Poco antes, mientras Bolitho acompañaba a Starkie hasta el bote que le devolvería al
Sandpiper
, el veterano segundo piloto señaló la figura del comandante, incansable en su paseo de un costado al otro de la toldilla.
—Jovencito —le dijo con un guiño—, ésa es la forma de llegar a comandante: ¡saberlo todo!
—¡Guardiamarinas a la cubierta de alcázar! —ordenó una voz.
Corriendo hacia el lugar ordenado, los jóvenes se encontraron con Verling, que esperaba, pateando de impaciencia, junto a las redes de la batayola.
—Destinaremos a tres de ustedes al ataque —avisó, frenando con un gesto a Marrack, que intentaba ofrecerse—: Usted no. Se le necesita en el equipo de señaleros.
Sus ojos se posaron en la figura de Bolitho.
—Usted acaba de reintegrarse a sus funciones después de la misión anterior, y no puedo elegirle. El señor Pearce… —dijo volviéndose hacia el arisco guardiamarina del entrepuente—, y también…
Bolitho cruzó su mirada con Dancer, que asintió con un gesto.
—¡Señor! —aventuró—, el señor Dancer y yo quisiéramos ofrecernos voluntarios, señor. Conocemos bastante bien la geografía de la isla. Eso será muy útil.
Verling sonrió con su boca torcida.
—Ahora que el señor Grenfell sube lanzado por la escala de su ascenso, ustedes son los veteranos: el señor Marrack, primero, y ustedes dos después. Supongo que haré bien en permitirles ir.
Edén saltó con energía de la fila de guardiamarinas.
—¡Se… señor! ¡Yo también me ofrezco vo… voluntario!
Verling lo consideró con calma.
—¡No se vuelva a dirigir a mí sin permiso, y menos tartamudeando! ¡Vuelva a la fila y cállese!
Edén se retiró, derrotado antes de empezar la lucha.
Verling asintió con visible satisfacción.
—En cuanto el navío quede en facha, arriaremos las lanchas. En ese cascarón árabe que hemos apresado irán todos los infantes de marina y sesenta marineros.
—El capitán apuesta por mandar todas las fuerzas disponibles —susurró Dancer.
—¡Señor Dancer! —exclamó Verling—, una vez terminada la misión, si vuelve con vida, le concederé cinco días de guardias dobles. ¡Así aprenderá a callarse!
El comandante se acercaba a la toldilla como si paseara. Se detuvo cerca de ellos y preguntó:
—¿Todo correcto, señor Verling?
—Por supuesto, señor.
El comandante estudió a los tres guardiamarinas que formaban en el lugar ordenado.
—No bajen la guardia —advirtió, para añadir señalando a su primer oficial—. El señor Verling comandará el ataque; de ustedes espera la máxima colaboración, al igual que yo mismo. —El comandante se movió luego en busca de la silueta diminuta de Edén y se dirigió a él:
—Usted eh… señor eh…, será de gran utilidad trabajando con el doctor, ahora que se han descubierto sus… eh… sorprendentes habilidades.
Ni una sombra de sonrisa apareció en sus labios, o en los de Verling, mientras decía eso.
El trasvase de los hombres a sus respectivos puestos terminó cuando ya casi había oscurecido.
Ya antes de alcanzar el
dhow
, uno de los ejemplares de este tipo de mayor tamaño, Bolitho notó el particular hedor de los esclavos. A medida que se acercaban se volvía más intenso. Una vez a bordo, circulando bajo cubierta junto a los marinos y soldados que se movían bajo los baos y arranchaban el equipo entre la suciedad y los grilletes partidos, el aire le pareció casi irrespirable.
Los sargentos destacados por el mayor Dewar se ocupaban de señalar a los recién llegados las posiciones que debían tomar, y dónde iban a permanecer hasta el momento del ataque. Le agradaba que Edén se hubiese quedado en el
Gorgon
, pensó Bolitho. El joven, propenso al mareo, hubiese sufrido en el casco abarrotado de humanidad e invadido por aquel olor insoportable.
Varios morteros que venían cargados en las lanchas fueron izados a bordo y montados en sus lugares, en las bordas y la alta toldilla.
Se notaba también en el aire un aroma de ron. Bolitho se preguntó si el comandante había decidido animar el espíritu de los atacantes con una ración de licor.
Acompañó a los dos restantes guardiamarinas para informar al jefe de a bordo. Tanto marineros suplentes como soldados habían ya ocupado su lugar en la bodega, apretujados como carne salada en un barril.
Los cintos cruzados de los soldados destacaban por su color blanco sobre la penumbra, mientras sus uniformes oscuros desaparecían en ella.
Llogget, el contramaestre del
Gorgon
, estaba al mando de las velas y el timón del
dhow
. Era famoso por su estricta disciplina. A su paso, Bolitho oyó cómo uno de los marinos se refería cínicamente al contramaestre:
—¿Dónde iba a estar más a gusto ése, sino en un buque de esclavos?
La voz de Verling sonó en toda la cubierta:
—¡Vire el ancla, señor Hogget, y haga navegar su barco! ¡Quizá el viento consiga limpiar ese olor!
Luego se volvió hacia una figura oscura que acababa de trepar a la toldilla.
—¿Todo listo, señor Tregorren?
—¡Vaya! —exclamó Dancer—. ¡Finalmente, se viene con nosotros! ¡Maldito sea!
—¡Ancla a bordo, señor!
Bolitho observó a los marinos que empuñaban el enorme remo usado por el
dhow
en vez de timón. Las insólitas velas latinas gemían sobre los mástiles; los marineros maldecían el aparejo, desconocido para ellos, que les hacía equivocarse en las maniobras, y que encontraban primitivo.
Verling había traído una pequeña aguja magnética en una caja que traspasó al contramaestre.
—No hay que andar con prisa. Sepárese bien de la costa. No tengo ningún interés en terminar este ataque como acabó la famosa fragata. ¿Eh, señor Tregorren? Debió de ser un gran momento.
La voz de Tregorren sonaba como si el mero respirar le doliese. Respondió:
—Lo fue, señor.
Verling cambió de tema.
—Señor Pearce, señale al
Gorgon
con su fanal.
El destello se vio sólo un instante, el tiempo justo en que Pearce levantó la tapa de la linterna. Así avisaban al comandante Conway de su puesta en marcha. El escaso resplandor de la aguja magnética mostró a Bolitho el perfil afilado de Verling. El guardiamarina se felicitó de que el primer oficial mandase la misión.
Se preguntó cómo hablaría Tregorren con él cuando tuviesen que conversar. Si continuaría la farsa, o por lo menos ante él admitiría no ser el responsable de la victoria sobre el
Pegaso
.
La voz de Verling interrumpió sus pensamientos.
—Le sugiero que se vaya a dormir, si no tiene nada mejor que hacer. De lo contrario, no dude que encontraré para usted cualquier tarea enorme, aun en este cascarón.
Bolitho, al que la oscuridad protegía, sonrió ampliamente.
—A la orden, señor. Gracias, señor.
Se sentó en cubierta, con la espalda recostada sobre un antiguo cañón de bronce, y apoyó la barbilla entre sus rodillas. Junto a Dancer, que descansaba también a su lado, observaron el brillo de las estrellas, contra las cuales las velas del
dhow
se agitaban como alas de pájaro.
—Volvemos a la carga, Martyn.
—Lo importante es mantenernos juntos —suspiró Dancer.
—¡Viento rolando a favor, señor!
La ruda voz del contramaestre obligó a Bolitho a golpear con el codo a Dancer para despertarle.
Verling y Tregorren consultaban el rumbo en la aguja. En lo alto del mástil, el gallardete hecho jirones se agitaba bajo el empuje de unas rachas de viento distintas y más potentes. El cielo mostraba mucha más palidez.
Bolitho se desperezó y se levantó torpemente. Agarrotados por las horas de inmovilidad, todos los músculos del cuerpo le dolían y tardaban en responder.
—De todas formas conseguiremos librar la punta —explicó Verling, que alargaba su brazo contra el cielo—. ¡Allí! Ya se ven las rompientes del otro lado.
El primer teniente se dirigió entonces a los guardiamarinas, a quienes ordenó:
—Desciendan a la bodega y despierten a la tropa. Saluden de mi parte al mayor Dewar, e infórmenle de que navegaremos muy próximos a la costa. No quiero ver por cubierta un marinero ni un soldado más de los estrictamente imprescindibles.
El gemido de una polea atrajo la mirada de Bolitho. Una gran bandera ondeaba en el extremo de la antena de proa. Con luz de día se vería su color totalmente negro, idéntico al pabellón que usaba el
Pegaso
. Se estremeció a pesar de la emoción.
—Levántate, Martyn, no nos retrasemos.
Una fuerte náusea le invadió nada más penetrar por la escotilla. En la amplia bodega, un fanal solitario iluminaba la masa apretujada de marineros y soldados, que fácilmente se podían confundir con una carga de esclavos. La idea le llegó a Bolitho por sorpresa. Si el ataque planeado fallaba, los supervivientes sufrirían el mismo trato que los miserables liberados por la iniciativa del comandante Conway.
Se decía que Rais Haddam, cabecilla de los filibusteros, reclutaba mercenarios blancos para tripular sus naves y extender su dominio de las rutas marítimas; pero les trataba con poco cariño y menos respeto. Sólo que fuese cierta la mitad de lo que contaban, los marinos ingleses capturados servirían sin duda para sustituir a esos mismos esclavos.
Dewar recibió con un gruñido el mensaje del primer oficial.
—Ya era hora. Me siento peor que una vaca enferma.
—Nosotros hemos tenido suerte, señor, y nos hemos quedado en cubierta —tosió Dancer.
Los soldados se cruzaron miradas.
—Niños con privilegios —dijo Dewar—. Pero de lo que me quejo es de la incomodidad. El olor no es peor que en cualquier campo de batalla. —Sonrió ante el gesto de asco de Dancer y añadió:
—Especialmente unos días después, cuando buitres y cuervos han hecho su trabajo, ¿eh?
Se levantó, con la cabeza agachada bajo los baos.
—¡Tropa, firmes! ¡Sargento Halse, pase revista de armas!
Bolitho, a su regreso a la toldilla, vio sorprendido que la luz del día permitía ya avistar la costa cercana, así como la espuma que bailaba sobre los escollos amenazadores.
—Costa a sotavento —murmuró Dancer—. Si el teniente hubiese esperado una hora a separarse no hubiéramos tenido escapatoria.
—¡Señor! ¡Se ve a alguien en la punta de tierra!
Verling alzó su anteojo.
—Sí, ahora ya no alcanzo a verle. Debía de ser un vigía apostado para avisar. No creo que pueda atravesar toda la isla, pero sin duda el corsario ha montado un sistema de señales —reflexionó Verling en voz alta.
Con el viento en aumento, batiendo las velas y haciéndolas golpear, parecía que la maltrecha jarcia fuese a hacerse trizas en cualquier momento. Aunque resultaba más sólida de lo que parecía, concedió Bolitho. Cerca de él, Hogget vigilaba a los timoneles. Le sorprendió la facilidad con que el
dhow
maniobró hacia estribor para salvar unos escollos, que se deslizaron a menos de diez metros de la aleta de popa. El casco árabe se movía ágilmente sobre el agua. Y por supuesto que debía hacerlo, se dijo sonriendo para sí mismo; los árabes habían diseñado y navegado en buques como aquél siglos antes de que nadie soñase en construir un navío como el
Gorgon
.
—Ahí está la fortaleza —señaló Pearce con una mueca en su cara—. ¡Por Dios, desde este lado se ve bastante mayor!
Los muros coronaban el promontorio todavía inmerso en la sombra. De momento sólo la torre y la batería principal recibían los primeros resplandores del día.
Sonó un fuerte cañonazo. Por un segundo, Bolitho imaginó que la guarnición de la fortaleza había adivinado la argucia del comandante Conway y abría fuego contra el
dhow
.
Se echó al suelo al oír el silbido de un proyectil que saltaba por sobre el
dhow
y caía entre las rocas levantando masas de espuma.
—¡Es el
Sandpiper
, señor! —Un marinero por poco alcanza con su dedo a Verling, en su precipitado intento de señalar el costado de babor—. ¡Nos ha disparado!
Verling bajó el anteojo y le dirigió una mirada helada.
—Gracias. No iba a ser un relámpago caído del cielo.
Sonó otra explosión. Esta vez la bala se hundió delante de la proa del
dhow
, a pocos metros de su trayectoria. Verling mostró una sonrisa afilada.
—Caiga una cuarta a babor, señor Hogget. Aunque el señor Dallas cuente con un excelente cabo de cañones en el
Sandpiper
, prefiero no jugármela.
Los timoneles, forzando el brazo del remo, gobernaron el
dhow
hacia la isla. La cubierta se inclinó aún más.
—Disparen el cañón popel.
Verling se apartó mientras varios marineros, ocupados en cargar y poner a punto uno de los viejos cañones de bronce, afinaban su puntería y metían la mecha encendida en la llave de fuego.
El fatigado tubo de bronce parecía a punto de partirse, pero su explosión salió con más potencia de la que nadie esperaba.
—Con eso basta —dijo Verling—. No sea que, si volvemos a disparar, explote y nos destroce a todos.
Bolitho divisó por primera vez la silueta del
bric
. Venía ceñido al viento en una amura convergente, bien escorado hacia sotavento, con sus velas reunidas en una única pirámide que sobresalía en la palidez del alba.
Destelló un nuevo cañonazo que le obligó a agacharse, pues la bala se hundió en el agua muy cerca de la línea de flotación y empapó con sus rociones a los soldados apostados en cubierta.
—Demasiado buen actor, este señor Dallas —reflexionó malhumorado Verling—. Con un par más como ésa me veré obligado á tomar medidas contra él. —Dicho esto, sonrió al contramaestre y añadió—: Una vez finalizada la misión, por supuesto.
—Está preocupado. —Dancer le observó a través de la amurada—. ¿A que nunca le habías oído bromear de esta forma?
—¡Atentos! —avisó Verling alzando el brazo—. ¡Una corneta! Por fin hemos despertado su atención.
Su cara se transformó.
—Señor Tregorren, divida la dotación de hombres. Ya ha oído mis instrucciones. En el costado oriental de la bahía, escondido tras la fortaleza, se encuentra un pequeño muelle. Según nuestras informaciones se usa para embarcar y desembarcar esclavos. También por allí los transportan a los buques oceánicos.