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Authors: Francis Fukuyama

El Fin de la Historia (7 page)

BOOK: El Fin de la Historia
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La posibilidad de que nos hallemos ante el fin de la Historia puede surgir sólo bajo dos circunstancias. La primera es que exista algo así como la naturaleza humana. Si los seres humanos son infinitamente maleables, si la cultura puede superar a la naturaleza en moldear los impulsos y las preferencias humanas básicas, si todo nuestro horizonte cultural está socialmente construido, entonces no existe claramente ningún conjunto particular de instituciones políticas y económicas -y ciertamente tampoco las democrático liberales- de las que se pueda decir en los términos de Kojeve que sean “completamente satisfactorias”. El marxismo asumió un alto grado de plasticidad: si los seres humanos parecían egoístas, materialistas y demasiado preocupados por la familia, los amigos y su propiedad, era sólo porque la sociedad burguesa así los había hecho. Para Marx el hombre era un “ser de la especie', con reservas ilimitadas de altruismo hacia la humanidad como tal. Parte del proyecto marxista en las ya existentes sociedades socialistas fue crear un “nuevo hombre soviético”. El socialismo no zozobró porque se dio de frente contra la pared de la naturaleza humana: Ios seres humanos no podían ser forzados a ser diferentes de lo que eran, y todas Ias características que supuestamente habían desaparecido bajo el socialismo, como la etnicidad y la identidad nacional, reaparecieron después de 1989 con toda la furia.

La segunda condición para el fin de la Historia, como señalé al principio de este artículo, sería un fin de la ciencia. Los americanos suelen pensar que la innovación tecnológica es una cosa buena, y que aquellos que la cuestionan son ludditas que se interponen en el camino del progreso
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. Y con seguridad, las tecnologías que han surgido como las dominantes a finales del siglo XX, en particular aquellas relacionadas con la información, parecen ser relativamente benignas y capaces de sustentar un orden mundial más democrático. Si de algún modo se nos pudiera asegurar que la innovación tecnológica futura asumirá estas mismas características, entonces quizás podríamos decir que tenemos el conjunto adecuado de instituciones políticas y económicas. Pero eso no es posible, y ciertamente nos encontramos en el punto más alto de una nueva explosión en la innovación tecnológica que nos forzará a repensar los principios básicos. Porque del mismo modo en que el siglo XX fue el siglo de la física, cuyos productos más prototípicos fueron la bomba atómica y el transmisor, el siglo XXI promete ser el siglo de la biología.

De algún modo, es posible ver la revolución biotecnológica como una mera continuación de la revolución que se vino produciendo en las ciencias de la vida a lo largo de los últimos 150 años, una revolución que nos ha traído vacunas contra la viruela y la poliomielitis, incrementando de una manera espectacular las expectativas de vida; la gran revolución en la agricultura y otros beneficios innumerables. Pero el descubrimiento de la estructura del ADN de Watson y Crick abrió una frontera mucho más lejana en la conquista humana de la naturaleza, y la clase de desarrollos que pueden llegar a darse en las dos próximas generaciones harán empalidecer a los primeros avances. Para dar sólo un ejemplo, ya no está tan claro que exista un límite a la expectativa de vida. Recientes investigaciones sobre las células de tallo (células que existen en embriones que no se han diferenciado todavía formando los distintos órganos del bebé) sugieren que el envejecimiento y la degeneración celular son procesos genéticamente controlados que pueden ser deliberadamente puestos en funcionamiento o desactivados. Ahora algunos investigadores piensan que podría lograrse que los seres humanos vivan normalmente doscientos o trescientos años, quizás más aún, con un alto grado de salud y actividad.

El resultado más radical de la actual investigación en biotecnología es su potencial para cambiar la propia naturaleza humana. Si definimos la naturaleza humana como una distribución estadística de las características genéticamente controladas de una población, entonces la así llamada investigación de línea germinal del futuro diferirá de la tecnología médica del pasado en su potencial para alterar la naturaleza humana afectando no sólo al individuo al cual se le aplica, sino a toda su descendencia. La implicancia final de esto es que la biotecnología podrá lograr lo que las ideologías radicales del pasado, con sus técnicas increíblemente crudas, eran incapaces de conseguir: generar un nuevo tipo de ser humano.

Muchos de los defensores de la biotecnología argumentarán que esta clase de observación es indebidamente dramática y alarmista. El propósito de la investigación en biotecnología es terapéutico: apunta a sacar a la luz lo que ahora es claramente comprendido como los fundamentos genéticos de enfermedades como el cáncer de mama, el mal de Alzheimer y la esquizofrenia, y proveer sus curas. Puede argumentarse que la investigación línea germinal simplemente conduce a esta forma de terapia a su conclusión lógica: si la propensión a una enfermedad yace en una característica genéticamente heredable, ¿qué tiene de malo diseñar y realizar una intervención genética para eliminar esa propensión en las generaciones presentes y futuras que puedan padecerla? El hecho de que no exista una respuesta clara a esta última pregunta sugiere -tal como ha señalado el especialista en biotecnología Leon Kass- la principal razón por la cual será tan difícil resistirse a la biotecnología en el futuro: cualquier consecuencia potencialmente negativa de la manipulación genética estará íntimamente vinculada a sus beneficios positivos, que serán obvios y mensurables. Muchas personas argumentan que podemos trazar una línea clara entre la terapia y el mejoramiento de la especie, y que podemos reservar la ingeniería genética para la primera. Pero cuando se trata de trazar límites en zonas grises, es mas fácil decirlo que hacerlo. Existe un consenso general acerca de que ciertas condiciones, como la esquizofrenia, son patológicas; el problema es que no existe consenso sobre qué es la salud. Si se puede aplicar la hormona del crecimiento a un niño que sufre enanismo, ¿por qué no a uno que está en el límite de su altura “normal”? Y si es legítimo dársela a este último ¿por qué no a aquel que, estando en el promedio de altura normal, quiere recibir los claros beneficios de tener una altura aún mayor?

Tomemos otro ejemplo. Supongamos que decidimos que realmente no nos gusta tanto el hombre joven promedio. Existe un creciente cúmulo de datos estadísticos que sugiere que las propensiones a la violencia y la agresión son genéticamente heredadas y que son mucho más características de los hombres que de las mujeres. Esto proviene de una amplia variedad de fuentes: desde el hecho de que la gran mayoría de crímenes en cualquier cultura son cometidos por hombres jóvenes, hasta recientes investigaciones que sugieren una continuidad en la agresión de los grupos masculinos desde los ancestros primates hasta el hombre actual
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. Pero si la propensión a la violencia es controlada por los genes, entonces ¿por qué no intervenir para corregirla? Aún cuando la propensión a la violencia pudiera considerarse natural, hay pocas personas que estén dispuestas a defender la violencia instintiva como una condición saludable. Ya existe un conjunto creciente de investigaciones criminológicas, muchas de las cuales provienen de los estudios de mellizos en la genética del comportamiento, que sugieren que la propensión al crimen puede ser heredada y posiblemente, en el futuro, se la localice en genes específicos que poseen ciertas personas específicas. La investigación en este área se ha empantanado en una gran pelea sobre lo políticamente correcto, ya que muchas personas sospechan y temen que la investigación también intentará relacionar la propensión al crimen con la raza. Pero llegará un momento en que será posible separar el tema de la violencia del tema de la raza, cuando debamos afrontar directamente la pregunta: ¿en que consiste la salud? Porque poseeremos la tecnología que nos permitirá criar gente menos violenta o gente curada de su propensión hacia la conducta criminal.

Aquellos que creen que esto suena a ciencia ficción no han estado prestando atención a lo que ha venido ocurriendo últimamente en las ciencias de la vida. Lo que alguna vez puede llegar a lograrse a través de la terapia genética ya está siendo posible por la neurofarmacología. La terapia con drogas difiere de la terapia genética en la medida en que sus efectos no son heredables, pero su impacto afecta el mismo plano fundamental del comportamiento humano. Tomemos como ejemplo dos de las drogas más conocidas y controvertidas que actúan directamente sobre el sistema neurológico, metilfenidato (vendida bajo la marca Ritalina)
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y fluoxetina (mejor conocida como Prozac)
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. La Ritalina es usada para tratar lo que se ha dado en llamar síndrome de déficit de atención con o sin hiperactividad (ADHD), más comúnmente asociado con jóvenes que no pueden estarse quietos en clase. El Prozac y sus parientes son antidepresivos. La Ritalina trabaja inhibiendo la recaptación del cerebro de un neurotransmisor clave, la dopamina, mientras que el Prozac trabaja inhibiendo la recaptación de otro neurotransmisor importante, la serotonina.

Ambas, la Ritalina y el Prozac, han sido descriptos como drogas maravillosas y han dado ganancias enormes a sus fabricantes, los laboratorios Novartis y Eli Lilly. Existen numerosos casos en los cuales niños con muchos problemas de disciplina, violentos o agresivos, han sido efectivamente sedados con la Ritalina y reintegrados alas aulas. De igual modo, el Prozac y similares han sido en larga medida responsables de la muerte del psicoanálisis, por ser tan efectivos en el tratamiento de pacientes en un estado de depresión severa. La Ritalina es usada hoy en día por tres millones de niños en Estados Unidos; las enfermeras que suministran dosis diarias de Ritalina se han vuelto moneda corriente en muchas escuelas. De la misma manera, el Prozac y sus similares son prescriptos para más de 35 millones de pacientes en todo el país. Y como en el caso de la Ritalina, se ha creado un culto a su alrededor, en el que sus acérrimos partidarios ofrecen un vehemente testimonio acerca de sus efectos terapéuticos.

Sin embargo, estas drogas han sido objeto de una violenta controversia por su potencial para alterar el comportamiento. Los críticos de la Ritalina, incluyendo muchos médicos, creen que de ninguna manera la ADD y la ADHD sean realmente enfermedades; mientras que algunos casos de hiperactividad son claramente patológicos, en mucho otros a las personas con ese comportamiento en otra época se las hubiera caracterizado simplemente como animadas o de buen humor
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. Claro, como la Ritalina se prescribe mucho más a los niños que a las niñas, algunos críticos llegan al punto de decir que la droga es usada para evitar que los niños se comporten como niños, es decir, que es usada no para tratar el comportamiento patológico sino el normal, que a los padres y maestros agobiados les parece inconveniente o estresante. El efecto de la Ritalina en el cerebro es similar a aquel que produce una cantidad de anfetaminas y por supuesto la cocaína
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. Las historias de los efectos de la Ritalina con frecuencia hacen que se parezca a la droga soma que se administra a los ciudadanos en la novela
Un mundo feliz
de Aldous Huxley para hacerlos pasivos y conformistas.

El Prozac y similares acarrean potenciales consecuencias de mayor importancia porque afectan los niveles de serotonina en el cerebro. La serotonina está íntimamente ligada a los sentimientos de autoestima y dignidad, y en los primates juega un papel importante en la competencia por el estatus jerárquico. Los chimpancés sienten un pico de serotonina cuando consiguen el estatus de macho alfa: al regular los niveles de serotonina en sus cerebros, los científicos pueden reordenar las jerarquías de dominio en las colonias de los chimpancés. Debido a que las mujeres tienen una tendencia mayor a sufrir de depresión que los hombres, el Prozac es ampliamente usado por ellas y ha sido elogiado en libros como Nación Prozac de Elizabeth Wurtzel. Como la Ritalina, la droga tiene usos que son incuestionablemente terapeúticos; pero una cantidad desconocida de sus millones de usuarios está buscando lo que Peter Kramer llama “farmacología cosmética”.

Los lectores perspicaces habrán notado las palabras”autoestima” y “dignidad” en el párrafo anterior. En la interpretación del mundo hegeliano-kojeviana, la lucha por el reconocimiento de la dignidad humana o la valía no es meramente incidental en los asuntos de los hombres; es el motor mismo que conduce el proceso histórico. Para Hegel la Historia comienza cuando dos seres humanos se trenzan en una batalla hasta la muerte por el reconocimiento. Esto es, que demuestran que están dispuestos a arriesgar sus vidas no por la ganancia material, sino por el reconocimiento intersubjetivo de su dignidad por otra conciencia. El deseo insatisfecho por el reconocimiento crea las varias formas de orden político que han existido en la historia humana; señorío y esclavitud, la conciencia infeliz, y finalmente el estado homogéneo universal en el cual todos los ciudadanos finalmente reciben un reconocimiento racional y por lo tanto igual, por sus dignidades.

Esta descripción hegeliana de la Historia tiene varios problemas; empezando por el hecho de que los primates no humanos aparentemente luchan por el reconocimiento también, y terminando con el hecho de que el reconocimiento equitativo provisto por una democracia liberal moderna quizás no sea tan “completamente satisfactorio” como Kojeve sostiene. Y sin embargo es difícil observar la vida política y no comprender que ciertamente se ha centrado siempre en las luchas por el reconocimiento. Pero de repente la industria farmacéutica global en su enorme inventiva nos ha proporcionado un desvío: en vez de luchar por el reconocimiento por medio de la dolorosa construcción de un orden social más justo, en vez de buscar superar al sí mismo con todas sus ansiedades y limitaciones, como todas las generaciones pasadas hicieron, ¡ahora nosotros tan sólo nos tragamos la píldora! Nos confrontamos, de algún modo, con el Ultimo Hombre en la botella de Nietzsche: la falta de respeto que enfrentamos, la insatisfacción con nuestra situación actual, que ha sido el sustento de la Historia como tal, de repente desaparecen, no como resultado de la democracia liberal, sino porque súbitamente hemos descubierto cómo alterar esa pequeña parte de la química cerebral que era desde un primer momento la fuente del problema.

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