan simple. Incluso, en un país similar a los Estados Unidos como Francia, esta suerte de suma cultural será más complicada. Conozco bastante bien ese país y lo que me llama la atención es lo diferente que es a los Estados Unidos. Durante años intentaron la privatización. Ello generó un fuerte rechazo entre los trabajadores y el gobierno cambió su posición. En cambio, la mayoría de los estadounidenses cree que la privatización es la futura tendencia en las políticas públicas.

P.
¿Qué rol juega la tecnología de la información en la globalización?

R.
Soy bastante escéptico respecto de la aseveración de que la tecnología por sí sola posibilitará la globalización. El problema es la confianza. Mi percepción es que la confianza es esencial en las relaciones de negocios. La gente genera confianza al interactuar y, a través de esto, se familiarizan con las identidades del otro, con su comportamiento, honestidad y capacidad de realizar ciertas especificaciones. Es muy difícil proveer esa información a través de una red digital.

P.
¿Por qué?

R.
Existe un estudio, hecho a mediados de los 60, que examinó el impacto de las telecomunicaciones en el volumen de las transacciones comerciales y se concluyó que existía una relación muy débil. Así, los negocios transatlánticos estaban fuertemente correlacionados con los viajes aéreos, puesto que muchos tratos no podían ser consumados sin establecer una relación social. Mediante el comercio digital, la gente es técnicamente capaz de llevar a cabo transacciones, pero sin el valor adicional de una relación de confianza. Lo que la globalización requiere no es sólo tecnología en red, sino la creación de una serie de servicios que posibiliten la comunicación de información necesaria para la confianza.

P.
¿Llevará la globalización a grandes cambios políticos?

R.
Existe una correlación entre el nivel de desarrollo económico de un país y el éxito de la democracia. Recientemente, se hizo un estudio que examinó las transiciones a la democracia en varias naciones. Una vez que se llega a un PIB per cápita de US$ 6. 000 -en valores de 1992-, no hay ningún país que llegue a la democracia que haya vuelto al autoritarismo. La globalización y el desarrollo del capital no producen automáticamente democracias. Sin embargo, el nivel de desarrollo económico resultante de la globalización conduce a la creación de sociedades complejas con una poderosa clase media. Son ellas las que facilitan la democracia.

Pero existen casos, como China, en que, a pesar de la fuerte modernización económica, no ocurre lo mismo en términos de apertura política.

Autores como Samuel Huntington han dicho que China va a desarrollarse radicalmente durante las dos próximas generaciones sin que sus instituciones políticas lleguen a ser similares a las de los Estados Unidos. Huntington no cree que el desarrollo llevará a la gente a demandar participación política, liberalización de la prensa y otras libertades. No me compro ese argumento. Creo que habrá importantes cambios políticos como resultado del desarrollo económico.

P.
¿Cómo cambiará la globalización la relación entre los Estados y los ciudadanos?

R.
En realidad, el área en dónde la tecnología de la información va a tener probablemente un vasto efecto es en las relaciones de los ciudadanos con el Estado. Existen muchos actores no estatales y transnacionales que no existían en el pasado -grupos ambientalistas, por ejemplo. Uno de mis colegas hizo un estudio de este fenómeno en México, durante la rebelión de Chiapas. El gobierno mexicano iba a responder a la manera usual, reprimiéndola militarmente. Sin embargo, las organizaciones internacionales de derechos humanos fueron capaces de movilizarse rápidamente, usando faxes, correo electrónico y otras tecnologías. Estas organizaciones fueron capaces de “meter” a los indios de Chiapas en la televisión para que contaran su versión. El gobierno mexicano decidió entablar negociaciones con los indígenas debido a la enorme publicidad. A futuro, probablemente, veremos más de estos casos.

P.
¿Es la globalización un eufemismo de “americanización”?

R.
Creo que lo es, y es por eso que a muchas personas no le gusta. Creo que debe ser “americanización” porque, en algunos aspectos, Estados Unidos es la sociedad capitalista más avanzada del mundo, y sus instituciones representan el lógico desarrollo de las fuerzas del mercado. Si son las fuerzas de mercado las que empujan la globalización, es inevitable que la “americanización” acompañe a la globalización. Sin embargo, creo que el modelo estadounidense que otras culturas están adoptando es de los Estados Unidos de hace dos o tres generaciones. Cuando se piensa en globalización y modernización, muchos piensan en los Estados Unidos de los 50 y 60. No están pensando en los Estados Unidos de los disturbios de Los Ángeles y de O. J. Simpson. La cultura que exportamos en los 50 y en los 60 era idealizada. Realmente presentaba un paquete muy atractivo. La cultura que exportamos ahora es cínica y un modelo bastante menos atractivo para que sea seguido por otras naciones.■

PAVLOS PAPADOPOULOS
Este texto ha sido adaptado por el International Herald Tribune de una conferencia pronunciada en el Center for Independent Studies de Sydney.

Francis Fukuyama: una presentación

Uno de los deportes más patéticos practicados con asiduidad por los intelectuales ibéricos con vocación tardía de comisario político es el desprestigio de lo que llaman “pensamiento único” o “globalizador”, que se ha convertido en un tópico barato, fácil de manipular y apto para cualquier simplificación. La frase de Nietzsche: “no pensarás”, que él consideraba un mandamiento cristiano se ha vuelto hoy el dogma de fe “antiglobalizador”. Sugerir que (hipotéticamente) Fukuyama pueda tener (algo de) razón equivale a la herejía intelectual más atroz que pueda cometer sociólogo o politólogo alguno. Y, sin embargo, la globalización (liberal), sin ser ninguna panacea, es lo mejor que le ha ocurrido al (antes) llamado Tercer Mundo. El nivel de vida aumenta en forma espectacular cuando un país pobre toma medidas liberalizadoras integrales y desciende cuando cae en el proteccionismo. El hecho está repetidamente demostrado, para espanto de elites universitarias. Pero negarse a asumir los hechos tiene bastante que ver con lo que en el mundo ibérico y latinoamericano se tiene por “ser un intelectual”. Las páginas que siguen son para “espíritus libres”, capaces de pensar sin demonizar. Como uno anda curado de espantos y tiene unos antecedentes democráticos en regla que pasan por donde hay que pasar (incluyendo la cárcel franquista), supongo que me permitirán decir que en Fukuyama, como en tantos otros pensadores políticos (gremio muy dado a lo mesiánico), hay bueno, malo y regular. Pero sería absurdo negar la solvencia de las dos ideas más atrevidas que ha propuesto: el fin de la historia y el papel de la confianza (Trust) y del capital social en las sociedades democráticas. Que ambas ideas puedan ser matizadas y leídas en clave menos enfática de lo que propone su autor, no disminuye su importancia cultural. Y en todo caso, han sido un referente que debe ser discutido, pero no ninguneado.

La tesis del fin de la historia

Es la menos nueva de las tesis sociológicas que se puedan imaginar. Los cristianos y los marxistas, entre otros, también habían supuesto que la historia acabaría, justo al imponerse universalmente sus tesis. Pero ambos movimientos fracasaron y, tal vez por eso, van hoy de la mano en la teología de la liberación. En el primer caso, el fin de la historia se producía, porqué Cristo aparece como “la última palabra del Padre”, es decir, el Acontecimiento definitivo, tras del cual nada importante puede suceder. En la hipótesis marxista, lo que termina es la prehistoria: la llegada del Comunismo –formulación teológica, que tanto tiene que ver con el Juicio Final– significaba la fraternidad universal y el fin de la miseria (¡caramba, quien lo dijera!) por extinción de la propiedad privada.

Que un neoliberal como Fukuyama (y hay que recordar que, estrictamente, no es ni tan siquiera neoliberal, sino comunitarista) suponga que la historia acaba, significa, simplemente, ponerse en línea con una profecía vieja como el mundo. Si algo le sobra a la hipótesis del fin de la historia es, precisamente “historicismo”. A un liberal solvente, la historia no le parece un criterio digno para juzgar nada. Desde Hume el pensamiento liberal sabe que lo contrario de cualquier “materia de hecho” es plenamente posible. En consecuencia, la historia podría haber sido perfectamente distinta de lo que fue y –más aúnpodría no haber ocurrido en absoluto y ser poco menos que una justificación interesada y a posteriori de algunos prejuicios políticos. El liberalismo es un sistema filosófico indeterminista (precisamente porque asume la libertad como criterio) y no acepta “juicios históricos” de ningún tipo. Que la historia la escriban los vencedores ya demuestra, por lo demás, que no es un criterio muy científico.

Como todas las profecías, el hecho de que se acaba la historia sólo podría ser falsado, puestos a ser rigurosos, si uno visitase la Tierra el día que se desintegre el planeta. En todo caso, va para largo. Pero no es absurdo afirmar que la historia puede detenerse durante siglos. En Europa estuvo, en lo fundamental, quieta y parada (gracias a Carlos Martel) desde el siglo VII al siglo XI de la era cristiana. Y en muchas tribus africanas, se detuvo por milenios hasta llegar lo que (por cierto, abusivamente) se llama “colonialismo”. En fin, si algo ya ha sucedido, puede volver a suceder.

Para Fukuyama el argumento es obvio: la sociedad liberal es la que ha dado más libertad para más gente y durante más tiempo continuadamente. Por lo tanto, es de suponer que los miembros de sociedades no liberales tendrán tendencia a exigir a los gobiernos cada vez mayores libertades públicas. Es “la victoria del vídeo”. Además, ¿dónde hay que buscar otra alternativa? ¿En la Cuba castrista? ¿En las guerrillas islámicas?… No parece que el pueblo soberano esté por la labor. El argumento que esgrime puede parecer poco heroico pero es obvio.

No entraré tampoco en la discutible coherencia filosófica de la idea con relación a Hegel. En cualquier caso es normal que la idea que la historia se acaba pueda ser recibida con desazón en Latinoamérica (donde la historia tal vez ni siquiera ha empezado) pero peores son les mesianismos diversos que se han intentado (peronismo, aprismo, castrismo y otros monstruos de la razón) que, por el momento, sólo han producido hambre y miseria.

Contra lo que dicen algunos intelectuales latinoamericanos el fin de la historia no es que “el tiempo se jubila” ni que “mañana es el otro nombre del hoy”. En una sociedad del fin de la historia seguirían sucediendo cosas (por ejemplo, se podría desarrollar y extender una tecnología que diese más presencia en los mercados a más gente hoy marginada) pero continuaría viva la contradicción ecológica, por lo menos. Simplemente, se dispondría de criterios consensuados (eficiencia empresarial, mercado…) para gestionar las nuevas contradicciones. Lo que terminaría es, de manera clara, la idea de la “peculiaridad cultural” con la que algunas oligarquías criollas (y sus hijos universitarios radicalizados) justifican su dominio cultural. Ninguna “peculiaridad cultural” puede justificar la miseria. Y echarle la culpa a Estados Unidos de las miserias del (llamado) Tercer Mundo es de una indigencia cultural tremenda. Hay criterios objetivos (eficiencia, tecnología, etc.) que pueden explicar la situación sociopolítica de una manera objetiva. Y que funcionan. Muy por encima: conviene recordar que –con o sin fin de la historia– esos criterios son en la práctica los que se aplican ya en todas partes.

La tesis del fin de la historia puede leerse de –por lo menos– cinco maneras distintas, que intentaré resumir:

1. Como profecía: no pasa de ser una expresión de un deseo y es imposible de justificar. Nadie sabe si, por ejemplo, la contradicción ecológica puede ser resuelta exclusivamente con instrumentos liberales o si, llegado un cierto extremo, convendrá usar otros mecanismos. Lo peor del argumento de Fukuyama es, precisamente, que él tiende a presentarlo en una forma profética, evidentemente ingenua.

2. Como constatación del fracaso histórico de las sociedades antiliberales o preliberales: ese es un hecho obvio. Hoy las utopías se han vuelto siniestras. Y además de derechas. La tecnología es mucho más revolucionaria que la utopía. Que el liberalismo no sea el cielo cristiano, no significa que desde el margen se haya ofrecido nada que pueda dar una vida mejor. La sociedad civil ha demostrado ser más eficaz que el Estado burocrático (y que las utopías caribeñas) para resolver los problemas de la gente.

3. Como hipótesis psicológica: según la cual la necesidad de reconocimiento que todo humano lleva implícita se gestiona mejor en una sociedad liberal, donde la competencia y la diversidad que genera el libre mercado dan más opciones al libre desarrollo de la personalidad. Ese es un terreno resbaladizo (por hobbesiano) pero no es una hipótesis despreciable, ni necesariamente errónea. El liberalismo da muchas más oportunidades de triunfo a más gente porque abre más ámbitos de competencia que los sistemas cerrados o de partido único.

4. Como hipótesis según la cual la sociedad evolucionará hacia la extensión del liberalismo de manera irreversible: no pasa de ser un piadoso deseo. O un optimismo histórico no necesariamente bien fundado. Es, por lo menos, arriesgado suponer que los atavismos culturales (a veces milenarios) cederán ante el esfuerzo liberador. Por mucho que Fukuyama suponga que “no hay bárbaros a las puertas” puede suceder un “choque de civilizaciones” como el imaginado por S.P. Huntington que impida el éxito de las fuerzas liberales, por ejemplo, en el mundo árabe o en China.

5. Como observación del hecho que hay un vocabulario que ya no sirve para explicar la historia: ese es, me parece, el mayor interés de la tesis del fin de la historia. Lo que termina no son “los hechos” históricos sino el vocabulario (fundamentalmente marxista) a través del que se había escrito el relato histórico. De la misma manera que nadie usaría seriamente el vocabulario de la historia medieval, usar hoy conceptos marxistas se ha vuelto anacrónico. La explotación no se da en términos de clase social y los factores ideológicos no pueden ser considerados “infraestructurales” (palabrota que nadie sabe qué significa). La creación de significado en la sociedad del conocimiento, deja el marxismo a la altura de la alquimia.

BOOK: El Fin de la Historia
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