El Guardiamarina Bolitho (18 page)

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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

BOOK: El Guardiamarina Bolitho
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Antes de proseguir depositó su sombrero militar sobre cubierta y echó una mirada a quienes le rodeaban.

—Escondan todos los signos de su uniforme que puedan identificarles, y procuren quedar a la vista lo mínimo necesario. Transmitan la orden a los fusileros: listos para el ataque, pero ni un movimiento antes de la orden. ¡Pase lo que pase!

El
bric
les ganaba terreno. Sus cañones de seis libras volvieron a escupir fuego; las balas caían en aguas peligrosamente cercanas al
dhow
.

Una explosión mucho más potente hizo temblar el aire, y pocos segundos después, Bolitho vio un gran surtidor levantarse vertical a pocos metros del bauprés del
Sandpiper
.

Sus velas flamearon al intentar el patrón, Dallas, aproximarse aún más al
dhow
. En el pico de su vela mayor ondeaba el pabellón británico, destinado a encarnizar aún más la furia del enemigo.

Otras lenguas de fuego salieron de la batería amurallada. Los impactos cayeron todos en el agua, sin puntería ni verdadero peligro para el
bric
.

Los artilleros enemigos debían de estar aún medio dormidos, pensó Bolitho, para creer que un buque tan vulnerable como el
bric
, apresado y amarrado bajo sus cañones dos días antes, iba a tener el valor de acercarse con tanta impunidad.

Se mordió los labios al ver que un nuevo proyectil cruzaba entre los dos mástiles del
bric
. Por milagro no alcanzó ninguno de los dos, pero arrastró varias piezas de aparejo que volaron en el viento como lianas de la jungla.

Bastaba un impacto directo en el casco para que la batería costera anulase al
Sandpiper
, sin gobierno o con una buena vía de agua, el barco iría a parar a la costa y sería apresado.

Oyó junto a su oreja la hiriente voz de Verling.

—Deje de mirar el
Sandpiper
. Lo que le importa a usted en su misión se halla a proa. Podríamos haber tomado una vía equivocada para penetrar en la isla. ¿Y si el señor Starkie se ha confundido?

Bolitho se volvió hacia el señor Verling, cuya nariz, sin el contrapeso del ala del sombrero, sobresalía de forma aún más acusada. En su expresión se adivinaban sentimientos dispares. Por supuesto que entre ellos estaban la determinación y la ansiedad. Pero también se le notaba implacable, desafiante y dispuesto a todo.

Bolitho desvió la mirada. Hacía años, había visto la misma expresión decidida en un bandolero que la justicia conducía hacia el patíbulo.

El sol alcanzó por fin la costa, dibujando las formas de los muros de piedra. Por entre las desgastadas troneras de piedra se adivinaban las cabezas atentas de los defensores. Más allá, al pie del muro más alejado, Bolitho divisó por fin algo parecido a un mástil.

Verling ya lo había visto.

—La entrada está allí —informó a Hogget—. Aquello parece un mástil. Un
dhow
parecido a éste, sin duda. —Se enjuagó la cara con la manga y ordenó—: Gobierne el barco hacia él.

Tregorren, moviéndose entre las pilas de velas y material de pesca que ocupaban la cubierta, y con las que intentaba esconder su corpachón, se acercó a la popa.

—Todo listo, señor.

Su mirada no pestañeó siquiera al encontrarse con la de Bolitho. ¿Le desafiaba? Costaba hallar la menor emoción en las facciones de aquel hombre. Su piel había recuperado algo de color. Cualquier cosa podía ocurrir, pensó el guardiamarina, si el teniente se dedicaba a la bebida antes de la acción.

—El
Sandpiper
está virando por proa, señor. Quieren simular un nuevo ataque.

Bolitho contuvo el aliento. Dos proyectiles cayeron a cada lado del fino casco del
bric
, que pivotaba en el lecho del viento entre flameos de velas y golpes de vergas, acercándose aún más al
dhow
.

El sol empezaba a reflejarse en las armas ligeras que sobresalían por encima del baluarte. Imaginó la euforia de los bandidos ante la maniobra del
bric
. Aun siendo una embarcación ligera, su captura podía representar una gran victoria moral. Para algo simbolizaba con su bandera el poder de la armada más poderosa del mundo. Allí, acorralado al alcance de sus cañones, estaba tan desvalido como un caballo enfermo.

—¡Se ve un grupo de hombres en el muelle, señor! —anunció Pearce, que vigilaba en proa arrodillado junto a un mortero—. Nos están observando.

La curtida cara de Hogget endureció su expresión. Los minutos siguientes iban a ser decisivos. Si los piratas sospechaban la jugarreta, sus cañones no tardarían en hacer fuego sobre ellos. A aquella distancia no habría fuga posible: poco a poco, la costa de la isla iba cerrando el camino de su fuga hacia mar abierto.

El estómago de Bolitho se agitaba dentro de él. Lanzó una mirada rápida a Dancer. Su compañero respiraba con excitación y, cuando Bolitho agarró su hombro para atraerle junto a la cubierta, dio un fuerte respingo.

Bolitho esbozó una sonrisa.

—Si alcanzan a distinguir tu pelo rubio reconocerán enseguida que no somos amigos.

Se volvió hacia Verling, que asentía:

—Tiene razón. ¿Cómo no se me ocurrió antes? —dijo el oficial antes de alejarse, concentrado en los planes de acción para el lento
dhow
.

Resonaban de nuevo los cañones, ahora más alejados, pues disparaban contra el
bric
, que se hallaba en el otro lado de la fortaleza.

Cada minuto que pasaba el muelle estaba más cerca. Bolitho intentó humedecer sus labios. El torreón alto de la fortaleza apareció por encima de la borda. ¿Reconocían el
dhow
en el bando enemigo? ¿Había la embarcación atracado allí otras veces?

Dirigió su mirada hacia Verling, seguro de sí, con sus brazos cruzados, rígido junto a los timoneles. Uno de ellos, de raza negra, había sido elegido entre los pocos tripulantes de color del
Gorgon
. Contribuía a hacer más genuina la aparición del
dhow
, pensó Bolitho. Verling también tenía todo el aspecto de un tratante de esclavos.

—Arríen y aferren la mayor.

A medida que la masa de trapo y cuero descendía sobre el casco, el sol inundaba la cubierta.

Una docena o más de figuras cubiertas por túnicas esperaban inmóviles en el extremo del muelle. El
dhow
maniobró para acercarse al muro de vieja piedra. Las telas blancas de los ropajes de aquellos hombres ondeaban al viento. El muelle, situado a ras de agua, desaparecía en una enorme caverna de piedra que, como una entrada, penetraba bajo la muralla. Se veían allí otras embarcaciones menores. Un
dhow
parecido al suyo, con mástiles demasiado elevados para entrar en la cueva, ocupaba el extremo exterior del malecón.

Treinta pies. Veinte.

Luego, uno de los hombres de blanco soltó un grito. Por los peldaños descendentes apareció una figura que hizo gestos de alarma al vislumbrar el
dhow
.

—¡Abarlóese al muelle! —ordenó Verling con prisa—. ¡Nos han reconocido!

Inmediatamente arrancó el sable de su vaina y saltó con sus largas piernas desde la toldilla a tierra. Hogget y sus hombres aún no habían finalizado la maniobra.

Pareció que todo sucedía al mismo tiempo. Los morteros situados en la proa y contra las bordas apuntaron e hicieron fuego en ángulo contra los hombres del muelle. Los situados delante cayeron pateando y gimiendo ante el torrente de metralla. El mortero de la toldilla alcanzó y derrumbó a los que se hallaban al final del muelle.

Bolitho se dio cuenta de que sus piernas le llevaban tras su teniente, aunque ni siquiera recordaba haber saltado a tierra. Los marineros surgían de estampida desde las escotillas, y se desparramaban por el costado en un griterío terrorífico, corriendo en masa hacia la entrada. Algunos cayeron abatidos por los fusiles disparados desde la muralla antes de haber avanzado veinte yardas.

Pero el ataque por sorpresa tenía su efecto. Los defensores, acostumbrados al repetido espectáculo de los esclavos sin defensa que subían por el muelle vigilados y encadenados, no esperaban un ataque en toda regla. Habían bajado la guardia. La tumultuosa carga de los marinos ingleses, el griterío y el brillo mortal de las hojas de machete dejó a muchos de ellos paralizados. Los hombres del
Gorgon
pasaron a su través golpeando y cortando sin resistencia.

—¡Síganme, los del
Gorgon
! —la voz aguda de Verling no necesitaba ninguna bocina—. ¡A por ellos!

Ya habían alcanzado la bóveda de piedra y corrían en desorden junto a los botes allí atracados cuando, por fin, los defensores parecieron entender lo que estaba ocurriendo. Una ráfaga de munición de mosquete surgió de la fortaleza.

Jadeantes y maldicientes, con las piernas separadas y los torsos sudorosos, los marinos atacantes se agolpaban entre dos muros divisorios. A medida que surgían más hombres de los muros colindantes, el avance reducía su velocidad.

Bolitho alzó su espada contra un enorme gigante que acompañaba cada salvaje golpe de sable con un grito o una maldición. Sintió que algo resbalaba por su costado y oyó el grito del marinero Fairweather tras él:

—¡Toma eso!

El roce era del mango de la garrocha de Fairweather, que el cuerpo del pirata casi arrancó de sus manos al precipitarse por la pared de la escalera.

Otros marinos tenían menos suerte y caían heridos. Los zapatos de Bolitho tropezaban con miembros esparcidos por el suelo. Avanzaba hombro con hombro junto a Dancer y Hogget, que agitaban en el aire sus pesadas espadas, que a cada golpe resultaban más difíciles de mover.

Cerca de él, alguien fue alcanzado en el costado y cayó bajo los pies de los demás.

Bolitho sólo le vio un instante. Era el guardiamarina Pearce. Sus inexpresivos ojos se perdían entre la sangre que expulsaba su boca.

Lloroso y casi cegado por el sudor, Bolitho blandió su espada sobre la cabeza de un hombre que intentaba golpear a un marino herido. Mientras el otro se giraba hacia atrás logró equilibrar su cuerpo sobre un único pie y hundió la hoja bajo el hombro del pirata.

—¡Resistan, muchachos! —gritaba Verling.

Tenía el cuello y el pecho cubiertos de sangre, y se hallaba prácticamente rodeado por una pandilla de piratas que habían logrado apartarle de sus hombres.

Bolitho se volvió al oír un chillido de Dancer, que acababa de caer. Había resbalado sobre un charco de sangre y, en la caída, perdió el sable, que cayó fuera de su alcance.

Se revolvió por el suelo, con los ojos abiertos, ante un enemigo de túnica blanca que le perseguía con la cimitarra en alto.

Bolitho intentó abatir a un hombre para aproximarse a él, pero a su vez fue tumbado hacia un lado por Tregorren, que como un toro enfurecido cargó entre la chusma y alcanzó al pirata de un sablazo abriéndole la cara desde la oreja a la barbilla.

Luego, Bolitho oyó un nuevo sonido que se impuso a gritos y sablazos. Eran las trompetas y tambores de los hombres del mayor Dewar, cuya estentórea voz sonó al instante.

—¡Infantería de marina! ¡Al ataque!

Bolitho arrastró a su amigo para alejarlo de la lucha, mientras que con su sable se defendía de los atacantes. Su mente hervía a causa del ruido y el odio.

El temerario ataque dirigido por Verling tenía sólo un objetivo: distraer la atención del grueso de los piratas de la muralla, obligándoles a defender la entrada que intentaba forzar la dotación del
dhow
. A Bolitho le costó imaginar las sensaciones de los soldados, hacinados en la bodega, mientras oían cómo sus compañeros de camarote luchaban y eran diezmados, y mientras que ellos tenían que permanecer a la espera de la orden de ataque.

Pero ahora ya estaban allí. Sus casacas escarlatas, cruzadas por los cintos blancos, brillaban a la luz del sol igual que en un desfile. Verling agitó su sable para ordenar el reagrupamiento de sus hombres en la base de la escalera. Al mismo tiempo, el mayor Dewar ordenaba:

—¡Primera fila, fuego!

Las balas de los mosquetes barrieron la masa de cuerpos enemigos apostados en la escalera. Mientras los soldados recargaban sus fusiles, con movimientos precisos y rítmicos, la siguiente fila avanzó por delante de ellos, se arrodilló, apuntó e hizo fuego.

Bastó con la segunda descarga. Los defensores rompieron filas y huyeron en estampida por la boca de la caverna.

—¡Hurra! ¡Hurra!

Los marinos, sin aliento y cubiertos de sangre, se apartaron y bajaron las armas para dejar paso a los infantes de marina.

—Vamos a sacar de aquí a George —dijo Dancer.

Entre los dos arrastraron el cuerpo inerme de Pearce hasta dejarle a la sombra de la muralla. Sus ojos apuntaban directos hacia el cielo, con la sorpresa de la muerte fija en sus facciones.

Hogget llamó a gritos a Verling.

—¡Aquí, señor! —avisó señalando unas enormes puertas reforzadas con acero—. ¡Está lleno de esclavos!

Bolitho se incorporó temblando. Su puño se cerró con fuerza sobre el mango del sable. Cruzó la mirada con Tregorren. El teniente le preguntó con atención:

—¿Se encuentra bien?

—Sí, señor —respondió estremeciéndose.

—Estupendo —dijo Tregorren—. Tome a su cargo algunos hombres y siga a la infantería…

Se interrumpió al oír en la distancia una especie de trueno que retumbaba por toda la bahía y el extremo del cabo. Inmediatamente siguió el sonido de metal roto y de cascotes del muro que se derrumbaban.

Verling envolvió su muñeca ensangrentada con un trapo sucio y lo anudó tirando de sus extremos con los dientes.

—Ahí llega el
Gorgon
—anunció, escueto.

Una y otra vez el navío de setenta y cuatro cañones escupió sus andanadas contra las murallas de la fortaleza. El bombardeo poco podía hacer contra las defensas de piedra pero, atacadas éstas desde el interior por los entusiastas infantes de marina, y con dos buques de guerra controlando las aguas bajo ellas, era más que suficiente.

El mayor Dewar apareció en lo alto de la escalera. Había perdido el sombrero y su cara mostraba un profundo corte sobre uno de los ojos. Pero aún fue capaz de sonreír al anunciar que la defensa se había rendido.

Para subrayar sus palabras, la bandera negra que ondeaba sobre las baterías descendió lentamente, como un pájaro herido, y fue reemplazada de inmediato por uno de los pabellones del navío. La marinería aclamó su bandera.

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