—La Comisión de Acción Social tiene un informe que piensan publicar el mes que viene —dijo después de que esperásemos durante un rato a que prosiguiera—. Pero podemos conseguir copias. Yo ya lo he leído. Es sobre el negocio de los abortos ilegales. De lo más completo. La comisión se ha pasado tres años investigando. Lo han cubierto todo, desde los que operan a pequeña escala a los sanatorios privados más grandes y caros. Quién los protege, por qué y cómo. Cifras totales estimadas de cada año, número de muertes y de procesamientos. Efectos sobre la salud, pros y contras. Causas, resultados. Es un estudio exhaustivo que va directo al tema. El primero que se hace. Oficialmente, quiero decir.
Mucho antes de que Tony hubiese terminado, a Roy ya le caía la barbilla sobre el pecho mientras tomaba unas rápidas notas.
—¿Sacan alguna conclusión? ¿Recomiendan alguna medida? —preguntó.
—Bueno, el informe apunta causas complejas. La causa principal de interrupción del embarazo entre las mujeres casadas es la económica, y entre…
—Da lo mismo. Nosotros tendremos que sacar nuestras propias conclusiones. ¿Qué dicen sobre la asistencia a la tercera edad?
—¿Cómo? Bueno, nada que yo recuerde.
—Da lo mismo, creo que ahí sí que tenemos algo. Cogeremos el informe y explicaremos cuál es su auténtico significado. Empezaremos dando las cifras de los beneficios que obtienen los supervivientes gracias a la seguridad social. Especialmente las primas de funerales, y subrayaremos los contrastes más evidentes. Por una parte, aquí está lo que el Estado se gasta cada año en enterrar a los muertos, mientras que aquí, en el otro extremo de la escalera de la vida, está lo que se gasta en impedir nacimientos. Ponte en contacto con la Academia de Medicina y con el Colegio de Médicos y Cirujanos y que te den una breve historia de las prácticas abortivas, y llévate un fotógrafo. Quizá tengan una colección de instrumental primitivo y moderno. Unas cuantas fotos resultarán muy efectivas. Y puede que una breve explicación de los métodos antiguos resulte todavía más efectiva.
—Uno de ellos era la magia —le dijo Bert Finch a Tony.
—Estupendo —dijo Roy—. No dejéis de meter eso también. Y tú puedes ponerte en contacto con la Sociedad Americana de Servicios Funerarios para que te den datos adicionales de lo que nos gastamos en morirnos y contrastarlo con lo que se gasta en impedir vidas. Llama a media docena de grandes almacenes y pregúntales qué cantidad se gasta de media una futura madre en ropa y accesorios hasta dar a luz. Y no te olvides de meter una o dos buenas citas de Jonathan Swift sobre los niños irlandeses.
Miró a Tony, cuyo rostro pecoso y huesudo parecía cargado de reticencia.
—Eso no es exactamente lo que tenía en la cabeza, Roy. Pensaba que nos limitaríamos a echarle un poco de dramatismo a los resultados. Los resultados de la comisión.
Roy trazó una raya por debajo de las anotaciones de su libreta.
—Y eso es lo que vamos a hacer, una exposición del negocio de los abortos ilegales. Un panorama de toda la cuestión de la herencia y la ilegitimidad. Pero vamos a analizarlo desde una perspectiva más elevada, eso es todo. Así que, ahora, adelante con la historia, y cuando aparezca el informe oficial lo repasaremos de arriba abajo y llamaremos la atención sobre las implicaciones reales de una visión general al mismo tiempo que señalamos las omisiones que pueda tener. Pero sin esperar a que se publique el estudio. ¿No podrías tener listo un borrador antes de, digamos, dos o tres semanas?
El silencio asfixiante de Tony Watson nos indicó claramente que unos dos mil dólares del tratamiento se habían marchado por el desagüe. No obstante, en ese momento, logró articular:
—Lo intentaré.
La reunión continuó como todas las anteriores, y como, de no producirse un portentoso milagro, continuarían muchos cientos de reuniones futuras.
Al mes siguiente, la cuádruple matanza de Nat Sperling en una granja solitaria sería un tiroteo en un ático de Chicago, la inclinación de Tony por la investigación sociológica nos proporcionaría nuevos informes sobre libertad condicional, novedades en estadísticas de seguros, una decisión de largo alcance del Tribunal Supremo. No importaba gran cosa de qué asunto se tratase. Lo que importaba era nuestro virtuosismo particular y colectivo.
Al fondo del vestíbulo, en el despacho de Sydney, había una ventana desde la que, mucho tiempo antes, se había tirado un director adjunto ya casi olvidado. Yo me preguntaba de vez en cuando si lo habría hecho después de una reunión como aquélla. Recogió sus notas, recorrió el pasillo hasta su despacho, abrió la ventana y saltó al vacío. Así de sencillo.
Pero nosotros no estábamos locos.
No éramos críos de una guardería progresista que se contaban unos a otros sus fantasías grandilocuentes. Ni las cosas que hacíamos allí eran completamente inútiles.
Lo que decidíamos en aquella habitación sería leído tres meses después por más de un millón de nuestros conciudadanos, y lo que leyesen lo aceptarían como algo definitivo. Puede que no supieran que lo estaban haciendo, puede que por un momento incluso estuvieran en desacuerdo con nuestras decisiones, pero aun así seguirían los razonamientos que les presentásemos, recordarían las frases y el tono de autoridad, y al final, una vez sedimentadas, sus opiniones serían las nuestras.
Desde luego, un asunto distinto era de dónde procedían nuestros razonamientos lógicos. El movimiento impulsor llegaba sin más, y nosotros nos limitábamos a registrar sobre la esfera gigante que el gran reloj mostraba al público la hora correcta dentro del sistema horario.
Pero ser la medida con la que tantas vidas se conformaban y se guiaban nos hacía albergar a veces extrañas y vanas ilusiones.
A las doce menos cinco, hasta el sumario provisional que preparábamos para el número de abril resultaba demasiado endeble. León Temple y Roy se habían enfrascado en una discusión bastante inútil sobre un programa de radio que León interpretaba como un profundo asalto a la razón y, por consiguiente, como un delito gravísimo, mientras que Roy replicaba que el programa no era más que una pequeña molestia sin importancia.
—Tiene un nivel muy bajo, ¿por qué tenemos que darle publicidad gratuita? —preguntaba—. Es como los libros, las películas o el teatro sin calidad suficiente, simplemente no entran en nuestros planes.
—Como los timos y el dinero falsificado —se mofó León.
—Ya lo sé, León, pero después de todo…
—Después de todo —intervine yo—, ya son las doce y no hemos llegado a los elementos fundamentales, al punto clave.
Roy echó una mirada alrededor sonriendo.
—Bueno —dijo—, si tú tienes algo, suéltalo antes de que se pudra.
—Puede ser que lo tenga —le respondí—. Una pequeña idea que puede irle bastante bien a todo el mundo, nosotros incluidos. Es sobre
Futureways
. Todos sabemos algo de lo que hacen por ahí abajo.
—Esos alquimistas… —ironizó Roy—. Pero ¿lo saben ellos?
—Tengo una fuerte sensación de que con eso de los Individuos Financiados han perdido el rumbo —empecé—. Haríamos un doble servicio si sacásemos nosotros el tema, porque sería un globo sonda que les podría ser útil.
Expliqué más la cosa. En teoría, Individuos Financiados era un proyecto importante. El meollo del asunto consistía en capitalizar a gente joven dotada de mucho talento con cantidades suficientes para que pudieran educarse en buenas condiciones, controlando sus estudios, y después invertir el capital acumulado en alguna empresa rentable, con cuyos beneficios se devolvería la deuda originaria. Con el préstamo inicial, negociable como cualquier bono o acción, se pagarían también unas primas de seguro de vida que garantizasen el volumen total de la inversión y un dividendo anual razonable.
Por supuesto que no todas las personas capitalizadas —Individuos Financiados era la marca que habíamos registrado para el proyecto— iban a obtener los mismos resultados, por mucho talento que tuvieran inicialmente. Pero con los Individuos Financiados se operaba como conjunto, con una dirección única, y nuestras cuentas demostraban que el balance final de la empresa acabaría proporcionando unos beneficios tremendos.
Ni que decir tiene que el proyecto significaría muchísimo para las personas que resultaran seleccionadas. Se capitalizaría a cada uno con algo así como un millón de dólares a partir de los diecisiete años de edad.
Expliqué a los presentes que las implicaciones sociales de una aventura así, llevadas a sus últimas consecuencias, significaban no sólo el fin de la pobreza, la ignorancia, la enfermedad y la inadaptación, sino también, inevitablemente, de la delincuencia.
—Podemos iniciar un nuevo enfoque del problema de la delincuencia —concluí—. La delincuencia no es más inherente a la sociedad que la difteria, los coches de caballos o la magia negra. Estamos acostumbrados a pensar que los delitos sólo desaparecerán en alguna lejana utopía. Pero las condiciones para eliminarlos están ahí, al alcance de la mano. Ahora mismo.
Era una idea a la medida de
Crimeways
, y todo el personal lo sabía. Roy dijo, cauteloso:
—Bueno, eso nos muestra una perspectiva de disminución de la delincuencia. —En su rostro delgado asomaba una ristra de consideraciones—. Veo claro en qué puede ser cosa nuestra. Pero ¿qué pasa con la gente de ahí abajo? ¿Y con los del piso treinta y dos? Es un tema suyo, y ellos tendrán sus propias ideas de cómo tratarlo, ¿no?
Dije que creía que no. Mafferson, Orlin y media docena más de los del piso de abajo que estaban en la oficina de investigación conocida como
Futureways
llevaban casi un año trabajando intermitentemente en Individuos Financiados, sin resultados visibles por el momento y con pocas probabilidades de llegar a tenerlos.
—La cuestión es que no saben si quieren deshacerse de Individuos Financiados ni qué hacer si no lo dejan. Me parece que Hagen agradecería que hubiera movimientos, de cualquier clase. Podemos hacer un esquema previo de la idea.
—«Un mañana sin delitos» —improvisó Roy—. «La investigación nos muestra por qué. Las finanzas, cómo.» —Se quedó un momento pensativo—. Pero no veo con qué imágenes, George.
—Gráficos.
Lo dejamos ahí. Por la tarde me dieron luz verde para el artículo tras una llamada de tres minutos a Hagen. Luego hablé con Ed Orlin, que estuvo de acuerdo en que Emory Mafferson era el hombre adecuado para trabajar con nosotros, y al momento Emory hizo acto de presencia.
Lo conocía sólo superficialmente. No medía mucho más de metro cincuenta y daba la impresión de ser más alto sentado que de pie. Emanaba de él un aura de confusión, ligera pero constante.
Después de que concretáramos los detalles de su nuevo puesto, sacó a colación un asunto personal.
—Oye, George.
—Dime.
—¿Cómo ficháis al personal de
Crimeways
? ¿Después de organizar Individuos Financiados?
—¿Por qué? ¿Quieres unirte a nosotros?
—Bueno, creo que voy a tener que hacerlo. A Ed Orlin se le veía casi feliz cuando descubrió que venía a trabajar aquí arriba un tiempo.
—¿No te llevas bien con Ed?
—Nos llevamos bien. A veces. Pero empiezo a pensar que yo no doy el perfil de
Futureways
. Conozco los síntomas. Ya me ha pasado antes, ¿sabes?
—Tú escribes cuentos, ¿verdad?
Emory parecía andar buscando la verdad a tientas.
—Bueno…
—Comprendo. Si lo que quieres es trasladarte aquí, yo no tengo inconveniente, Emory. Pero, por cierto, ¿cómo demonios es el perfil de
Futureways
?
Los ojos castaños de Emory se agitaron detrás de sus gruesas gafas como dos peces de colores perdidos y aislados. Su concentración interna era fantástica.
—En primer lugar, tienes que creer que estás dando forma a algo. El destino, por ejemplo. Después, es mejor no hacer nada que pueda llamar la atención. Es fatal, por ejemplo, que aparezcas con una idea nueva, y es igual de fatal que no se te ocurra ninguna. ¿Entiendes lo que quiero decir? Y, sobre todo, es peligroso entregar un texto ya terminado. Todo tiene que ser muy serio, y todo tiene que estar pendiente. ¿Entiendes?
—No. Pero no intentes dar el perfil de
Crimeways
, es lo único que te pido.
Pusimos a Emory y a Bert Finch a trabajar en equipo en «Un mañana sin delitos», y a las cinco llamé por teléfono a Georgette para decirle que iría a cenar a casa, después de todo, pero Nellie me dijo que Georgette había ido a casa de su hermana Ann porque había surgido una emergencia con alguno de sus hijos. Que volvería tarde, y podría ser que ni volviese. Le dije a Nellie que me quedaría a cenar en la ciudad.
Eran las cinco y media cuando entré solo en el Silver Lining. Me tomé una copa y repasé lo que les hubiera dicho a Roy y Steve Hagen si estuvieran presentes para escucharme. No me sonó tan convincente como por la mañana. Sin embargo, tenía que haber alguna forma. Podía hacer algo, tenía que hacerlo, y lo haría.
La barra del Silver Lining no está a más de seis o siete metros de las mesas más próximas. Detrás de mí, en una de ellas, oí una voz de mujer que decía que tenía que irse, y a continuación otra voz que decía que tenían que volver a verse pronto. Me volví a medias y vi que la que había hablado primero se marchaba, y luego vi quién era la otra mujer. Era Pauline Delos. Reconocí la cara, la voz y la figura de una tacada.
Nos miramos a través de la sala y antes de haberla situado del todo ya la había saludado con un gesto y una sonrisa. Ella hizo otro tanto, y casi de la misma manera.
Cogí la copa y me acerqué a su mesa. ¿Por qué no?
Le dije que por supuesto ella no se acordaría de mí y me respondió que por supuesto que sí.
Le dije que si podía invitarla a una copa. Podía.
Era rubia como el demonio y llevaba cantidad de pintura encima.
—Usted es el amigo del presidente McKinley —me dijo. Tuve que admitirlo—. Y este sitio es donde estuvo hablando con él. ¿Está aquí esta noche?
Paseé la vista por toda la sala.
Supongo que se refería a Clyde Polhemus, pero no estaba.
—Esta noche no —dije—. En vez de eso, ¿qué le parecería cenar conmigo esta noche?
—Me encantaría.
Creo que como primera medida nos tomamos un sidecar de brandy de manzana. No parecía que aquella fuese sólo la segunda vez que nos veíamos. Y en un instante, un montón de cosas empezaron a moverse y a mezclarse entre ellas como si hubieran estado allí desde siempre.