Cuando Jan Hauger se traslada a vivir a una pequeña ciudad de la costa este de Suecia nada se sabe de su pasado, es más, un elemento turbador hace sombra a su impecable comportamiento. El trabajo de Jan consistirá en ser el nuevo profesor de la escuela infantil de la clínica psiquiátrica Santa Patricia, conocida con un apelativo siniestro, Santa Psicópata.
La guardería de la clínica es un lugar moderno, aparentemente idílico en el que apenas hay diez alumnos, todos ellos hijos de los pacientes del psiquiátrico. Los niños mantienen contacto con sus padres, pero siempre controlado y Jan es el responsable de crear un clima de «normalidad» en un lugar plagado de malos recuerdos y accidentes inexplicables.
Tras un período de prueba, Jan resulta ser un profesor indispensable, responsable y serio. No obstante ¿cuál es la verdadera razón de que Jan esté en la guardería de un remoto centro psiquiátrico? Tal vez tenga algo que ver con Alice Rami, una residente del hospital. ¿Y cuál es la historia que esconde Jan? Hace años que Jan esconde algo, nunca se habló de los sucesos que tuvieron lugar en otra guardería, hace unos años, cuando llevó a un grupo de niños de excursión al bosque y volvió con unos menos… ¿fue un secuestro? ¿un asesinato? ¿o una desaparición? Así arranca una novela que es la crónica de una sociedad que esconde profundas cicatrices, de un crimen y de una historia de amor.
Johan Theorin
El guardián de los niños
ePUB v1.0
Dirdam06.06.12
Título original:
Sankta psyko
Johan Theorin, 2011
Traducción: Carlos del Valle Hernández
Editorial: Random House Mondadori, S.A.
Ilustración de la cubierta: Stuart Brill/Millennium Images, UK
Diseño de la cubierta: Marta Borrell
ISBN: 978-84-397-2646-3
Editor original: Dirdam (v1.0
)
ePub base v2.0
Para Klara
Gracias a Kajsa Asklöf, Roger Barrett, Katarina Ehnmark Lundquist, Ann Heberlein, Rikard Hedlund, Kari Jacobsen, Cherstin Juhlin, Anders Parsmo, Ann Rule, Åsa Selling y Bengt Witte: todos ellos me ayudaron directa o indirectamente con esta novela.
Querido Ivan:
¿Se puede escribir una carta de amor a alguien a quien nunca se ha visto? Yo al menos voy a intentarlo. Solo te conozco por las fotografías de los periódicos, publicadas debajo de horribles titulares. Esas fotografías en blanco y negro que muestran a «Ivan Rössel, el loco asesino de niños» o como fuera que te llamaran. Las fotografías son duras e injustas y, sin embargo, las he mirado detenidamente. Hay algo en tu mirada, tan tranquila, inteligente y penetrante. Parece que vieras el mundo tal como es, y como si me atravesaras con ella. Me gustaría que también pudieras verme de verdad. Me gustaría tanto encontrarme contigo. La soledad es una cosa terrible, y por desgracia yo la he sufrido durante muchos años. Supongo que en tu habitación cerrada tras los muros del hospital tú también has debido de sentirte solo a veces. En el silencio de la noche, cuando nadie más en el mundo está despierto… Es tan fácil dejarse arrastrar por la soledad para acabar ahogado en ella. Te envío una fotografía mía; fue tomada un caluroso y soleado día de verano. Como puedes ver tengo el pelo rubio y me gusta vestir de negro. Espero que te haga tanta ilusión como la que me hizo a mí al ver la tuya. Por ahora voy a dejarlo aquí pero me gustaría escribirte de nuevo. Espero que esta carta te llegue al otro lado del muro. Y espero que, de alguna manera, tengas la posibilidad de responder. ¿Puedo hacer algo por ti? Haría cualquier cosa, Ivan. Cualquier cosa.
Si todos comenzamos en el mismo lugar, ¿cómo es posible que la mayoría salga adelante sin dificultades y otros se pierdan por el camino?
JOHN BARTH,
Perdido en la casa encantada
Jan lee a través de la ventanilla del taxi: «¡PRECAUCIÓN, NIÑOS JUGANDO!». El texto de la señal de plástico es azul, y en la parte inferior se puede leer un ruego: «CONDUZCA DESPACIO».
—¡Malditos niños! —exclama el taxista.
Jan sale despedido hacia delante. Al doblar la esquina, el taxi ha tenido que frenar en seco ante un triciclo.
Un niño lo ha dejado abandonado casi en medio de la calzada.
La calle se encuentra en una urbanización de la ciudad de Valla. Jan ve pequeñas cercas de madera delante de las casas blancas de ladrillo y, a continuación, la señal de advertencia.
«¡Precaución, niños jugando!» A pesar del triciclo, las calles están desiertas. No hay niños por los que preocuparse.
Quizá estén todos en sus casas, piensa Jan. Encerrados.
Jan observa al taxista a través del retrovisor. Se diría que está a punto de jubilarse, tiene la frente surcada de arrugas, la barba blanca de Papá Noel y la mirada cansada.
Jan está acostumbrado a las miradas cansadas, las hay por doquier.
El taxista apenas ha pronunciado una palabra antes de maldecir y frenar, pero al proseguir la marcha, de repente, le hace una pregunta:
—Hospital Patricia… ¿Trabaja allí arriba?
Jan niega con la cabeza.
—No. Todavía no.
—¿Ah, no? Entonces, ¿busca trabajo allí?
—Sí.
—Vaya —responde el taxista.
Jan no dice nada más, baja la mirada. No quiere hablar demasiado sobre sí mismo, y no sabe qué puede contar del hospital.
El taxista prosigue:
—¿Sabes que el sitio también tiene otro nombre?
Jan alza la mirada.
—No. ¿Cuál?
El taxista esboza una pequeña sonrisa por encima del volante.
—Seguro que se lo dicen allí arriba.
Jan mira a un lado, a la sucesión de casas, y piensa en el hombre con quien pronto se encontrará.
El doctor Patrik Högsmed, médico jefe. Su nombre aparecía debajo de la oferta de trabajo que Jan encontró a mediados de junio:
CUIDADOR DE NIÑOS / PROFESOR DE ESCUELA INFANTIL
para cubrir suplencia en Gläntan
El texto debajo del titular se parecía a muchos otros que había leído.
Eres cuidador de niños y/o profesor de preescolar, en particular hombre joven, pues aspiramos a formar un equipo humano paritario y variado.
Eres una persona segura de sí misma, abierta y sincera. Te gusta la música, los juegos y toda clase de actividades creativas. Nuestra escuela de preescolar linda con una zona verde, así que también te deben gustar las excursiones por el bosque.
Trabajarás activamente a favor de un ambiente positivo en el parvulario y en contra de cualquier forma de tratamiento vejatorio.
Muchos de los requisitos se ajustaban a Jan. Era joven, profesor de preescolar, le gustaban los juegos y en la adolescencia había tocado la batería, como pasatiempo.
Y, por razones personales, detestaba las vejaciones.
¿Era abierto y sincero? No estaba seguro. Pero al menos se le daba bien parecerlo.
Fue la dirección de la persona de contacto, Patrik Högsmed, lo que le impulsó a recortar el anuncio: «Administración, clínica regional de psiquiatría forense Santa Patricia, en la ciudad de Valla».
A Jan siempre le había costado venderse. El anuncio permaneció varios días sobre la mesa de la cocina; clavaba la vista en él un día tras otro, hasta que por fin marcó el número que figuraba debajo del nombre del médico jefe.
—Högsmed —respondió una voz apagada de hombre.
—¿El doctor Högsmed?
—¿Sí?
—Me llamo Jan Hauger, y estoy interesado en el puesto vacante.
—¿Qué puesto?
—La plaza de profesor de escuela infantil. La que comienza en septiembre.
La línea quedó en silencio antes de que Högsmed respondiera:
—¡Ah, sí, esa!
Högsmed hablaba en voz baja, parecía ausente. Pero siguió preguntando:
—¿Por qué estás interesado en el puesto?
—Bueno… —Jan no podía decir la verdad, empezó a mentir de inmediato: o, por lo menos, a ocultar detalles sobre sí mismo—. Siento curiosidad —fue todo lo que contestó.
—Curiosidad —repuso Högsmed.
—Sí… curiosidad por el lugar de trabajo y por la ciudad. Casi siempre he trabajado en escuelas infantiles y guarderías de grandes ciudades. Sería interesante mudarme a un lugar más pequeño y comprobar cómo se desarrolla la actividad preescolar allí.
—Bien —había respondido Högsmed—. Pero, claro, esta es una actividad infantil especial, ya que los padres de los niños son pacientes…
A continuación prosiguió con la explicación de por qué el hospital Santa Patricia tenía una escuela infantil:
—Se abrió hace unos años, como un experimento… La idea original se basa en estudios sobre la importancia capital de la relación de los niños pequeños con sus padres para su desarrollo como individuos socialmente maduros. Tanto las casas de acogida permanentes como las temporales siempre han mostrado carencias, y aquí en Santa Patricia creemos en la importancia de que los niños desarrollen una relación continua y estable con su madre o padre biológicos… a pesar de las condiciones especiales. Y para los padres el contacto con sus hijos forma parte del tratamiento. —El doctor hizo una pausa y añadió—: Eso es lo que hacemos aquí, en la clínica: tratamos. No castigamos, independientemente de lo que hayan hecho nuestros pacientes.
Jan había notado que el doctor no utilizaba la palabra «curar».
Högsmed finalizó con una pregunta rápida:
—¿Qué le parece?
Suena interesante, pensó Jan, y envió la solicitud adjuntando su currículo.
A principios de agosto Högsmed le volvió a llamar. Jan había superado la preselección y el doctor deseaba conocerlo. Acordaron una cita para reunirse en el hospital, luego Högsmed prosiguió:
—Necesito dos cosas, Jan.
—¿Sí?
—No te olvides de traer un documento de identidad. El carnet de conducir o el pasaporte, para que sepamos realmente quién eres.
—Sí, claro.
—Y una cosa más, Jan… No traigas objetos punzantes. De lo contrario, no te dejarán entrar.
—¿Objetos punzantes?
—Objetos punzantes de metal, cuchillos ni nada por el estilo.
Jan llegó a Valla —sin objetos punzantes— en el tren de la una, media hora antes de la entrevista. Comprobaba la hora con frecuencia, pero aún se encontraba bastante tranquilo. No iba a escalar ninguna montaña, se trataba tan solo de una entrevista de trabajo.
Era un martes soleado de principios de septiembre y las calles de la ciudad próximas a la estación estaban relucientes y secas, aunque desiertas. Era la primera vez que visitaba Valla, y al salir a la plaza se dio cuenta de que nadie sabía que se encontraba allí. Nadie. El médico jefe de Santa Patricia lo esperaba, pero para el doctor Högsmed él solo era un nombre y un currículo.
¿Estaba preparado? Por supuesto. Se tiró de las mangas de la chaqueta y se arregló el flequillo rubio antes de encaminarse a la parada de taxis. Solo había uno.
—Al hospital Santa Patricia. ¿Sabe dónde está?
—Claro.
El taxista parecía un Papá Noel malhumorado, sin más dobló el periódico y arrancó el motor. Cuando Jan se sentó en el asiento trasero sus miradas se encontraron medio segundo en el retrovisor, como si Papá Noel quisiera comprobar que estaba sano.
Jan pensó preguntarle si sabía qué clase de hospital era Santa Patricia, pero estaba claro que lo sabía.