El Héroe de las Eras (76 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

BOOK: El Héroe de las Eras
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¿Qué lo retiene?

—Vengo a ti —confesó Ruina—, porque quiero que al menos tú observes y veas. Quiero que sepas. Pues ha llegado.

Vin se irguió:

—¿Qué? ¿El final?

Ruina asintió.

—¿Cuánto falta?

—Días —respondió Ruina—, que no semanas.

Vin sintió un escalofrío al advertir algo. Había acudido a ella, revelándose por fin, porque estaba prisionera. Creía que ya no había ninguna posibilidad más para la humanidad. Daba por hecho que había vencido.

Lo cual significa que hay un modo de derrotarlo
, pensó con decisión.
Y tiene que ver conmigo. Pero no puedo hacerlo aquí, o no habría venido a regodearse.

Y eso significaba que tenía que ser libre. Rápido.

Capítulo 58

Una vez se empiezan a entender estas cosas, puede verse cómo Ruina estaba atrapado aunque la mente de Conservación se perdiera, expandida para crear la prisión. Aunque la consciencia de Conservación estaba casi destruida, su espíritu y cuerpo seguían existiendo. Y, como fuerza opuesta a Ruina, todavía podían impedir la destrucción de Ruina.

O, al menos, impedirle que destruyera las cosas demasiado rápido. Cuando su mente quedó «liberada» de su prisión, la destrucción se aceleró enseguida.

—Apoyad aquí vuestro peso —dijo Sazed, señalando una palanca de madera—. El contrapeso caerá, bajando los cuatro portantes y cortando el flujo a la caverna. Os advierto, sin embargo, que la explosión de agua arriba será bastante espectacular. Deberíamos poder llenar los canales de la ciudad en cuestión de horas, y sospecho que una porción de la zona norte quedará inundada.

—¿Será peligroso? —preguntó Fantasma.

—No lo creo —contestó Sazed—. El agua estallará a través de los conductos del edificio de intercambio que tenemos al lado. He inspeccionado el equipo, y parece sólido. El agua debería fluir directamente a los canales, y a partir de ahí salir a la ciudad. Sea como sea, yo no querría estar en esos surcos callejeros cuando llegue esta agua. La corriente será bastante rápida.

—Me he encargado de eso —dijo Fantasma—. Durn va a asegurarse de que la gente se aleje de los canales.

Sazed asintió. Fantasma no podía evitar estar impresionado. La complicada construcción de madera, palancas y cables parecía que debería haber tardado meses en ser construida, no semanas. Grandes cadenas de rocas contrapesaban las cuatro puertas, que colgaban, dispuestas a bloquear el río.

—¡Es sorprendente, Saze! —exclamó Fantasma—. Con un signo tan espectacular como la reaparición de las aguas del canal, el pueblo seguro que nos escuchará a nosotros en vez de al Ciudadano.

Los hombres de Brisa y Durn habían estado esforzándose durante las últimas semanas, susurrando a la gente que esperara un milagro del Superviviente de las Llamas. Algo extraordinario, algo que demostraría, de una vez por todas, quién era el legítimo amo de la ciudad.

—Es lo mejor que pude hacer —dijo Sazed, inclinando modestamente la cabeza—. Los sellos no serán perfectamente estancos, por supuesto. Sin embargo, eso poco debería importar.

Fantasma se volvió hacia cuatro de los soldados de Goradel:

—¿Comprendéis lo que tenéis que hacer?

—Sí, señor —respondió el soldado jefe—. Esperamos al mensajero, y luego tiramos de esta palanca.

—Si no viene ningún mensajero, hacedlo al anochecer —dijo Sazed.

—Y —añadió Sazed, alzando un dedo— no olvidéis romper el mecanismo de sellado de la otra sala, que mantiene el flujo de agua fuera de esta cámara. De lo contrario, el lago acabará vaciándose. Será mejor mantener esta reserva llena, por si acaso.

—Sí, señor —asintió el soldado.

Fantasma se volvió y contempló la caverna. Los soldados se preparaban. Iba a necesitar a la mayoría para las actividades de la noche. Parecían ansiosos: habían pasado demasiado tiempo encerrados en la cueva y el edificio de arriba. A un lado, Beldre miraba con interés la maquinaria de Sazed. Fantasma se apartó de los soldados y se acercó a ella con paso vivo.

—¿De verdad que vais a hacerlo? —preguntó Beldre—. ¿Vais a devolver el agua a los canales?

Fantasma asintió.

—A veces imaginaba cómo sería que las aguas volvieran —reconoció Beldre—. La ciudad no parecería tan yerma… sería importante, como en los primeros días del Imperio Final. Todos esos preciosos canales de agua. No más feos surcos en la tierra.

—¡Será una visión maravillosa! —exclamó Fantasma, sonriendo.

Beldre tan sólo sacudió la cabeza:

—Me… sorprende que puedas ser personas tan diferentes al mismo tiempo. ¿Cómo puede el hombre que va a hacer algo tan hermoso por mi ciudad planear, también, su destrucción?

—Beldre, no planeo destruir tu ciudad.

—Sólo su gobierno.

—Hago lo que hay que hacer.

—Los hombres dicen esas cosas con demasiada facilidad. Sin embargo, todo el mundo tiene una opinión diferente de «lo que hay» que hacer.

—Tu hermano tuvo su oportunidad.

Beldre agachó la cabeza. Todavía llevaba consigo la carta que habían recibido antes, una respuesta de Quellion. La súplica de Beldre había sido apasionada, pero Ciudadano había respondido con insultos, dando a entender que se había visto obligada a escribir aquellas palabras porque estaba prisionera.

No temo a un usurpador
, decía la carta.
Me protege el mismo Superviviente. No tendrás esta ciudad, tirano.

Beldre alzó la mirada.

—No lo hagas —susurró—. Dale más tiempo. Por favor.

Fantasma vaciló.

—No hay más tiempo —susurró Kelsier—. Haz lo que debas hacer.

—Lo siento —se disculpó Fantasma, volviéndose—. Quédate con los soldados: dejo cuatro hombres para vigilarte. No para impedirte que huyas, aunque lo harán. Quiero que te quedes dentro de esta caverna. No puedo prometerte que las calles sean seguras.

La oyó sollozar en voz queda tras él. La dejó allí, y luego se dirigió al grupo de soldados. Un hombre le entregó su bastón de duelo y su capa chamuscada. Goradel se plantó ante sus soldados, con porte orgulloso.

—Estamos preparados, mi señor.

Brisa se acercó a él, sacudiendo la cabeza y golpeando el suelo con su bastón. Suspiró.

—Bien, allá vamos de nuevo…

La ocasión era un discurso que Quellion llevaba promoviendo desde hacía tiempo. Últimamente, había interrumpido las ejecuciones, como si por fin se hubiera dado cuenta de que las muertes contribuían a la inestabilidad de su gobierno. Al parecer, pretendía virar hacia la benevolencia, y celebrar encuentros públicos para recalcar las cosas maravillosas que estaba haciendo por la ciudad.

Fantasma caminaba solo, un poco por delante de Brisa, Allrianne, y Sazed, que charlaban detrás. Algunos de los soldados de Goradel también los seguían, vestidos con ropas corrientes de Urteau. Fantasma había dividido sus fuerzas, enviándolas por caminos distintos. Todavía no estaba oscuro: para Fantasma, el sol que se ponía era brillante, y lo obligaba a llevar la venda y los anteojos. A Quellion le gustaba celebrar sus discursos al anochecer, para que las brumas llegaran durante ellos. Le gustaba la conexión implícita con el Superviviente.

Una figura salió cojeando de una calleja junto a Fantasma. Durn caminaba encorvado, con una capa que ensombrecía su figura. Fantasma respetaba la insistencia del hombre contrahecho de dejar la seguridad de las Gradas y salir él mismo a realizar sus encargos. Tal vez por eso había acabado siendo líder de los bajos fondos de la ciudad.

—La gente se está congregando, como era de esperar —dijo Durn, tosiendo en voz baja—. Algunos de tus soldados ya están allí.

Fantasma asintió.

—Las cosas en la ciudad están… agitadas —dijo Durn—. Me preocupa. Segmentos que no puedo controlar ya han empezado a saquear algunas de las mansiones nobles prohibidas. Mis hombres están todos ocupados intentando sacar a la gente de los surcos callejeros.

—No pasará nada —tranquilizó Fantasma—. La mayoría del populacho estará en el discurso.

Durn guardó silencio un momento.

—Se rumorea que Quellion va a usar su discurso para denunciarte —dijo al fin—, y luego ordenar un ataque al edificio del Ministerio donde os alojáis.

—Entonces será buena cosa que no estemos allí —repuso Fantasma—. No debería haber retirado a sus soldados, aunque los necesite para mantener el orden en la ciudad.

Durn asintió.

—¿Qué? —preguntó Fantasma.

—Espero que sepas manejar esto, muchacho. Cuando esta noche acabe, la ciudad será tuya. Trátala mejor que Quellion.

—Lo haré.

—Mis hombres crearán un tumulto para ti en la reunión. Adiós.

Durn cogió por la primera calleja a la izquierda, y desapareció.

La multitud empezaba ya a congregarse. Fantasma se echó la capucha, manteniendo los ojos oscurecidos mientras se abría paso entre el gentío. Dejó rápidamente atrás a Sazed y los otros, y se encaminó por una rampa a la plaza que Quellion había elegido para su discurso, donde sus hombres habían levantado un escenario de madera para que pudiera dirigirse a la multitud. El discurso ya había comenzado. Fantasma se detuvo a escasa distancia de una patrulla de guardia. Muchos de los soldados de Quellion rodeaban el escenario, vigilando a la multitud.

Pasaron los minutos, y Fantasma los pasó escuchando resonar la voz de Quellion, aunque sin prestar atención a las palabras. A su alrededor caía la ceniza, manchando a la muchedumbre. Las brumas empezaban a retorcerse en el aire.

Escuchó, escuchó con oídos que ningún otro hombre prestaba. Usó la extraña habilidad de la alomancia para filtrar e ignorar, oyendo a través del parloteo y los susurros y los roces y las toses, como si de algún modo pudiera ver a través de las oscurecedoras brumas. Oía a la ciudad. Gritos en la distancia.

Aquello no había hecho más que empezar.

—¡Demasiado rápido! —susurró una voz, un mendigo que se acercaba a la vera de Fantasma—. ¡Durn dice que hay tumultos en las calles, y no los ha empezado él! No puede controlarlos. ¡Mi señor, la ciudad está empezando a arder!

—Fue una noche no muy distinta a ésta —susurró otra voz, la de Kelsier—. Una noche gloriosa. Cuando tomé la ciudad de Luthadel, y la hice mía.

Una perturbación se produjo al fondo de la multitud: los hombres de Durn iniciaban su distracción. Algunos de los guardias de Quellion se pusieron en marcha para aplacar el inminente tumulto. El Ciudadano continuó lanzando sus acusaciones. Fantasma oyó su propio nombre en las palabras de Quellion, pero el contexto era simplemente ruido.

Fantasma recostó la cabeza y miró al cielo. La ceniza caía hacia él, como si surcara el aire. Como un nacido de la bruma.

La capucha se le cayó hacia atrás. Los hombres que lo rodeaban susurraron sorprendidos.

Un reloj sonó a lo lejos. Los soldados de Goradel corrieron hacia el escenario. A su alrededor, Fantasma pudo sentir que un brillo se alzaba. Los fuegos de la rebelión, que incendiaban la ciudad. Igual que la noche que él había derrocado al Lord Legislador. Las antorchas de la revolución. Entonces el pueblo había puesto a Elend en el trono.

Esta vez, pondrían a Fantasma.

No más debilidad
, pensó.
¡Nunca más débil!

Los últimos soldados de Quellion se apartaron del escenario, disponiéndose a entablar combate con los hombres de Goradel. La multitud se apartó de la batalla, pero nadie huyó. Estaban bien preparados para los acontecimientos de esta noche. Muchos esperarían los signos que Fantasma y Durn habían prometido, signos revelados apenas unas horas antes, para minimizar el riesgo de que los espías de Quellion se enteraran del plan de Fantasma. Un milagro en los canales, y la prueba de que Quellion era alomántico.

Si el Ciudadano, o incluso alguno de sus guardias en el escenario, lanzaba monedas o empleaba la alomancia para saltar al aire, la gente lo vería. Sabrían que habían sido engañados. Y eso sería el fin. La multitud se apartó de los soldados, dejando solo a Fantasma. La voz de Quellion finalmente se apagó. Algunos de sus soldados corrían para llevárselo del escenario.

Los ojos de Quellion se toparon con Fantasma. Sólo entonces mostraron miedo.

Fantasma saltó. No podía empujarse con acero, pero el poder del peltre avivado impulsaba sus piernas. Surcó el aire y rebasó fácilmente el borde del escenario, hasta aterrizar agazapado. Sacó un bastón de duelo, y se abalanzó hacia el Ciudadano.

Tras él, la gente empezó a gritar. Fantasma oyó su nombre. Superviviente de las Llamas. Superviviente. No iba sólo a matar a Quellion, sino a destruirlo. A socavar su dominio, tal como había sugerido Brisa. En ese momento, el aplacador y Allrianne estarían manipulando a la muchedumbre, impidiendo que huyera presa del pánico. Los retenían allí.

Para que pudieran ver el espectáculo que Fantasma estaba a punto de ofrecer.

Los guardias de Quellion vieron demasiado tarde a Fantasma. Derribó fácilmente al primero, aplastándole el cráneo dentro del casco. Quellion gritó pidiendo más ayuda.

Fantasma atacó al otro hombre, pero su objetivo se apartó, de manera sobrenaturalmente rápida. Fantasma se echó a un lado justo a tiempo para esquivar un golpe, y el arma le rozó la mejilla. El hombre era alomántico: quemaba peltre. El enorme bruto no llevaba espada, sino una maza de filo de obsidiana.

El peltre no es lo bastante espectacular
, pensó Fantasma.
La gente no sabrá distinguir si un hombre se mueve demasiado rápido o resiste demasiado. Tengo que hacer que Quellion lance monedas.

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